Ana Ilce Gómez, la poeta y su obra

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Domingo 5 de noviembre de 2017

“La que escribe no soy yo, sino la otra” Una edición especial dedicada a la poeta Ana Ilce Gómez y su obra


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EL MENÚ

La grandeza de Ana Ilce Esta edición está dedicada

DOMINGO, 5 DE NOVIEMBRE DE 2017

ÍNDICE Valeria

4 Ceremonias del silencio: una experiencia poética

El mundo se apaga cuando mi niña duerme Cuando despierta la armonía se enciende.

a la poeta Ana Ilce Gómez, oriunda de Monimbó y quien murió el 1 de noviembre a causa de cáncer. Dos propósitos tiene este suplemento: rendirle tributo

7 Ana Ilce y su esencia lírica

y que se conozca su obra. Gómez es autora de dos únicos poemarios, Las ceremonias del silencio (1975) y Poemas de lo humano cotidiano. Este último ganó el Premio Único de Poesía Escrita por Mujeres Mariana Sansón, en 2004.

8 Apuntes —a vuelo de pájaro— sobre la poesía de Ana Ilce Gómez

Reloj de arena Medir el tiempo es el quehacer de los que no han amado. Yo olvidé la arena que caía grano a grano a grano. Así cumplí con el amor. Si se me llega la hora no sabré si es mi llegada o mi partida, sólo sé que sin treguas en la vida pagué lo que el dios de fuego me cobró.

ama del día Yo soy la suma de todas ustedes, mujeres encerradas en la Biblia con sus sencillas o cruciales historias. La suma de todas las que andan sueltas por el mundo haciéndolo más claro o más liviano. De ustedes vengo. De las fuertes, las vírgenes, las grávidas, las que pagaron caro, las esclavas. Vengo de la caracola convertida a través de los siglos en doncella, de la piedra estrujada que luego devino en cuerpo de alfarera. La voz de ustedes es mi voz, mujeres lejanas mujeres de mi tiempo por ustedes canto y brillo como la más simple de todas las estrellas. Yo soy la suma de todas ustedes hilanderas, amantes, agoreras, de la historia de ustedes nace el río inacabable de mi pelo, por ustedes canto y oficio la liturgia estremecida del poema, sabias mujeres que me sucederán luego descabelladas tercas increíbles mujeres amas absolutas de las cenizas y del fuego.

Solicitamos a escritores nicaragüenses textos que se han escrito sobre ella. Pedimos a su hijo Marco Barreto fotografías para graficar estas 12 páginas y nuestra diseñadora Katherin Ballesteros realizó las ilustraciones que acompañan los textos. Esto es solo un poco de lo mucho que nos dejó Ana Ilce.

12 Ana Ilce Gómez: poesía y misterio

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TALITA CUMI Ana Ilse Gómez, poeta entre los grandes, déjame decirte como en el Evangelio de Marcos: “Talita cumi” despiértate mi niña. Erick Blandón Guevara


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ANÁLISIS

LAS CEREMONIAS DEL SILENCIO:

UNA EXPERIENCIA POÉTICA

A Francisco Ruiz Udiel MSC. VICTOR RUIZ

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n mi experiencia poética con “Las ceremonias del silencio” de Ana Ilce Gómez, muchas veces me he preguntado las razones por las que constantemente vuelvo a las páginas de este poemario. Debo confesar que pocos son los libros de poesía nicaragüense a los que regreso con esa misma pasión del primer encuentro, leer es tan necesario como respirar, pero es un acto de amor el que nos conduce nuevamente a la intimidad de la relectura. De esa primera experiencia me quedó la impresión de que “Las ceremonias del silencio” reivindicaba una poesía que exaltaba la rebelión interior frente al trepidante bullicio exterior, con este libro Ana Ilce Gómez se sumaba a esa tribu de poetas silenciosos como Carlos Martínez Rivas y su “Insurrección solitaria”, Ernesto Mejía Sánchez y “Ensalmos y conjuros”, Álvaro Urtecho y su “Cantata estupefacta”, y un poco más cercanos, pero no por eso menos importantes: Alejandra Sequeira y su “Quien me espera no existe”, Francisco Ruiz Udiel y ese canto desgarrado en “Alguien me ve llorar en un sueño”. Poetas de profundidad emocional, J. M. Cohen diría que en ellos no hay “una exploración superficial de la naturaleza o de la sociedad, sino un descenso a las profundidades de su propio corazón”. El tiempo y el yo son los temas principales de estos autores. De ahí entonces que un ya lejano artículo sobre la poesía de Ana Ilce Gómez, Beltrán Morales dijera que: “Las ceremonias del silencio” bien pudo llamarse Las ceremonias del amor o Las ceremonias del tiempo. A ese grado resaltan en el poemario la eternidad del tiempo y la fugacidad del amor.”

El tiempo, el amor, la mujer y la poesía, vistos no como motivos comunes a todo poeta o individuo, sino como experiencia personal; la poesía de Ana Ilce Gómez está más emparentada con los poetas de la meditación que con la tradición literaria hispanoamericana; en ella está ausente la exuberancia verbal de Neruda, la dislocación sintáctica de Vallejo y la maquinaria metafórica de Huidobro; lo que caracteriza su estilo es la austeridad y precisión léxicas. En “Las ceremonias del silencio” la palabra se encuentra en comunión con el pensamiento, y será esto lo que precisamente defina su poesía: leer a Ana Ilce Gómez es entrar a un espacio poético en el que se nos revela un conocimiento, una experiencia, en ella se cumple lo que Gastón Bachelard nos dice sobre el instante poético: “La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo. Si sigue simplemente el tiempo de la vida, es menos que la vida; solo puede ser más que la vida inmovilizando la vida, viviendo en el lugar de los hechos la dialéctica de las dichas y de las penas.” (Gastón Bachelard—La intuición del instante) Por eso es que la poesía de Ana Ilce Gómez tiende más al silencio que al furor verbal, porque solo en el silencio se puede dar ese viaje hacia la interioridad, de donde saldrá esa visión personal del tiempo, el amor, la mujer y la poesía, es decir, esa visión del universo al que aludía Bachelard. Poética de la meditación y de la experiencia, “Las ceremonias del silencio” está teñida por ese halo reflexivo que encontramos en poetas como Dickinson, Yeats, Rilke, Eliot, Antonio Machado, Cernuda, Biedma, entre otros… Para estos autores el acto poético es una forma de autoconocimiento, de ahí que el monólogo sea el recurso preferido para bucear en las aguas oscuras del pensamiento.


