entornos de poder

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RELACIONES DE GÉNERO

VIOLENCIA Y ECONOMÍA

La previa dependencia económica de la mujer se ve incrementada conforme el vih aumenta la vulnerabilidad económica: gastos médicos, enfermedades, dificultades para continuar el trabajo (tanto en su dimensión laboral como doméstica). Si bien el acceso a tratamientos oportunos es una de las políticas de los sistemas de salud, las condiciones materiales no siempre facilitan esto. En caso de que la institución llegue a carecer temporalmente de tratamientos, las usuarias deben conseguirlos con sus propios medios. Aun contando con el tratamiento básico, la aparición de enfermedades oportunistas demanda una pronta atención, que a menudo corre a cargo de las usuarias. Esto se da en un escenario donde las mujeres suelen no tener el control de la economía familiar; situación que enfrentan desde su “poder no”. Otro factor: ante el diagnóstico positivo con frecuencia son abandonadas por sus parejas y sus familias. La seropositividad disminuye las oportunidades de conseguir un trabajo, haciendo que la previa falta de trabajo y salarios justos redunden en una cada vez más lejana calidad de vida en condiciones dignas. Además, hay una creciente exposición al riesgo de vih/its cuando de procesos de migración se trata: debido a la falta de documentos que legalicen la estancia en el país de tránsito o destino, el comercio sexual, el tráfico humano y la explotación sexual conforman un universo de supervivencia. Y más cuando las mujeres ya viven con vih, pues las obliga a una serie de coartadas para no ser detectadas por los sistemas de salud como seropositivas y poder seguir en el comercio sexual. Todo esto, en medio de la presión de enviar dinero a sus familias en sus países de origen. Pero hay otro tipo de violencia y economía, en un sentido más simbólico: la violencia mediante la cual, por medio del intercambio de mujeres —ya sea por vías emocionales como el noviazgo, o monetarias como el tráfico y comercio sexual, etc.— se lleva a cabo una sociedad masculina basada en relaciones para, por y entre varones. En realidad, las relaciones que se establecen entre clanes patrilineales tienen su base en un deseo homosocial (lo que Irigaray denomina, en un juego de palabras, ‘hommo-sexualidad’), una sexualidad reprimida y despreciada; una relación entre hombres que, en resumidas cuentas, está relacionada con los vínculos de los hombres, pero que se crea a través del intercambio heterosexual y la distribución de mujeres (Butler, 2007: 110)


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