Beautiful redemption

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Thomas tomó mi mano. La brillante servilleta arrugada quedó aplastada entre nuestras palmas mientras me tiraba a través de la multitud. La música alta asaltaba mis oídos, con el zumbido de los bajos en mis huesos. Decenas de hombres se encontraban de pie alrededor, y no había más que un puñado de mujeres. Al instante me sentí enferma, preguntándome cuando me encontraría a Camille. La mano de Thomas se sentía caliente contra la mía, incluso con el tapón de la servilleta. Sin embargo, si estaba nervioso, no lo demostró. Saludó a varios hombres universitarios a medida que cruzábamos la habitación. Al llegar al otro lado, Thomas abrió los brazos y abrazó a un hombre corpulento antes de besar su mejilla. —Hola, papá. —Bueno, hola, hijo —dijo Jim Maddox con una voz ronca—. Ya era maldita hora de que vinieras a casa. —Liis —dijo Thomas—, este es mi papá, Jim Maddox. Era un poco más pequeño que Thomas, pero tenía la misma dulzura en sus ojos. Jim me miró con bondad y casi treinta años que equivalían a la paciencia practicada al criar cinco chicos Maddox. Su cabello plateado corto y escaso ahora era de múltiples colores por las luces de la fiesta. Los ojos entornados de Jim brillaron con comprensión. —¿Esta es tu chica, Thomas? Thomas me besó en la mejilla. —Sigo diciéndoselo, pero ella no me lo cree. Jim abrió los brazos. —Bueno, ¡ven aquí, pastelillo! ¡Encantado de conocerte! Jim no sacudió mi mano. Me dio un abrazo enorme y me apretó con firmeza. Cuando me soltó, Thomas enganchó su brazo alrededor de mis hombros, mucho más alegre en medio de su familia de lo que esperaba. Thomas me llevó a su lado. —Liis es profesora en la Universidad de California, papá. Es brillante. —¿Te sigue el ritmo con tu mierda? —preguntó Jim, tratando de hablar sobre la música. Thomas sacudió la cabeza. —De ningún modo. Jim se rió en voz alta. —Entonces, ¡es un tesoro!

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