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Prólogo El problema de los cuentos de hadas es que la mayoría empiezan con una tragedia. Entiendo el razonamiento que hay detrás de ello. A nadie le gustan las heroínas mimadas. Un buen personaje necesita pruebas que superar: experiencias que le den profundidad, que lo hagan vulnerable, que hagan que merezca la pena contar su historia y que guste. Los buenos personajes necesitan vivir dificultades para ser fuertes. La idea tiene sentido, pero es un rollo si la heroína eres tú. Mi vida nunca había sido como un cuento de hadas. No se me había cumplido ningún deseo mágico, aunque tampoco había sido una tragedia. Mi padre tuvo un lío con otra mujer y nos dejó a mi madre y a mí cuando yo tenía ocho años, pero, aparte de eso, mi vida era bastante buena. Podría decirse que soy bastante guapa; tengo el pelo largo, negro y ondulado, y una piel suave y bronceada, gracias a los genes chilenos por parte de mi madre. Pero tengo los ojos grandes y azules de mi padre. Soy más o menos inteligente, casi siempre saco sobresalientes sin apenas estudiar mucho. Y también me considero bastante popular; no soy la reina del baile, pero nunca me faltan amigos ni planes los sábados por la noche. Puede que creciera sin padre, pero mi madre era mi mejor amiga, y eso era suficiente para mí. La vida, en general, me iba bastante bien. Entonces, el pasado noviembre, mi madre decidió darme una sorpresa con un viaje a Vermont por mi cumpleaños, y fue ahí cuando recibí mi primera dosis de tragedia. —He reservado para las dos el pack completo de spa para poder descongelarnos en el jacuzzi y que nos den masajes cuando volvamos doloridas después de haber pasado el día esquiando —confesó mi madre mientras nos marchábamos de Boston. Estaríamos fuera cuatro días. 9


—¡Guau, mamá! No es que no te lo agradezca, pero… ¿podemos permitírnoslo? Mi madre se rio de mí. Me encantaba el sonido de su risa. Era ligero y nervioso, y me hacía sentir como si pudiera perderme en él. Siempre se reía. Era la persona con más vitalidad que conocía. Para ella, la vida no podía ser mejor. —Escúchate, Ella. Cumples dieciocho, no cuarenta. Sonreí. —¿Como tú el mes que viene? —¡Cállate! Es nuestro secreto. Si alguien pregunta, cumplo treinta y nueve todos los años que me queden de vida. —Claro que sí. Espera… ¿eso que veo son… patas de gallo? —¡Ellamara Valentina Rodríguez! —Mi madre suspiró—. Son líneas de expresión y estoy extremadamente orgullosa de ellas. —Me mira y el contorno de sus brillantes ojos se arruga y las «marcas» se le acentúan—. Contigo como hija, me ha costado bastante que me salgan patas de gallo en vez de canas. Resoplé y me giré para coger el móvil. Me estaban llegando mensajes. —Sé amable con tu madre o te avergonzaré de forma horrible frente a todos los chicos guapos que veamos este fin de semana. Tenía una respuesta ingeniosa preparada, pero se me olvidó al ver el mensaje en el teléfono. Cinder458: Tu bloganiversario es ya mismo, ¿verdad? Cinder458, o Cinder a secas para mí, es mi mejor amigo aparte de mi madre, aunque nunca nos hemos visto en persona. Tampoco he hablado con él por teléfono. Nos hemos enviado correos electrónicos continuamente desde que se topó con mi blog, Palabras de sabiduría de Ellamara, hace un par de años. En mi blog hago reseñas de películas y libros. Lo empecé cuando tenía quince años y mi tercer bloganiversario estaba a la vuelta de la esquina. El nombre de «Ellamara» es en honor a mi personaje favorito de mi serie de libros preferida, Las crónicas de Cinder. Es una saga de fantasía escrita en los años setenta y que se ha 10


