Durante cinco años fantásticos, viví en el pueblo pequeño de Le Plan
de Grasse, acurrucado entre la Côte d’Azur y los Alpes Pre-Marítimos, cerca de Cannes. La atmósfera política de ese momento (1993) era inquieta, con la profanación de cementerios judíos, secuestros de aviones, y hasta posibilidad de guerra. Muchos lugares en el alrededor tenían remanentes de la ocupación Nazi durante la segunda guerra mundial. Mis vecinos franceses relataban historias extravagantes de su sobrevivencia durante esos años de guerra mundial. Yo misma, siendo exiliada cubana, y una sobreviviente de un régimen totalitario
horripilante, me maravillaba de las similitudes entre nuestras historias. También me maravillaba sobre la adaptación del espíritu humano. Fue entonces, en un día precioso, cuando mis hijos y yo fuimos a caminar por un sendero montañoso, que descubrí un claro dentro del bosque. Y mientras descansaba allí, encontré muchas monedas en el suelo. El descubrimiento desencadenó mi imaginación y se desarrolló un escenario de ‘qué pasaría si…’. Que pasaría si una mujer encontrara una moneda en la montaña, pero dicha moneda está, de alguna forma,
vinculada a una persona deseosa que esa información permaneciese secreta? Y quien salvará la vida de esa mujer cuando las cosas se empeoren? Ese fue el instante en el cual mi primer thriller, The Coin (La Moneda) nació. Escribiendo lo que conocía, creé un personaje de una mujer cubana, cuya familia había sido perseguida y la cual había perdido todo. Una mujer que, a pesar de las amenazas para silenciarla, no iba a permitir que un maniático ganase. Creé un agente americano porque estaba bien familiarizada con la cultura americana. Y usé mi conocimiento del área—las calles angostas, las curvas traicioneras en la montaña, la topografía de la región, y otros elementos—para crear la tensión y suspenso en la trama. Porque estaba escribiendo lo que conocía, las descripciones fueron más fáciles de escribir, la acción más fácil de crear, la narrativa más fácil de visualizar. Y el lector, a su vez, iba a tener la oportunidad de reconocer estos elementos y ahondar en la novela con un entusiasmo incondicional. Así que, cuando ustedes lean a Jo Nesbø, ó Vince Flynn, ó Michael Crichton, ó a Michele Giuttari, ustedes sabrán entrar con alacridad dentro de los sueños imaginarios de cada autor. La razón? Ellos escribieron lo que conocían.