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ANÁLISIS En “De sombras y soles incendiada”, que para mí es su ars poética, Ana Ilce resume los temas obsesivos que permearán su poesía:

Cuando yo era una muchacha cabellos al viento, ojo descubriendo apenas el borde la luz de la mañana, de labios romos y diente no afilado por el dolor de las palabras. Cuando mis pies solo sabían de las calles polvorientas de mi pueblo, y mi corazón como un río detenido se asomaba a la vida y la miraba allá lejos deslizarse, correr entre los hombres, apretujarse amorosa contra el tiempo, o subir a los árboles desde donde caía lentamente como un pájaro ahogado sobre los grandes charcos de la tarde. Cuando mi edad era tan solo una palabra, un invierno debatiéndose triunfante contra el moho, y en mi pecho no había más cabida sino para un amor tranquilo como el agua tranquila de los pozos. Entonces no presentía en mí la mano que comenzaba a dibujar el canto, ni el pie desesperado trazando surcos de vida para el hombre, ni a esta mujer que hoy soy, de sombras y soles incendiadas, sitiada por el fuego del amor, ulcerada por la pasión de la palabra. Como se observa en el primer verso el “yo” es el epicentro de la evocación poética, lo que se nos presenta luego es el resultado de ese auscultar en la interioridad y en el paso del tiempo. En la primera estrofa se nos da la imagen de esa muchacha que al descubrir la luz de la mañana descubre también el dolor de las palabras, es decir, de la poesía. En la segunda estrofa la misma muchacha ahora se asoma a la vida y conoce el amor, apretujada a este se rebela contra el tiempo. En la tercera estrofa encontramos el motivo de la palabra y del amor, no hay diferencia entre ellos: tanto el acto del amor como el de la poesía son armas contra el moho o el tiempo. De ahí que en la cuarta estrofa, que es un regreso al instante de la evocación, el yo de la primera estrofa se nos presenta como la mujer que dibujaba el canto y trazaba las líneas del amor, estas dos acciones son las que configuran su yo actual, es decir, la mujer que se ve en el pasado y reconoce que su vida ha estado sitiada por “por el fuego del amor, / ulcerada por la pasión de la palabra”. Como vemos, básicamente los temas de este poema son el tiempo y el yo, subordinados a estos: el amor, la mujer, la poesía. En “Esa mujer que pasa”, poema enigmático por su reticencia, se plantea una serie de preguntas que indagan sobre la identidad mujer que pasa:


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¿Quién es esta mujer que pasa, esta sombra, esta noche? ¿Quién conoce su nombre? ¿Quién la nombra del otro lado de la nada para nada? ¿Quién es esta mujer que pasa y no deja nada de sí? Solo su paso rueda en la noche, Solo su voz. El énfasis en el acto de pasar y los dos versos finales nos dan la clave para la revelación poética: la mujer se mueve en el tiempo, es el tiempo que la nombra del otro lado de la nada para nada, porque el tiempo es el gran anonimizador, nos borra los nombres y la identidad, sin embargo esta mujer que pasa deja algo tras de sí: su voz, su poesía, y esto es lo que la define, lo que le da identidad. En otro poema, “El amor viene conmigo”, la poeta vuelve al monólogo, al yo retrospectivo y a esos temas constantes en su poesía: el tiempo y el amor: “Desde lejanos tiempos el amor viene conmigo. / Como un gato silencioso / me viene persiguiendo a través / de tardes hueras y cenagosos días.” El amor se presenta como un sentimiento constante en todos los momentos de su vida, pero no es algo que se llama, sino que se impone como una condición inherente a la vida, el amor también es visto como una dualidad, “…el amor es doble: es la suprema ventura y la desdicha suprema” nos dice Octavio Paz, o, como dice Ana Ilce Gómez, es canto de gloria y honra fúnebre. La conciencia de la transitoriedad del tiempo y el amor confiere a los poemas de Ana Ilce Gómez una actitud escéptica frente a la vida. “Calle de verano”, “Carta” y “Ella, la recién nacida” son claros ejemplos de esta característica. En el primer poema tenemos como protagonistas a unos niños vistos desde su infancia y desde su vejez, el paso del tiempo se evidencia a partir de la enumeración caótica, en esta enumeración el tiempo transcurre y el alma se pone del color de la tierra, la tarde se encorva y la cal del aire blanquea las sienes (de los niños), la vida es un animal muerto tendido bajo el cielo, el tiempo ha transcurrido y ha barrido con ella la infancia de los niños, ahora ellos regresan bajo el mismo arco de la tarde del que partieron, al final lo que queda son piedras. En “Carta” el protagonista es el amor, este se presenta como un acontecer doloroso porque es arrastrado por el tiempo que es la marejada que todo lo arrastra y lo sepulta en el olvido. En “Ella, la recién nacida”, la muerte es vista como nacimiento, un reino de luz, al contrario la vida es considerada una “honda noche que se alarga”. Ese triunfo de la muerte sobre la vida o, mejor dicho, del tiempo sobre la voluntad de vivir aparece más claramente en el poema “Letra viva”: Vamos en viaje con la vida. Todos adultos y yo como pollo recién salido de la cáscara. Venimos de un punto harto verdadero a errar a esta calle imagi-

