EL NARRATORIO - ANTOLOGÍA LITERARIA DIGITAL Nro 12 Febrero 2017

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—Cierra ya, huevona. ¡Cierra!, te sacarás la concha de tu madre. Una de las avenidas, que cruzaba la larga vía por la que se deslizaban en cuatro ruedas, quedó atrás, obstruida por un devastador choque que no les importaba; a pesar de que ellos lo habían ocasionado, casi adrede. —¡Cierra ya, por la puta madre, estamos con roche. Tenemos que largarnos ahorita. Su desacuerdo con la travesura era sincero, no obstante cuando hablaba, él se reía, este acto de incoherencia daba una impresión contraria. Mariana no le hizo caso y abrió la puerta del carro. Él se enojó y con suma torpeza quiso alcanzar la puerta del copiloto. —¡Daniel, cuidado! ¡Caraj...! Sus propios gritos fueron audibles por nada más dos segundos. A continuación, silencio. Por lo menos lo hubo hasta que un pensamiento quebró aquella contrariedad fatal. ¿Pero qué pensamiento claro se podía tener después de la muerte? Ninguno, él ahora lo sabía. Se encontraba corriendo lejos del auto de su suegro, del impredecible arbusto y de su novia. Mierda, ¡carajo!, avanzaba a trompicones sin saber a dónde. La meta estaba lejos. Muy lejos. En un lugar donde pudiese hallar equilibrio, donde lograse cerrar el círculo. Donde evitara darse por enésima vez de cara contra la maletera del Peugeot. Donde cesara de contemplar a su novia recuperándose, levantándose junto al pegajoso charco de sangre, caminando lento (como no queriendo moverse) y tomando conciencia del desastre, con la suficiente lucidez para ver el cuerpo apretujado y llorar.

CARLOS ENRIQUE SALDIVAR ROSAS Perú

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