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DESPEJAR MISAEL TAMAYO NÚÑEZ

Jacinto González Varona está en aprietos, por un discursillo que se aventó en Ometepec, hace unos días, ante mujeres del partido guinda, donde puso como ejemplo de simulación política a la diputada Gabriela Bernal Reséndiz, quien en 2018 fue aspirante al Senado de la República, cuya primera fórmula la encabezaba Manuel Añorve Baños.

Habría que analizar dos aspectos de este nuevo conflicto. Primero, que ahora que estamos en la era de la tecnología, donde cualquiera puede activar un teléfono para hacer transmisiones en vivo o grabar videos, los políticos deben andarse con pies de plomo, pues están en la casa del jabonero, donde el que no cae, resbala.

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Segundo, que ahora con la “violencia política en razón de género”, las damas están muy susceptibles, y traen la cantaleta de que nadie puede hablar de ellas ni señalarles ni siquiera sus hierros como servidoras públicas, porque entonces recurren a los tribunales, arropadas por organizaciones feministas afines (si no existen se las inventan), para quejarse de ataques a su persona tan sólo por ser mujeres.

Mi percepción como humilde periodista, y sin señalar a nadie en particular, eso es algo hasta de mal gusto. Estoy de acuerdo con que hay hombres que se extralimitan en sus opiniones acer- ca de sus contricantes mujeres, metiéndose en su vida privada y sacando trapos estrictamente personales, como sucedió -por ejemplo- con la alcaldesa de Iliatenco (municipio de la Montaña), Ruperta Nicolás Hilario, quien buscó la reelección y se enfrentó a una contracampaña sucia llena de improperios y bullying político.

Con pintas en diversos lugares literalmente la llamaban “Rupuerca”, y mencionaban su condición de mujer como impedimento para continuar gobernando.

El caso llegó a los tribunales y la elección de 2021 en la que ganó el candidato priísta Erick Sandro Leal Cantú, se invalidó.

Ese municipio fue a comicios extraordinarios, pero de manera alevosa y ventajosa, el PRI y sus aliados no retiraron la candidatura de Leal Cantú, como debió hacerse, sino que la alcaldesa emecista volvió a enfrentar a su violentador en las nuevas elecciones que, obviamente, perdió.

Lo que es aún más grave, que un periodista de la Montaña, de esos que cobran por cada letra que escriben, fue el vocero de Leal Cantú y escribía obscenidades de la alcaldesa. De hecho, ese periodista fue exhortado por parte de las autoridades electorales, pero no castigado, aunque las columnejas que escribía con el hígado eran todo menos perio- dismo y afrentaban duramente a la alcaldesa.

Por lo tanto, resulta hasta grotesco escuchar al dirigente estatal del PRI, Alejandro Bravo Abarca, ponerse solemne por lo que trajo a colación el diputado Jacinto González Varona, cuando éste trató de poner un ejemplo -quizás de mal gusto- para sustentar que las mismas mujeres que están tratando de hacer carrera política, se prestan a componendas, como lo hicieron las “Juanitas” de la Ciudad de México, aquellas que fueron candidatas, ganaron y sólo para que en cuanto tomaran posesión del cargo pidieron licencia para dejar el lugar a sus esposos o amigos, sentando un mal precedente para todas las damas que están tratando de incursionar en el mundillo de la política.

Nada que ver eso con el caso de Iliatenco. Nada que ver con lo que los priístas le hicieron a Ruperta Nicolás Hilario, cuyo caso aún han estado defendiendo las mismas diputadas locales en el Congreso de Guerrero, pues hasta la fecha no la dejan en paz y goza de medidas cautelares.

Ejemplos hay muchos más. Por ejemplo, lo que le sucedió a la alcaldesa de Xalpatláhuac, Selene Sotelo Maldonado, donde su adversario perdedor, arropado por la Policía Comunitaria y el grupo de “ancianos” de la comunidad, prácticamente la desterró del municipio, apoderándose del ayuntamiento, hasta ahora que el gobierno del estado intervino para devolverle a ese municipio su institucionalidad.

Bien vale la pena retomar estos ejemplos para que se determine hasta qué punto una mujer que está ejerciendo un cargo de elección popular, está expuesta a la crítica por su quehacer, por lo que haga y lo que diga, siempre y cuando no se toque su vida privada, y siempre y cuando esta vida privada no afecte su trabajo, porque de lo contrario, queriendo o no, se le tendrá que recordar.

Ejemplos hay muchos: La Gaviota esposa de Enrique Peña Nieto y su Casa Blanca. Martha Sahagún de Fox, sus excesos y frivolidades, así como esposas de políticos que no fueron votadas ni electas para ningún cargo, pero que se toman la libertad de usurpar el lugar de sus maridos, sean gobernadores, alcaldes o, como Martha Sahagún de Fox, presidente de una nación, al grado que se hacía llamar “La Jefa”.

Yendo más lejos, el caso de extrema corrupción como Rosario Robles Berlanga, o la Maestra, Elba Esther Gordillo Morales, entre muchos otros malos ejemplos de que una mujer empoderada no necesariamente es el mejor ejemplo a seguir.

No creo -y en eso estarán de acuerdo mis amigas políticasque ser mujer sea una patente de corso para que las damas ocupen cargos públicos casi sin méritos; y pretendan que, sólo por eso, no se les toque ni con el pétalo de una rosa, aunque fallen.

Si así fuera, sería un insulto para las mujeres soldados, las académicas, doctoras, las científicas, quienes también podrían aspirar a privilegios por ser damas, y no por saber hacer algo. Siendo así, convendría que evalúen si están hechas para esto.

En lo personal aplaudo la apertura del sistema político para las mujeres. Creo que le han aportado frescura a la política y han inaugurado una nueva etapa para la sociedad en su conjunto, sobre todo que vinieron a remover muchos malas prácticas en los partidos políticos, sea PRI, PAN, PRD, Verde, o cualquier otro, que las utilizaban como rellenos en sus planillas y como matraqueras (espero que no por eso me demanden las apreciadas mujeres políticas). Esto es tan cierto, que tuvo que haber cambios en las leyes para obligar a los partidos, dominados por hombres, para hacerles espacios reales.

Pero con todo esto, y con riesgo de que me llamen “misógino”, me opongo a que se les exente de su obligación de predicar con el ejemplo y, sobre todo, de demostrar que merecen el cargo por lo que pueden aportar a la vida pública, y no por ser las lindas del cuento. Dijera un amigo: no es concurso de belleza.

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