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Primera edición: marzo de 2019 Título original en inglés: What’s a Girl Gotta Do? Adaptación de cubierta: Book & Look Maquetación: Endoradisseny Edición: Helena Pons Dirección editorial: Ester Pujol © 2016, Holly Bourne, por el texto © 2016, Usborne Publishing Ltd., por el diseño de cubierta © 2019, Ángeles Leiva, Laura Obradors Noguera y Alicia Bueno Belloso, por la traducción © 2019, La Galera, SAU Editorial por la edición en lengua castellana Casa Catedral® Josep Pla, 95. 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com facebook.com/lagalerayoung twitter.com/lagalerayoung instagram.com/lagalerayoung Impreso en Liberdúplex Depósito legal: B-232-2019 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-6438-1

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EL MOMENTO CRUCIAL



Uno

Ni siquiera iba en minifalda. Un pensamiento ridículo. Totalmente ridículo. Sin embargo, después, mientras me caían lagrimones y me hervía la sangre de rabia, no dejaba de pensar… …ni siquiera iba en minifalda. Si queréis saber realmente qué llevaba puesto, para convenceros de que yo era la víctima ideal en todo esto, iba con unos tejanos normalísimos. Y mi jersey de blonda. PERO TRANQUIS, que todo ese encaje erótico quedaba TOTALMENTE OCULTO bajo la trenca. Así pues, a menos que los pervertidos de las furgonetas tengan visión de rayos X —y vamos a dar las gracias de que no sea así—, no llevaba nada de nada para provocar lo que ocurrió aquel día. Que fue lo siguiente… Yo iba camino del insti con prisa porque llegaba tarde debido a una bronca de campeonato que había tenido con mis padres sobre Mi Futuro. Es algo habitual. Están obsesionados con Mi Futuro, pero aquella discusión en concreto había sido muy desagradable. Por motivos que nadie conoce, ni siquiera yo, la riña había termi9


nado conmigo gritando «¡Meditad sobre ESTO!» y agarrándome la entrepierna. Acto seguido, y mientras me miraban pasmados, di un portazo en sus narices y me lancé calle abajo. Al borde del llanto. Hacía frío y el cielo estaba despejado. Era un bonito día de octubre, pero de aquellos en los que la dorada luz del sol no tiene efecto alguno en la temperatura. Yo iba casi corriendo, en parte por el retraso y en parte para mantener el calor corporal. Vi la furgoneta al doblar la esquina. En el asiento delantero había dos tipos con pinta de albañiles que se fijaron en mí enseguida. Se me quedaron mirando a través del parabrisas. La manera en que me examinaron me provocó al instante un grumo en el estómago. El grumo de la intuición femenina. El grumo de «aquí va a pasar algo». No, a la mierda eso. No se trata de intuición femenina. Yo no soy adivina, simplemente tengo una amplia experiencia en acoso sexual, como casi todas las chicas sobre la faz de la Tierra que se atreven a ir a los sitios a pie. La furgoneta estaba aparcada en mi acera, el único lado pavimentado de la calle tranquila y residencial. Me quedé parada un instante, sopesando las opciones que tenía. Percibía peligro, pero tenía que pasar por delante del vehículo, aunque ya me sentía mal por la forma en que me miraban. Como si debiera avergonzarme… «Puede que me equivoque con ellos», pensé. Uno de los hombres tendría la edad de mi padre. Quizá estuvieran mirando por el parabrisas sin más, de manera inocente. Tal vez no supusieran ningún problema. Y como yo estaba agotada, iba sola y ya llevaba encima un buen mosqueo y todo lo que os acabo de contar, no pasé frente a ellos con mi seguridad habitual. 10


