El Cantor edición 12.

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Ella cuelga de un gancho. La sostiene la atadura de sus muñecas. Se balancea desnuda mientras la escucho llorar. Me acerco y le toco los pechos, siento todo su cuerpo sudoroso “No es bueno eso que estás pensando”, le digo “Si me patearas tendría que cortarte las piernas… No sería la primera vez que tengo que hacerlo. La práctica me ha vuelto más hábil; ya lo hago más rápido y cauterizo sin mayor problema, pero te aseguro que no te va gustar… así que, mujer, no es bueno eso que estás pensando.” Me meto entre sus piernas y su vulva queda en mi boca mientras sus muslos descansan en mis hombros. La empiezo a comer, y aunque trata de no disfrutarlo, termina por ceder. El llanto se convierte en gemidos, sus muslos se tensan y siento cómo palpitan cerca de mi cuello mientras mi lengua la recorre completa, saboreando, absorbiendo, chupando y siempre volviendo al punto que la pone inmóvil en un espasmo que lo detiene todo. Sus pliegues húmedos se inundan y se desbordan: escurre sobre mi abdomen y sus fluidos llegan hasta mi verga que quiere reventar, así que me empiezo a masturbar mientras le aprieto los pechos y no dejo de probarla, hasta que todos sus orgasmos terminan en el suelo, junto con los míos. Luego me derrumbo en una silla y la escucho hasta que se queda dormida. Colgando, prácticamente inerte como los otros cuerpos detrás de ella. Son cinco las que aún se distinguen: Las otras siete se han ido cayendo a pedazos y desapareciendo con el paso de los días. Todas están a tres metros de distancia, una detrás de la otra, y aunque nunca una ha podido ver a la anterior, el hedor les deja las cosas claras. El día que el general me contrató me explicó lo

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HIT THE ROAD

»»Israel Landeros 17/10/2012


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