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Momentos

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dramátiCo

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1

Chris y Emma necesitan solventar algunos asuntos. Él dijo que se encargaría de arreglar las bicicletas para que ambos pudieran dar una vuelta por el parque, pero las bicicletas siguen en el pasillo con varios pinchazos y los frenos en mal estado. Además, la lavadora hace un ruido extraño. ¿Deberían comprar una nueva? Hace un par de semanas Emma se resfrió y Chris decidió irse a dormir a la habitación de invitados. Ahora siguen durmiendo separados a pesar de que ella ya se encuentra mejor.

Nada del otro mundo que no se pueda arreglar con una pequeña charla entre adultos. —Tenemos que hablar de unas cosillas —dice Emma un sábado por la mañana, mientras prepara un par de cafés y abre un paquete de esas galletas de chocolate que tanto le gustan—. Nada del otro mundo, solo unas cosillas —comenta antes de empezar a enumerarlas. —¿Hay algo más que te gustaría añadir a mi lista? —le espeta él—. ¡Por Dios, cómo puedes ser tan controladora! —¿Controladora yo? —replica ella preguntándose qué diantres ha dicho, mientras él se levanta y pone rumbo a la puerta con paso firme.

10

EL TRIÁNGULO DE KARPMAN EXPLICADO

Emma siente que todo ha sido culpa suya, y una vocecilla interior empieza a decirle que siempre la caga así. Entonces le entran las mismas ganas de llorar que cuando era niña.

El resto del día están evitándose y, aunque el resquemor va mitigándose, no llega a desaparecer del todo. A la mañana siguiente, Emma lo oye levantarse temprano. Se da la vuelta y se vuelve a dormir.

Más tarde, Chris la llama para decirle que ha preparado el desayuno. —Y también he arreglado las bicicletas —le dice.

Emma baja las escaleras y ve que las bicicletas ya están listas. Y aunque sabe que lo más adecuado sería responder con un simple «gracias», no son esas las palabras que salen de su boca. —Ya no quiero ir en esta chatarra —dice arrepintiéndose en cuanto pronuncia aquellas palabras.

El lunes, al llegar al trabajo, su jefa la recibe con una sonrisa y le pregunta si ha pasado un buen fin de semana. —Sí, estuvo bien —le responde Emma, devolviéndole la sonrisa.

Lo que en verdad ocurrió aquel fin de semana no es algo que quiera compartir con nadie.

2

Jen siempre se mete en líos. Bebe demasiado y suele juntarse con hombres poco amables que la tratan mal, por lo que nunca tiene relaciones duraderas. Por suerte, Sally, una antigua amiga de la escuela, siempre está allí para ayudarla. Cada vez que Jen la llama en mitad de la noche para quejarse del último hombre con el que ha estado, Sally la escucha. Hace un par de meses, Sally aparcó el trabajo por una tarde para estar con Jen tras una ruptura particularmente desagradable. A su jefe no le hizo demasiada gracia aquello, así que se vio obligada a quedarse trabajando hasta tarde para ponerse al día.

MOMENTOS 11

Las amistades de Sally a veces le dicen que dedica demasiado tiempo y energía a Jen. —Hay que ayudar a las amigas —responde ella.

Cuando se para a pensar, Sally siente cierta envidia de Jen: su propia vida le parece un poco aburrida.

No hace mucho, fueron a un festival. Cuando iban a comprar las entradas, Jen dijo que ese mes iba justa, así que preguntó a Sally si le podía adelantar el dinero, y ella accedió.

Una vez allí, Jen se esfumó, y Sally se pasó toda la noche nerviosa en la tienda porque era la primera vez que iba a un festival así. Cuando Jen apareció supercolocada a eso de las cinco de la mañana, Sally se quejó. Jen le replicó que estaba siendo un muermo y le dio una charla sobre lo aburrida que era.

