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Traducciรณn de Carmen Montes Cano


Este libro ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

Título: A cada momento seguimos vivos © Tom Malmquist, 2017 Edición original en sueco: I varje ögonblick är vi fortfarande vid liv, 2015 Derechos gestionados por Silvia Bastos, S.L., Agencia Literaria, junto con Partners in Stories Stockholm AB. De esta edición: © Turner Publicaciones, S.L., 2017 Diego de León, 30 28006 Madrid www.turnerlibros.com Primera edición: octubre de 2017 De la traducción del sueco: © Carmen Montes Cano, 2017 Agradecemos la subvención recibida del Swedish Arts Council para sufragar la traducción de este libro. Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial Ilustración de cubierta: Chini (you are so overrated) ISBN: 978-84-16354-42-9 Depósito Legal: M-26067-2017 Impreso en España La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com




El jefe de servicio pisa el freno de la cama de Karin. Informa en voz alta a las enfermeras de cuidados intensivos que están cortando la camiseta y el sujetador deportivo: mujer embarazada, el feto se encuentra en buen estado según el informe, semana treinta y tres, enfermó hace cinco días aproximadamente con síntomas similares a los de la gripe, fiebre, tos; ayer, cierta disnea, que se atribuyó al embarazo, hoy empeora drásticamente, disnea aguda, llegó al hospital de cuidado infantil hace una hora. El médico tiene las manos fuertes, enrosca el tapón de una botella que parece una cápsula y continúa: saturación, algo más de setenta con aire ambiente, pero responde con una subida después de la administración de oxígeno, FR en torno a cuarenta-cincuenta, TA ciento cuarenta, RC ciento veinte. La matrona que ayudó con el oxígeno durante el transporte se para en la puerta. Me coge el brazo con cierta reserva. Ahora estás en la sala B de la UCI, ¿quieres que te lo anote en un papel? No hace falta, gracias, le digo. Ya está bien atendida, dice. Ya, gracias. Bueno, entonces me voy. Vale, gracias. Karin tiene electrodos en el pecho. El monitor emite un pitido. ¿Qué medicinas le estáis potom malmquist 9


niendo?, pregunto. Eso se lo tendrás que preguntar a PerOlof, responde el enfermero de cuidados intensivos. ¿Y ese quién es? Yo, responde el jefe de servicio, y añade: a tu mujer le estamos poniendo Tazocin y Tamiflu, y analgésicos, y tranquilizantes, pero también le estamos administrando otras cosas, todo lo que hay en el equipo de infusión de suero son fármacos, pero ahora no podemos pararnos a hablar contigo, te darán un informe en su momento, ahora relájate y déjanos ayudar a tu mujer. ¿Y el niño?, pregunto, pero nadie me responde. Me siento en el suelo y me apoyo en la pared, al lado de un cubo de desechos lleno de jeringuillas usadas. Me abrazo al anorak de Karin, pero lo dejo y salgo corriendo de la habitación, veo el indicador de los servicios de minusválidos al fondo del pasillo bien iluminado, echo a correr hacia allí, no me da tiempo de cerrar la puerta cuando ya estoy vomitando y orinando al mismo tiempo. Hago gárgaras con agua del grifo pero me sigue apestando la boca, me lavo la lengua con jabón líquido. La puerta blanca de dos hojas que da acceso a la sala B está cerrada cuando vuelvo. Doy unos golpecitos, abro y asomo la cabeza. Veo a uno de los enfermeros de cuidados intensivos sentado delante de Karin, que está tumbada con las piernas abiertas. Tiene unos brazos musculosos cubiertos de tatuajes como de sables que se enroscan. Karin tiene una mascarilla de oxígeno con reservorio, y los ojos cerrados, y su cara me resulta extraña de repente. El enfermero lleva guantes de látex y está separando los labios de la vulva. Me ve, suelta el catéter de la orina y se levanta, se acerca con la mirada vacía. Lo siento, tienes que esperar fuera, dice. ¿Por qué tengo que salir? Puede resultar incómodo. ¿Para quién?, pregunto. Para la paciente. ¿Para la paciente? Sí, para la paciente, responde, 10 a cada momento seguimos vivos


