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ALEXIS SCHAITKIN

«A LA VEZ FRÍAMENTE SATÍRICA Y CÁLIDAMENTE ROMÁNTICA. EL BRILLANTE DEBUT DE ALEXIS SCHAITKIN… ES IRRESISTIBLE POR SU INTELIGENCIA Y SUSPENSO» Joyce Carol Oates

ISBN 978-607-557-251-2

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ALEXIS SCHAITKIN

estudió una maestría en escritura narrativa por la Universidad de Virginia y ha publicado relatos y ensayos en The Southern Review, The New York Times y otros medios. Saint X es su primera novela.

Claire tiene sólo siete años cuando su hermana mayor, Alison, desaparece la última noche de las vacaciones familiares en la paradisiaca isla caribeña de Saint X. Días después, el cuerpo de Alison aparece en el mar, y la policía arresta a dos empleados del sitio turístico. Pero los sospechosos terminan por ser liberados, y la muerte de la joven se convierte en un misterio sin resolver con resonancia internacional. Años después, Claire tiene un encuentro fortuito que la hacer revivir los hechos que llevaron a la desaparición de Alison. Entonces emprende una búsqueda obsesiva por la verdad. ¿Qué fue lo que ocurrió en Saint X? ¿Qué hacían los sospechosos esa noche en la playa? Y la pregunta más difícil de responder: ¿quién era en realidad su hermana perdida? A través de la búsqueda de Claire, Alexis Schaitkin nos presenta una poderosa novela sobre las historias que perseguimos para entender el pasado, y el poder esclavizante de la obsesión y la tragedia.

SAINT X

UNA NOVELA ESTREMECEDORA SOBRE EL DUELO, LA OBSESIÓN Y EL VÍNCULO ENTRE DOS HERMANAS QUE NUNCA TERMINARON DE CONOCERSE.

LAS HISTORIAS NOS LLEVAN A LA VERDAD Y AL MISMO TIEMPO NOS LLEVAN POR MAL CAMINO. Y ¿CÓMO VAMOS A SABER LA DIFERENCIA?

SAINT X

«Una exploración caleidoscópica sobre la raza, el privilegio, la familia y la identidad, relatada con el dinamismo concentrado de un thriller.»

CHANG-RAE LEE, autor de Rendidos y Desde las alturas

«La atmosférica novela de Alexis Schaitkin… desvela inquietudes sobre el duelo, la verdad, el privilegio y una cultura que convierte el asesinato en materia de entretenimiento.»

CAROL MEMMOTT, The Washington Post

«Un debut magnífico: a la vez un thriller situado en un ambiente vívido y un estudio profundo sobre la raza, la clase social y la obsesión.» Kirkus Reviews

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ALEXIS SCHAITKIN

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Indigo Bay

C

omienza con una vista aérea. Deslízate bajo las nubes y allí está, la primera mirada al archipiélago: un instante, un vistazo, un espectáculo de color tan repentino e intenso que impacta tanto como sumergir un cubo de hielo en agua caliente y verlo estallar en mil pedazos: el mar cerúleo, las islas esmeralda anilladas por arena blanca y quizás, en este día, en la esquina de la imagen un buque carmesí. Baja un poco más y las islas revelan su topografía, valles, planicies y los picos cónicos de los volcanes, algunos de ellos aún activos. Allí está el Monte Scenery en Saba, el Monte Liamugia en Saint Kitts, el Monte Pelée en la Martinica, el Quill en San Eustasio, La Soufrière en Santa Lucía y en San Vicente, el Grand Soufrière en la capital Basse-Terre de la isla de Guadeloupe y Soufrière Hills en Montserrat, así como el Grand Soufrière en la pequeña Dominica, rodeado por no menos de nueve volcanes. Los volcanes suscitan una intranquila sensación de apareamiento entre la cotidianidad de la vida y la amenaza de una erupción. (En algunas islas, ciertos días, copos de ceniza sobrevuelan suavemente en el pálido y fino aire, antes de aterrizar en las laderas cubiertas de hierba y en los aleros de los tejados.) En algún lugar del archipiélago, se encuentra una isla de unos cuarenta kilómetros de largo y doce de ancho. Es un lugar