A la mañana siguiente, Jen se deshizo en disculpas y fueron a ver actuar a su grupo favorito. A Sally le encantó el concierto y se dijo a sí misma que, de no ser por Jen, jamás habría ido a aquel festival y disfrutado de la experiencia.

Sally sigue sin recuperar su dinero.

3

Con una expresión compungida, una amiga te confiesa que su relación se está yendo a pique y te pide consejo. Tras una pausa, le sugieres que se vayan de viaje juntos para darse un respiro.

Ella pone cara de tristeza y niega con la cabeza. —Ya lo hemos intentado. ¿Se te ocurre algo más drástico? —¿Habéis probado con la terapia? —Sí, sí, también lo hemos intentado —responde ella—, pero no dio resultado. La terapeuta no es que fuera muy buena precisamente. —A veces pasa —le dices con compasión—, pero conozco a una que sí es buena. Hace unos años, cuando Sam y yo estábamos pasando por un bache, acudimos a ella y nos trató muy bien.

12

EL TRIÁNGULO DE KARPMAN EXPLICADO

—Parece que hay gente a quien le funciona la terapia —dice frunciendo el ceño—, pero a mí no me inspira demasiada confianza cuando te vienen con el rollo ese de «contadme lo que os pasa» con esa pose amable.

Tú te paras a pensar y le planteas otro tipo de soluciones, pero siempre hay una razón para desecharlas (o una razón por la que podría funcionar en tu caso, pero no en el suyo).

De repente, la toma contigo: —Pensé que entendías de relaciones, pero no tienes ni idea, ¿verdad? —te espeta mientras se marcha resoplando.

A pesar de haber hecho todo lo posible por ayudarla, te quedas ahí plantada desconcertada, sintiéndote menospreciada y preguntándote qué le has dicho para que actúe así.

Esa sensación no desaparece, y acabas enfadándote contigo misma por no recomponerte tras ese estúpido y nimio incidente. Te fustigas por ser demasiado sensible y cargas todo el día con esa sensación de no estar a la altura.

4

Un chico entra en el instituto en el que estudia. De repente, ve que la chica que acaba de rechazar sus torpes intentos de conquistarla está hablando con sus amigas junto a la puerta. Se dirige a ella y la llama. Ella se gira y lo mira con desdén.

Hace una semana, aquella mirada lo dejó hecho polvo, pero ahora se le acerca con paso resuelto y se embarca en una diatriba contra ella y contra las mujeres en general. —¡Qué mentalidad más chapada a la antigua! —responde la chica.

Él rebusca en su mochila y saca una pistola.

Ella empieza a chillar. Al oír lo que está ocurriendo, el entrenador de fútbol del instituto piensa en llamar a la policía, pero algo dentro de él le dice que debe coger el toro por los cuernos y resolver él mismo la situación. Decide acercarse sigilosamente al

MOMENTOS 13

agresor por la espalda, pero cuando está a punto de alcanzarle, el chico lo oye y se da la vuelta. —Hola, Rick… —empieza a decir el entrenador sin poder evitar adoptar cierto tono condescendiente por lo negado para los deportes que es aquel alumno.

En ese momento, el chico aprieta el gatillo y el gran entrenador se desploma en el suelo. La gente empieza a chillar y aparece una profesora que trata de prestarle primeros auxilios, pero el jovencito le grita que se aparte. La profesora obedece y varias personas dan aviso a la policía por teléfono, pero sigue sin llegar nadie.

La chica, que no se había movido ni un centímetro de donde estaba del miedo que tenía, trata de convencer al agresor de que suelte el arma «antes de que alguien más salga herido». —Tú me has hecho hacer esto —le dice él.

Entonces la apunta con la pistola unos instantes antes de apuntarse a sí mismo y volver a apretar el gatillo.

Durante muchos años, aquellas palabras estuvieron resonando en la cabeza de ella y la culpa se convirtió en su tormento, principalmente por lo que le sucedió al entrenador, pero también por aquel chico y lo último que le dijo.

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