y se me queda mirando, pero no a los ojos, sino al hombro. Llevamos diez años viviendo juntos, y está embarazada de nuestro hijo. Da igual, puede ser incómodo. ¿Y no es incómodo que tú estés ahí solo con ella?, pregunto. Me corta el paso y me dice: Tengo que pedirte que esperes fuera, te llamaré cuando haya terminado aquí dentro. Sin tocarme, me obliga a salir. Cierra la puerta. Enfrente de los ascensores hay una máquina de café. Meto diez coronas, pero se me olvida poner la taza de plástico. El café salpica y cae al suelo. Cojo unas servilletas de papel de un carro de limpieza y me pongo a secarlo. El jefe de servicio sale de la unidad de cuidados intensivos justo cuando yo estoy buscando más monedas. Está leyendo una carpeta que tiene apoyada en la barriga. ¿Todavía no te has desmayado?, pregunta como esperando que me eche a reír; al ver que no es así, me dice: Lo que tiene tu mujer es grave. ¿No es neumonía?, pregunto. Sí, así de grave puede ser, responde. Pero eso tiene cura, ¿no? La mayoría de las veces, no siempre, dice, y entra en el ascensor, pulsa uno de los botones, me hace una señal y añade: Te avisaré en cuanto sepamos más. Me siento en una silla delante de la sala B. El pasillo es gris azulado, el suelo de linóleo, los rodapiés, las paredes, los paragolpes, incluso los carritos de la comida son de color gris azulado. A mi espalda hay tres ventanas. No puedo ver lo que hay fuera, la oscuridad de la noche convierte los cristales en espejos. Me levanto y llamo a la puerta blanca, espero, me siento otra vez. El enfermero de cuidados intensivos sale un momento. Observo los tatuajes, una especie de pintura de guerra. ¿Puedo entrar ya?, pregunto. No, me dice, y saca algo de un armario antes de volver a la sala. Cojo el tom malmquist 11


móvil, contesto un par de mensajes y me pongo a pasear por el pasillo hasta que se me cansan las piernas. Vuelvo a llamar. La enfermera de cuidados intensivos abre la puerta. Hola, perdona, pero ¿por qué no puedo entrar? Por lo menos dame un argumento que yo pueda entender, sé bien que Karin quiere que esté con ella. Pero ¿no ha venido nadie a buscarte?, dice la enfermera. Lo siento mucho, entra, Karin ya está un poco mejor, dice, e insiste en ir a buscarme un café y un bocadillo de queso. Gracias, no me apetece tomar nada, digo. Karin se da cuenta de mi presencia y empieza a hacerme señas con la mano. Una auxiliar de enfermería le ha soltado la mascarilla y le está humedeciendo los labios y la lengua con una esponja. Karin respira con dificultad, pero parece aliviada al verse libre de la mascarilla, que la hace sudar. Yo me acerco y le cojo la mano. Cariño, por lo menos tienes morfina suficiente, digo. Ella se señala la barriga y le digo: No pasa nada, créeme, las cosas se arreglarán. Karin responde levantando el pulgar. El de los tatuajes está en una sala de observación cuyas ventanas dan a la nuestra. Está hablando por teléfono, tiene una cara de gran belleza, una mata de pelo bien peinado, la piel lisa. Recojo el anorak de Karin. El jefe de servicio se pone de espaldas a mí mientras se le acerca un colega que va arrastrando algo que parece un desfibrilador. Es del servicio de cuidados intensivos, callado y un poco peculiar. Le mira el pecho a Karin y, después de un rápido examen, le dice al jefe de servicio: Necesitamos un TAC helicoidal urgente. ¿Es grave?, pregunto. Me hace una seña y se dirige a Karin: Te he echado un vistazo, Karin, y me parece que tienes una buena neumonía, quizá una embolia, es difícil decirlo con certeza ahora mismo, tenemos que hacerte una placa. ¿Cómo has dicho?, pregunto. 12 a cada momento seguimos vivos


