Cinco pepitas de naranja cpt2(el mendigo de la cicatriz)

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En la ciudad, los primeros madrugadores comenzaban a mirar soñolientos a través de las ventanas, mientras cruzábamos el distrito de Surrey. Pasado el puente de Waterloo, atravesamos el río, y lanzándonos por la calle Wellington, torcimos en ángulo recto hacia la derecha y nos encontramos en la calle Bow. Sherlock Holmes era muy conocido en la policía, y los dos alguaciles que estaban en la puerta lo saludaron. Uno de ellos tuvo las riendas del caballo, mientras el otro nos conducía al interior. -¿Quién está de guardia? -preguntó Holmes. -¡El inspector Bradstreet! ¡Buenos días! Un oficial alto y corpulento había salido al pasadizo empedrado, con capuchón en la cabeza y chaqueta de cuero. -Deseo hablar con calma dos palabras con usted, Bradstreet. -Por cierto, señor Holmes. Pase a mi oficina. La pieza era estrecha, con un voluminoso libro de cuentas sobre la mesa, y un teléfono que sobresalía de la pared. El inspector se sentó frente a su escritorio. -¿En qué puedo servirlo, señor Holmes? -He venido para tratar del mendigo Boone, acusado de estar implicado en el desaparecimiento del señor Neville St. Jhon, de Lee. -Sí. Fue traído y reencarcelado, para hacer nuevas investigaciones. -Así he sabido. ¿Lo tienen ustedes aquí? -En las celdas. -¿Está tranquilo? -¡Oh, sí! No causa ninguna molestia. Pero es un bribón muy sucio. -¿Sucio? -Sí; lo más que podemos conseguir es que se lave las manos; pero la cara la tiene negra como un carbonero. Una vez que su situación se aclare, le daremos un buen baño en la prisión; y si usted lo ve, creo que estará de acuerdo conmigo en que lo necesita. -Me gustarla mucho verlo. -¿Le gustaría? Es muy fácil. Venga por aquí. Puede dejar su maletín. -No. Lo llevaré conmigo.


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