naria. Y no, no resucitaremos como Lázaro. Atrás el profeta, la sibila délfica, y el nigromante porque solo ha de triunfar la zarpa y el dentellazo puro de la muerte. Entre tanto a mí dénme el reposo, el hosco sello de mujer con el hombro que sostenga la poronga de agua nueva y recién hecha. Que al fin y al cabo, nuestro único será esto: El horror a la fosa común, la espalda inadecuada para el golpe que nos ha de partir. Como vemos, la vida es viaje por una calle imaginaria (concepción cristiana de la vida, por tanto, escéptica) en el que lo único que triunfa es la muerte y la único dominio que tenemos en la vida es la certeza de la muerte y el miedo que le profesamos a la tumba. No obstante, Las ceremonias del silencio también refleja una lucha contra las furias y penas del tiempo. Octavio Paz, en uno de los mejores poemas que se han escrito sobre la rebelión del amor, nos dice:

… amar es combatir, si dos se besan el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan alas en las espaldas del esclavo… amar es combatir, es abrir puertas, dejar de ser fantasma con un número a perpetua cadena condenado por un amo sin rostro; (Octavio Paz—Piedra de sol) A su vez Ana Ilce Gómez en “Reloj de arena” dice: Medir el tiempo es el quehacer de los que no han amado. Yo olvidé la arena que caía grano a grano a grano. Así cumplí con el amor. Si se me llega la hora no sabré si es mi llegada o mi partida, solo sé que sin treguas en la vida pagué lo que el dios de fuego me cobró. En este poema la vida sin amor no es más que un esperar que el tiempo nos arrastre al abismo de la muerte. Amar nos redime de la transitoriedad y las largas cadenas del “tiempo carnicero” que se precipita “grano a grano a grano” sobre nuestros cuerpos. “Somos tiempo y no podemos substraernos a nuestro dominio” nos sigue diciendo Paz, pero amar “es una victoria contra el tiempo”, es ese instante en el que tomamos conciencia de la fugacidad de la vida y del amor, por eso es que la poeta “sin tregua en la vida / pagué lo que el dios de fuego /me cobró” En “Extraña multitud” el amor es sospechoso de un crimen:

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ANÁLISIS Los ojos de esa extraña multitud persiguiéndome en la noche cerrándome los sitios acusándome de haber cometido el amor. La plena conciencia del paso del tiempo y la fugacidad de la vida confiere al ser su condición de libertad. Los amantes son sospechosos porque se saben libres, al amar saben que han iniciado una lucha contra el tiempo, se saben dueños de esa pequeña porción que el dios del fuego les otorga. De ahí que la extraña multitud, esos seres anónimos que cuentan su vida grano a grano y están sujetos al “tiempo carnicero”, los persigan, cierren y acusen. En Ana Ilce Gómez también hay plena conciencia de su condición de poeta. Más que un don, la poesía aparece como un padecimiento dichoso:

CORTESÍA/MARCO BARRETO

CORTESÍA/MARCO BARRETO

El poema es una puerta por donde se cuelan adioses aguaceros testamentos de amor y rencores tiernos.

Ana Ilce Gómez y sus hijos: Marco Antonio y Valeria.

El poema puede ser un abismo Un racimo de espaldas Una medusa amenazante en el fondo de su mar. Solo hay que saber cuándo adueñarse de esa luz O quedar ciegos para siempre. En el poema puede filtrarse la celebración del amor o los “rencores tiernos” que este nos deja en su testamento. El poema puede ser entonces una oda llena de luz o una elegía que “nos ciega para siempre”. En el último poema de “Las ceremonias del silencio”, la poeta echa andar a sus poemas al mundo, porque no será ni su nombre ni rostro lo que la definirán después de su muerte, sino su voz. La poesía también es una lucha contra el tiempo porque en ella actúa el instante de la creación y el instante de la lectura. En el acto poético el poeta se inmortaliza porque sabe que de alguna manera ese intervalo en el que fue concebido el poema será revivido en la lectura de unos labios anónimos, por eso es que Ana Ilce Gómez cierra este bello poemario con estas palabras que son un canto de amor a la poesía: “No moriré al morirme”.


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ANÁLISIS

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Extrae, con excruciante necesidad, de la médula de sus huesos, la creación poética.

J.C.U.

ANA ILCE GÓMEZ Y SU ESENCIA LÍRICA ÚNICA MUJER incluida en la antología bilingüe de Steven F. White, Poets of Nicaragua (1982), Ana Ilce Gómez (Masaya, 28 de octubre, 1944) ha sido unánimemente reconocida como la poeta de mayor esencia lírica de su generación. JORGE EDUARDO ARELLANO SINGULARIDAD ABSOLUTA

Dos fueron los poemas de Gómez seleccionados por White: “Calle de verano” y “Furiosos pájaros”, más el prosema “Letra viva”, en el que traza su agónica errancia por el mundo, porque solo ha de triunfar la zarpa y el dentellazo puro de la muerte. Pero reclama su opción vital: A mí denme el reposo, el hosco sello de mujer que sostenga la poronga de agua nueva y recién hecha. En efecto, desde sus inicios su voz fue novedosa y de singularidad absoluta, madura y sabia técnicamente hablando. Y con esta divisa: sin alzar ––como otras poetas surgidas después–– la bandera feminista, la insignia del erotismo o el estandarte revolucionario. CMR, ROBERTO CUADRA Y YO

