10 04 2017 El Correo de Andalucía

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/ SEMANA SANTA / Tribuna Francisco Vázquez Perea

Porque para recordarte no quiero hacerlo en la plazoleta de la hermandad ni en tu casa ni en nuestros encuentros, actos o esquinas donde tirábamos los relojes. Sino en aquel portal, frente a Las Columnas

Rodrigo Caro, 2

S

onará esta noche el último himno Real y la última marcha en la Puerta de los Palos cuando mande el capataz de la Virgen de las Aguas izquierda alante hacia su regreso, con el latido de sus bambalinas saltando de gozo como una conclusión teologal al dolor que la ha precedido. Y cuando la Reina del Museo empiece a girar la natural ternura de su cara, piel viva en el agua fresca en que se lava, sé que lanzará en ese instante una fugaz mirada Mateos Gago arriba, hasta la esquina de Rodrigo Caro, sin que nadie seguramente lo advierta. Es una larga historia que a Ella esta noche le provocará un secreto e inadvertido repeluco. Uno de sus protagonistas estará hoy también en la mente de todos los cofrades, Manolo Toro. Apagada definitivamente su voz de las emisiones de Saeta y la genialidad de su singular oratoria… en toda cena que se preciara su intervención era la más esperada. Como lo fue y tanto su Pregón del 79, con pellizco, con música, con rumor de calle adornando la filosofía humana, cristiana y cofrade que discurría por debajo de sus cuadros y escenarios. Hermano de honor de esta cofradía de la Sagrada Expiración pero mucho más que eso. Maestro indudable de la generosidad, hombre de bien, de paz, pasó haciendo el bien por el mundo de las Hermandades con lo difícil que eso resulta. Manolo te abría el compás de su saludo en cada encuentro, siempre, con un «déjame que te diga, niño…» mientras enterraba media mano en el bolsillo de su chaqueta cruzada, añadía una socarrona sonrisa dibujada más con los carrillos que con los labios y te regalaba el fondo y la forma de su impagable tertulia. Genio y también figura: su envidiable cabeza intacta de cabellos, dandy sin narcisismo, y su cariño a borbotones hacia todas las Imágenes, hacia todas las cofradías, hacia todos los cofrades. El que estos se lo devolvieran con admiración y reconocimiento lo dice todo… Dios, ¿cómo se hace esto? ¿Cómo que no estarás esta Semana Santa en el balcón de Sierpes de todos los años, Manolo Toro? Ni hoy en tu sitio de Lunes Santo en tus filas nazarenas del Museo, con los tuyos. Igual que cada año te seguíamos esperando en aquel puesto de diputado de banda que hace mucho dejaste, igual te seguiremos buscando hoy entre los negros capirotes aun a sabiendas que ya no estás. A ver cómo nos lo explicas. Esta vez no te van a valer tus bolsillos repletos de tiras manus-

El Correo de Andalucía Lunes, 10 de abril de 2017

A ti, Manolo, a quien como un padre en lo literario siempre consideré y lo digo porque me correspondiste siempre con el afecto que solo a un hijo se tiene

critas con ideas que sacabas al capricho del azar, que era el Word artesanal con que te adelantaste a la informática y que no pudimos imitarte porque tu maestría estaba en saberlas engarzar con la lógica de un discurso y con tus regateos gramaticales que ponían en pie nuestra emoción al escucharte describir por ejemplo estos andares de tu Virgen de las Aguas: «Sl son de tu marcha, pian, pianito, como qué se yo, con andares inigualables tuyos y Tu vámonos, vámonos, que se me va el Hijo, camino de la Capilla…». No se cómo dispondrá tu luto la hermandad porque con muy significativas bajas se presenta este año ante el senado popular hispalense, empezando por dos de sus recientes y sucesivos números uno. Lo que sé es que uno de estos fue el que un día nos presentó y desde entonces mis letras no han hecho otra cosa que intentar inútilmente repetirte cuando a ver si me entero, carezco de tus dotes. Fue en aquella Feria del Libro del 73, donde además me regalaste el Funerales para una Virgen de Lanzagorta, Canales y Estrada mostrándome una literatura de la Semana Santa muy distinta a la convencional. Llovía sobre mojado porque aquello tuyo oído pocos días antes en la Cope, también a raíz del fuego del Cachorro, nada tenía que ver con las rimas y los ripios primaverales al uso: «Me lo avisaron. Dios dijo. Se ha quemado la Virgen del Patrocinio…». Yo sé que tu familia me tiene generosamente como uno de los vuestros pero a ellos les faltas en su día a día y yo te continúo teniendo en tus escritos, los publicados y los inéditos que en tu despacho me facilitabas o los que transcribía con fervor, a golpe de tecla de viejo magnetofón de la radio o los pregones. Qué de autores me descubriste y qué de consejos en tu despacho. ¿Te acuerdas, la vez que le

