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l primer incidente ocurrió cuando tenía seis años. Los síntomas se habían manifestado anteriormente, pero fue

entonces cuando salieron definitivamente a la luz. Ese día, mamá debió haberse olvidado de venir a recogerme a la guardería. Un tiempo después, me contó que había ido a ver a papá después de todos estos años, a decirle que dejaría por fin que él se marchara, no porque ella fuera a estar con otra persona ni nada por el estilo, pero que, de una forma u otra, seguiría adelante. Al parecer, le dijo todo aquello mientras limpiaba las descoloridas paredes de su sepulcro. Mientras tanto, así como su amor llegaba para siempre a su fin, yo, pasajero ines­ perado de esa joven pasión, era completamente olvidado. Después de que todos los niños se hubieron marchado, quedé solo vagando fuera de la guardería. Todo lo que el niño de seis años —que era yo entonces— podía recordar sobre su casa era que se encontraba en algún lugar sobre un puente. Fui arriba y permanecí en el paso elevado con la cabeza colgando sobre la barandilla. Contemplaba los coches que transitaban debajo de mí. Me recordaban algo que había visto en alguna parte, por lo que concentré tanta saliva en la boca como me fue posible. Apunté a un coche y escupí. Mi saliva se evaporó mu-

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