Revista El Cóndor Febrero 2017 Parlamento Andino

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Editorial

Carnaval: Libertad e igualdad Antonio Morales Riveira Antropólogo y periodista colombiano Son muchas las fiestas carnestoléndicas en nuestros países andinos: Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú, desgranan por estos tiempos, maravillosas celebraciones indígenas, sincréticas, pura savia cultural de siempre y para siempre, porque los pueblos se consolidan en la dicha. Pero casi todos nuestros países andinos tienen costas: la pacífica de Chile y Perú, las tropicales de Ecuador. Y, en Colombia, a esa andinidad ancestral, se agrega nuestro Caribe. ¿De dónde viene, por ejemplo, en Barranquilla, su carnaval inmortal? Barranquilla, siempre fue cruce de caminos improbables y mucho antes de ser villorrio, poblado o municipio, la ciudad fue, y sigue siendo, sustancialmente un “Sitio de libres” como se le conoció entre las brumas del siglo XVII, doscientos años antes que fuera la ciudad recostada contra las Barrancas de San Nicolás en los terrenos coloniales de la antigua hacienda de Camacho. En la capital del Atlántico, se prende el mechón singular de las festividades y las celebraciones, se desata el rio carnavalero, hermano siamés del Magdalena, que también se precipita en tropel en las aguas ebrias del Caribe en estos tiempos de asombro, cuando el chillido de la flauta de millo se instala en el encéfalo urbano donde retumban también las tamboras y los acontecimientos de la felicidad colectiva. En Barranquilla en tiempos de carnaval pareciera que los horrores de las diferencias no existieran, así, en el fondo, la rueca de las contradicciones sociales también muela a la gente y Curramba en ese sentido, sea tan dolorosamente colombiana como cualquier otra ciudad. La sociedad de esta ciudad logra en la imaginación, pero lo logra, borrar fronteras de clase, raza o religión, de tal modo que las relaciones entre las gentes incluyendo todas las diversidades, no pasan ni por la hipocresía, ni por la zalamería. Pasan, más bien, por una cierta fraternidad que hace que el portero sea un igual al señorón, y que, el vendedor se parezca culturalmente al gerente.

Esa “igualdad” está sustentada justamente en la historia de la ciudad que por ser un cruce entre las coloniales Santa Marta y Cartagena y un inicio de camino hacia el interior del país colonial de antaño por su vía natural del Magdalena, unió espontáneamente las gentes que evadían como acto de conciencia el determinismo de las autoridades coloniales españolas. Negros, muchos negros cimarrones evadidos de la esclavitud, indígenas liberados por vocación propia de las encomiendas, caminantes, artistas perdidos en la aventura de la dromomanía, comerciantes, contrabandistas, malandros que desde el siglo XVII se fueron juntando y viviendo en este arenal fértil e incondicional. Barranquilla era tan libre, que durante centurias ni aparecía en los mapas, ni estaba sujeta a la administración colonial, acá no había leyes (anarca siempre la pelada Curramba) ni siquiera había nacido en torno a una plaza española sino alrededor de un vacilón, ni mucho menos obedecía a la arquitectura cuadriculada. Barranquilla se fue dando, creció salvaje, espontánea, desordenada como una adolescente lasciva y echá p´alante. Vino la modernidad, llegaron como siempre otros inmigrantes, asiáticos, europeos, árabes. Y, a ese original conglomerado de bacanes y bacanas se le unieron nuevas sangres, ideas y creencias que de todos modos nutrieron los arroyos mentales de la urbe que se fue consolidando. Pero siempre permaneció y permanece, el espíritu de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que hace que por lo menos en la metáfora, acá la gente se sienta igual, o menos excluida de la vida cotidiana por los poderes. Que la gente se trate juntándose los codos, sin el nauseabundo respeto de la venia. El propio Carnaval nació en el siglo XIX justamente para catalizar toda esta identidad en un solo acto de frenesí de libertades, en una emancipadora cumbiamba año tras año. Esta fiesta de la cultura barranquillera de la cercanía y el roce, se alimenta de sí misma, se nutre de risotadas y extravagancias. Actúa como embudo por el cual se cuela la vida, hecha de zapotes y sudores, de fritos y mapalés…

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