Aparté la mirada por instinto, fingí que no me observaban, me tapé aún más el pecho (totalmente oculto) con la trenca y apreté el paso hacia ellos. Estaba acercándome a la furgoneta. Aún podía notar sus ojos puestos en mí, pero ya casi estaba allí. Y «casi allí» significaba que «casi» había pasado de largo… y… estaría todo bien… yo estaría bien… y en cualquier caso era a plena luz del día y siempre podía ponerme a gritar, pero no haría falta porque no ocurriría nada y yo me había imaginado a aquellos albañiles peor de lo que eran y… y… y… …y entonces la puerta de la furgoneta se abrió. Me detuve en seco. La puerta abierta del vehículo bloqueaba el paso en la acera. El hombre más joven estaba saliendo poco a poco y yo levanté la vista a toda prisa, asustada. Y es que ¿por qué la habrían abierto? Oí un portazo y me estremecí. Era la otra puerta de la furgoneta, porque el otro tipo también había salido. Volví rápidamente la cabeza en su dirección y lo vi rodear el capó para acercarse a mí. Era calvo y viejo y tenía la cara roja como si llevara demasiados años bebiendo de más. Me vi con un hombre delante, y otro detrás. Estaba acorralada. Apenas me quedaba espacio para sortear a ninguno de los dos. El que me impedía avanzar habló primero. —Estás muy sexy con esos morritos rojos —dijo, con un tono de voz tan suspicaz que me dieron escalofríos y retrocedí. Ah, sí. He olvidado comentároslo. Llevaba los labios pintados de rojo. ¿ENTONCES ES CULPA MÍA? Se agachó hasta ponerse justo delante de mi cara, sin darme más opción que mirarlo. Era más joven que el otro, con pelusa más que vello facial. El calvo que tenía a mi espalda se le unió. 11


—Te lo has puesto especialmente para nosotros, ¿verdad, encanto? Nos gusta. Nos gusta mucho. El corazón me latía con tanta fuerza que pensaba que me ardería. Respiraba ya de forma brusca y entrecortada. Al otro lado de la calzada había un hombre en su jardín, quitando las flores marchitas a una planta. Lo miré desesperada, pidiéndole ayuda en silencio. Sin embargo, él parecía estar fingiendo no advertir mi presencia. —¿Qué te pasa, encanto? ¿Por qué no hablas con nosotros? —Es que… —tartamudeé—. Es que… —¿Eres tímida? Las chicas tímidas no se pintan los labios así. El más joven volvió a avanzar hacia mí; ya no me quedaba espacio para moverme. El aliento le apestaba a algo dulce, como si hubiera estado bebiendo Red Bull. Miré alrededor agobiada y medí a ojo el hueco que lo rodeaba para calcular si podría colarme por él. Vi una oportunidad. La aproveché. Me abrí paso a empujones, apartando hacia arriba los brazos del hombre al tiempo que echaba a correr calle abajo tan rápido como pude. Mis pies golpeaban el pavimento con fuerza y el corazón se me desbocó. ¿Me seguirían? Estábamos a plena luz del día. —CALIENTAPOLLAS —gritó uno de ellos a mi espalda. Me acribillaron a insultos. Yo corrí y corrí, segura de que vendrían a por mí. Convencida de que aquello aún no había terminado. —VENGA YA, ENCANTO, QUE SOLO ERA UN CUMPLIDO. —ZORRA MALEDUCADA. El aire frío me rasgó la garganta y me hizo daño en los pulmones. Mi estómago quiso vaciarse. Me temblaba tanto el cuerpo que a duras penas podía correr en línea recta. No oía pasos detrás de mí. Cuando llegué al final de la calle, me atreví a echar un vistazo por encima del hombro. 12


Vi a los dos hombres apoyados en la furgoneta. Riendo. Estaban doblados en dos con las manos en las rodillas, compartiendo risitas como niños. Y mientras me esforzaba por contener las lágrimas que bullían en mi interior y se me habían quedado atragantadas, pensé: «Pero si ni quisiera iba en minifalda».

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Dos

Mi día fue de mal en peor. Llegué a clase por los pelos y me pasé la hora de Política y Economía gimoteando, casi incapaz de concentrarme. Me temblaba la mano mientras sostenía el boli entre los dedos y tomaba apuntes sin sentido. No dejaba de visualizar la escena en mi mente. La forma en que me habían mirado. La sensación que había tenido al ver que me cerraban el paso. Mientras mi profe soltaba un rollo sobre los fallos de nuestro sistema electoral de mayoría relativa, yo sentía un montón de emociones a la vez. Vergüenza, y algo de culpa también. Por ponerme el dichoso pintalabios solo porque me hacía juego con el bolso, y porque, hasta aquella mañana, siempre me había hecho sentir feliz. Bochorno, por permitir que la actitud de los albañiles me afectara tanto. Aun así sentía como si me hubieran desnudado y expuesto ante el barrio entero. Miedo, de encontrármelos allí al volver caminando a casa… Y pura ira, a más no poder. Hacia ellos. ¿Qué les llevaba a pensar 14


