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Protagonistas | La Mirada en el Espejo
from Maxillaris 280
by Grupo Asís
Exhumaciones sacrílegas
Allí descansó unos 160 años, hasta que en 1775, en plena época del terror de la Revolución Francesa, la Asamblea, presidida por Bertrand Barère de Vieuzac, decretó que en agosto, coincidiendo con el aniversario de la toma de los Tullerías, fueran destruidas las “insignias del feudalismo”, principalmente los enterramientos de Saint Denis, con el pretexto “patriótico” de hacerse con el plomo de los féretros y de la techumbre de la Basílica, para fabricar balas y proyectiles de cañón de los que andaban escasos (fig. 6).
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La brutalidad de estas exhumaciones sacrílegas no tiene parangón con cualquier otro crimen de lesa humanidad, por cebarse sádicamente con los restos inermes de las víctimas.
El emperador Carlos V prohibió profanar la tumba de Lutero, alegando que él hacía la guerra a los vivos y no a los muertos. Bertrand Barère, sin embargo, no estaba a la altura de Carlos V, era un masón sanguinario, responsable, junto a Robespierre, de los mayores crímenes del terror y no tuvo reparos en ensañarse con los muertos, con vesania inaudita.
Sigo, para este relato, el libro de Georges D’Heylle “Les Tombes Royales de Saint Dénis” (Librairie General) París, 1872, donde recoge el testimonio de los testigos presenciales. Hubo dos tandas de exhumaciones, una en agosto y otra en octubre, que finalizó en 1874. Al terminar, habían destruido las tumbas de 170 personalidades, 46 reyes, 30 reinas, 63 príncipes de sangre, 10 Grandes de Francia y dos docenas de abades.

El espectáculo fue dantesco, en agosto, solo en tres días, destrozaron 51 tumbas, con la orden de requisar metales y joyas, y arrojar los cuerpos a una fosa común, llena de cal.
El sábado 12 de octubre comenzaron con los ataúdes reales. El primero fue el Vizconde de Turenne, Gran Mariscal de Francia, con Luis XIV, tan grande que lo habían enterrado en Saint Denis. El segundo fue precisamente Enrique IV, de quien nos estamos ocupando (fig. 7).
Su cuerpo apareció intacto, sin alteraciones en la cara. Tanto es así que pudieron hacer una máscara que sirvió para pintar retratos suyos posteriormente.

Desde el sábado hasta el martes fue depositado en un sudario para ser contemplado por el populacho. El informe del Comité lo consideró como “una momia que tenía el cráneo “scié” (serrado) y habían sustituido el cerebro por una estopa con un licor hecho de extractos aromáticos que exhalaban un olor difícil de soportar”.
Un soldado llevado de la emoción se lanzó sobre el cadáver del vencedor de la Liga contra España y con un sable le cortó un largo mechón de su barba que todavía estaba fresca, gritando “yo soy soldado francés y no puedo tener mejor mostacho que este”. Se lo puso sobre el labio superior y exclamó “Ahora estoy seguro de vencer a los enemigos de Francia”. Otros le arrancaron uñas, cabellos y dientes. Después sacaron a los otros Borbones.
El cuerpo de Luis XIII estaba bien conservado, el de Luis XIV, también, pero negro como el carbón. El del Gran Delfín, hijo de Luis XIV, muerto a los 50 años, apareció en “putrefacción líquida”. La descripción es espeluznante, reyes, reinas, princesas, algunos con sus cetros y anillos, fueron despojados y escarnecidos. De los cuerpos putrefactos salían vapores negros y espesor que hicieron enfermar a muchos obreros, con diarreas y fiebre alta. Una mujer abofeteó el rostro de Enrique IV (seguro que no le había llegado la gallina prometida). Se les enterró en las fosas de los Valois y Borbones, el lado de Saint Dionis, debajo de una gran cantidad de cal, lo cual no impidió que desvalijadores sin escrúpulos excavaran para hacerse con dedos, orejas, pies, calaveras… incluso se vendieron momias para hacer medicamentos (costumbre antigua que había acabado siglos antes con las momias egipcias, descrita por Andrés Laguna, en su traducción del Dioscórides).
Y aquí un inciso, Jacques Guillemeau (uno de los primeros en tratar quirúrgicamente el labio leporino) practicó la autopsia de Enrique IV (con otros médicos) y certificó que la segunda puñalada de Ravaillac le había seccionado la arteria pulmonar. Luego se procedió al “embaumement” (embalsamamiento) y aquí comienza la controversia (fig. 8).
Unos dicen que Guillemeau abrió las tres cavidades de forma canónica: abdomen, tórax y cráneo, y que cercenó la cabeza para abrir el cráneo y una vez extraídos los sesos, rellenarlos con estopa impregnada de esencias anticorrupción. Alexandre Lenoir, testigo de la exhumación en Saint Denis, dice que el cráneo había sido cercenado. Otros, sin embargo, como el BenedictinoDom Poirier y el Abad Dom Druon, también testigos, no dicen nada de esto.
Otra teoría afirma que el rey no habría sido decapitado sino “tratado a la italiana”, siguiendo el parecer de su esposa María de Médici, que consistía en embalsamar el cuerpo con agua salada, vinagre, alumbre, agua santa, cenizas, yeso, cal y plan- tas aromáticas y la cabeza, sin hacer craneotomía, rellenándola con estopa, negro animal (obtenido calcinando huesos) y sustancias aromáticas.

