LOS SONIDOS DEL AGUA

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Los sonidos del agua

diar y que continuara por la misma ruta lodosa que mi padre transitó desde la juventud. El trabajo en la ladrillera no era para Manuel, pronto acabó, le dieron un ladrillazo en una riña, peleó por nada, por pobreza, por irritación espontánea, por una mirada desafiante de su rival que padecía los mismos males. La cabeza se les calentó al mencionar el nombre de una muchacha que les gustaba a los dos, no era novia de ninguno, estaba comprometida con otro. La herida en la cabeza fue de muerte, los compañeros llevaron a mi hermano al hospital, no hubo remedio. – Podría cobrarle caro a tu muchacho la vida de mi hijo… no quiero, la policía se hará cargo de él. Dijo mi padre al señor enmudecido que estaba en un rincón de la casa donde velamos a Manuel. Se alejó del padre del agresor de su hijo, con una mirada indefinible, pensando en la desgracia como en un destino común… él mismo padeció los males que vuelven rijoso al más calmado. Mi padre, en su juventud, también peleó por agobio, estuvo a punto de ahogar a un compañero de la ladrillera en el arroyo Los Pajaritos, la suerte lo libró de deber una vida. – Don Nicolás, échese un traguito pa’ que aguante la tristeza. No se negó, bebió mezcal hasta que se llegó la hora de la misa. Nos dirigimos a la parroquia acompañados de un grupo de gente que rezaba y cantaba en voz baja, algunas voces desafinaban por el alcohol. El templo adornado con flores acogió el modesto féretro de mi hermano. Me sentí tan triste, ya no podría dar a Manuel los abrazos sorpresa que lo hacían enojar por ser cosa de mujeres andar con arrumacos, me divertían sus reniegos y más lo abrazaba.

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