que podían tratarme de aquella manera? ¿Y por qué no me había ayudado ese otro hombre…? Pero también hacia mí… «Lottie, ¿se puede saber por qué no les has devuelto los insultos? ¿Qué clase de pelele eres?» Cuando la primera hora de clase terminó, fui directa a la cantina del insti para reunirme con mi grupo de estudio de Filosofía. Algunos de nosotros fuimos a por patatas fritas, como solíamos hacer. Para entonces ya había dejado de temblar, pero seguía con todas aquellas emociones en mi interior. —Hola, Lottie —me saludó Jane mientras se ponía a mi lado en la cola, con un batido en la bandeja—. ¿Estás bien? Te veo nerviosa. Le devolví la sonrisa. Jane era una vieja amiga de Evie, una de mis dos mejores amigas. En aquel último año de bachillerato nos habían puesto de nuevo en la misma clase de Filosofía y al final estaba ganándose mi simpatía tras un par de intentonas en falso. —Estoy bien… —mentí—. ¿Preparada para la divertida deontología? Jane suspiró y se pasó la mano por la parte de su cabellera recién teñida de rosa. —Estoy preparada para que me ayudes a entenderla. Saludé con la cabeza a Mike, y a algunos más que se habían puesto en la cola detrás de nosotras mientras avanzábamos poco a poco hacia la sección de comida caliente. Me levanté de puntillas para ver el estado de las patatas fritas. —Puf —dije en voz alta—, están llegando al fondo de la bandeja. Odio las patatas del fondo de la bandeja, siempre están blandas y frías. —A lo mejor alguien que vaya por delante de ti en la cola las pide primero —sugirió Jane. 15


—Ojalá, Jane. Ojalá. Pero nadie pidió patatas fritas antes de que me tocara a mí. Miré las míseras sobras —había algunas crujientes y otras dobladas y blandas— y fruncí el ceño. Me volví hacia los miembros del grupo de estudio que había en la cola detrás de mí. —Pues va a ser muy «utilitarista» por mi parte si me pido estas —bromeé—. Me voy a comer el marrón de acabarme las patatas chuchurrías que quedan en esta bandeja, pero vosotros os quedaréis con las buenas. Sin embargo, nadie me prestaba atención y eso me cabreó, porque terminé con un plato lleno de patatas cacosas sin que nadie se riera de mi asombrosa broma filosófica. Mientras Mike y los demás pedían patatas riquísimas de la nueva bandeja que sacaron, yo me dirigí hacia la mesa del rincón que ocupábamos siempre. Allí el aire estaba viciado y olía a sándwich de huevo. La luz del sol entraba a raudales por los enormes ventanales, calentándome la cara e intensificando el hedor a sándwich de huevo. Una vez reunidos todos, éramos siete en total: Jane, su novio Joel, otros cuatro chavales y yo. Aquel día el encargado de dirigir el grupo era Mike. Yo lo había besado estando borracha y pasadísima de rosca por los cinco sobresalientes que había sacado en primero de bachillerato, y él aún no me había perdonado que no le dejara llegar más lejos. Mike me lanzó su consabida mirada cargada de maldad desde el otro lado de la mesa y comenzó a hablar. —Bueno, peña, he hablado con el señor Henry y me ha dicho que la deontología y el utilitarismo entrarán fijo en el examen… Sus palabras se perdieron en un murmullo de fondo mientras yo cogía una patata fría con poco entusiasmo y los recuerdos de la 16


mañana volvían a zumbar en mi cabeza. Qué HORRIBLE había sido la discusión con mis padres. Papá seguía sin superar que yo hubiera renunciado a una quinta asignatura a comienzo de curso, aunque solo necesito cuatro para entrar en Cambridge. Y aquella mañana había intentado por enésima vez hacerme cambiar de idea, pese a que ya llevábamos un mes de clase. Mamá se había dedicado a revolotear nerviosa entre ambos, como siempre, en un intento fallido de mantener la paz. —Tienes que pensar en tus prioridades —me había dicho papá. Siempre era él quien salía con esas historias—. Esta es tu única oportunidad, Charlotte. —Me consta que ese Club de las Solteronas es muy importante para ti, cariño —intervino mamá—. Y estamos orgullosísimos de ti… pero ¿no te parece que aprovecharías mejor el tiempo si lo emplearas en sacarte esa asignatura de más, solo por si acaso? Con Evie y mi otra mejor amiga, Amber, había formado el año anterior un grupo de debate feminista llamado el Club de las Solteronas, el cual realmente había tomado vuelo. En el instituto había llegado a convertirse en un auténtico club —FemSoc— que dirigíamos las tres juntas. Era algo que me hacía sumamente feliz, pero papá no estaba tan contento con ello. —A ver, Charlotte —añadió él—, ¿no te preocupa cómo quedará ese grupo feminista en tu solicitud de ingreso a la universidad? Lo digo porque no es una actividad extraescolar muy… tradicional que digamos. ¿Es que no hay otro grupo de debate en tu instituto? Eso es un poco más Cambridge… ¡Menudo hipócrita estaba hecho! Mucho «Salvemos el mundo» y «Todos somos iguales» hasta que se trataba de sus propias aspiraciones para su única hija. Entonces su obsesión con el Prestigio y 17