El jefe de servicio responde, pero mirando a Karin: una inflamación pulmonar o una obstrucción en la circulación del torrente sanguíneo, puede que las dos cosas, o eso es lo que creemos, por lo menos, te estamos administrando medicamentos para todo lo que sospechamos que puede haber provocado esa dificultad que tienes para respirar, pero es grave, una mujer joven no debería respirar así, aunque esté embarazada. Trato de establecer contacto visual con Karin, pero ella tiene la vista clavada en el techo, no de un modo introspectivo, sino más bien como si hubiera descubierto algo. Yo también miro al techo, pero solo veo un tubo fluorescente, un techo blanquísimo, ni una grieta en la pintura. El jefe de servicio hace una mueca y señala el anorak que tengo en las manos. Más allá, pasillo abajo, hay unas taquillas que puedes usar, dice. No hace falta, es de Karin. Ya, bueno, de todos modos, hay taquillas a tu disposición, dice. No hace falta, pero gracias de todos modos, respondo, y me siento al lado de la cama. Llevan la cama de Karin por una puerta de acero parecida a la de un refugio. No para de toser y a cada golpe de tos el pecho se le levanta de la cama. Me siento a una de las mesas. Un sonido sordo se oye como un zumbido a través de las paredes. Al cabo de media hora más o menos, un médico asoma y me pregunta si soy el pariente más cercano de Karin. ¿Ha pasado algo?, le pregunto. Es calvo, lleva unas gafas ovaladas y se presenta como radiólogo. Tartamudea al responder que es posible que tarde porque, a causa de la disnea, a Karin le cuesta mantenerse en posición horizontal. De acuerdo, respondo. En fin, que puede tardar, ¿sabes?, dice. De acuerdo, gracias. El ambiente está cargado y hace calor en el pasillo. Me quito la chaqueta. tom malmquist 13


En casa es Sven quien responde al teléfono. Me escucha y responde: ¿Los médicos sospechan inflamación pulmonar? Sí, ahora mismo le están haciendo un TAC. Gracias por llamar, Tom, dice. No tarda en llamarme él. Hola, Sven, le digo. Seguramente será Lillemor la que le ha pedido que me llame. Me figuro que se ha puesto a dar vueltas de pura preocupación por la casa adosada de Lidingö hasta que Sven no ha tenido más remedio que llamarme otra vez. Perdona que te llame otra vez, dice. Sven, no pasa nada, antes os he llamado yo… Perdona. No, si solo lo he dicho porque te has disculpado por llamar otra vez, digo. No pasa nada, dice, y me pregunta por los detalles de la neumonía. Te he dicho todo lo que sé, digo. Entiendo, responde, y me pregunta si me importa que vengan. No, pero yo creo que no es nada grave, Sven, tiene inflamación pulmonar. ¿Dónde estáis?, me pregunta. En el hospital de Södersjukhuset. ¿Dónde exactamente? No me acuerdo, mi madre nos dejó delante de la puerta del materno, no lo sé, estamos bajo tierra, en el centro de medicina nuclear y radiodiagnóstico, dice aquí. Ahí simplemente le estarán haciendo un TAC, ¿te acuerdas del nombre del servicio? No me acuerdo, ¿os lo puedo mandar en un mensaje al móvil? Claro, gracias. Creo que me dejé encendida una de las placas de la encimera, suelto de pronto. ¿Qué has dicho? Le estaba preparando un té a Karin, y creo que se me olvidó apagar la placa. Ah, ya. Sven, tengo que colgar, tengo que llamar a mi madre, ella tiene un juego de llaves. El jefe de servicio me espera en la sala B. Quiere hablar conmigo. Se impregna las manos de gel desinfectante de una botella con dispensador que hay al lado de la puerta. Todo en él es gris, salvo el uniforme, que es blanco. Ha 14 a cada momento seguimos vivos