Desde pequeña ––confesó en una entrevista a principios del 64–– escribía. Tomé en serio el asunto cuando me vine a Mana-

gua y conocí al poeta Carlos Martínez Rivas, quien me alentó y enseñó muchas cosas para ejercer el oficio. Roberto Cuadra también la impulsó y promovió, conmigo, en Novedades Cultural. Del 25 de julio y del 10 de octubre del 65 datan, respectivamente, nuestras notas de presentación. En la mía afirmé que con sus muestras poéticas iniciales superaba a todas “las anteriores y abundantes pedorras liricoides”. A partir de esa fecha, me enamoré de Ana Ilce; pero ella restringió nuestra relación a la de hermano fraternal. PRESENCIA EN POESÍA JOVEN NICARAGÜENSE

Yo la escogí, junto a Michèle Najlis ––otra sorprendente voz que le precedió uno o dos años–– para representar a la generación del sesenta en la antología canónica que compilé y anoté en 1971: Poesía joven nicaragüense. Cuatro poemas confirmaban su calidad: “El otro día está aquí”, “En Sorgono”, “Estoy sola ahora” y “Nada hace falta ni sobra” (1967), glorificación de la unidad amorosa e indisoluble con sus progenitores:

“Las ceremonias del silencio” (1975), financiado por el Banco Nacional de Nicaragua, donde laboraba cercana a Juan Aburto; y bajo el prestigioso sello editorial El Pez y la Serpiente. De ahí que haya gozado del merecido padrinazgo de Pablo Antonio Cuadra y del mismo Aburto. En su penetrante prefacio, PAC la llamó “La hilandera”, especificando: Abajo ––en tierra–– la hilandera del amor. Arriba –– en el taller nocturno–– la tejedora del mito. Verdugo y víctima. Judicial y sáfica. Leyéndose su sentencia. Pero salvándose de su cadalso poema a poema. Por su parte, Aburto –– en la contratapa de “Las ceremonias del silencio”, escribió: La solitaria Ana Ilce, perdida en lo recóndito de la provincia de su Masaya natal y extraña a cenáculos literarios, como un secreto ritual y asistida por un sentimiento de su raíz aborigen, fue construyendo el mundo de su poesía inmensamente dramática y humana, en una verdadera ceremonia del silencio. JUICIOS DE BELTRÁN MORALES

Como era de esperarse, Beltrán Morales ya había distinguido la poesía de Ana Ilce Gómez en su comprimido panorama: “Poesía última nicaragüense” (febrero, 1973). De ella –– afirmó–– “cabe asegurar que es la mujer que con mayor inteligencia ha escrito en Nicaragua, sin que esta inteligencia haya opacado su definida feminidad”. Además elaboró, si no la única, la más acertada reseña del primer poemario de Ana Ilce, reproducido en la segunda edición ampliada de 1989: Sin gritos ni estridencias, y desplegando conciencia artesanal, ella alcanza una verdadera igualdad en la jerarquía de los sexos. Se trata de una poesía ––la misma Ana Ilce lo dice– – ulcerada por la pasión de la palabra. Su poemario resalta la eternidad del tiempo y la fugacidad del amor. Resalta también el dominio del poema en prosa que, entre otras cosas, asegura la permanencia de la poesía de Ana Ilce Gómez. Esta permanencia la demostró en su segunda obra, igualmente tersa y diestra, límpida y mesurada: Poemas de lo humano cotidiano (2004), premio único del Concurso Nacional de Poesía escrita por mujeres Mariana Sansón. El poema “Máscara del insomnio” es uno de sus más significativos. Dicen sus últimos versos: Toda mi vida anticipada. / Mis angustias sobre

Padre y Madre, llenan el pueblo. Lo demás / sobra. Lo demás no hace falta para afianzar / remates de esta casa. / Si madre con ademán de lince preside mis más / escondidos pensamientos, / si padre llámame a la mesa y yo / como volviendo de otras puertas me acerco / y beso / los pliegues infinitos de sus años; / y si estamos los tres / regocijados uno contra el otro / y a horcajadas del tiempo / aguámosle fiestas a la tuerce, / entonces, / nada hace falta ni sobra / porque ya nuestro amor está completo.

la rueda infinita de la existencia. / Mi amor y mi dolor. / Toda la brevedad convertida en eternidad. / A través de esta larga y recu-

PADRINAZGO DE PAC Y JUAN ABURTO

No cabría en este ensayo registrar la presencia integral de Ana Ilce en las numerosas antologías de poesía nicaragüense contemporánea y en algunas latinoamericanas, ni toda la

Ella aún no había editado poemario alguno. El primero fue

rrente noche / de insomnio. COMPRENSIÓN DE ANASTASIO LOVO

recepción crítica que ha suscitado, ni a sus autores, excepto al más comprensivo: Anastasio Lovo. “La poesía de Ana Ilce Gómez ––anotó este poeta y crítico–– posee la virtud de ser un don capaz de trasmitir el de la gracia y otorgar otros dones”. Entre ellos, asumir el silencio como matriz cósmica y reasumir, con plenitud y pulcritud, los eternos temas axiales del quehacer poético: el amor, el tiempo, la muerte y la misma poesía. No todos sus poemas, pero sí los más logrados caben dentro de estos ámbitos. Por ejemplo, “El otro día está aquí”, escrito en 1965 a sus 21 años e inserto en Poesía joven nicaragüense: Nadie diría que hemos envejecido.