convertido en una de las historias más queridas de la literatura moderna. Hollywood por fin hará la película del primer libro, El príncipe druida. Me llamo Ellamara. Mi madre leyó los libros cuando era pequeña y le gustaron tanto que me bautizó con el nombre de la misteriosa sacerdotisa druida. Estaba orgullosa del nombre y también de mi madre, por preferir a Ellamara antes que a la princesa guerrera Ratana, que gustaba más a todo el mundo. Ellamara era un personaje mucho mejor. Cinder, por supuesto, también es fan de la serie. Fue el nombre de Ellamara y mi post sobre por qué era el personaje más infravalorado del libro lo que atrajo a Cinder hasta mi blog. Adora los libros tanto como yo, así que me gustó al instante, aunque me escribiera para argumentar que la princesa Ratana era mejor para el príncipe Cinder. No ha estado de acuerdo con la mayoría de mis reseñas desde entonces. EllaLaVerdaderaHeroína: ¿Saben tus amigos de Hollywood que usas palabras como «bloganiversario»? Cinder458: Por supuesto que no. Necesito tu dirección. Tengo un regalo para tu bloganiversario. ¿Cinder me había comprado un regalo? El corazón me dio un vuelco. No es que estuviese enamorada de mi mejor amigo internauta ni nada por el estilo. Eso sería completamente ridículo. El chico era engreído y cabezota, y me rebatía todo solo para molestarme. También tenía mucho dinero, salía con modelos, lo cual implicaba que estaba muy bueno, y mantenía en secreto que era un friki de los libros. Divertido, rico, guapo, seguro de sí mismo y amante de los libros. No, no era mi tipo para nada. Qué va. En absoluto. Vale, sí, muy bien, a lo mejor no era mi tipo por defecto porque vivía en California y yo en Massachusetts. En fin. Cinder458: ¿Hola? ¿¿Ella?? ¿¿Tu dirección?? EllaLaVerdaderaHeroína: No doy mi dirección a tipos raros de internet. 11


Cinder458: Supongo, entonces, que no querrás esta primera edición en tapa dura y fi rmada de El príncipe druida. Qué pena. Le pedí a L. P. Morgan que lo firmara para Ellamara cuando lo vi la semana pasada en la FantasyCon, así que no puedo intentar impresionar a ninguna otra chica con él. No me di cuenta de que estaba chillando hasta que mamá dio un volantazo. —¡Por el amor de todo lo sagrado, Ellamara! No asustes a tu pobre madre así. Estamos en plena tormenta de nieve. Las carreteras ya son lo bastante peligrosas sin que te pongas a gritar como una banshee. —Lo siento, mamá. Pero Cinder me ha dicho… —Ay, muñeca, otra vez ese chico, no. —Reconocí su voz cansada. Estaba a punto de recibir uno de los sermones favoritos de mi madre—. Eres consciente de que es un desconocido, ¿verdad? Niego con la cabeza. —No lo es. Lo conozco mejor que a nadie. —Nunca lo has visto en persona. Todo lo que te ha dicho podrían ser mentiras. Admitiré que esa posibilidad ya se me había pasado por la cabeza, porque la vida de Cinder sonaba muy a estrella del rock, pero a estas alturas lo conozco lo bastante como para pensar que no es un mentiroso. —No lo creo, mamá. Es posible que lo maquille todo un poco, pero ¿y quién no? ¿Y qué importa? Solo es un amigo de internet. Vive en California. —Exacto. ¿Por qué pierdes tanto tiempo con él? —Porque me gusta. Puedo hablar con él. Es mi mejor amigo. Mi madre volvió a suspirar, pero me sonrió y suavizó el tono. —Solo me preocupa que te enamores de él, muñeca. Y entonces ¿qué? Esa era una buena pregunta. Razón por la cual Cinder no era mi tipo. No era mi tipo. No. Era. Mi. Tipo. 12


Cinder458: Dirección. Sustantivo. Lugar donde una empresa o persona puede ser localizada. (Y al que se pueden enviar regalos increíbles). EllaLaVerdaderaHeroína: ¿Tu coche te ha chivado eso? Cinder tiene un Ferrari 458. Me lo dijo cuando le pregunté qué significaban los números de su nombre de usuario. Busqué el coche. Cuesta más de lo que ganaba mi madre en cinco años. Me gusta tomarle el pelo con sus manías excesivamente condescendientes. Y sí, el coche le habla. Cinder458: No estoy conduciendo, así que me lo ha chivado el teléfono. Tu dirección, mujer. ¡Ya! O no te diré quién hará de Cinder en la película. Estuve a punto de chillar otra vez. La película había recibido luz verde para producirse, pero el reparto aún no se había anunciado. El padre de Cinder es un pez gordo de la industria cinematográfica, así que Cinder se entera de muchas cosas antes que nadie. EllaLaVerdaderaHeroína: ¡No! ¡Dímelo! ¡¡¡Me muero de curiosidad!!! Nunca llegué a averiguar qué actor iba a inmortalizar a uno de los personajes más queridos de todos los tiempos porque un camión lleno de troncos de leña chocó contra un trozo de hielo en la carretera, se deslizó por la calzada y atravesó dos carriles directo hacia nosotras. Estaba mirando el teléfono cuando ocurrió, y no lo vi venir. Solo recuerdo oír gritar a mi madre y sentir el tirón del cinturón justo antes de que el airbag me explotara en la cara. Sentí un dolor tan intenso que literalmente me quedé sin aliento, y luego nada. Desperté tres semanas después en la unidad de quemados de un hospital de Boston, donde los médicos me sacaron de un coma inducido. Tenía quemaduras de segundo y tercer grado en el setenta por ciento del cuerpo. Mi madre había muerto.



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