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ENCUENTRA A DIOS EN TODAS PARTES Reflexiones sobre los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola

ANTHONY DE MELLO

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Título original: Seek God Everywhere Traducción: Cedida por Grupo de Comunicación Loyola Diseño de cubierta: Equipo Alfaomega ©  2010, Sociedad de Jesús, Bombay (Mumbai, India) Publicado por acuerdo con Image, un sello de Crown Publishing Group, división de Penguin Random House LLC. De la presente edición en castellano: ©  Gaia Ediciones, 2018 Alquimia, 6 - 28933 Móstoles (Madrid) - España Tels.: 91 614 53 46 - 91 614 58 49 www.alfaomega.es - E-mail: alfaomega@alfaomega.es Primera edición: febrero de 2020 Depósito legal: M. 447-2020 I.S.B.N.: 978-84-8445-819-7 Impreso en España por: Artes Gráficas COFÁS, S.A. - Móstoles (Madrid) Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Encontrad a Dios en todas partes, de tal modo que el mundo entero se llene de la presencia del amado. Anthony de Mello

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Índice

Introducción ................................................................... 11 1. Principio y fundamento ...........................................

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2. Nuestros pecados ....................................................

41

3. El arrepentimiento ..................................................

61

4. El Reino de Cristo ..................................................

81

5. Ser libres en nuestro interior: «De tres binarios de hombres» ............................................................. 103 6. «Elecciones»: tomar decisiones importantes en la vida ................................................................ 113 7. El discernimiento de los espíritus . .......................... 129 8. La tercera y la cuarta semanas . ............................. 167 9. Contemplación para alcanzar el amor de Dios ...... 187 Índice onomástico ........................................................... 213

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Introducción

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ara todos aquellos que valoran y aprecian el legado del padre Anthony de Mello, S. J. (1931-1987), este libro revela y presenta algo que, hasta la fecha, se ha echado en falta en otras obras suyas que ya han sido publicadas: la fuente y manantial de su propia vida espiritual. Para Tony de Mello, poner en práctica él mismo los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola (1491-1556) y enseñar a otros cómo convertirse en diestros directores de esos ejercicios era el meollo de la cuestión: su camino hacia Dios específicamente jesuítico. En 1973, De Mello fundó cerca de Pune, en la India, el Instituto Sadhana («Camino hacia Dios»), un centro para preparar a los guías y directores espirituales de retiros espirituales, un lugar para conducir y dirigir a aquellos que se alejan y distancian de sus ocupaciones habituales durante días o semanas en medio de la soledad y de una intensa oración. El tercer grupo que acudió al centro Sadhana estuvo formado por siete sacerdotes jesuitas y siete religiosas. De julio a noviembre de 1975, De Mello desarrolló el curso para dicho grupo ofreciendo conferencias y coloquios sobre los ejercicios espirituales. Dos o tres veces por semana impartió unas charlas de una hora de duración que fueron grabadas; posteriormente, varios miembros del grupo las mecanografiaron y las repartieron entre sus compañeros y compañeras en copias

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hechas con papel carbón. Treinta años más tarde, uno de los participantes en aquel curso, el padre Albert Menezes, S. J., puso su copia a nuestra disposición. Resultó muy difícil leer aquellas páginas: quienes las mecanografiaron a menudo utilizaron en las máquinas de escribir unas cintas muy viejas y gastadas; las escribieron de principio a fin a un solo espacio, apenas si dejaron márgenes y, además, el clima tropical había hecho estragos en el papel. No hubo manera de escanear todas aquellas hojas con el objeto de guardarlas directamente como archivo en un ordenador. Una beca concedida por la Jesuit Foundation de la Universidad de San Francisco nos permitió volver a mecanografiar todas las páginas, de manera que las pasamos a un documento que fue guardado en un archivo de ordenador. Posteriormente, nos enfrentamos a la tarea de la edición de todo aquel material. Al mismo tiempo que intentábamos conservar tantas palabras como fuera posible y el estilo conversacional de De Mello, insertamos los encabezamientos y dispusimos y organizamos sus charlas en párrafos que resultaran de fácil lectura. Él no siguió siempre el orden riguroso de los ejercicios, así que, allí donde fue necesario, reorganizamos los capítulos para seguir el orden que había sido establecido en el texto original de los Ejercicios espirituales. También añadimos notas con el fin de clarificar la terminología utilizada en las charlas, por ejemplo: los términos que los jesuitas aplican a su superior general de Roma (el «general»), a sus superiores en las diferentes partes del mundo (los «provinciales») y a sus estudiantes en período de formación (los «escolares»). También nos vimos en la necesidad de explicar ciertos términos indios y algunos de los utilizados en psicología. De modo especial, las charlas de De Mello, quien era, a su vez, un avezado psicoterapeuta, adaptaron de vez en cuando el lenguaje del análisis transaccional —un enfoque integrador de las teorías psicológicas y de la psicoterapia que utiliza términos clave como «progenitor», «niño» o «adulto»—.

