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LOS LECTORES DE POESÍA TENDEMOS A MAQUINIZARNOS
Puede ser problemático frecuentar libros de versos. Lo que debiera ser maravilla, asombro, revelación es horadado por la máquina implacable del hábito, que todo lo agrisa. Un libro de versos debiera ser noticia, sorpresa, acontecimiento; lo volvemos rutina adocenada, vicio que poco y nada retiene.
Me he demorado en la lectura de Aves, moscas y otras máquinas y he ido descubriendo algo que no había visto en una primera instancia: los poemas de Virginia Caramés son muy raros.
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Para aquellos que nos mantenemos anoticiados de la producción reciente en materia de poesía local, dicha rareza puede permanecer inadvertida porque los lanzamientos se suceden con rapidez y nos terminamos convirtiendo en odiosos consumidores de versos, que terminan por no ver lo que de libro a libro hay de singular, de divergente, de ruptor.
No digo que toda novedad lo sea realmente; digo que el trabajo que ahora me ocupa se destaca fuertemente de entre lo habitual, lo característico de la época.
Lo primero que pensé al leerlo fue que es expresionista.
Y no es que yo sea un gran lector de este ya viejo movimiento literario; sucede que los versos sobre los que escribo me retrotraían a la plástica de dicho período. Y no por el tratamiento de, por ejemplo, imágenes bélicas sino por la línea, el.
trazo de esas pinturas, nervioso, inacabado, brusco.
La materia verbal que este libro nos acerca se caracteriza por breves desarrollos con soluciones de continuidad abruptas. Lo no dicho lo completa el lector: Caramés no redacta oraciones prolijas, enojosas sino que hace que se sucedan frases a veces hasta cortantes, nerviosas, donde muchas veces se elide el verbo. A esto llamo expresionismo verbal. Algo seco, breve, expuesto, directo, incluso terminante. Hay un elemento que está muy presente en el libro: el agua. Aparece, en menor medida, la tierra. De conjugarse, conforman otro material que cada tanto aparece: el barro, que puede dar lugar al Golem.
Esta materia conformada, pero no del todo dotada de humanidad, sirve de nexo a otro motivo: el de la distancia que separa al cuerpo del espíritu. La columna vertebral, por ejemplo, puede servir de rosario o máquina de rezar.
Es que estos dos últimos párrafos tocan temas trabajados en el libro: ya desde su título se avisa, con Descartes, de la condición maquínica de los seres vivos, ya sean el pez, el ave, etcétera. Pero, si los seres vivos son una máquina, ¿por qué no podemos directamente crearlos, por qué debemos en cambio conformarnos con hacer un Golem, siendo ésta una insuficiencia esencial nuestra?
Citemos un poema :
Plegaria
Que baile o que se quede quieta que la púa vuelva a caer y al cabo vuelva a caer y así
Desde un primer momento estas líneas me hicieron acordarme de “Ella bailó (Love Of My Life)” de Luis Alberto Spinetta, cuya letra, entre otras cosas, dice que “alguien se lamenta y sale a rezar / y ella baila”. Pero lo que en Spinetta es trance extático y agotamiento de un cuerpo hasta sus últimos límites es, en “Plegaria”, una oración apenas musitada, que desea la reiteración inagotable, maquínica, y de la cual no sé si se pueda decir que haya sido necesariamente motivada por el amor. Hiato, entonces, entre la plegaria sentida y la púa que cae, automática.
Así, del mismo modo que hay una máquina de rezar y una máquina para que suene sin fin la música, hay en “Hebras”, otro de los poemas, una máquina para ocultarse: la de tejer y tejer, rutinaria y hastiadamente, un “trapo larguísimo / sin utilidad alguna”.
El libro, por lo demás, se cierra de modo muy impactante. En “Alados y rodantes” aparecen los pájaros, por un lado, y los seres que viven a ras de suelo, por el otro. Las aves cantan pero sus trinos se dan contra un reclamo: “¡Que se entienda! gritan ¡Que sea lo que nos pasa a todos!” El yo del poema, un pájaro, prueba diferentes cantos; siempre se le gritará el mismo reclamo. Lo grave es que, finalmente, quien le endilga ese “¡que se entienda!” es otro pájaro. El poema termina ahí, en seco, cerrando con eso, como decía, el libro.
