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Ilustraciones de interiores de Karl James Mountford

Traducciรณn de Sonia Verjovsky Paul

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La reina escarabajo Título original: Beetle Queen Texto © 2017, M.G. Leonard Ltd. Ilustración de portada © 2017, Elisabet Portabella Todos los nombres de personajes y lugares usados en este libro son propiedad de © M.G. LEONARD y no pueden ser usados sin permiso. Publicado originalmente en inglés en 2017 como “Beetle Queen” por The Chicken House, 2 Palmer Street, Frome, Somerset, BA11 1DS. Traducción: Sonia Verjovsky Paul Diseño de portada e ilustraciones: Helen Crawford-White Ilustraciones de portada, entradas de capítulo y escarabajos: Elisabet Portabella Ilustraciones de interiores: Karl James Mountford D.R. © 2017, Editorial Océano, S.L. Milanesat 21-23, Edificio Océano 08017 Barcelona, España www.oceano.com D. R. © 2017, Editorial Océano de México, S.A. de C.V. Eugenio Sue 55, Col. Polanco Chapultepec C.P. 11560, Miguel Hidalgo, Ciudad de México www.oceano.mx www.grantravesia.com Primera edición: 2017 ISBN: 978-607-527-139-2 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. impreso en méxico / printed in mexico

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capítulo uno

Blancanieves

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lguien llamó suavemente a la puerta. —¿Madame? Lucretia Cutter giró la cabeza, y sus ojos sin párpados brillaron como dos quistes entintados. Sus cuatro patas quitinosas y negras estaban adheridas sin esfuerzo al techo blanco y la tela de su falda morada caía hasta el suelo. —¿Sí, Gerard? —contestó. —Llegó la actriz norteamericana Ruby Hisolo Junior para su prueba de vestuario —dijo el mayordomo francés desde el otro lado de la puerta. Tenía prohibido entrar a la Habitación Blanca a menos que se lo pidieran.

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—La puede traer aquí abajo. —Como usted ordene, madame. Ella escuchó los pasos discretos del mayordomo mientras se retiraba por el pasillo. Le emocionaba poder detectar hasta el menor movimiento en el espacio que la rodeaba. Su nuevo cuerpo y sentidos agudizados la volvían poderosa. Ansiaba el momento de mostrar al mundo quién era en realidad. Y faltaba poco. Extendió sus antebrazos humanos para reptar hasta la pared junto a la puerta y descendió con una velocidad alarmante, hasta llegar al suelo y erguirse sobre sus patas traseras. Mientras caminaba hacia el otro lado de la habitación, dobló sus patas centrales dentro de unos bolsillos especiales que tenía en el forro de la falda, subió la cremallera y escondió así su cuerpo de escarabajo. Levantó la peluca negra que estaba exánime sobre su escritorio de vidrio, la colocó sobre su cabeza, y en seguida levantó su bata blanca de laboratorio del respaldo de la silla de acrílico. Deslizó las manos dentro de las mangas y acomodó la bata con un movimiento de hombros. Sacó rápidamente un par de gafas de sol extragrandes de un bolsillo, las empujó sobre el arco de su nariz para cubrir los ojos compuestos. Dio media vuelta para mirarse en el espejo y tomó el bastón de ébano que estaba recargado contra el escritorio. No lo necesitaba, pero ayudaba a que la gente 12

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creyera que había tenido un accidente automovilístico, y eso le había dado un pretexto verosímil mientras se transformaba dentro de su capullo. Sus sentidos se crisparon. Percibió las vibraciones de unas pisadas silenciosas que pertenecían a su guardaespaldas. Ling Ling era una kunoichi, o mujer ninja, entrenada por Toshitsugu Takamatsu, guardaespaldas de Pu Yi, el último emperador chino. Había sido la bailarina principal más joven del Ballet de Nueva York, pero su carrera había llegado a su fin durante una presentación de El lago de los cisnes, cuando se rompió el tobillo mientras ejecutaba los legendarios treinta y dos fouettés del cisne negro a una velocidad que batió toda marca. Ling Ling había colgado las zapatillas de punta para tomar la espada ninjato, y era letal cuando la usaba. Lucretia Cutter abrió la puerta. Ling Ling esperaba afuera, vestida con su traje negro de siempre. —¿Alguna señal de esos desdichados escarabajos? Ling Ling negó con la cabeza. —Craven y Dankish siguen buscando. —Imbéciles —masculló Lucretia Cutter—. Envía a las mariquitas amarillas. Necesito que haya ojos por toda la ciudad. Esos mugrosos escarabajos podrían echar todo a perder. Quiero que los encuentren y los destruyan. Ling Ling asintió secamente con la cabeza. 13