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Quizás lo que más tiempo nos llevó al editar este manuscrito fue verificar y proporcionar las referencias precisas de los distintos autores, tanto antiguos como modernos, que De Mello citó en sus conferencias. Aquí y allá insertamos referencias y ampliamos el texto con información para que sus escritos resultaran más accesibles a un público más amplio. Para aquellos lectores que no estén familiarizados con los ejercicios espirituales, permítasenos explicar en pocas palabras lo que son y cómo funcionan. El hombre que habría de convertirse en san Ignacio de Loyola y fundador de la Compañía de Jesús (los jesuitas) nació como Íñigo, el varón más joven de una prole de trece hermanos y hermanas, hijos todos de don Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola y doña Marina Sáenz de Licona y Balda, en una casa solariega de Loyola, en el pueblo vasco de Azpeitia. Muchos años más tarde, cuando vivía en Roma, por razones aún desconocidas y que han sido interpretadas de distintas maneras, cambió su nombre de bautismo, Íñigo, por el de Ignacio. En sus primeros años de vida no tuvo demasiada formación académica; sin embargo, a los dieciséis años fue nombrado paje de Juan Velázquez de Cuéllar, contador y tesorero del reino de Castilla. Cuando murió Velázquez, en 1515, Ignacio se alistó en el ejército. En 1521, cuando defendía la ciudad de Pamplona de los invasores franceses, le alcanzó una bala de cañón que le hirió gravemente en una pierna y le fracturó la otra, accidente que hizo que caminara con una leve cojera hasta el fin de sus días. En su convalecencia leyó la Leyenda áurea —el Flos sanctorum—, colección popular de las vidas de los santos, y La vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia. Reflexionando en silencio sobre el material que ofrecían dichos libros y sobre sus propias reacciones ante lo que estaba leyendo, experimentó una profunda conversión. Los interrogantes que se planteó a sí mismo y las experiencias espirituales que vivió durante su convalecencia aparecerían años más tarde en las páginas de los

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Ejercicios espirituales. Tal y como comenta De Mello, el libro de san Ignacio puede resultar una «lectura muy árida» y no una «lectura espiritual» al uso; no obstante, esos ejercicios espirituales nacen directamente de la experiencia que tuvo el santo. «Él nos dice qué hemos de hacer —añade De Mello— y cómo hemos de actuar para ponerlos en práctica. Hemos de experimentarlo por nosotros mismos». Después de su conversión, Ignacio viajó a Tierra Santa en 1523. Poco después, reunió a un grupo de amigos en torno a sí y luego estudió con ellos durante algunos años en la Universidad de París, donde consiguió su título de magister (maestro) en 1535. Aunque no fundaría hasta 1540 la Compañía de Jesús, Ignacio pasó casi veinte años, entre 1523 y 1541, moldeando y madurando los ejercicios espirituales, dirigiendo a la gente y animando a sus seguidores a hacer lo mismo. El fin que se persigue en los Ejercicios espirituales es dar con la voluntad de Dios en todo lo que se refiere a la vida de uno, y recibir cierta perspectiva y ánimo en lo que atañe al seguimiento de la llamada personal que cada uno siente en su interior. El texto también ofrece guías para quienes se encargan de dirigir a las personas que hacen los ejercicios espirituales (los ejercitantes). Tal y como De Mello recalca, el manual de san Ignacio de Loyola «es como un libro de cocina. No hay nada más árido que un libro de cocina. Pero, si uno añade y mezcla todos los ingredientes que han sido indicados manteniendo las proporciones adecuadas, seguro que consigue buenos resultados». Incluso para quienes no vayan a encargarse de dirigir retiros espirituales, los ejercicios propuestos por san Ignacio son una valiosa colección de profunda riqueza espiritual que tanto los jesuitas como los laicos han venido utilizando durante varios cientos de años. Después de proponer un prólogo (el «Principio y fundamento»), Ignacio de Loyola divide los ejercicios espirituales en cuatro partes o semanas. Dichas semanas pueden variar en

