En el jardín
I
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eí en una revista que todas las personas soñamos pero sólo algunas pueden recordar lo que ven o lo que viven durante las horas que pasan dormidas. Virginia es una de ellas y además le gusta contarme sus visiones. Lo hace con precisión, como si estuviera leyéndolas en un libro. A veces termina sus relatos angustiada porque imagina que sus fantasías pueden ser premonitorias. He luchado por combatir esa idea. Creí que había podido desterrarla hasta que Virginia envió a mi computadora un mensaje: «Tuve un sueño muy raro. Me asustó. El jueves quise contártelo pero no pude. Mañana tal vez no tengamos tiempo de hablar así que lo escribí para que no se me olvide. Léelo, por favor. Dime qué piensas, qué significa». El correo de Virginia me llenó de curiosidad pero tuve que postergar su lectura hasta después de las once de la noche, cuando terminé de corregir los trabajos de mis alumnos.
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