ser peor, nos podrían haber puesto otros nombres de estrellas como Alphecca o Betelgeuse. Como el asunto del viaje ya estaba decidido y de nada servía discutir, me fui a mi cuarto entre azotones de puertas, fingiendo gran desesperación. Nadie vino a consolarme. Mis papás ya no se tragaban esos cuentos, pero yo seguía intentando. En vista de mi mala actuación me puse a empacar mi discman, mis compactos de los Molotov y de Café Tacuba, mi Gameboy y el último libro de Harry Potter que me había prestado el buen Charly, mi mejor amigo. Luego empecé a meter mi ropa en la maleta.
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