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cuanto a duración y no consisten necesariamente en períodos fijos de siete días. Durante la primera semana, los que hacen los ejercicios espirituales meditan sobre el pecado y sus consecuencias con el fin de experimentar un profundo arrepentimiento y un viraje total hacia Dios. En la segunda semana, la contemplación y la meditación se centran en la vida de Jesucristo. Ignacio de Loyola incluye en este período lo siguiente: 1) una «Introducción a la consideración de los diferentes estados de vida»; 2) una «Meditación sobre las dos banderas» (¿quiere de verdad el ejercitante servir bajo la bandera de Cristo y no bajo la de Lucifer?); 3) una meditación sobre «Las tres clases de personas» (que son tres maneras de ganar la libertad espiritual y de elegir cuál de ellas es la mejor); 4) una consideración sobre «Los tres grados de humildad» (¿hasta dónde llegará una persona en su conformidad y adecuación totales a la voluntad de Cristo?). La tercera semana versa sobre la contemplación de la pasión y muerte de Cristo, y en la cuarta semana, quienes están poniendo en práctica los ejercicios espirituales contemplan su resurrección y su vida de resucitado. El ejercicio final lleva como epígrafe el siguiente título: «Contemplación para alcanzar amor» (el fin que se persigue es recibir la gracia de «encontrar a Dios en todas las cosas»). Para ayudar a los directores de los retiros, san Ignacio añade unas instrucciones y líneas de actuación prolijas (las «anotaciones», como tradicionalmente se han venido llamando), «adiciones» o «direcciones adicionales» y algunas notas y normas. Sobre todo, hemos de destacar las «reglas para el discernimiento de espíritus» que propone Ignacio de Loyola (consúltese el capítulo 7). El curso completo de los Ejercicios espirituales se suele llevar a cabo en un período de unos treinta días y puede ser adaptado, abreviado o alargado, dependiendo de la cantidad de tiempo que las personas puedan dedicarle y de la rapidez con que estas progresen, entre otros aspectos. Ignacio de Loyola

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estaba convencido de que deberían hacerse ejercicios espirituales completos una o dos veces en la vida. Durante más de 450 años desde que los ejercicios espirituales de san Ignacio cobraron existencia, innumerables personas los han puesto en práctica y han sido muchos los autores que han escrito acerca de ellos. A todos los jesuitas se les exige hacerlos en su versión o forma completa al menos dos veces en su vida: cuando ingresan en la Compañía de Jesús y unos años más tarde (habitualmente, entre diez y veinte años después), una vez completada su formación espiritual. Puesto que los jesuitas tienen su origen y viven en diversas partes del mundo, su contexto personal y cultural afecta al modo en que cada uno de ellos enfoca los ejercicios. En este libro están presentes tanto la perspectiva india como la internacional. A continuación, permítasenos indicar algunos puntos sobre el acento, las sugerencias imaginativas y el tono particular y específico sobre los ejercicios espirituales que dan color a las charlas y conferencias que De Mello dio a su grupo del Instituto Sadhana. En las charlas iniciales (que seguimos citando en esta introducción), De Mello comenta las «anotaciones» o líneas de actuación introductorias para cualquiera que vaya a dirigir o hacer los ejercicios espirituales. El objetivo principal es emprender un viaje a través de la oración y la conciencia que facilite un contexto con el fin de que el sujeto llegue a ser espiritualmente libre y, por tanto, capaz de buscar, encontrar y seguir la voluntad de Dios en su propia vida personal. Dicho proceso, consistente en «poner en orden nuestra vida —reflexiona De Mello— lo que de verdad significa es que todos hemos de poner orden en el amor». «Amar a cualquier persona o cosa que no sea Dios o que consideremos igual a Dios» es «un amor desordenado; por tanto, ha de ser cambiado y purificado». «Fuimos creados para Dios», insiste De Mello. «Nuestro destino eterno es Dios; nuestros corazones solo encuentran descanso

