1984c

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ELOGIO DE LOS LUNÁTICOS JORGE VOLPI

Che fai tu, luna, in ciel? dimmi, che fai, silenziosa luna.

LEOPARDI

E

ncerrado en su biblioteca-ermita de Recanati, que en su edad adulta casi nunca abandonó, Giacomo Leopardi imaginó a su némesis: un pastor errante, en las vastas estepas de Asia, contemplando lo mismo que él podía ver desde su ventana al otro lado del mundo: la solitaria luna en la oscuridad del firmamento. Y es que acaso la luna, nuestra Luna, sea uno de los pocos referentes que hermanan a todos los humanos: el asombro súbito ante ese rotundo brillo que se destaca en la negrura como fuente inagotable de mitos, de historias, de obras de arte, de investigaciones científicas, de costosas misiones para tocarla y acaso, algún día, colonizarla. La Luna, pues, como metáfora de todo aquello con lo que hemos soñado desde tiempos inmemoriales, como símbolo de nuestras conquistas y nuestras desilusiones, de nuestra voluntad de ir siempre más allá y de nuestra eterna locura. No es casual que los lunáticos sean justo quienes prefieren no habitar la Tierra, se desprenden del resto de los mortales — de las demás criaturas sublunares—, absortos en la contemplación de aquel luminoso disco blanco, o de sí mismos, y parecen levitar hacia aquellas alturas que tanto los fascinan y tanto los 13


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