1968, la primera experiencia democrática de España

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Sábado 24.11.18 EL NORTE DE CASTILLA

Non finito E

xisten obras artísticas, literarias, que finalizan antes de tiempo; obras que, como la vida misma –la cual tantas veces deja de ser tal sin que lo intuyese quien la disfrutaba–, tienen una última palabra, una última pincelada, una última nota musical, no nacidas para que, con ellas, se diera por acabada la creación; que aún les quedaba mucha imaginación por recibir; y esa imaginación vive ahora en el invisible, inaprensible, limbo de lo que pudo ser y no fue. Esas obras artísticas, literarias, que de pronto se interrumpieron, quizá no se concretaron porque la mano mágica que las concebía fue, en un maldito segundo, mano inerte, mano muerta. Si fue

al poco de iniciar el camino, no adivinamos el rostro absoluto de la creación; únicamente el esbozo de unas facciones que, cual las del niño que comienza a vivir en el vientre de su madre, ignoramos su posible futuro. Sin embargo, acaso la detención se produzca avistándose su desenlace; entonces –tal y como Süssmayr con el Réquiem mozartiano; tal y como Giulio Romano con ‘La transfiguración’ de Rafael Sanzio– puede que otro continúe la senda. No es descabellado afirmar, si esto ocurre, que existen dos etapas postreras distintas: la que, como decíamos, voló hasta un territorio desconocido por los aún mortales y la que nació de una fundada sospecha. Bien es cierto que quizás ambas confluyan,

como pasó con ‘El misterio de Edwin Drood’ de Dickens. Ya muerto, un editor, James Thomas Fields, en una sobrecogedora sesión de espiritismo, contactó con él para que le dictara las páginas finales, algo que fue juzgado como una burda maniobra del impresor, aunque no faltó, como el mismísimo Arthur Conan Doyle, quien se lo creyera a pies juntillas. Creadores que la parca calló, decíamos. No obstante, en ocasiones no media el irremediable destino que a todos los hombres nos une; es el autor el que decide abandonar la labor emprendida; no porque piense, como Juan Ramón Jiménez, que así es la rosa y no hay que tocarla más, sino porque está insatisfecho con el trabajo realizado. El caso paradigmático, cómo no, es Kafka, que no concluyó ‘El desaparecido’, ‘El proceso’ y ‘El castillo’, trío que hubiera vivido por los siglos de los siglos en el silencioso mundo de los justos si su amigo Max Brod no lo hubiera traicionado, sacándolo a la luz al expi-

LOS TRIGALES AZULES ROBERTO RODRÍGUEZ

rar el escritor praguense, incumpliendo su deseo de que, al morir él, los manuscritos avivaran el fuego de su chimenea. Sin embargo, veces hay que ese punto final no es repentino pese a que, por lo impre-

Dos magníficas novelas gais

H

ay quien dice que la literatura de temática gay no está de moda. Que la mayoría se alegra de la buena normalización de todo lo LGTB, pero que los lectores heterosexuales –afectaría menos a las lectoras– respetan, sí, pero no comparten el tema o el modo de un amor –por ejemplo– entre seres de igual género. Sería una lástima, porque hablaría de otra fuerte carencia formativa. Muchos gais que aman la buena poesía, leen con placer ‘La voz a ti de-

bida’ de Salinas o ‘Cien sonetos de amor’ de Neruda (estupendos libros) aunque los textos vayan dirigidos a sendas mujeres. ¡Qué más da! Es calidad lo que prima, no masculino o femenino… Por eso voy a recomendar dos espléndidas novelas homosexuales (pero no sólo) y muy nuevas y buenas, porque conviene ensanchar el mundo y la visión. Ramdom House ha publicado la primera de esas novelas: ‘Lo que te pertenece’, la primera y muy madura obra

de un autor norteamericano, Garth Greenwell, nacido en 1978, y dedicada a un poeta español amigo que ahora vive en Iowa. La novela (aparecida en inglés en 2016) ha sido un éxito muy grande en esa lengua, porque responde a una estructura y un estilo fácil muy trabajados, que ahondan en relaciones humanas duras y dulces, en un obvio choque de culturas, porque hablamos de un joven profesor yanqui que llega a Bulgaria –a Sofia– y de su muy compleja relación con un chico

búlgaro, chapero a ratos, homosexual a ratos y con dificultades casi siempre, en un ámbito que queda muy lejos de ninguna asepsia fría. Mitko –el búlgaro– se hace un personaje grande y el tema queda lejísimos de como fue tratado aquí, hace años, en una novela divertida pero mucho más superficial, ‘Los novios búlgaros’ de Mendicutti. La otra novela que recomiendo es francesa y no es la primera de su autor, Philippe Besson (nacido en 1967) ya conocido en Francia pero muy

visto, lo supongamos. Pero aquí, más que de un punto final precipitado, lo riguroso sería hablar de intencionados puntos suspensivos con los que el autor nos cita para otra obra, ésta definitiva, con vocación de ser perfecta. Son los bocetos pictóricos, escultóricos; dibujos que no son sino fotografías de la infancia de la creación; instantes detenidos al brotar de la piedra, del mármol. El gran Miguel Ángel nos sirve para ilustrarlo. Ahí están los dibujos preparatorios para sus frescos. O sus muchas esculturas inconclusas y que Vasari, en sus ‘Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos’, alabó porque «habiendo nacido de un súbito furor del arte, expresan la inspiración en unos pocos golpes», al contrario de las que se diría impecables porque quienes las esculpieron no supieron, cuando hubiera sido preciso, «levantar la mano de la obra». Ahora, sí, la rosa juanramoniana. Bien mirado, no existe creación literaria, plástica o mu-

SATURNALES LUIS ANTONIO DE VILLENA

poco entre nosotros: ‘Deja de decir mentiras’ –editada originalmente en 2017, hablo de novelas nuevas– publicada en español por La Caja Books, y que se presenta como autobiográfica. La mamá le decía al futuro novelista: «Deja de decir mentiras», pero la ficción se basa en cierta sutil forma de mentir. También en esta obra contamos con una

No existe creación literaria, plástica o musical completa porque sería monólogo y no diálogo entre el autor y el lector o espectador sical, completa porque sería monólogo y no diálogo –imprescindible en el arte– entre el autor y el lector o espectador; un diálogo que, al estar en nuestro terreno –con un libro abierto en nuestras manos, sentados en la butaca de un teatro, recorriendo la salas de una exposición–, despierta nuestra faceta creadora; es decir, agregamos imaginación a la imaginación ajena. Interpretar es crear; y la interpretación peculiar de una obra a lo largo del tiempo demuestra lo que usted y yo sabemos: que el arte y la literatura son inmortales. E invencibles.

estructura cuidada y sorpresiva y un relato nunca falto de emoción. El narrador (ya novelista) cree ver durante una entrevista a un antiguo amigo/amante de la adolescencia y lo busca. No es el amante, se parece sí, porque es su hijo. Así comienza el relato de un amor apasionado en tiempos de silencio, y de la vida libre del que se atreve a ser libre y de la desdicha del antiguo muchacho hermoso que sucumbe a la impiedad de los convencionalismos. Muy distintos escritores, Besson y Greenwell, dan una lección de calidad en un tema muy lejos de agotarse y –ello sí, lo aviso– en dos novelas excelentes, con éxito y limpiamente duras. Prometido.


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