Nadie sabe / cuánto tiempo ha pasado. / Él todavía tiene cabellos oscuros en las / sienes, aquellos cabellos largos café negro / que como cortinas le caían en la frente. / Es joven. No parece un hombre de 50 años. Ni yo / una mujer de 45. Ayer / por la calle alguien me preguntó / por nuestros hijos. No los tenemos. / Solo tuvimos un precioso jardín con la estatua / del Dalái-Lama en el centro / y una fuente en la que él y yo nos / asomábamos con el agua clara formando pequeños / remolinos que giraban / hasta hacernos perder la cabeza. Por allí / pasaba el verano y el invierno. El polvo que / venía del norte diciendo cosas tristes / y luego los charcos que se secaban, recordándome / sus años y los míos. / Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él / que un beso mío. Me he retirado de aquel / dulce paisaje de la vida; he olvidado la / suave cortina de sus cabellos cayéndole en la frente / y por el antiguo jardín miro pasar las densas / polvaredas, es el oro –– me digo–– / y luego los charcos que se secan ––es la edad–– / ¡Ah! ¡pero yo fui una chica de veinte años / que plácidamente soportaba el amor y el tiempo! INCORPORACIÓN A LA ANL

Diré, finalmente que ––precedida de Rosario Aguilar–– Ana Ilce fue la segunda mujer que ingresó como miembro de número a la Academia Nicaragüense de la Lengua, porque representa dignamente la poesía escrita por mujeres en nuestro país. Esta decisión fue tomada el 29 de septiembre de 2005 Julio Valle-Castillo contestaría el discurso de la recipiendaria el 12 de julio de 2006 enumerando su temario: abismo, adioses, rencores tiernos, testamentos de amor, racimo de espadas, luz o ceguedad, entre otros aspectos de su poética parca e intensa. Cuando le informaron de manera extraoficial su admisión en el cenáculo letrado, ella recibió la noticia con asombro. “Mi actitud interior fue la de no aceptación, por mi naturaleza un poco retraída y silvestre” ––comentó. No obstante, aceptaría el honor desde su responsabilidad de escritora, ya que constituía no solo un reconocimiento a su obra poética sino a las de sus compañeras generacionales.


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ANÁLISIS

APUNTES -A VUELO DE PÁJARO- SOBRE LA POESÍA DE ANA ILCE GÓMEZ

CORTESÍA/MARTHA L. GÓNZALEZ

Ana Ilce Gómez en agosto de 2017.


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DAISY ZAMORA

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a obra de Ana Ilce Gómez es parca, pero deja un legado imperecedero, por la lucidez y la intensidad de su palabra y su absoluto dominio del oficio poético. La hondura lírica de su poesía se acerca a la de Vallejo, a quien ella admiraba y así lo declara en uno de sus poemas:

César Vallejo tú me enseñaste muchas cosas/ que todavía no he aprendido/ y busco cada día entre tus líneas. [….] Me hace daño tu amor César Vallejo/ pero aún así lo persigo insistente entre los lirios/ de la tarde/ lo abrazo pertinaz entre el rumor del mundo/ que se cae a pedazos.

Hace falta un trabajo crítico sobre la poesía de Ana Ilce desde una perspectiva más holística, pues (hasta donde yo sé) la mayoría de los críticos nacionales—aunque todos respeten su obra y reconozcan su magisterio— en general dan a entender como que la excelencia de su poesía se debe, en principio, a que los tópicos que cubre no son “cosas de mujeres”. Al menos las valoraciones que se han hecho y que conozco, son más bien reduccionistas y prejuiciadas. Beltrán Morales es quien da la pauta en el prólogo de Las ceremonias del silencio, el primer poemario de Ana Ilce. Morales escribe: ¿Qué calla Ana Ilce Gómez? Calla, en principio, su condición de mujer obligada a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos. La poesía que Ana Ilce escribe, sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino en este sentido: la técnica que domina es patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu; y no de maestras, brujas y hechiceras. Ana Ilce se ha apropiado de “un culto, un rito, un lenguaje” que son ya suyos y que nos devuelve con la misma propiedad y sabiduría con que los varones de estirpe poética suelen dárnoslos. Lo que ella escribe es como si hubiera sido escrito por un hombre (y esto se desprende de lo anterior) también en este sentido: la poesía más influyente y determinante en el actual panorama de nuestra lengua ha sido escrita por hombres: Paz, Parra, Cardenal. Sin gritos ni estridencias (más bien a media voz), sin “golpes de oreja” que matan monjas, Ana Ilce Gómez alcanza una verdadera igualdad en la jerarquía de los sexos. [….] El lector no tiene que ser condescendiente con los poemas de Ana Ilce. Ni magnánimo. El lector-poeta ha encontrado a uno de su misma raza. Una lectora atenta de la poesía de Ana Ilce (no digo lector, porque pareciera que los varones no se percatan) no podría estar más en desacuerdo con la afirmación de Morales de que Ana Ilce calla, en principio, “su condición de mujer obligada a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos”. Me pregunto si no es su condición de mujer la que Ana Ilce expone cuando escribe, por ejemplo: Hoy quizá un trofeo de caza vale más para él/ que un beso mío. (“El otro día está aquí”); o cuando dice, Demasiado temprano para el

viaje demasiado largo, para saber a dónde voy desde que vengo andando entre miles de años, sin cesar desembocando a la vida, al parto, a la muerte prematura, levantada y yacida con-