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en Dios. La satisfacción total y completa solo se logra en el amor infinito de Dios». Por esta razón, De Mello puede afirmar que los ejercicios espirituales de san Ignacio son «un curso intensivo para centrar nuestros corazones en Dios». Permiten que sea Dios, y no «alguna criatura terrenal», quien se convierta en «centro de gravedad» de nuestra vida y permanezca como tal. Siguiendo la tónica empleada frecuentemente por De Mello, él nos explica e ilustra este cambio del centro de gravedad por medio de una parábola. De Mello imagina una muchacha india de nombre Mary. Ella… … cuenta con cierto número de diferentes amores: ama a sus progenitores profundamente, ama a sus amigos y amigas, ama también sus aficiones y toda clase de cosas. Posteriormente, se enamora locamente de John, y este llega a serlo todo para ella. ¿Esta situación hará que ella deje de amar a sus progenitores y a sus amigos y amigas? ¿Acaso perderá el interés por su trabajo y aficiones? No. De la nueva situación emerge una nueva vida, obviamente impregnada por entero del intenso amor que ella siente por John. Un buen día, los jefes de John lo mandan a trabajar a África. Mary se ve en la tesitura de tener que elegir entre quedarse aquí, en la India, o irse con él a África. No tiene ninguna duda: se irá con él a África. ¿Cómo se sentirá? ¿Estará triste por tener que dejar atrás a su padre y a su madre? Por supuesto que sí, muy triste. Se sentirá así un día tras otro; sin embargo, en su mente no cabe la menor duda de lo que ha de hacer. ¿Qué le ha ocurrido a Mary? Que hasta cierto punto el amor que siente por sus progenitores se ha relativizado debido al amor que siente por John. La nueva dimensión que hay en su amor no significa en absoluto que ella haya perdido su humanidad y su calor humano. No obstante, en cierto modo, sus otros amores se han transformado, y su amor tiene un nuevo centro de gravedad.

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El «amor espiritual» que los ejercicios espirituales animan a desarrollar no significa, tal y como lo explica De Mello, «que tengamos que dejar de lado los otros amores». Más bien, lo que hemos de hacer es «desplazar el centro de gravedad de nuestro corazón hacia Cristo, y luego todo lo demás pasará a ser relativo». «Los afectos», añade, no son malos, «son ambas cosas: son buenos y necesarios. Se vuelven desordenados cuando se convierten en el centro de nuestro universo. Ningún afecto o apego a cualquier criatura debe ser jamás el centro de nuestro amor. Cuando experimentamos el sentimiento de haberlo centrado todo en Dios, lo demás se convierte en algo relativo». Desde el mismísimo comienzo de sus charlas, De Mello destaca en ellas el papel indispensable que desempeña la libertad interior a la hora de permitir que nuestro amor quede centrado en Dios y que nuestra voluntad elija lo que de verdad espera y quiere Dios de nosotros. «Las personas —dice— solo llegan a tomar una decisión correcta cuando sus corazones son y se sienten libres». Cuando somos libres de verdad, Dios puede conducir nuestra voluntad hacia lo que auténticamente es mejor para nosotros y para su mayor gloria. Tanto como san Ignacio, o quizá más, De Mello subraya el papel desempeñado por el silencio y la soledad como condiciones para que se dé el crecimiento espiritual. «El silencio —asegura a su grupo de Sadhana— es el mayor tesoro que tenemos en nuestro haber». El silencio puede resultar «doloroso»; sin embargo, nos aporta «purificación» y nos permite enfrentarnos a nosotros mismos y confrontarnos con Dios. A través del silencio nos «ponemos en contacto» con Dios. «En ese sentido, todo se encuentra en el silencio». Al igual que san Ignacio de Loyola, De Mello considera los ejercicios espirituales «una actividad fundamental. La única cosa que han de poner en práctica los ejercitantes es el trabajo. ¡Acude al retiro y trabaja duro! Desde este punto de vista, los ejercicios espirituales son similares a un retiro budista. Trabajo,

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trabajo y trabajo; no te quedes ahí sentado, limitándote a escuchar al director del retiro». De Mello nos previene para que evitemos esa lectura o interpretación de los ejercicios, «porque dicha interpretación puede hacer las veces de una buena defensa contra Dios. Cuando estás luchando con Dios y tratando de buscar una salida al estado en que te encuentras, la lectura puede llegar a ser un estupendo anestésico. Un individuo toma un libro y se poner a leerlo de la misma manera que un marido lee el periódico en el desayuno para no tener que hablar con su esposa. La lectura es una bonita defensa. Toda esa gente lo lee todo sobre Dios, pero no se abre a él». De igual modo, De Mello se suma a lo dicho por san Ignacio al instar fidelidad al programa que uno se imponga en lo que toca a la oración en unos ejercicios: «Fija una hora y cúmplela». Ni tan siquiera se le ha de ocurrir decir: «Rezo cuando tengo ganas»; y lo argumenta echando mano de su experiencia: «Precisamente, cuando la gente no siente ganas de rezar es cuando más progresa en la oración». Y añade: Evidentemente, la oración tiene sus altibajos. A veces experimentamos asco y repugnancia, y en otras ocasiones, verdadera euforia; otras veces sentimos ambas cosas en una misma hora. Aunque contamos con café y té instantáneo, no existe la oración instantánea, como tampoco existen el amor instantáneo ni una relación instantánea: son cosas que necesitan tiempo. Cuando la gente se relaciona con Dios, debe invertir tiempo en ello. Además, hay otra razón para que sigamos orando cuando nos entran ganas de dejar de lado la oración. La experiencia aprendida de la gente que afirma «rezo cuando siento ganas de orar» nos dice que es gente que tiende a rezar cada vez menos. En tal caso, necesita empezar el proceso otra vez desde el principio.