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La batalla con los escarabajos del Emporio fue algo inesperado, y Lucretia Cutter no tenía la costumbre de perder una pelea. Quería la destrucción de los escarabajos, pero no sólo porque fueran evidencia de su trabajo secreto, la crianza de insectos transgénicos, sino también porque la habían humillado públicamente. Había tenido que sobornar a mucha gente para no acabar en la cárcel y para que toda imagen de sus nuevos ojos quedara fuera de las páginas principales de los periódicos. Esos escarabajos le habían costado tiempo y dinero, y no estaría contenta hasta hacerlos polvo. —Y Ling Ling, para acompañar a nuestros espías, envía a las Coccinellidae venenosas, las mariquitas ama­rillas de once puntos. Si hay alguien más que esté metiendo sus narices en mis asuntos, lo quiero fuera del camino —levantó el dedo índice—. Aunque no deben tocar a Bartholomew Cuttle. ¿Entendido? Es mío. Ling Ling hizo una reverencia y se alejó con pisadas suaves. Lucretia Cutter cerró la puerta. La fuga de Bartholomew la había alterado, pero volvería. Él no podría evitarlo. Mientras le daba golpecitos con el dedo índice a su labio superior, contempló a los escarabajos renegados. En realidad, ella debería felicitarse por sus habilidades: después de todo, habían surgido de sus laboratorios. 14

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Sonrió. ¿Quién hubiera pensado que una escisión del adn de Bartholomew Cuttle con adn de escarabajo tendría resultados tan impresionantes? ¿Coleópteros que pensaban por sí mismos y mostraban libre albedrío? Eso era nuevo. Nunca había visto una mezcla de especies de escarabajos que cooperaran para pelear contra un enemigo. Era emocionante: aunque, había notado, les faltaba instinto asesino. Sonrió despectivamente. Probablemente habían heredado el corazón blando de Bartholomew. Los nuevos escarabajos de Lucretia eran en parte alsacianos: entrenables, capaces de pelear y cumplir órdenes. Había criado un ejército de esclavos obedientes, y por ahora era lo único que necesitaba. Caminó hacia el espejo falso detrás de su escritorio, sacó un labial del bolsillo de su bata de laboratorio y, tras aplicar la brillante pintura dorada, juntó los labios con un chasquido. Podría estrangular a ese chico Crips por liberar a los escarabajos Cuttle. Había retrasado su trabajo en años. Alguien llamó a la puerta, y el sonido de una risita ronca y familiar la hizo mirar. —Adelante —fijó una sonrisa amable en el rostro. Gerard abrió la puerta y una voluptuosa chica rubia de suéter rosado y falda blanca plegada se bamboleó hacia adentro. —Ruby, cariño, qué gusto verte —dijo Lucretia al cruzar la habitación. 15

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Ruby Hisolo Junior sacudió los rizos rubios sobre su hombro y lanzó una mirada crítica alrededor de la habitación escasamente decorada. —¡Vaya! ¿Quién es tu diseñador de interiores? —levantó la mano—. No. Ni lo digas. Sea quien sea, des­ pídelo. Aquí adentro parece una especie de laboratorio científico —hizo una mueca—. Está de terror —apuntó un dedo con perfecta manicura hacia Lucretia Cu­ tter—, estás llevando lo del chic farmacológico demasiado lejos. Lo que esta habitación necesita es un toque de color —giró el dedo hacia áreas aleatorias de la habitación— chabacano o durazno. Y cojines. A todos les encantan los cojines. Sé de un tipo buenísimo, si es que necesitas ayuda —soltó una risita—, y me parece que las dos sabemos que es así. Lucretia Cutter no contestó; su expresión guardó una sonrisa amable durante el incómodo silencio que siguió. —Sólo trato de ayudar —suspiró Ruby, despreocupada. Revoloteó las pestañas hacia Gerard—. Tengo sed. ¿Tienes burbujas? El mayordomo fue hacia un refrigerador que estaba debajo de la mesa del laboratorio y sacó una copa escarchada junto con una botella color verde oscuro. Descorchó la botella, llenó la copa de champaña y la ofreció a la expectante actriz. Lucretia Cutter palmoteó. 16