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plano, de un color deslavado y polvoriento; su tierra es fina y árida, el terreno está punteado por estanques salinos y la vegetación nativa consiste básicamente en maleza tropical, uva de playa, cactus y franchipán salvaje. (Aquí también hay un volcán, el Devil Hill: es pequeño y el magma asoma a la superficie algunas veces, sin embargo resulta poco interesante como una posible amenaza o como una atracción.) La isla alberga a dieciocho mil residentes y recibe casi a noventa mil visitantes al año. Visto desde arriba se asemeja a un puño cerrado con un dedo señalando al oeste. La parte norte de la isla mira al Atlántico. Aquí la costa es delgada y rocosa, y el agua está sujeta a los cambios de temporada, a veces es demasiado tempestuosa. Casi todos los residentes viven en esta parte de la isla, y la mayoría de ellos en la pequeña ciudad capital, Basin, en donde las escuelas de bloques cenizos, las tiendas de alimentos, las iglesias y gasolineras se entremezclan con edificios coloniales color pastel, ahora deslavados: la mansión georgiana color rosa pétalo del gobernador general, el Banco Nacional verde menta, la Prisión de Su Majestad azul cáscara de huevo (una prisión junto a un banco, uno de los chistes locales favoritos). De este lado de la costa, los nombres de las playas susurran sus defectos: Salty Cove, Rocky Shoal, Manchineel Bay, Little Beach. En la parte sur de la isla, las suaves olas del mar Caribe acarician la fina arena. Aquí los complejos turísticos o resorts puntúan la línea costera. El Oasis, el Salvation Point, el Grand Caribee y la joya de la corona de la isla, Indigo Bay. Cada uno de estos complejos está adornado con buganvilias, hibiscos y framboyanes, hermosos engaños intencionados para sugerir que la isla es un sitio exuberante y fértil. Repartidos por el mar que rodea la isla, existen unos doce cayos deshabitados; los más conocidos son el Carnival Cay, Tamarind Island y Fitzjohn (famoso, al menos localmente, por ser el hogar de la lagartija Fitzjohn). Estos cayos son sitios populares para hacer excursiones: buceo con snorkel, días 10

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de campo románticos o expediciones guiadas a las cavernas de piedra caliza. El cayo más cercano a la isla es el irónicamente llamado Faraway Cay (Cayo Lejano), a unos quinientos metros de la costa de Indigo Bay. Su playa nacarada, sus vistas salvajes y una diáfana cascada en el centro, podrían hacer de este cayo un destino popular como sus vecinos, si no fuese por la plaga de cabras salvajes que viven allí y se alimentan de verdolaga de playa y tunas. Los visitantes tienen poco sentido de la geografía. Si se les pregunta, pocos sabrían hacer un bosquejo de la forma básica de la isla, no serían capaces de ubicarla en un mapa, ni distinguirla de otras masas de tierra pequeñas que puntean el mar entre Venezuela y Florida. Cuando un taxi los transporta del aeropuerto al hotel, o del hotel al restaurante caribeño de comida fusión en la avenida Mayfair; o cuando hacen un paseo para ver una puesta de sol en el catamarán Faustina, o bien al desembarcar de un crucero en Hibiscus Harbour; o cuando una lancha los lleva a toda velocidad desde Britannia Bay a la antigua finca de azúcar, no saben si viajan de norte a sur o bien de este a oeste. La isla es un encantador no-lugar suspendido en agua tan clara como la ginebra. Cuando vuelven a casa, rápidamente se olvidan de los nombres de las cosas. No recuerdan siquiera el nombre de la playa en donde su resort estaba situado, o el cayo donde fueron a la excursión de snorkel. (Aquella playa regada de dólares de arena, tan poco valorados.) Olvidan cómo se llamaba el restaurante que les gustó más; lo que queda es sólo el recuerdo de algo parecido a una flor exótica. Incluso olvidan el mismo nombre de la isla.