tra la sombra del tiempo… (“Desierto de luz”); o dice esto otro: Pereza. Modorra de tener que levantarme cada día con un lado flaco de humildad y otro de miedo. Todo está en contra mía. Predestino un minuto al canto y alguien me avisa que a estas alturas ya mustian las sirenas. Hasta el pez más brillante y disecado se disuelve en la más filosa de las aguas… (“Tintachina”); o cuando escribe lo siguiente en dos poemas que, por su brevedad, cito completos: Flota tu cabello de infeliz ahogada/ mujer sola, mujer pospuesta/ como postre a la mesa./ La trama sigue mientras tanto/ el tiempo sigue andando/ se marchan todos./ Mujer ahogada en agonías/ Mujer feliz en una que otra escena:/ este teatro te conduce a la miseria. (“Teatro”); y este otro: Los ojos de esa extraña multitud/ persiguiéndome en la noche/ cerrándome los sitios/ acusándome de haber cometido/ el amor. (“Extraña multitud”). ¿Quién sino una mujer “pospuesta como postre a la mesa” sabe mejor que nadie eso de que un trofeo de caza vale más para el hombre que un beso de ella? ¿No son, acaso, bastantes las mujeres que se levantan cada día con “un lado flaco de humildad y otro de miedo” porque saben que todo está dispuesto en contra de ellas, y deben nadar como pez que “se disuelve en la más filosa de las aguas”? ¿A quién más sino a una mujer, es a la que la multitud señala y persigue, cerrándole los sitios, acusándola de haber cometido el amor? (Doy fe de haberlo vivido en carne propia). Además, no es solamente su condición de mujer la que expresa Ana Ilce, sino la condición de mujer. Léase, por ejemplo, el poema “Singer 63” o su bello prosema “Ella, la recién nacida”. También en Las ceremonias del silencio, léanse “Érase una vez”, “Una mujer amaba”, “Yo he militado”, “Encuentro”, “El tiempo y sus hechuras”, “Los signos del zodíaco” y, sobre todo, “Lady Rowena” (¿alguien se ha molestado en informarse sobre el personaje de Lady Rowena de Tremain?). En el segundo libro de Ana Ilce, Poemas de lo humano cotidiano, que Beltrán Morales no conoció debido a su muerte prematura, hay numerosos ejemplos de que Ana Ilce no calla para nada su condición de mujer sino que la reafirma, identificándose con sus demás congéneres quienes, en su inmensa mayoría, se ven obligadas “a estar o bien por debajo de los hombres o en competencia con ellos”. Léanse, por ejemplo, “Aria”, “Ser o no ser”, “Ella”, “Ángel del retorno”, “Cancerberos”, “Ángel de expulsión”, “Ella”, o “La muerte no es una mujer”, poema que actualmente tiene una vigencia terrible:

La muerte no es una mujer/ con el cráneo pelado y una corva guadaña/ entre las manos./ La muerte es un hombre que galopa/ entre las noches que columpia el insomnio./ Es un varón disfrazado de oscura damisela./ Tiene unas rosas en las manos/ y un cordel para colmar el cuello./ Alguien un día dibujó a la muerte/ con rostro de doncella. Pero ella es él,/ pálido, abyecto, […]. Baste citar solamente tres poemas más sobre el mismo tópico, para confirmar lo que argumento: En “Ningún fuego, ningún puñal”, la poeta expresa que ningún huracán, cuchillo, rayo, áspid, veneno, infierno del Dante, círculo, fuego, piedra (ni siquiera la de Andrés Castro), toro o torero, nada ni nadie asombrará o derribará/ a esta mujer/ que sabe que proviene del vientre/ suave y palpable de otra mujer/ y no de una insólita costilla. En el siguiente poema, “Ama del día” que cito completo, Ana Ilce escribe: Yo soy la suma de todas ustedes,/ mujeres ence-

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rradas en la Biblia/ con sus sencillas o cruciales historias./ La suma de todas las que andan/ sueltas por el mundo/ haciéndolo más claro o más liviano./ De ustedes vengo. De las fuertes, de las grávidas,/ las que pagaron caro, las esclavas./ Vengo de la caracola convertida a través/ de los siglos en doncella,/ de la piedra estrujada que luego devino/ en cuerpo de alfarera./ La voz de ustedes es mi voz./ mujeres lejanas/mujeres de mi tiempo/ por ustedes canto y brillo como la más/ simple de todas las estrellas./ Yo soy la suma de todas ustedes/ hilanderas, amantes, agoreras,/ de la historia de ustedes nace/ el río inacabable de mi pelo,/ por ustedes canto y oficio/ la liturgia estremecida del poema,/ sabias mujeres que me sucederán luego/ descabelladas/ tercas/ increíbles mujeres/ amas absolutas de las cenizas/ y del fuego. En el tercer poema que cito, “Mujeres con guitarra” y que va completo también, leemos: Hay muchas mujeres lapidadas a lo largo/ de la historia./ Su vida fue de jaurías y de toros rabiosos/ de sangre alzada/ de mordeduras largas./ Mujeres que le devolvieron al mundo/ la embestida,/ que se inmolaron o tuvieron que matar para seguir viviendo,/ esas que en la hora más oscura/ roturaron el campo con sus uñas/ para que vos y yo pasemos. / Hondas mujeres/ que quizás una lenta madrugada/ marcharon al fuego o a la horca/ por cosas tales como desordenar/ el orden público/ por inventar una nueva manera de descifrar/ la vida/ por tener voz/ o por infieles/ o ateas. / Ellas ya no están. Sus cabezas reposan/ sobre un siglo o dos. Sus ojos/ ya no existen./ Pero de ellas perdura una hebra sutil/ un hilo ciego que sin saberlo/ nos hace crecer y despertarnos en la noche/ con unas ganas inmensas de vivir/ de derribar todos los muros/ de desafiar todas las hogueras/ así como de amar y de pulsar/ todas/ todititas las guitarras de la tierra. Lo que, según parece, no han advertido los críticos hasta ahora es, esa “hebra sutil”, el “hilo ciego” que une a Ana Ilce (y nos une a todas) con las “hondas mujeres” que se inmolaron o mataron para seguir viviendo, que fueron lanzadas a la hoguera o condenadas a la horca por desordenar el orden público, por realizar descubrimientos científicos, por infieles o ateas, o por tener voz. Mujeres que nos antecedieron y nos alientan a vivir y a “derribar todos los muros”, a desafiar las hogueras, a amar, y lo más importante, a empoderarnos apoderándonos de la palabra, para cantar con nuestra propia voz y pulsar “todititas las guitarras de la tierra”. Leo la poesía de Ana Ilce, y me asombra la ceguera testicular. En cuanto a lo que colige Morales de que la poesía de Ana Ilce “sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino” por su excelente dominio del oficio, que es —según el mismo crítico— “patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu”, pero jamás “de maestras, brujas y hechiceras”, las cuales, fíjense bien, no son de la tribu, ni mucho menos serán admitidas en ella; pregunto, sólo por no dejar: Sor Juana ¿dónde estás? (quizás revolviéndote en la fosa común donde te arrojaron).

