EL NARRATORIO ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL NRO 43 SEPTIEMBRE 2019

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l árbol no era un árbol, el elefante no era un elefante, mi padre no era mi padre, era un árbolpadrelefante y hablaba sin necesidad de palabras, decía cosas deliciosas: Hijo, algún día vendrás conmigo y te dedicarás a crear, aquí es lo único que hacemos durante todo el día. La muerte me pareció menos siniestra esa noche en que mi padrelefanteárbol me susurró en sueños que no me preocupase, que donde él se encontraba se experimentaba a espuertas, probarás y ensayarás cuanto quieras, esto es un patio de recreos, ya verás, vas a recrearte a tus anchas. Es curioso que se me apareciese tan irreconocible, tan otro, porque en vida fue bien distinto, lo sé yo, lo saben mis hermanos y lo sabe mi santa madre. Su ira resultaba impredecible, no había manera de verla venir, como cuando me golpeó repetidamente bajo la ducha por alguna falta grave que debí cometer, confundir el champú con el gel de baño, algo así. La pobre vecina del tercero que miraba la escena estupefacta no volvió a bajar nunca más a pedirnos huevos, ni leche, ni harina, ni nada de nada. Por eso me extrañó que viniese a visitarme en sueños con un mensaje tan agradable como el de la noche en que se manifestó de elefanteárbolpadre. Cierto es que tras los arrebatos pedía siempre perdón y que sus disculpas sonaban sinceras, pero… no sé si se puede llegar a cambiar tanto, dicen que la gente no cambia. A ver, es que no es normal que la misma persona que te ordenaba recoger los tubos de ensayo de la clase de química porque, según él, ya estaba todo inventado, se te presente cuarenta años más tarde para anunciar que te espera en una especie de paraíso de los ingenios y encima lo haga tomando la peculiar forma de un padreárbolelefante. En honor a la verdad, también tenía sus buenos momentos. No se le daba mal contar chistes, además le encantaba confeccionar disfraces en carnaval, obraba auténticos milagros con la simple ayuda de una cartulina y de papel pinocho. Un año íbamos mis hermanos y yo de pequeños faraones, al siguiente de mandarines chinos, causábamos sensación en el barrio. En esas ocasiones especiales, la cena familiar transcurría tranquila, sin sobresaltos, sin gritos, tan solo risas, muchas risas. Para ser justo, tampoco se le caían los anillos, surfeaba las sucesivas crisis sin perder jamás el equilibrio, incluso siendo ya mayor y estando algo delicado de salud, lograba el hombre salir adelante. Sin embargo, tengo que reconocer que lo que más me gustaba era escucharlo cantar canciones con su guitarra, una lástima que renunciase a su carrera artística por nosotros. Quizás en el paraíso ese donde dice que me espera esté prohibida la venta de licor porque durante las temporadas abstemias sí se comportaba como el árbolpadrelefante que vino a visitarme una noche mientras dormía.

CARMEN TOMÁS 50


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