La Tierra en el Tiempo de los Dioses

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I

El Impurgna reflejaba en el lago su mole cubierta de hielo. En aquella época del año los vientos predominantes venían desde las montañas heladas y los días eran fríos y secos. Nergal, acodado en la baranda de la terraza, miraba el agua de un color azul sin sombras. - Del color de tus ojos, amor mío -Rememoró. Su hija llegó al balcón arrebujada en una manta de vivos colores. Un vistoso gorro dejaba al descubierto parte de sus largos cabellos negros. Se acomodó junto a su padre y contempló el paisaje. - Cuando llegué de Tiamat, me sorprendió la inexistencia de sombras -dijo ella-. Había una gran columna en el patio del aeropuerto, era de día y quedé perpleja; la columna no hacía sombra hacia ninguna parte. Entonces miré el cielo para comprobar si era mediodía y el sol estaba justo sobre mi cabeza, pero no había sol, sino ese cielo plateado y brillante. - ¿Acaso no te había hablado sobre eso? -Preguntó su padre riendo.

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