EL NARRATORIO ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL NRO 50 ABRIL 2020

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—¿Ves? Ya me lo he quitado. Ella miró por la ventana y advirtió que el cielo anunciaba la inminencia del anochecer. Era un día de invierno. El viento soplaba fuerte y producía un silbido cortante. Pedro miró a su hija y negó con la cabeza. Perezosamente, se levantó del sofá con la intención de dirigirse a la cocina para consumir una taza de café y así aliviar su agotamiento. ¿Qué vas a hacer con la cuerda? Fígaro, el perro de la casa, esperaba a la hora de comer mientras reposaba en el frío y resbaladizo suelo de la cocina. Gruñó al ver entrar a Pedro. Era un San Bernardo musculoso, aunque ya había acumulado sus años. Su aspecto era una mezcla equilibrada entre la sabiduría de la vejez y la ferocidad de su físico. Pedro vertió agua en la cafetera. Lloró con tranquilidad, porque estaba fuera del alcance de la vista de su hija, procurando no hacer ruido. Silvia. Unos minutos después, cuando el café ya estaba listo para consumir, enjugó sus mejillas con un pañuelo y regresó al salón. Se sentó en el sofá y probó un sorbo de café. Ojalá estuviera solo. Verónica ya no estaba dibujando, sino que tenía un frasco de cristal en sus manos, dentro del cual había guardado una mariposa negra y había agujereado la tapa de metal para permitir que entrara aire. —¿Papá? —Di. —La mariposa no se mueve. Creo que está muerta. —Deberías haberle dado de comer. —Tenía miedo de que se escapara si abría la tapa. —Pues ya conseguiremos otra, no te preocupes. En esta zona del campo hay muchas. Verónica no replicó. Miró de cerca el cadáver de la mariposa, deseando que resucitara por arte de magia. —¿Pasa algo con mamá? Pedro hizo ver que no había oído aquella peligrosa pregunta. Mi hija es más astuta imposible. 46


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