Mira a Indigo Bay más de cerca y los detalles del resort quedan a la vista. Un largo camino alineado con palmeras perfectamente verticales, el lobby de mármol con su techo abovedado, el pabellón abierto en donde se sirve el desayuno hasta las diez 11

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de la mañana, el spa, la piscina con forma de alubia, el centro de fitness y de negocios (la palabra centro grabada en una placa afuera de cada uno de los salones; a los turistas americanos les encanta que esté escrita a la manera británica, algo tan pintoresco y serio para una isla tan alejada de Inglaterra). En la playa las tumbonas se organizan en forma de una parábola que sigue la curva de la bahía. Allí las mujeres locales colocan tambos, antiguamente usados para transportar leche, debajo de sombrillas azules, para trenzar el cabello a las niñas. La fragancia del ambiente es típica del trópico, franchipán y protector solar con olor a coco, así como el suave aroma a sal del océano ecuatorial. En la playa están las familias, alrededor de sus sillas se ve la arena esparcida entre palas, flotadores, pequeñísimos zapatos de playa; parejas en su luna de miel debajo de los búngalos; jubilados a la sombra leyendo gruesos thrillers. No tienen idea de los sucesos que están a punto de ocurrir aquí, en Saint X, en 1995. La hora: entrada la mañana. Mira. Una chica camina por la arena, su andar es perezoso, como si eso no tuviese ninguna consecuencia para ella, cuando llegue a donde se dirige. Mientras camina, varias cabezas voltean: hombres jóvenes, de manera evidente; hombres mayores, sutilmente; mujeres mayores, con añoranza. (Alguna vez tuvieron dieciocho años.) Lleva una túnica larga y ondulante sobre el bikini, su modo adolescente de portarla tiene un aire provocativo. Pecas color albaricoque se reparten a lo largo de su piel lechosa tanto en su rostro como en sus brazos. En un tobillo lleva una pulsera de plata con un amuleto en forma de estrella, y sandalias de plástico en sus largos y delgados pies. Una bolsa de rafia de playa cuelga de manera casual de su hombro. Su cabello rojizo, grueso y lustroso como el de un caballo, está amarrado con una banda elástica en un peinado aparentemente desordenado. —Buenos días, dormilona —le dice su padre cuando llega a las tumbonas donde se encuentra su familia. —Buenas… —dice ella bostezando. 12

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—Te perdiste un crucero enorme que pasó justo por aquí. No te imaginas lo gigantesco que era —dice su madre. (A pesar de que los huéspedes de Indigo Bay se quejan de los enormes barcos que impiden la vista, es verdad que sienten una orgullosa satisfacción en estos momentos: criticar el mal gusto de los otros les hace reafirmarse, ellos no han elegido hacer sus vacaciones en un lugar de vulgar opulencia como un barco, que es tan hermoso como un conjunto de oficinas.) —Suena fascinante —dice Alison al arrastrar hacia la zona soleada una silla que se encuentra bajo la sombrilla. De su bolsa de playa saca un walkman amarillo. Se recuesta, se pone los audífonos y los lentes oscuros. —¿Vamos a la piscina? —pregunta su padre. Alison no responde. Finge escuchar otra cosa en vez de hacer caso a lo que su padre quiere hacer, simplemente lo ignora. —Bueno, quizás en otro momento cuando todos estén con más ánimo —dice su madre con una sonrisa cómplice. —Hey, Clairey —dice Alison—. Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una estrella de mar. Le habla a la pequeña niña que se sienta en la arena, entre las sillas de su madre y su padre, quien hasta ese momento estaba muy concentrada apilando arena en pequeños montículos. —Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una estrella de mar y un perro —dice la pequeña. Es tan peculiar su apariencia como lo es atractiva la de su hermana mayor. Su cabello es casi blanco, su piel extremadamente pálida. Ojos grises, labios blanquecinos. Estas características combinadas dan una impresión tan llamativa como sencilla. Ésta es Claire, de siete años; Clairey, para su familia. —Voy a una búsqueda de tesoros y voy a traer una estrella de mar, un perro y un piccolo. —Un piccolo —susurra Claire. Sus ojos se agrandan con sorpresa. El padre hace señas a uno de los hombres que atiende en la playa. Hay dos, ambos de piel oscura, con pantalones y camisetas 13