Digo esto porque más adelante veremos la importancia de estas técnicas en la identificación de la testa del Vert Galán (fig. 9).
FIG. 9. Enrique IV mediante el toque real curaba la escrófula (tuberculosis) a sus súbditos, se la llamaba “mal du rey “.” Le Roy te touche et Dieu te guerit “. Los Reyes ingleses también tuvieron poderes traumatúrgicos (Kings Evil).

El cráneo
Y vámonos ahora a fuentes españolas: En septiembre de 1924, “El Imparcial” titulaba una columna: “El cráneo de Enrique IV”. Decía que un veraneante de la playa de Dinard, llamado Joseph Bourdais, había escrito a M. Doumergue (presidente de la República Francesa), diciéndole que poseía la auténtica calavera del “Vert Galan”, comprada en 1920 en una subasta del Hotel Drouot, en un lote perteneciente a la pintora Emma Poussin (fig. 10).
El Hotel Drouot, desde el siglo XIX, es una casa de subastas, cerca de Gare D’Orly, a la altura de Sothebys, donde se ha vendido desde un sombrero de Napoleón hasta cartas autógrafas de Honoré de Balzac.
En cuanto a Emma Poussin, en realidad se llamaba Emma Camillo Lavallee-Poussin (1853-1939, otros dicen 1932), artísticamente conocida como Emma Camille Nallet-Poussin. Fue discí- pula de Gigoux, Rudder y Valadon, pintora, escultora y, curiosamente, vicepresidenta de una liga Antialcohólica llamada “La Prosperité” (fig. 11).
El presidente de dicha liga editó en 1909 un libro titulado “L’Art de bien se porter”, ilustrado por Emma. El 31 de octubre de 1919 se subastaron sus bienes en el famoso Hotel Drouot y allí Joseph Emile Bourdais compró la cabeza y dos cráneos por la módica cantidad de 3 francos.
A los cinco años de la adquisición, leyó un artículo en “La Gazette des arts”, que la llevó a la conclusión de estar en posesión de la cabeza de Enrique IV.


“El Imparcial” decía que se la había autentificado M. Camile Mercier d’Erm, quien constataba que las cabezas y la barba habían desaparecido arrancadas por el populacho, pero resaltaba la nariz borbónica, la desigualdad de las cejas (plasmada en los retratos) y las dimensiones de la frente. No se explicaba cómo estaba tan bien conservada desde 1793 (fig. 12).
Ante la noticia, habían aparecido otras personas asegurando que tenían la verdadera cabeza. Uno de ellos, en el Castillo de Oldenwald.
Camile Le Mercier d’Erm era nieto de un oficial “Chuan”, que había luchado contra la Convención Revolucionaria, como hizo la Vendée. Camile fue poeta, historiador y, sobre todo, el organizador del nacionalismo Bretón. Nació en 1888 en Rennes y falleció en 1978 en Dinard, la playa donde seguramente conoció a Joseph Emile Bourdais (fig. 13).
Ahora bien, entre 1793 y 1924, habían pasado 231 años. ¿Dónde había estado la cabeza de Enrique IV?
Sabemos que el “”Vert Galan” fue enterrado el martes 15 de octubre en el Cementerio de les Valois, cerca de Saint Denis, cubierto por una gruesa capa de cal.