Junto con ese consejo tan sobrio, De Mello también promete que aquellos que pongan en práctica los ejercicios espirituales

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con una fidelidad generosa podrán ser conducidos a la experiencia mística. Con frecuencia, una fidelidad de ese género tiene como resultado una comunión con Dios intensa, inmediata y profundamente consoladora en la oración. Cuando De Mello dio en 1975 las charlas que conforman el presente libro, utilizó la traducción hecha por Louis J. Puhl, S. J., The Spiritual Exercises of St. Ignatius —«Los ejercicios espirituales de san Ignacio»— (Chicago: Loyola University Press, 1951). Desde que De Mello dio sus conferencias en 1975 y, en particular, desde su fallecimiento en 1987, han aparecido otras traducciones, por ejemplo: la de Joseph A. Munitiz y Philip Ondean, Saint Ignatius of Loyola: Personal Writings —«San Ignacio de Loyola: escritos personales»— (Londres: Penguin, 1996), o la de David L. Fleming, Draw Me into Your Friendship. A Literal Translation and Contemporary Reading of the Spiritual Exercises —«Llévame a tu amistad. Traducción literal y lectura contemporánea de los ejercicios espirituales»— (St. Louis: Institute of Jesuit Sources, 1996). También han sido publicados excelentes estudios sobre los ejercicios espirituales, por ejemplo: James L. Connor y otros, The Dynamism of Desire: Bernard J. F. Lonergan, S. J., on the Spiritual Exercises of Saint Ignatius of Loyola —«La dinámica del deseo: Bernard J. F. Lonergan, S. J., sobre los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola»— (St. Louis: Institute of Jesuit Sources, 2006); David L. Fleming, ed., Notes on the Spiritual Exercises of St. Ignatius of Loyola —«Notas sobre los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola»— (St. Louis: Review for Religious, 1981), y Michael Ivens, Understanding the Spiritual Exercises —«Entender los ejercicios espirituales»— (Leominster, Herefordshire: Gracewing, 1998). Con el fin de poner al día lo que De Mello dijo en sus charlas, hemos intercalado algunas notas de los autores que han sido mencionados y de algunos otros más. Estamos sumamente agradecidos al padre Albert Menezes por habernos facilitado la copia de las notas tomadas en 1975,

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y a Francis De Mello, provincial de los jesuitas de Bombay, por habernos permitido utilizarlas. Queremos expresar nuestra más rendida gratitud a Philip Ondean por habernos ayudado a seguir la pista de las fuentes utilizadas por De Mello, y al padre David Fleming, editor durante muchos años de la Review for Religious, por haber contribuido con muy valiosas sugerencias sobre la edición de estas charlas de De Mello. Hemos adquirido una gran deuda con el señor Joseph Durepos, nuestro agente literario, y con Gary Cansen, de Doubleday, por el duro trabajo y sus expertos consejos a la hora de preparar este manuscrito. Hemos depositado en los archivos provinciales de la provincia de California de la Compañía de Jesús los siguientes documentos: 1) el texto original que nos fue confiado por el padre Albert Menezes; 2) la transcripción completa que hemos llevado a cabo de dicho texto, y 3) nuestra versión en su primera y más larga edición. Dedicamos este libro a la memoria de Anthony de Mello, un compañero valioso y encantador, miembro de la Compañía de Jesús. Fue un maestro inspirador que para sus charlas de 1975 bebió, tanto directa como indirectamente, de unas amplias fuentes escritas, añadiendo a ellas su propia experiencia personal como maestro que fue de la vida espiritual. Que la presente obra pueda llegar a ilustrar algo que le era sumamente querido: la fuerza imperecedera de los ejercicios espirituales de san Ignacio, con el fin de acercar a los creyentes de todas partes a Dios y a sus congéneres humanos. Gerald O’Collins, S. J., Daniel Kendall, S. J., y Jeffrey La Belle, S. J. 31 de julio de 2009 Universidad de San Francisco

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