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tipo polo blancas, con la insignia del resort bordado al frente con hilo dorado. El “flaco” y el “gordo”, eso es lo que viene rápidamente a la mente de los huéspedes. El hombre que se acerca a la familia es el flaco, Edwin. Cuando se acerca, Alison se sienta y se alisa el cabello. —¿Cómo se encuentran esta mañana? —pregunta. —Excelente —dice animada la madre. —¿Primera vez en nuestra isla? —Sí —confirma el padre—. Llegamos ayer por la noche. Las vacaciones familiares las hacen en un resort diferente en una isla distinta, cada invierno, por una semana. Esto les proporciona el respiro suficiente, fuera de su suburbio nevado, para enfrentar lo que queda por venir en los próximos meses de oscuridad y frío. Han visto palmeras doblarse para besar la arena. Han visto el agua tan pálida como los glaciares y han caminado sobre arena tan suave como la crema. Han visto el sol transformarse hasta ser una yema gigante anaranjada que se rompe y se desparrama sobre el mar al final del día. Han visto el cielo nocturno triunfante con finas estrellas azules. —Hoy nuestra isla está mostrando su día más hermoso para ustedes —hace un gesto con su delgado brazo hacia el mar—. ¿Qué puedo traerles esta mañana? —Dos ponches de ron y dos ponches de frutas —dice el padre. Alison suspira ligeramente. El flaco regresa un rato después. (Demasiado tiempo, piensa el padre, como piensan todos los padres que están en esta zona de la playa, el flaco es un parlanchín y además lento.) Trae en una bandeja las bebidas adornadas con cerezas de Maraschino y flores de hibiscos. —Tenemos un partido de voleibol esta tarde —dice—. Espero que nos puedan acompañar. —¡Oh, cariño, eso te gustaría! —la madre le dice a Alison. La chica se voltea para mirarla. A pesar de que trae los lentes oscuros, la madre sabe que su mirada es fulminante. 14

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El flaco aplaude. —Excelente. ¿Contamos con usted, señorita? La chica se ajusta los lentes oscuros: —Quizás. (Últimamente ha desarrollado un gran talento para expresar las palabras más inocentes como veladas insinuaciones. Su madre se ha dado cuenta de ello.) —¿O más bien somos de las que tomamos el sol, no? —dice el hombre. Alison se sonroja. El padre toma su cartera y extrae algunos billetes del grueso fajo que sacó ayer del banco. (¿Fue realmente ayer? Ya estaba empezando a sentir el efecto mágico y rejuvenecedor de la isla.) —Gracias, señor. El flaco mete el dinero en su bolsillo y sigue su camino por la playa. —Tipo agradable —dice el padre. —Sí, amigable —coincide la madre. —¿Bueno? —dice el padre levantando su copa. La madre sonríe. Clairey mira detenidamente su cereza. Alison revuelve su bebida con una estudiada desgana. —¡Por el paraíso! —dice el padre.

Bajo el hiriente sol de la tarde, el gordo hace su recorrido por la playa, deteniéndose en cada grupo de sillas: “El partido de voleibol comienza en cinco minutos”, dice suavemente. Mueve la cabeza de manera incómoda, ajusta el cuello de su camiseta y continúa su marcha. Los huéspedes lo miran. Es grande, de ese tipo grande que llama la atención. Éste es Clive, Sasa, para quienes lo conocen. —¡Más te vale vender bien mi partido, man! ¡Nos faltan cuatro jugadores! —el flaco le grita con las manos alrededor de la boca desde la cancha de voleibol—. ¡Voleibol para campeones! ¡Última llamada! 15

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La gente que despierta lentamente de la siesta o está leyendo agita la cabeza frente a ese griterío y sonríe indulgentemente. Asume que este flaco es un elemento importante en estos ambientes, él garantiza la energía necesaria en la playa y el sentido de la diversión con sus pretenciosas y al mismo tiempo pegajosas palabras. Alison se quita los auriculares y se pone de pie. —¿Quieres venir a verme jugar, Clairey? —le tiende la mano a su hermana. Mientras las hermanas cruzan por la playa hacia la cancha de voleibol, hombres jóvenes también se levantan de sus sillas y se dirigen casualmente tras ellas. Al final, sí tenían ganas de jugar voleibol.

