FAMILIA formalmente su existencia, sin embargo es en ese momento donde es mejor erradicarla, de no hacerlo puede ser mortal. Las dos epidemias tienen una alta tasa de contagio, afectan el ánimo y la economía, destruyen hogares enteros. El Departamento de Comunicación Global de las Naciones Unidas (2020) dice que, en los últimos 12 meses, 243 millones de mujeres y niñas en todo el mundo han sufrido violencia sexual o física y estiman que esa cifra se está multiplicando con el avance de la pandemia. En cuanto a nuestra América Latina, Vanessa Sarmiento (2020) dice que en 19 países de América Latina denuncias telefónicas de amenazas contra la vida de las mujeres, han aumentado exponencialmente durante la cuarentena. Nos preguntamos ¿cuántas situaciones más de amenazas graves hay y que no se han sido denunciadas? ¿Cómo es posible que nuestra región, donde el evangelicalismo ha crecido a velocidades increibles durante los últimos 50 años, se ha convertido en la región más peligrosa para las mujeres durante el mismo período de tiempo? Nos gustaría pensar que la adherencia a la fe evangélica resultaría en hogares e iglesias cristianas que son refugios en medio del mundo violento, pero nos dicen que en Córdoba, Argentina , <<3 de cada 10 adultos evangélicos mencionan que en los últimos 3 años han sufrido situaciones de violencia y/o abuso en el hogar>> (Paz y Esperanza, Comunidad y Cambio, 2014) y en el Perú, <<7 de cada 10 evangélicos adultos fue víctima de violencia al menos una vez en los últimos tres años en el ámbito del hogar>> (Paz y Esperanza Internacional, 2014). Lamentablemente, nuestras iglesias no son inmunes a la insidiosa pandemia de violencia interfamiliar. Es un mal que existe dentro y fuera de la iglesia contra el cual tenemos que luchar. Una llamada a la reflexión y autoexamen Dicen que si uno no es parte de la solución es parte del problema y el silencio de parte de pastores y otros líderes evangélicos frente a esta realidad podría llevarnos a pensar que este dicho es cierto. Según la publicación digital: Rompiendo el Silencio (Reyes Carranza & Contreras Paredes, s.f.) en Cajamarca provincia de Chota en el Perú, la violencia familiar y sexual afecta a todas las mujeres de todos los grupos sociales y que, entre los evangélicos, actos violentos suelen ser acallados por temor a las críticas contra la iglesia y sus miembros. Lamentablemente, es probable que esta situación no se dé únicamente en esta provincia, sino que sea común entre muchas iglesias evangélicas. Con el deseo de proteger la reputación de la iglesia y presentar un buen testimonio al mundo, pensamos que los “trapos sucios se laven en casa”. Así que, tratamos de ocultar nuestra propia pecaminosidad y aparentar que el pecado no nos afecta. Pero cuando ocultamos o ignoramos la violencia intrafamiliar entre nosotros, aumentamos el sufrimiento de las víctimas e impedimos que se dé la oportunidad de recibir la ayuda que necesitan y merecen. Al ocultar este pecado, el testimonio cristiano no es protegido y preciosas ovejas son dañadas, a veces de manera irreparable. ¿Será posible que la denuncia de Dios en Jeremías 23:1: << ¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan el rebaño de mis praderas! >> se nos aplique a nosotros cuando ponemos la reputación de la iglesia por encima del socorro que las víctimas? <> <> (El Diario, 2015). La violencia doméstica tiene consecuencias psicológicas, físicas y económicas deplorables tanto para las personas que la experimentan como para los niños que la presencian (Lewis & Burd-Sharps, 2015). Además, produce temor, confusión, ansiedad, inestabilidad y la creciente dificultad de salir de la relación que es la fuente del 31