La segunda oportunidad

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fui medio nómada, cuando estaba trabajando en Santa Rosa Automotores me ofrecieron ir a Bolivia, y me fui. Ahí estuve dos años. A los cuatro meses, la que era mi novia en ese momento, y es mi señora ahora, se fue conmigo. O sea hace diez años que estamos juntos. Todavía no tenemos hijos. De cierta forma a mis hijos me gustaría darles cierta estabilidad, que hoy no la tengo. Sé también lo que es pasar hambre porque la pasé cuando estuve solo. Por eso no concibo eso de ‘salgo a robar porque no tengo para comer’. Sé lo que es pasar hambre y no fui a robar. Todo el mundo que me conoce sabe que soy de Aldeas. Nadie tiene prejuicios. Algunos me preguntan lo que es. Algunos lo asocian con el Inau pero no tiene nada que ver: en Aldeas tenés una persona que está las 24 horas contigo, la misma persona. La madre de Aldeas es vocacional. No hay plata que le pague. Independiente del sueldo que ganen porque ganan un buen sueldo, está las 24 horas con nosotros. Mamá fue muy clara. Me dijo, ‘nene, tú estás solo, yo lo máximo que te puedo dar son consejos. Todas las puertas que abras, dejalas abiertas porque uno nunca sabe cuándo da un paso en falso. Si usted da un paso en falso puede marchar para atrás, y si te equivocás, si dejás la puerta abierta estate seguro que entrás de nuevo’. Y es real. Al principio la pasé duro pero después de la tormenta vino el cielo escampado. Mi madre entró en Aldeas con 46 años. Hoy por hoy está jubilada, tiene cierta estabilidad económica y le digo: ‘mamá, a mí no me dejes nada, hacé todo lo que tengas que hacer, viajá, paseá, hacé lo que tengas que hacer. Yo lo que quiero es verte feliz’. Aldeas para mí es un pasaporte que hay que saber usarlo. Te da todo. Te da todo para que vueles. Depende de vos si agarrás el pasaporte o la cédula para hacer un vuelo más corto. A todos los chicos que veo en Aldeas, les digo: estudien, estudien, hagan algo, no salgan de acá con las manos vacías, porque si no, vas a ser un simple peón toda tu vida y no te da para vivir. Siempre estoy buscando algo para hacer. Si no hago un emprendimiento, hago otro y la voy buscando. En Bolivia terminé haciendo hamburguesas de pollo y vendiendo en un supermercado. Abrí una pizzería con 140 dólares. Morirme de hambre nunca me voy a morir. Siempre fui un poco así, pero Aldeas me potenció. Uno de los consejos que me dio mi madre era que cuando entrara a un trabajo, permaneciera todo el tiempo que pudiera hasta que viera que podía volar a otro trabajo mejor, porque la gente va a ver que tuviste una antigüedad, que creciste en el laburo. Aldeas es un eslabón más en la cadena de la vida, pero es un eslabón que nunca se rompe”.


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