El flaco va contando el número de jugadores: uno, dos, uno, dos. Claire se sienta en la orilla. —Tú eres mi par extra de ojos, pequeña señorita —le dice haciendo una mueca mientras le revuelve el pelo; ella se estremece con este contacto. Justo antes que el partido comience Alison se quita la túnica, la saca por encima de su cabeza y la deja caer en la arena junto a su hermana. Los ojos de los demás jugadores se dirigen hacia ella, percibiendo, mientras tratan de aparentar que no miran, la gran cicatriz rosa con forma de caracola en su vientre. Por un momento ella se queda totalmente quieta, todos participan en este instante de su espectáculo secreto. De repente da un golpe a la pelota que está en la arena y la lanza por los aires.

En realidad, no es un gran partido. Algunos preparatorianos, universitarios y padres jóvenes con evidente aptitud física; una mujer que esquiva la pelota cada vez que le llega; un marido y su mujer, ambos treintañeros, él con una pequeña barriga visible sobre el resorte del traje de baño color rosa con diseño de 16

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delfines, ella con un cuerpo perfecto, clara evidencia de frenéticas horas invertidas en el gimnasio; también hay un hombre muy hábil cuyo exagerado compromiso con el juego (clavadas innecesarias y agresivas, y una incómoda y frecuente repetición de la frase “un consejito” cada vez que pretende motivar a su equipo para que no pierda el ritmo) comienza a poner muy nerviosos a los demás jugadores en poco tiempo. Mientras el juego avanza, los participantes van comentando los típicos temas. Se ha dicho que dos parejas son de Nueva York, una de Boston y otra de Miami. La mujer que esquiva constantemente la pelota es de Minneapolis. Un hombre que viene de Chicago para celebrar su luna de miel ha dejado a su esposa en la habitación; aparentemente el langostino de la cena estaba pasado, lo que la obligó a quedarse refugiada. —Me dijo que la dejara sola —añade de inmediato—. Dijo que no tenía sentido que los dos nos perdiéramos el día, si de todos modos no iba a ser de ninguna utilidad mi presencia en la habitación —repite las palabras de su esposa, mientras frunce el ceño, en ese momento se le ocurre que quizá pudo haberla entendido mal y está cometiendo el primer gran error de su matrimonio. —Bienvenido a los próximos cuarenta años de tu vida —di­ ce el hombre súper comprometido. Él y su mujer llevan dos días en Indigo Bay. No lo malinterpretes, él está bien, pero ellos preferirían estar en Malliouhana en Antigua, ¿o era Anguila?, ese lugar donde estuvieron el año pasado. La pareja de Miami tiene amigos que dan la vida por Malliouhana—. ¿Somos los únicos que creemos que la comida aquí es bastante mediocre? La mujer de Minneapolis dice que la comida aquí es deliciosa pero exageradamente cara. —Eso es porque tienen que traerlo todo en barcos —dice el hombre del traje de baño con diseño de delfines. —Eso es lo que ellos dicen. Pero en realidad es porque somos público cautivo —corrige su mujer. 17

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—Y el servicio es un asalto. —Cuando llega la cuenta, yo ni miro. Solamente me limito a firmar. —¡Tipo listo! —¡Casi, cariño! —dice la mujer del hombre del traje de baño de los delfines cuando él saca y estrella la pelota en la red. Este traje de baño lo avergüenza, pero fue un regalo de ella, y estaba tan emocionada cuando lo vio, que no quería ofenderla si lo regresaba, aunque él sospecha que ella estaba emocionada no porque creyera que a él le haría feliz, sino porque a ella le hacía feliz. En el fondo ella quería un marido con quien no tuviese que ser tan seria. Él se dio cuenta de esto, pero no dijo nada, sabía que sería cruel y no tendría sentido hacerle ver que, a veces, el resultado de ciertas intenciones es terrible aunque su origen fuera bienintencionado. Cuando se separen dentro de tres años, él se dará cuenta de cuántas cosas había percibido en silencio, de cuánto tiempo perdió sonriéndole mientras en su mente no paraba de criticarla. Se inició una discusión sobre los pros y los contras de la variedad de excursiones ofrecidas por el resort. Alguien pregunta si el viaje para hacer snorkeling en Carnival Cay merece la pena. —Fuimos ayer. Verás tantos peces que te sentirás enfermo —dice uno de los maridos de Nueva York. Alguien ha escuchado que la excursión de buceo al sitio donde hay un barco que se llama Lady Ann, y que se hundió debido a un huracán hace cincuenta años, no deberían perdérsela. Alguien más estuvo por la mañana jugando al golf y puede reportar que es fantástico el campo. La mujer del hombre del traje de baño de delfines ha decidido no ir al tour de la plantación de azúcar y la destilería de ron. Otro esposo de Nueva York recomienda un pícnic romántico en Tamarind Island. La playa es exquisita. Él y su mujer tuvieron todo el lugar sólo para ellos. Él no menciona los pétalos de rosa falsos que constantemente se encontraba en la playa enterrados en la arena, así como 18