puse tilde a un olé y me corregiste fraternalmente «que el ole no lleva acento / que si alguna vez lo tuvo / se lo llevó entero el viento»? Tu Virgen de las Aguas –su toca, su albura, su manto, su paso, sus camelias, todo trasmina dulzura– estará casi vuelta ya en su paso esta noche hacia Placentines cuando esa sonrisa que decía al principio, seguro, le acabe de poner más juventud aun en su rostro de niña. ¿Por qué allí? Porque para recordarte no quiero hacerlo en la plazoleta de la Hermandad ni en tu casa ni en nuestros encuentros, actos o esquinas donde tirábamos los relojes. Sino en aquel portal de Rodrigo Caro, 2, frente a la taberna de las Columnas donde ese otro hermano del Museo que nos presentó y tú coincidíais hace más de medio siglo recogiendo a vuestras respectivas y vecinas novias. Aquel portal de Rodrigo Caro, 2, del barrio de Santa Cruz donde por cierto arañó unos ahorros a su jubilación al final de su vida, roto su pecho de tantas florituras de sus dianas a caballo, el maestro trompeta artillero Rafael Macías, gloria de la música procesional sevillana que por eso no quisiste olvidarlo en tu Pregón. Aquel portal de Rodrigo Caro, 2, donde parece que os acabáis de citar hace unas semanas los dos otra vez, esta vez para subir algunos pisos más arriba, mucho más arriba, más arriba, donde vuestros titulares de la decana del Lunes Santo ya no están ni clavado en una Cruz ni con un pañuelo de lágrimas en la mano. Tú, qué cosas, hermano de honor y él hermano número uno, de una misma hermandad cuya Virgen cómo no va a lanzar un gesto, un suspiro de gratitud por esta curiosa historia de Rodrigo Caro, 2, que terminó tan ejemplarmente a sus plantas. Claro que a Ella no le faltáis como dolorosamente a nosotros, Ella os tiene a su vera ahora. Si no fuese por aquel portal de Rodrigo Caro, 2, yo no estaría en este mundo. Porque a ti, Manolo, a quien como un padre en lo literario siempre consideré y lo digo porque me correspondiste siempre con el afecto que solo a un hijo se tiene, a ti te llevaré esta noche como un mordisco de ausencia en el alma. Pero es que él, ese otro hermano del Museo en cuya compañía te has ido a ese cielo –«¿no va a ser bonito el cielo de Sevilla si lo miran mi Cristo de la Expiración, mi Virgen de las Aguas?», decías–, ese otro hermano del Museo que fue quien nos presentó en la Feria del Libro del 73… era mi padre. Y, fíjate, siendo doble motivo para una necrológica de crespón negro en sus varales, prefiero en estas líneas dejar apuntado mejor el gozo de adivinaros esta noche, cuando la vea a Ella en su palio de regreso, en esa sonrisa iluminada que apenas nadie percibirá. La que le habrás puesto, le habréis puesto los dos en su bellísimo rostro, seguro, al salir de la Catedral y devolveros por un instante a aquel comienzo de la historia que empezasteis a escribirle en Rodrigo Caro, 2. ~


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