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EL DÍA

Cuenca Opinión

MARTES, 23 DE NOVIEMBRE DE 2010

Opinión en El Día —EL RINCÓN DE ELVIRA MADIGAN—

Las armas y las letras Rafael Cabanillas ESCRITOR Y PROFESOR, COLABORADOR HABITUAL DE EL DÍA

“Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.” He leído con verdadero entusiasmo y deleite el libro de Andrés Trapiello, “Las armas y las letras”, en su nueva edición aumentada y renovada, en el que da un exhaustivo repaso a la vida y a la obra de los escritores en la Guerra Civil. Una joya literaria y bibliográfica que no debería perderse ningún amante de la literatura o la historia y que, sin rubor, recomiendo. Un extraordinario libro que sirve, además, para romper algunos tópicos y aclarar muchas dudas. En primer lugar, por el tratamiento riguroso que hace del asunto, ya que no se trata de expresar ideas, suposiciones o hablar de oídas; sino que cada opinión viene refrendada con un testimonio documentado en un libro, un periódico o una entrevista. Nada de subjetivismo, sino la veracidad que da el documento escrito. Por ejemplo, la carta autógrafa de Camilo J. Cela dirigida al Excmo. Sr. Comisario Gral. de Investigación y Vigilancia, documento que “produce asco y pena” por ser el más vil monumento a la delación de la reciente historia española: “El que suscribe, Camilo J. Cela y Trulock, a V.E. respetuosamente expone: Que queriendo prestar un servicio a la Patria, solicita el ingreso en el Cuerpo de Investigación y Vigilancia. Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos 13 años, cree poder prestar datos sobre personas y con-

ductas, que pudieran ser de su utilidad. Que el Glorioso Movimiento Nacional se produjo estando el solicitante en Madrid… y que por lo mismo cree conocer la actuación de determinados individuos. Que por todo lo expuesto solicita ser destinado a Madrid que es donde cree poder prestar servicios con mayor eficacia… aunque acato con todo entusiasmo y con toda disciplina su decisión” Por el libro desfilan personajes de uno y otro bando, mayoritariamente escritores e intelectuales republicanos: Lorca, A. Machado, M. Hernández, J.R. Jiménez, Fco. Ayala, León Felipe, Madariaga, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Ramón J. Sender, María Zambrano, Max Aub, Barea, Bergamín, Casona, Cernuda, Clara Campoamor, Rosa Chacel,… y un larguísimo etcétera, triste y desolador. Porque fueron una inmensa mayoría los muertos o desterrados de este bando. En comparación a la minoría que se alió con el régimen (¡Con lo fácil que es apuntarse a los vencedores!): Manuel Machado, Pemán “poeta y alférez”, Foxá, Marquina, D´Ors, Luis Rosales o el falangista Torrente Ballester que escribiera los libros de texto de la asignatura FEN (Formación del Espíritu Nacional) con la que adoctrinaron nuestra infancia. Sin desdeñar al grupo de escritores que aceptó –o aplaudió- la dictadura, en ocasiones, por un plato de lentejas: Como Azorín, que regresó de París al acabar la guerra “porque acató ser maestro de falangistas y vocero del régimen”; Jacinto Benavente que pasó la guerra en la zona republicana donde se representaba su “Santa Rusia” y que, meses más tarde, presidía en la tribuna de honor en Valencia el desfile de la Victoria. Similar al cinismo de Ramón Gómez de la Serna que preparaba su vuelta a España con cartas de adhesión franquista: “Políticamente soy un bueno y… me someto gustoso a que me dirijan los mejores, los más patriotas…” Recibido por el mismo Generalísimo, nadie le aseguró las habichuelas y

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Una joya literaria y ... no se trata de expresar bibliográfica que no ideas, suposiciones o debería perderse ningún hablar de oídas; sino que amante de la literatura o cada opinión viene la historia y que, sin rubor, refrendada con un recomiendo. testimonio documentado. tuvo que volverse a Argentina. Cuando Franco le preguntó por qué lo hacía, R.G. de la Serna le respondió: “Pues porque sufriría, mi general, a los que aquí hablan mal de usted”. También aparecen los que prefirieron el eufemismo del llamado “exilio interior”, de mesa camilla con brasero y castañas pilongas: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso o, sin exilio alguno, el cántabro Gerardo Diego. Unamuno, que festejó el golpe de estado, más por su antiazañismo –como diputado fue candidato a la Presidencia de la República y obtuvo un solo voto, probablemente el suyo, frente a los 362 de Alcalá-Zamora- que por otra cuestión, salva su honor con el discurso que pronunció en Salamanca ante una audiencia principalmente falangista y flanqueado, ni más ni menos, que por Carmen Polo de Franco y el energúmeno Millán Astray, que vociferaba vítores de sangre y acero –“Viva la muer-

te… Muera la inteligencia”, y al que Unamuno replicó con valentía: “El general Millán Astray es un inválido… (que) quisiera crear una España nueva según su propia imagen. Y por ello desearía ver a España mutilada” Y después: “Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir". Represaliado y destituido como rector, murió a los dos meses de soledad y tristeza. La pólvora de la polémica de este libro se ha disparado entre el autor y Benjamín Prado, amigo de Alberti en los últimos tiempos, en relación al comportamiento y la vida (“la belle époque”) del autor de “La arboleda perdida” y su mujer, Mª Teresa León. Según Trapiello, tirando de declaraciones de entonces, la pareja vivió una suerte de idilio durante la guerra, viviendo en el palacio de los marqueses de Heredia Spínola. La propia

Mª Teresa León, decía en sus memorias: “Los mejores años de nuestra vida”. Azaña la llamaba “La señorita Mª Teresa” y creo que el otro día, Alfonso Guerra, al referirse a la ex ministra de Sanidad como “Señorita Trini”, recordaba el calificativo irónico de Azaña, más que el machismo, aunque nadie se enterara. Muchos menos la concernida. Bergamín, contundente y corrosivo, dijo de Alberti: “Mandamos al exilio a un joven poeta, y nos han devuelto a una puta vieja” ¡Y eso que no vio los abrazos “de tango” que se diera con Jose Mari… el de las Azores y boda de Escorial! Para celebrar el centenario del nacimiento de Miguel Hernández -en el otro extremo del coraje, la honestidad y la polémica-, cuentan que cuando M. Hernández, a su regreso del frente de batalla, visitó a los Alberti en su palacio y sobre la mesa encontró los restos de un banquete, el poeta se encolerizó de tal manera, recordando el hambre y las miserias de sus camaradas del frente, que, dirigiéndose a una pizarra, escribió: “Aquí hay mucho hijo de puta y alguna puta”. Mª Teresa León, que se sintió aludida, se acercó a él y le propinó un puñetazo que le partió un diente. Quizás esa afrenta fuera la causa por la que M. Hernández no se montó con ellos en la avioneta en Elda, que a los Alberti llevaría a Orán y al exilio… y a Hernández a la muerte cruel y despiadada del penal de Alicante. Además, el libro está escrito con maestría y emoción. Escuchen estas palabras camino del exilio pirenaico: “Un ejército y un pueblo desgarrado, acosado por los vencedores, cruza bajo la nieve la más triste frontera de la tierra: la de la derrota. Los hombres, sin afeitar, tienen miradas como de vidrio: a muchos se les han helado las lágrimas antes de derramarse…” Lo dicho: ¡Una joya literaria! Sin lugar a dudas, la mejor recomendación para estas largas tardes de otoño –“estos días azules y este sol de la infancia…”de estufa y nostalgia.


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