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restos de otras excursiones de pícnics románticos; tampoco cuenta cómo ha tenido que enterrar este recuerdo en su mente, amargando su memoria, cuando sabe que fue una experiencia agradable. Los chicos que seguían a Alison por la playa incluyen a un chico bajito y musculoso que trae anudada al cuello una gargantilla de fibras de cáñamo; un chico con una camiseta con las letras griegas de su fraternidad universitaria; un chico rubio alto, quien bajo presión, acepta que estudia en Yale. También hay una chica que estudia Comunicaciones. Por algunos minutos intercambian nombres de gente conocida para ver si alguien tiene algún amigo común. La exnovia del chico de la gargantilla de cáñamo está en la clase de Psicología del Desarrollo con el chico de la fraternidad. El compañero dormilón de la chica que estudia Comunicaciones forma parte de una orquesta junto con el chico rubio de Yale. El chico rubio toca el violonchelo. Se irá de gira a San Petersburgo en marzo. —Qué pequeño es el mundo —dice el chico rubio cuando se da cuenta de que un compañero suyo de futbol soccer del bachillerato está en el dormitorio de Alison en Princeton. —En el sentido de que nuestros mundos son pequeños —replica Alison. Él ríe. —Buen punto, Ali. —Alison. —Buen punto, Alison. Los jugadores sacan y clavan la pelota, de fondo tienen un paisaje dicromático de arena y cielo. Se agarran las rodillas y dicen “Uf ” después de alguna jugada aeróbica. Miran a Alison. Ella salta y clava, se lanza por la pelota sin miedo. Su cuerpo es ágil y atlético. Incluso cuando está sin moverse, hay una energía a punto de estallar. Cuando la mujer del hombre con el traje de los delfines descubre que está viéndola, él finge estar muy concentrado observando el océano. 19

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Desde su sitio en la playa, Claire mira y se pregunta si ella tendrá de mayor esa belleza contenida en los movimientos de su hermana. Lo duda, pero eso no la pone realmente triste. Es suficiente con disfrutar la calidez de la luz que emana su hermana. Cuando termina el juego (victoria para el equipo del caballero súper comprometido, que ahora dice que lo importante es divertirse), el rubio se acerca a Alison. Hablan un poco. Los otros chicos los miran con recelo y cierta autorrecriminación, recapitulan y cambian su foco de atención a la chica de Comunicaciones. El chico rubio toca el hombro de Alison y luego se va andando lentamente por la playa. Cuando se ha marchado, ella pone su mano en el exacto lugar que él ha tocado y sacude su delicada piel con la punta de los dedos.

Mientras la tarde se desliza hacia la noche, los huéspedes se van alejando de la playa. Las horas anteriores a la cena las dedican a recuperarse del día, del sol, del calor y la bebida, tanta es la belleza que sus ojos requieren descansar de ella. Se duchan. Se ponen en contacto con sus oficinas. (Sus conocimientos son necesarios para resolver alguna situación espinosa, proveen la solución con alivio; o bien se les dice que disfruten las vacaciones, que las cosas van lentamente saliendo adelante sin ellos, lo que provoca que el resto de la velada se queden molestos y algo enojados.) Tienen sexo en las blancas y mullidas camas del hotel. Después se comen los mangos de las cestas de bienvenida, dejando que el cremoso jugo escurra entre sus dedos. Investigan las botellas en los pequeños minibares de la habitación. Cambian los canales de la televisión más por hábito que por interés, miran por pocos minutos un programa de noticias de Saint Kitts, una repetición de Miami Vice, un documental de algún cantante de reggae, que no es Bob Marley ni Jimmy Cliff. Se sientan en los balcones, fuman porros flojos de hierba mediocre que han conseguido en la isla y observan la noche hacer 20