la Importancia de la Educación hacían de él el paradigma del doble rasero. Y mamá, en fin… se pasaba la mitad del tiempo coreando consignas o diciendo lo que pensaba que debía decir para hacer que dejáramos de discutir. Sacudí la cabeza de un lado a otro, trasladándome de nuevo al presente para escuchar la monótona voz de Mike, que seguía y seguía con su perorata… —Vale, o sea que tal y como yo lo veo, el utilitarismo se basa en el bien común… ¡Sería memo! Pero si ya habíamos pasado por todo eso el primer día de aquel módulo. Me reventaba que no me dejaran dirigir el grupo de estudio, pero todos nos turnábamos para ello. ¿Por qué habría vuelto a besarlo? —Así que, si aplicamos esta teoría del utilitarismo a… Más perorata… Mi mente desconectó de nuevo y observé a Jane mientras jugaba con su pelo rosa. Esos albañiles… la manera en que me habían mirado… Me había pasado la mañana discutiendo con mis padres sobre feminismo… y nada más salir de casa me topé con un motivo más que evidente de por qué necesitábamos el feminismo. ¿Por qué no les devolví los insultos? La manera en que me miraban… Me estremecí. Se me notó tanto que Jane me dedicó una leve sonrisa como diciendo: «Yo también me aburro». Le devolví una media sonrisa y dirigí mi atención a un grupo de estudiantes que había junto a la vieja gramola del insti, donde estaban metiendo una moneda de una libra entre risitas. Se produjo una pausa y la primera canción resonó por los altavoces de la cafetería. Un murmullo de risas se propagó por las mesas. 18


Habían elegido Let’s Get It On de Marvin Gaye. Lo de poner constantemente aquel tema en la gramola comenzaba a ser una broma generalizada. —Y, bueno, si nos fijamos en las preguntas del examen del año pasado… Mike intentaba proseguir por encima de los grititos de Marvin, pero lo tenía difícil. Joel ya se había vuelto hacia Jane para iniciar su propia serenata ampulosa. La coleta se le agitaba a la espalda al tiempo que él movía los labios de manera histriónica, siguiendo la letra. Jane meneó los hombros… incluso yo seguía el ritmo con el boli. Me relajé con la música hortera hasta que Mike dijo en voz alta: —De modo que una manera facilísima de entender el utilitarismo es pensar en las patatas de la cantina. Se me cayó el boli al suelo, y cuando volví a aparecer tras recogerlo, Mike estaba apuntando a mi plato. —Así pues, Lottie ha sacrificado una rica ración de patatas fritas para ella al pedir las últimas que quedaban en la bandeja, ya pasadas, sabiendo que a los que veníamos detrás, que éramos más, nos tocarían unas patatas mejores. Un ejemplo ideal de utilitarismo, ¿no es así? —preguntó mientras miraba a todos con una gran sonrisa, invitándoles a reír con su razonamiento… y así lo hicieron. Todos sonrieron, asintiendo. Yo negué con la cabeza, demasiado pasmada para hablar. —Es una buena observación, Mike. —Sí, nunca pensé que podría ser así de simple. Pero tienes razón. —Siento lo de tus patatas, Lottie. Joel me saludó como si yo fuera un soldado. Y todos volvieron a reír. Llamé la atención de Jane para ver si se había dado cuenta. Ella 19


se encogió de hombros y miró a Mike con cara de fastidio, lo que confirmó mi indignación. No me reí. No asentí. No me mostré conforme con los demás. No podía creerlo. Aquella era mi observación. ¡Y mi chiste! Y Mike lo había hecho pasar como suyo con todo el descaro del mundo. Lo peor era que todos habían prestado atención. Porque lo había dicho Mike. No yo… Mike. Y la única razón que yo veía para que aquel comentario fuera mejor en ese momento que cuando yo lo había hecho radicaba en que… Mike… era un chico.

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