venido con una doctora, y me avisa de que es obstetra. Tiene al lado un equipo móvil de ultrasonido, que instala junto a la cama. El jefe de servicio se seca las manos agitándolas en el aire y dice: Karin, acabamos de recibir las imágenes de la tomografía y una primera valoración de los análisis de sangre, no tiene buen aspecto. Karin actúa con una tranquilidad llamativa. Yo le acaricio los pies. Él se inclina para poder mirarla a los ojos. ¿Me oyes, Karin?, le pregunta. Ella dice que sí con la cabeza. Muy bien, he estado hablando con los hematólogos, tanto del hospital Södersjukhuset como del Karolinska, son especialistas en valores sanguíneos, y tu sangre presenta un aumento exacerbado de glóbulos blancos, es muy probable que tengas una leucemia grave. Karin me mira y la oigo débilmente. Cariño, aquí estoy, le digo, y le pongo las manos en las mejillas y continúo: Karin, cariño, vamos a salir de esta, ya verás, de esta salimos. Karin hace un gesto con la mano. Trato de interpretar el movimiento de los labios bajo la máscara. El médico pregunta por el bebé, digo. Karin levanta el pulgar. En estos momentos, mi prioridad es Karin, dice el jefe de servicio. El feto está bien protegido en el útero, incluso de la leucemia, añade la obstetra. Tiene el pelo largo de color castaño y una nariz pequeña y recta. Karin no parece sentirse cómoda en presencia del jefe de servicio y solo se relaja después de que él haya abandonado la sala. Él le pasa el ultrasonido por la barriga. Es una niña muy vivaracha, tiene buen aspecto, se encuentra bien, no veo nada extraño, dice, y limpia el gel con una servilleta de papel. Ya en la puerta, se vuelve como para decir algo, pero se queda allí mirando a Karin. Gracias, le digo. Ella duda un instante, pero responde: El tratamiento de la leucemia está hoy muy avanzado. Muchas gracias, gracias. Un hilo tom malmquist 15


blanco suelto se le ha enrollado a Karin en el cuello, por el escote del camisón. Lo meto por debajo de la tela y le arreglo el flequillo. Está sudorosa, me coge la mano. ¿Estás bien?, pregunta. ¿Me estás preguntando a mí si estoy bien? Ella asiente. Cariño, naturalmente, estoy preocupado, claro, pero tú ahora no hables, concéntrate en respirar, digo. En un carrito encuentro un folio plastificado con las salidas de emergencia del hospital. Lo uso de abanico. A Karin le agradan los remolinos de aire. No sé cuánto tiempo llevo abanicándola cuando abre la boca. Está chascando la lengua. No oigo lo que dice. Me ha parecido que ha dicho Liv, ‘vida’. Trata de quitarse la mascarilla, pero se lo impido. Suelta un gemido. Cariño, ¿qué pasa?, le pregunto. Bautizarla, dice. Vale, vale, ¿quieres que le pongamos Liv? Ella niega con la cabeza y exclama: Livia. ¿Livia? Asiente con la cabeza y levanta la mano. Livia, dice. Muy bien, pues Livia, le digo. El respirador artificial empieza a pitar. Una de las enfermeras de cuidados intensivos entra a toda prisa. ¿Qué pasa?, pregunto. La enfermera grita en dirección a la sala de observación: Está aumentando el trabajo respiratorio. El jefe de servicio entra tranquilamente, viene masticando algo, traga, se aclara la voz, se coloca delante de uno de los monitores con las manos a la espalda. Se mantiene bien con el oxígeno, todavía parece que aguanta, si la cosa cambia tendremos que intubar, dice, y se dirige a Karin. Siento que hablemos así de ti, no es nuestra intención, es fácil caer en eso, veamos, así están las cosas, Karin, a pesar del oxígeno suplementario te cuesta respirar, es posible que tengamos que anestesiarte y ayudarte con un respirador. Le digo a Sven que es mejor que pare el coche y que le pase el teléfono a Lillemor. Estamos en un taxi, espera, le 16 a cada momento seguimos vivos




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