San Francisco, 2 de noviembre, 2017.


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DOMINGO, 5 DE NOVIEMBRE DE 2017

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Las ceremonias del silencio Editorial Vanguardia, 1989.

De sombras y soles incendiada

Yo he militado

Cuando yo era una muchacha cabellos al (viento, ojo descubriendo apenas el borde de la luz de la mañana, de labios romos y diente no afilado por el dolor de las palabras.

Yo he militado no sin gloria en las lides del amor y mi obra no podrán destruirla ni las lluvias persistentes ni la perenne marcha del tiempo. Porque mi arte no fue inútil ni siquiera contigo, contigo que jurabas no conocerme pero que un día llenaste la ciudad entera con mi nombre.

Cuando mis pies solo sabían de las calles polvorientas de mi pueblo, y mi corazón como un río detenido (se asomaba a la vida y la miraba allá lejos deslizarse correr entre los hombres, apretujarse (amorosa contra el tiempo, o subir a los árboles desde donde caía lentamente como un (pájaro ahogado sobre los grandes charcos de la tarde.

Cuando mi edad era tan solo una palabra, un invierno debatiéndose triunfante contra el moho, y en mi pecho no había más cabida sino para un amor tranquilo como el agua (tranquila de los pozos. Entonces no presentía en mí la mano que (comenzaba a dibujar el canto, ni el pie desesperado trazando surcos de (vida para el hombre, ni a esta mujer que hoy soy, de sombras y soles incendiada, sitiada por el fuego del amor ulcerada por la pasión de la Palabra.

Ana Ilce Gómez con su hijo Marco Antonio

O O BARRET A/MARC CORTESÍ

POEMAS

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Los ocultos límites Los poemas son como caballos salvajes sueltos en la pradera. Un buen día uno va al campo y los (descubre en medio de los árboles trotando o haciendo el amor. Estos caballos indomables atraviesan tus sueños Sueltan las negras crines en medio de la noche Cruzan por tu vigilia relinchando Se agrupan en manadas inmensas en el fondo del bosque desde donde te arrojan a los ciegos espacios del incendio. Caballos cimarrones Animales de mito Ángeles Centauros que me agitan Rompan la selva negra Los cercos brutales Los ocultos límites Tengo para ustedes hierba fresca manchones de agua clara montoncitos de alfalfa Vengan a pastar a mi página blanca.

No te heredaré mucho Hijo mío no te heredaré mucho Un cuarto viejo Unos cuadernos de poemas Quizás una ventana para que a tu vida asome la armonía Te dejaré muchas preguntas que no supe responder Unas fotos de niña una sombra de limonarias que solo (alcanzará para cubrir tus pequeños cansancios. Atiende mis consejos y cuida las pocas cosas que te di Cierra por las noches la puerta de tu (cuarto para que no entren los malos sueños a inquietarte Que el viento no seque los eneldos Que no se derrame el agua Ni la sal enmohezca las gavetas.

Sé limpio y claro como el agua que en las tinajas guardaban los abuelos. Aprende hijo mío a descifrar la vida y a preservar tus ojos del incendio. No te niegues al amor pero cuida a la vez tu corazón del amor como un náufrago cuida su trozo de (esperanza. Ten presente dar los buenos días sean buenos o malos. Huye sobre todo hijo mío de la soledad que me atrapó y no temas a la noche que se cierra a tus espaldas. Te dejo el mundo con sus fábulas con sus campos de trigo sus hombres amargos o serenos sus alquimias y sueños. Finalmente perdóname hijo mío Perdona a esta tu hilandera vital que un día de lunas irreconciliables y altaneras se atrevió a tejerte ese frágil y hermoso traje de piel.


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Poemas de lo humano cotidiano Asociación Nicaragüense de Escritoras, 2004.

Yo también quiero proclamar las gracias por los días que he vivido por los amigos que he tenido por las caídas que me enseñaron que es para otros la ascensión.

CORTESÍ A/MARC O BARRET O

Por el pan y por la tierra por las heridas que supieron saciarse por las sonrisas que me dieron y las que yo di. Por las manos levantadas en alto intentando decir algo por los zapatos que me cubrieron mis pies y por mis pies que me llevaron y me trajeron incansables. Gracias por los árboles que significan el arraigo del hombre a su principio y por aquellos que desde mi niñez han persistido en deslumbrarme. Gracias por el círculo que se asemeja a Vos por las palabras que me ahogan y me llevan plácidamente a la superficie por todo lo que tuve y lo que me fue negado porque en ello estaban los signos y los símbolos de la iluminación --- que apenas me rozó--pero que me enseñó que la oscuridad puede ser también un fulgor extraño.

otro primer día de la creación He sentido el sabor y la densidad de un poema rozándome como un ala o como el fru fru de un vestido de alguien que pasa a nuestro lado dejando un halo de presencias. Un sabor a fruta madura que se desmorona en la boca. Algo que se puede tocar con la yema furtiva de los dedos, y se puede escuchar viniendo de muy lejos como un torrente apenas percibido en sus comienzos. Es eso que se puede oler en el aire detenido y que se puede ver ¿por qué no? quizás como vio Dios en los inicios de la creación la primera mañana que salía de sus manos.

Gracias por los enigmas de la primavera por los pájaros migratorios que no pertenecen a ningún sitio y son de todos. Por el planeta Tierra, umbroso y maravilloso a la vez y también por los hombres, gentiles o bárbaros, que lo pueblan. Gracias por el futuro que está por llegar y nunca llega porque ya está a mi lado por el ayer, insidioso unas veces pero que ya está muerto. Gracias por el día de hoy y sobre todo por el inmenso presente en el que me declaro resucitada para siempre. Gracias también por esta canción de gratitud que otros comenzaron y que yo recito ahora como una oración que se repite una y otra vez en la garganta de todos.

