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«Pero, capitán, ¿está seguro de que tenemos que anclar aquí?», le preguntó tímidamente el marinero. «No me extrañaría que acabáramos encallando también nosotros...» «¿Pero cómo te atreves a pensar eso, granuja pelagatos?», gritó Barbanegra, lleno de ira, mientras sacudía al hombre por el cuello como si fuera un títere.

«Sé lo que me hago: el barco francés que intenta atraparnos nunca tendrá valentía suficiente para seguirnos hasta aquí.» Acto seguido, puso bajo su sombrero las largas mechas que solía encender antes de cada abordaje. Aquel truco provocaba un humo negro a su alrededor que, mezclado con la larga barba, aterrorizaba a cualquiera.


«Pero, capitán, ¿está seguro de que tenemos que anclar aquí?», le preguntó tímidamente el marinero. «No me extrañaría que acabáramos encallando también nosotros...» «¿Pero cómo te atreves a pensar eso, granuja pelagatos?», gritó Barbanegra, lleno de ira, mientras sacudía al hombre por el cuello como si fuera un títere.

«Sé lo que me hago: el barco francés que intenta atraparnos nunca tendrá valentía suficiente para seguirnos hasta aquí.» Acto seguido, puso bajo su sombrero las largas mechas que solía encender antes de cada abordaje. Aquel truco provocaba un humo negro a su alrededor que, mezclado con la larga barba, aterrorizaba a cualquiera.


«¡Sangre! ¡Sangre! ¡Viva el Tigre de Malasia!», gritan sus hombres desde las murallas, llenos de odio. En el horizonte, los barcos se están acercando y sus cañones empiezan a disparar ya contra las fortificaciones de la isla. En respuesta, los piratas encienden las mechas de sus armas de fuego: la batalla será violenta. Desde la aldea armada se responde a los proyectiles y granadas del enemigo, destripando los costados de las naves para evitar que atraquen en la isla. Mientras las murallas resistan y los cañones tengan municiones, ningún hombre podrá desembarcar.

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A Jim le caía muy bien aquel hombre alto y fuerte, de aspecto inteligente y alegre. Tenía un loro peculiar que siempre estaba posado sobre su hombro y que repetía una y otra vez: «¡Doblones de a ocho! ¡Doblones de a ocho!» Silver, a pesar de tener solo una pierna, en realidad era un pirata ágil y peligroso: conocía bien la isla donde estaba escondido el tesoro e incluso la historia del terrible capitán Flint.

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