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su entrada frente a ellos: antes que el sol desaparezca del todo, las palomillas relucen en la oscuridad, las palmeras se convierten en borrosos molinos de viento y las primeras desdibujadas estrellas perforan el cielo. Las hermanas se encuentran juntas en la cama de Claire y dejan que el aire acondicionado bombardee sus cuerpos. Un día en la playa y Alison casi está color nuez tostada. Sus pecas, ligeramente color albaricoque en esta mañana, ahora son chispas bermellón. La piel de Claire se mantiene de un rabioso color rosa. —¡Ay, pobre cosita! —dice Alison. Toma una botella de aloe vera del botiquín del baño y derrama el líquido sobre su palma. Frota a su hermana, centímetro a centímetro. Claire cierra sus ojos y se deja ir como en un sueño por el contacto con su hermana. Alison ha estado estudiando fuera, en la universidad, durante cuatro meses. Algunas veces, en casa, Claire va a la habitación de su hermana y se sienta sobre su cama. La sensación en el dormitorio de Alison es como si se hubiese marchado apenas un minuto antes. En el escritorio hay pilas desorganizadas de fotos, y junto con lápices y plumas dentro de una taza azul de cerámica, un tubo de brillo de labios sabor fresa. (Una vez abrió el tubo y chupó un poco, de ese modo pudo inhalar el olor de su hermana en sus propios labios. No se ha atrevido a hacerlo otra vez.) Hay carteles de diferentes bandas en las paredes. La ropa que su hermana no se llevó a la universidad está descuidadamente doblada en el armario. Pero la alcoba no se siente deshabitada. Algunas veces, cuando cierra los ojos, no es capaz de recordar la cara de su hermana. No puede escuchar su voz y cuando esto pasa la inunda una ola de pánico.

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estudió una maestría en escritura narrativa por la Universidad de Virginia y ha publicado relatos y ensayos en The Southern Review, The New York Times y otros medios. Saint X es su primera novela.

Claire tiene sólo siete años cuando su hermana mayor, Alison, desaparece la última noche de las vacaciones familiares en la paradisiaca isla caribeña de Saint X. Días después, el cuerpo de Alison aparece en el mar, y la policía arresta a dos empleados del sitio turístico. Pero los sospechosos terminan por ser liberados, y la muerte de la joven se convierte en un misterio sin resolver con resonancia internacional. Años después, Claire tiene un encuentro fortuito que la hacer revivir los hechos que llevaron a la desaparición de Alison. Entonces emprende una búsqueda obsesiva por la verdad. ¿Qué fue lo que ocurrió en Saint X? ¿Qué hacían los sospechosos esa noche en la playa? Y la pregunta más difícil de responder: ¿quién era en realidad su hermana perdida? A través de la búsqueda de Claire, Alexis Schaitkin nos presenta una poderosa novela sobre las historias que perseguimos para entender el pasado, y el poder esclavizante de la obsesión y la tragedia.

SAINT X

UNA NOVELA ESTREMECEDORA SOBRE EL DUELO, LA OBSESIÓN Y EL VÍNCULO ENTRE DOS HERMANAS QUE NUNCA TERMINARON DE CONOCERSE.

LAS HISTORIAS NOS LLEVAN A LA VERDAD Y AL MISMO TIEMPO NOS LLEVAN POR MAL CAMINO. Y ¿CÓMO VAMOS A SABER LA DIFERENCIA?

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«Una exploración caleidoscópica sobre la raza, el privilegio, la familia y la identidad, relatada con el dinamismo concentrado de un thriller.»

CHANG-RAE LEE, autor de Rendidos y Desde las alturas

«La atmosférica novela de Alexis Schaitkin… desvela inquietudes sobre el duelo, la verdad, el privilegio y una cultura que convierte el asesinato en materia de entretenimiento.»

CAROL MEMMOTT, The Washington Post

«Un debut magnífico: a la vez un thriller situado en un ambiente vívido y un estudio profundo sobre la raza, la clase social y la obsesión.» Kirkus Reviews

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