

Sonidos

SANADORES
EL PODER DE LOS ARMÓNICOS
JONATHAN GOLDMAN
MI PRIMER CONTACTO CON LOS ARMÓNICOS
PIR VILAYAT KHANEra el 6 de noviembre de 1981 y me encontraba en Washington DC en una conferencia titulada «La sanación en nuestros tiempos», patrocinada por la Orden de Sanación Sufí. Miles de personas llenaban la sala de conferencias, ansiosas por escuchar la exposición de reconocidos maestros y pioneros de las comunidades espirituales y científicas, que hablarían de temas relacionados con las terapias alternativas: Elizabeth Kubler Ross habló sobre la muerte y morir; Robert O. Beeker, sobre electromagnetismo y sanación; Dolores Krieger, sobre el contacto físico terapéutico; Hiroshi Motoyama, sobre los chakras, y Thelma Moss, sobre la fotografía Kirlian.
Aquel encuentro marcó el inicio del movimiento de salud holística que alcanzó proporciones monumentales en los años noventa. Y fue la primera conferencia a la que yo asistía relacionada con un tema que ya empezaba a interesarme. Poco antes había realizado un taller sobre terapia con sonido y música, y viniendo de una familia centrada en la medicina alopática tradicional (mi padre, mi abuelo y mi hermano son médicos), este nuevo enfoque del bienestar me resultaba por demás atractivo.
Evidentemente, yo no había seguido los pasos de mi padre. Trabajaba como músico profesional tocando la guitarra en grupos
de rock comercial, y hasta mi primer contacto con la salud holística, me resultaba imposible encontrar alguna conexión entre la música y la curación. Por eso me sentí tan feliz de asistir a esa conferencia, a cuyo próximo orador esperaba con ansiedad: Pir Vilayat Khan, líder espiritual de la Orden Sufí de Occidente. El tema que desarrollaría era: «Sanar con luz y sonido».
Pir Vilayat Khan habló sobre la utilización del sonido y la luz para estimular el cuerpo y los campos áuricos. A mí me intrigaba el concepto de los chakras y su relación con el sonido, así que me apetecía recibir información específica al respecto. Escuché con atención a Pir Vilayat y esperé los datos que buscaba. Pero no llegaban, y durante la mayor parte de la conferencia aguardé ansiosamente en mi sitio, levantando la mano con desesperación para intentar formular una pregunta sobre el tema. Pir Vilayat eligió algunas preguntas de la audiencia, pero no la mía. Al final de su discurso, me encontré en medio de una multitud que le rodeaba. Y de pronto acabé frente al maestro espiritual de cabello blanco, quien me miró y asintió.
—Pir Vilayat —dije, a modo de introducción a mi pregunta—.
¿Existe alguna relación entre los tonos y los chakras?
Él meditó unos instantes y luego respondió:
—Sí. Creo que así es. Pero considero que el verdadero poder terapéutico del sonido debe buscarse en los armónicos.
—¡Los armónicos! —exclamé—. ¡Claro, los armónicos! ¡Gracias! —y me alejé triunfante, sintiendo que por fin alguien había aclarado mi duda más importante.
EL CORO ARMÓNICO
El problema era que yo ignoraba a qué se refería Pir Vilayat. Como músico, sabía que los armónicos formaban parte de una técnica de afinación de la guitarra en la que había que producir un tono apagado al tocar una cuerda determinada, para luego afinar
la siguiente según ese tono. Aquélla era toda la información de la que disponía.
De todas formas, me había quedado en una especie de nube después del encuentro con un maestro espiritual que sin duda era una autoridad en el uso terapéutico del sonido. De alguna manera acabé en una pequeña librería situada fuera del auditorio donde se había presentado la conferencia, una tienda que había sido montada exclusivamente para aquel evento y vendía libros y cintas sobre temas relacionados con las terapias alternativas, y casi como guiado por fuerzas invisibles me encontré frente a una mesa que exhibía varias cintas de audio. Miré una titulada «El Coro Armónico» y pensé: «¡Sí! Esto es lo que quiero». No había oído hablar de esa grabación e ignoraba qué incluía. Pero sí sabía que llevaba impresa la palabra mágica «armónico», así que algo dentro de mí me indicó: «¡Cómprala!».
Cinta en mano, me dirigí al vestíbulo del hotel donde se estaba llevando a cabo la conferencia. Dentro de mi maletín llevaba un reproductor de cintas con auriculares, así que lo cogí, me puse los cascos, inserté la cinta y comencé a escuchar. Lo primero que oí fue una poderosa voz humana que cantaba una única nota, que tiempo después se expandía con extraordinarios sonidos similares a campanadas, que parecían provenir de la nada. La sensación era etérea y sobrenatural, es decir, magnífica. Normalmente no vivo experiencias transformadoras en concurridos vestíbulos de hoteles, pero casi de inmediato quedé embelesado. Lo siguiente que oí fue el sonido que emitía el reproductor tras haberse apagado.
Lo cierto es que he vivido experiencias maravillosas escuchando música, pero nunca antes había perdido la consciencia por completo ni había sido transportado a otro ámbito, como me había sucedido con aquella cinta. En aquel momento y en aquel lugar prometí que encontraría toda la información posible sobre los armónicos. Escuché aquella cinta casi continuamente. Y cuanto más lo hacía, más me quedaba embelesado. Era la música más celestial que había oído jamás, y por eso me dediqué a hacérsela oír a prác-