Tras la caída de Napoleón, Luis XVIII, en enero de 1817, recuperó los restos reales para volver a inhumarlos en Saint Denis, y encontraron que a tres de ellos le faltaba la cabeza. Debemos hablar aquí de Alexandre Lenoir (1761-1839), pintor, escritor y, sobre todo, testigo de la profanación de las tumbas reales de Saint Denis (fig. 14). A pesar del ambiente terrorífico, Lenoir se opuso, en lo que pudo, a semejante monstruosidad e, incluso, creó para calificarla el neologismo “vandalismo”. Llegó a salvar cientos de reliquias macabras, un omóplato de Hugo Capeto, un fémur de Carlos V, las costillas de Felipe IV “Le Bel”, la mandíbula inferior de Catalina de Médicis, las tibias del Cardenal de Retz y de Carlos VI y otras, con las cuales creó un pequeño museo (fig. 15). En su calidad de administración de los “Monumentos Franceses”, cargo que recibió de la Convención en 1795, le permitió conservar esas reliquias y salvar varias sepultaciones (fig. 16) (fig. 17).





¿Se quedó con la cabeza de Enrique IV?
Hay quien dice que Emma Lavalle, casada con un tal Nallet, de ahí su apellido de casada, había, además de la pintura, tenido aficiones históricas e hizo amistad con un nieto de Alexandre Lenoir, llamado Philippe. En 1909, el matrimonio entre Emma Poussin y Naller, depositaron varios muebles en la mueblería Bedel (vivían en la C/Bellefon, 8 de París), y no los reclamaron “después vino la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y siguieron allí”.
En 1919, Bedel pretendió cobrar la renta por el servicio de guardamuebles y no recibió respuesta del matrimonio. Fue entonces cuando decidió llevarlos a subasta al Hotel Drouot.

Pero ¿cómo habían llegado aquellas reliquias a manos de Emma Nallet-Poussin?
Consultando determinados Actas de la Academia de Ruen de 1926 (Gallica,BNF), he hallado la biografía de Étienne de La Vallee-Poussin, que fue un pintor aceptable y, además, su abuela materna era sobrina del gran Nicolas Poussin, el más grande pintor francés del siglo XVII.
Este tenía un hijo llamado Guillaume Tell de La Vallee-Poussin (1794-1876), padre de Camille Emma de La Vallee-Poussin, nuestra Emma Nallet-Poussin, casada con Emile Pruden Nallet, empleado ferroviario.
Emma (ya se ve su afamada prosapia), además de pintora, se sabe que le gustaba la historia, y lo que es más importante, conoció a Philippe Lenoir, nieto de Alexander Lenoir, el testigo de las exhumaciones y responsable del museo de los “Monumentos Franceses”, además de acaparador de reliquias.
¿Pudo Philippe darle la cabeza de Enrique IV a Emma? Alguien ha hablado de una sociedad secreta, ligada a los templarios, a la que perteneció Ravaillac, el magnicida que siguió ensañándose con Enrique IV después de muerto, y que Emma tal vez perteneciera a ella.
Ravaillac había nacido cerca de Angulema, en un lugar donde los hugonotes habían hecho atrocidades, arrasando iglesias, utilizando pilas de agua bendita como pesebres, etc.
Esta sería la razón de su odio hacia Enrique IV, al que pedía que aniquilaran a los protestantes, hugonotes (fig. 18).

Unos decían que Emma Nallet-Poussin falleció en 1919 y otros que en 1932. De ser cierta esta fecha ¿cómo no intervino en el asunto de la cabeza de Enrique IV?
Todo son hipótesis, Bourdais afirmaba que Alexandre Lenoir le había vendido a un guardia suizo la dichosa cabeza, el cual había hecho lo propio con Gustav Ernst zu Erhach-Schomberg, Conde Erbach, en 1793, y que este la llevó a su Castillo de Erbach, donde la obtuvo Jerome Bonaparte, quien la devolvió a Francia (lo cierto es que en el Castillo de Erbach se guardan fragmentos de huesos de Luis XIV y María de Médicis) (fig. 19).
En fin, una comedia de enredos. Brousais seguía empeñado en demostrar que la cabeza pertenecía a Enrique IV y le hizo radiografías y pruebas a costa de su bolsillo. Aquí entra en escena Jacques Perot, conservador del Castillo de Pau, donde nació Enrique IV, que relanza la teoría de Erbach y la repatriación de Jerome Bonaparte. Brousais falleció en 1946 y dejó la cabeza a su hermana.
Un año antes del Cuarto Centenario de Enrique IV, dos periodistas, Sthefane Gabet y Rene Belet, realizaron un documental titulado “Le Mystere de la tête de Henri IV” y contactaron con el historiador Jean Pierre Babelon, quien les dice que, en 1955, un tal Jacques Bellanger la había comprado a la hermana de Joseph Emile Bourdais, por 5.500 francos (unos 715 €) (fig. 20). Bellanguer la tenía guardada en un granero, en Chartres, y allí la encuentran los periodistas.