Uno puede decir que los pájaros son los poetas y los que viven a ras de suelo, los que no se relacionan ni quieren hacerlo con los versos. Lo que me dejó perplejo, si esto es cierto, fue que fuera otro poeta el que le reclamara, cómo decir, claridad, transparencia, mayor normalidad, de última, a quien acababa de trinar.
Porque Caramés cuenta una fábula. Nos sentimos cómodos con la primera parte: el “vulgo ignaro” no entiende de estas cosas. Pero luego nos azoramos cuando la autora señala, de algún modo, que incluso entre los poetas reina la confusión de una Babel irritada. Señala, entonces y quizás, un estado de cosas que la desasosegaría a ella misma en primer término.
Recuerdo la frase que solía repetir un Profesor en la Universidad: “hay quienes leen cien libros como si fueran uno solo y hay quienes leen un solo libro como si fuera cien diferentes”. Leer consumistamente libros de poesía, pasando de uno a otro, clasificándolos, reduciéndolos a una mera fórmula tranquilizadora, es lo peor que nos podemos hacer: “¡Más valdría, en verdad, / que se lo coman todo y acabemos!” Aves, moscas y otras máquinas me dejó intranquilo las cuatro veces que hasta ahora lo vengo leyendo. Ignoro si es atinado lo que en este artículo anoto; sé que no es definitivo.
Pablo Seguí
Aves, moscas y otras máquinas
Virginia Caramés, Barnacle. Buenos Aires, 2023
Virginia Caramés nació en La Plata, Provincia de Buenos Aires. Vive en Buenos Aires.
Publicó la novela Las cuerdas de Jacobo (Griselda García editora, 2021) y Aves,moscasyotrasmáquinas (Barnacle, 2023).
Tiene en proceso de edición la novela Elisa Brulet - suite de sus cosas diversas y emparentadas-.
También se desempeña en artes visuales: escultura (monumento a Pappo, en CABA), trabajos de talla de piedra, arcilla, orfebrería, joyería,escenografía, trabajos de arte textil que forman parte de los catálogos y salones del Centro Argentino de Arte Textil, participó en muestras colectivas de escultura y fue ayudante en el curso de extensión universitaria en la Escuela de Posgrado en arte “E. de la Cárcova”. Actualmente coordina el grupo de lectura de poesía El Aparejo..
Tres poemas de Aves, moscas y otras máquinas Virginia Caramés
Hebras
El sigilo fue la clave que con atenta precisión tejió (dudando en la pena, tentada a la nada), las finas hebras de tardes todas iguales En la rutina, el hastío fue ese trapo larguísimo sin utilidad alguna.
El niño a J. P. A.
Ahí está todo gasa. volado/ seccionado/ roto Encontremos un agua propicia para el niño medusa
La voz partida
El lápiz se engrosa con el papel
Traza burdos rastros crispados
Las hojas, el arroyo -convengamos-- la mariposa
La rosa
Omitamos el dolor por un momento
Omiso caso al trivial procedimiento
Al embotellamiento
Atasca la palabra
Camina cauto. No voltees. Sigue.
Sigue
Atasca la palabra
Camina lejos del cordón, de los zaguanes
Guillotina la letra. No voltees. No te apures. Junta flores Sobre todo no te demores
Y al caer
Tomarás la guillotinada letra Mitad en cada mano
Solo con eso
La voz partida será tu antorcha --o mejor-- tu talismán.
En el número anterior Versiones de Mundos sutiles
- N° 1- Año I
SE HACE DIBUJO
Pablo González Padilla
SE HACE POESÍA

Paula Cantarero
Laura García del Castaño
LA LECTURA: UN AMOR VERDADERO
Huellas de Lectura / Laura García del Castaño
Marcelo Rizzi / Pablo Seguí
Azucena Salpeter / Elisa Molina
Diego Brando / Paula Cantarero