Roberto Cuadra, Jorge Eduardo Arellano, Ana Ilce Gómez, Juan Aburto y Beltrán Morales (Galería Praxis, 1965)

ensalmos Veo la hoja de naranjo que incontenible crece ante mis ojos y advierto la gota de lluvia que se abate sobre el césped. Llego al camino abrumado de musgos que se abre en dos largos e infinitos brazos y no sé cuál tomar. Cierro los ojos y siento la densidad del sol cruzando la esfera de la tierra, escucho su suave murmullo dador de vida pero también agonizante. Todos son pequeños momentos magistrales de existencia fugaces momentos que representan una eternidad o un instante. Y todo es como si sucediera un milagro como si se nos diera un ensalmo que consuela y alumbra nuestra oscuridad esencial. ella La que escribe no soy yo, sino la otra. Esa que viene del pasado asediada y urdida por sus fieles demonios y sus lívidos ángeles. No soy yo sino ella la que elige el azar y la clarividencia ella la que dicta las palabras y deshila los símbolos la que gira en la rueca y desmenuza el hilo. Ella contiene las palabras yo cumplo su destino.

CORTESÍA/JORGE EDUARDO ARELLANO

pretendiendo dar continuidad al otro poema de los dones de J.L.B.


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ANÁLISIS

Ana Ilce Gómez: ERICK AGUIRRE ARAGÓN

En 1975 fue publicado por la editorial El pez y la serpiente el primer libro de poemas de Ana Ilce Gómez, “Las ceremonias del silencio”. Fue después de un largo y contenido silencio en el que permaneció su autora luego de que, años atrás, publicara en los diarios una serie de poemas breves y misteriosos. La edición fue de quinientas copias y el volumen no fue reeditado sino hasta en 1988 por la editorial Vanguardia, con un tiraje de tres mil ejemplares. Una edición que lograba reivindicar el derecho del lector nicaragüense de acceder a la obra de una de nuestras mejores poetas contemporáneas. En el 2014 otro libro de Ana Ilce, Poemas de lo humano cotidiano, ganó el Concurso Nacional de Poesía Escrita por Mujeres Mariana Sansón Argüello. Fue publicado ese mismo año por la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE) y vino a ser la prolongación sostenida de una poética muy particular en nuestra literatura. Antes de eso los versos de Ana Ilce eran como la secreta posesión de un reducido círculo de poetas, amigos y algunos lectores entusiastas que pudieron encontrar en ellos una de las voces más personales de la poesía femenina nicaragüense. Los poemas de ambos libros son breves, de una concentración al mismo tiempo acre y –como escribió Beltrán Morales parodiando a Rubén Darío– “melificante”; una

concentración que calcina y funde a la realidad y a la palabra, pero de algún modo también las dulcifica. Son poemas que se nos muestran como atractivos misterios. Hermosos pero al mismo tiempo enigmáticos. Su poesía parece simplemente estar ahí, como un mar en calma que se niega a revelar su profundidad. Al leerla nos percatamos de que, sin duda, estamos ante uno de los más importantes logros de la literatura nicaragüense del siglo veinte; lo que también Beltrán, y algunos de quienes hacen eco de sus boutades, se empeñarían en llamar “una gran obra en tono menor”. Esa intimidad en sus poemas parece brotar de una intensa y profunda realidad personal. Su limpia factura, la austeridad y justicia de su expresión, son elementos que a primera vista permiten una fácil lectura. Sin embargo, pronto nos percatamos de que la facilidad no es una de las virtudes de esta poesía. Aunque nutridos de instancias domésticas, a veces nimias, estos poemas abren constantemente la puerta de la costumbre y la cotidianidad para ponernos frente a frente con el misterio. Es poesía de asombros inesperados, de sorpresas inteligentes. Hay quienes la consideran el contrapunto preciso, necesario, de la potente y diversa obra de los más ambiciosos poetas masculinos nicaragüenses. Ana Ilce parece conocer bien su propio mundo poético, y lo moldea con gozo, pero también con amargura; casi sin tocarlo, casi sin hablar, con un

cuidado infinito. Cada detalle parece haber sido serenamente sopesado, cada poema parece trabajado con esmero. Sin duda son el producto de una ceremonia de silencio. Notablemente madura, formalmente impecable, Ana Ilce consigue mostrarnos las penas y delicias del amor de una forma comedida, con alusiones simbólicas que hacen resplandecer de frescura sus imágenes. Poeta solitaria, pero de idilios reales, cotidianos; las visiones de su poesía no son abstractas ni intelectuales, aunque sí inteligentes y espontáneas; lo cual da como fruto una obra armoniosa, fuerte y al mismo tiempo delicada, que habla del amor y sus desaires; de la pasión y sus terribles derrotas, o de sus triunfos más fugaces. Una pasión sin embargo oculta, tímida, deliberadamente esquiva, débil quizás, pero atrevida. Se dice que en la soledad reside el núcleo de la modestia y el conocimiento de uno mismo. Y, a propósito de la huidiza personalidad de Ana Ilce, nada más oportuno a destacar que su solitariedad. Su modestia y sencillez hacen brotar de ella una poesía pura, desnuda en su humanidad. Pese a su brevedad, una vez concluida la última página de cualquiera de sus libros nos queda al final la sensación de haber leído una gran obra. Sus versos tendrán siempre los más íntimos elementos de la sencillez y la concisión; signos de una capacidad muy peculiar para trazar sin dificultades una obra casi perfecta.

RRETO /MARCO BA CORTESÍA

poesía y misterio


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