La Tierra en el Tiempo de los Dioses

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soltura la computadora, dominaba las diversas ciencias en sus aspectos básicos elementales y mis poco brillantes resultados en las artes se debían a las naturales inclinaciones de mi espíritu y no a la falta de esfuerzo. En los deportes sobresalía y como ellos mismos podían comprobarlo, mi cuerpo estaba armónico y bien desarrollado. Merecía un premio. Quería conocer plantas y animales reales y mi celador podía satisfacer mi deseo con sólo avisar a Nannor, su padre, que lo visitaría. Si ellos otorgaban su beneplácito y disponían que un carro eléctrico nos transportara... Estaba casi tan alto como un adulto. Vestido como tal, nadie vería que se trataba de un niño... Así fue como al día siguiente salí por primera vez de mi hogar, flanqueado por mis dos anunnakis, luciendo una túnica larga y una falsa barba rala de adolescente. La estación biológica me dejó atónito. Aparte de los laboratorios y las viviendas, contenía un parque de regulares dimensiones bajo la cúpula del invernadero. Después de la colación me dejaron vagar a mi antojo por el parque. Mi preceptor confiaba en mí. Una intensa felicidad me embargó aquella beatífica tarde entre los bosquecillos poblados de aves que piaban alegremente, los arroyos murmurantes con pozas

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