Tiempo 02

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El Señor del Tiempo

El Proscripto

Louise Cooper

--Muy bien. Entonces tendrás tu explicación. -Se volvió para mirar a Cyllan-. Necesitará ayuda para llegar al comedor. Y tal vez puedas hacerle comprender que no tengo deseos de perjudicarle. Pero tenía que hacerle una demostración. ¿Estaba tratando de justificarse?, se preguntó Cyllan. Si lamentaba su comportamiento con Drachea, su voz no daba señales de ello. Cyllan se pasó la lengua por los secos labios, asintió con la cabeza y trató de asir el brazo de Drachea. Este la apartó irritado, le volvió la espalda y caminó con rígida dignidad hacia la puerta de doble hoja. Las remotas y vagas sombras del gran comedor del Castillo empezaban a ser desagradablemente familiares para Cyllan. Al entrar, tuvo que reprimir un estremecimiento instintivo al ver las largas mesas vacías, la hueca chimenea, las pesadas cortinas que pendían sin que una ráfaga de aire las moviese. El Castillo parecía burlarse de la vida que había antes en él. Tarod se acercó a la chimenea, mientras Drachea se detenía en una de las mesas, mirando fijamente la madera y pareciendo que descubría, en su fibra, algo que absorbía su interés. Su cara conservaba el color gris enfermizo producido por la desagradable demostración de Tarod en el patio, y en sus ojos centelleaba la ira. Cyllan se dio cuenta de que la impresión de aquella experiencia había calado muy hondo y se preguntó cuánto más podría aguantar Drachea. Ya había sufrido mucho y cualquier tensión ulterior podría hacerle cruzar la línea que separa la cordura de la locura. La voz de Tarod interrumpió sus pensamientos. --Siéntate Drachea. Tu orgullo es encomiable, pero ahora parece inútil. -Sus miradas se encontraron, chocaron, y entonces añadió Tarod-: Tal vez mi demostración fue precipitada... En tal caso, te pido disculpas. Drachea le miró con mudo furor antes de sentarse bruscamente en un banco. Cyllan estuvo a punto de preguntar lisa y llanamente a Tarod por qué había resuelto demostrar su poder con tan cruel desprecio de las consecuencias; pero no tuvo valor para hacerlo. El respeto y la admiración que él le había inspirado al principio habían sido gravemente quebrantados por el incidente del patio; ahora se veía obligada a revisar las impresiones de los dos primeros encuentros, que parecían muy remotos. Se sentó en silencio al lado de Drachea. Bajo la mirada firme e impasible de Tarod, tuvo la inquietante sensación de que él y ellos eran adversarios que se enfrentaban en un campo de batalla. Tarod les miraba, todavía reacio a hablar. Necesitaba saber los detalles del inexplicable torcimiento del Destino que les había hecho cruzar la barrera entre el Tiempo y el no-Tiempo, con la esperanza de que esto pudiese proporcionarle la clave que tan desesperadamente necesitaba para resolver su propio problema. Pero, para ello, tenía que explicarles la verdad de este problema. O al menos, la parte de la verdad necesaria para sus fines... Todo dependía de una cuestión de confianza. Tarod había aprendido, por amarga experiencia, que confiar incluso en aquellos que declaraban profesarle una fiel amistad era un juego peligroso y destructor. Y si Cyllan y Drachea llegaban a descubrir todos los hechos ocultos de su historia, poco podría esperar, aparte de su enemistad. La semilla había sido ya sembrada: su airada reacción al desafío de Drachea en el patio no había sido más que un catalizador que había activado las ya inestables emociones del joven, pero había despertado un miedo que se estaba convirtiendo rápidamente en odio profundo. La opinión de Drachea importaba poco a Tarod, pero sería prudente no enemistarse más con él. Cyllan era harina de otro costal. Sus pensamientos eran un libro cerrado para él; sin embargo, sus sentimientos para con ella eran más benévolos. Cyllan tenía una rara fuerza interior que él podía reconocer y apreciar..., pero incluso ella, si conocía toda la verdad, difícilmente se convertiría en una fiel aliada. Y chocando con la indiferencia con que consideraba la opinión o el destino final de ella, estaba una resistencia a dar cualquier paso que pudiese perjudicarla. La antigua deuda, que Tarod no 40


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