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que estas drogas en particular podían pulverizar el cerebro de cualquiera o, si se usaban correctamente, llevar a alguien hasta la dicha de olvidarlo todo… Cosa que, pensó Andi, mientras reanudaba sus marcas de la muerte, no me molestaría experimentar en este momento. Todavía podía sentir en las manos la sangre caliente del hombre al que había matado en la estación de Tenebris. El modo en que sus ojos se clavaron en los de ella antes de que lo atravesara con sus navajas, silenciosa como un susurro. El pobre tonto nunca debió haber intentado traicionar a Andi y su tripulación. Cuando el compañero de éste vio la obra de Andi, con gran diligencia les entregó los krevs que le debían a su equipo por el trabajo. Aun así, ella había robado otra vida, algo que nunca disfrutaba hacer. Hasta los asesinos como ella tenían alma, y Andy sabía que todos merecían que alguien los llorara, sin importar sus crímenes. Andi trabajaba en silencio sólo con la compañía del zumbido de los motores de la nave por debajo, y el ocasional siseo del sistema de enfriamiento que provenía de arriba. El espacio exterior era silencioso, reconfortante, y Andi tenía que luchar para evitar quedarse dormida, donde acechaban las pesadillas. El sonido de unas pisadas hizo que Andi volviera a levantar la mirada. El golpeteo rítmico se abrió paso por el pequeño pasillo que conducía hasta la cubierta. Andi siguió tallando, y volvió a levantar la mirada cuando una figura se detuvo a la entrada, con los brazos, azules y repletos de escamas, acomodados sobre las angostas caderas. —Como tu Segunda de a bordo —dijo la chica, con una voz tan uniforme como la Rigna especiada que habían com16

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