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—Entonces, ¿vamos a robar los corazones del mundo en el certamen? —Por supuesto —Ruby vació su copa de un trago, se la volvió a pasar al mayordomo y se limpió la boca con una manga—. ¿Por qué más estaría aquí? —Bien —Lucretia Cutter sonrió entre dientes apretados y se repitió a sí misma que esta prueba de vestuario era importante—. Gerard, trae a Blancanieves. —¿Blancanieves? ¿Quién es Blancanieves? —Ruby frunció el ceño—. ¿No se supone que es mi prueba de vestuario? Se lo dije a tu gente por teléfono. Ya soy una gran estrella, y no voy a… Gerard entró empujando un baúl oscuro y delgado que estaba tan alto como él. —Llamo a mi creación Blancanieves porque está hecha de la sustancia blanca más pura que pueda encontrarse en el mundo natural —dijo Lucretia Cutter. Gerard abrió los pestillos y la puerta del baúl se levantó. El interior del cofre fulguraba con luz que irradiaba desde un delicado vestido colgado en un gancho dorado. —¡Dios! —las cuidadas puntas de los dedos con manicura de Ruby rozaron contra sus labios carmesí mientras soltaba un suspiro de asombro—. ¡Es un vestido hecho de polvo de hadas! —dio un paso hacia el baúl y extendió una mano para tocarlo. —En realidad, está hecho de escarabajos. 17

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—¿Está qué? —Ruby echó la mano hacia atrás bruscamente. —Escarabajos Cyphochilus, para ser precisa —prosiguió Lucretia—: una especie asiática. La blancura extrema viene de una delgada capa de sólidos fotónicos reflectantes sobre sus escamas. Estas escamas son más blancas que cualquier papel o material que el hombre haya producido. Tienen una compleja geometría molecular, y logran dispersar luz con eficiencia suprema. Ruby miraba horrorizada el vestido. —¿Me estás diciendo que el vestido está hecho de bichos? Están muertos, ¿cierto? —Para producir escamas tan perfectamente blancas, los escarabajos Cyphochilus deben desviar todos los colores con la misma intensidad —continuó Lucretia Cutter—. Éste es un milagro que rara vez se encuentra en la naturaleza. Pero usar esas escamas blancas, perfectas, en un vestido diseñado para una ceremonia llena de luz, de cámaras, de reflectores: pues, eso nunca se ha hecho —miró a Ruby Hisolo Junior directamente a los ojos—. Quien use este vestido deslumbrará a quien la mire. Realmente será una estrella. Los ojos de Ruby revolotearon de vuelta al vestido en la caja. —¿Te gustaría probártelo? —susurró Lucretia Cu­ tter, acercándose más a la actriz—. Lo confeccioné a la perfección para tu figura. 18

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Ruby asintió lentamente. —Mmm-juuuu. Está bien. Lucretia Cutter hizo una seña a Gerard para que sacara el vestido del baúl y lo colgara en un biombo instalado al otro lado de la habitación. —Ve atrás del biombo y póntelo. Gerard irá por el espejo. Ruby miró el vestido con cautela. —Sólo son bichos, ¿cierto? —Precisamente —asintió Lucretia Cutter, con la sonrisa congelada en el rostro mientras miraba a la actriz caminar titubeante de un lado al otro de la habitación e ir detrás del biombo—. Sólo bichos. —Ayy, cielos —suspiró Ruby, mientras mudaba de atuendo por la cabeza—, este vestido se siente increíble. La actriz estadunidense salió descalza, con Blancanieves puesto, y la cortés sonrisa en el rostro de Lucretia Cutter se relajó hasta convertirse en una sonrisa de satisfacción verdadera. El vestido era deslumbrante, con un corte estilo flapper de los años veinte, pero en vez de tener chaquira o lentejuela, estaba cubierto de diminutos élitros de escarabajo, resplandecientes, que reflejaban la luz en cada movimiento. Gerard desplegó la tapa y los lados del baúl, para revelar tres espejos de cuerpo entero que permitían a Ruby verse desde todos los ángulos. Ella le dio la 19

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espalda a los espejos y se asomó sobre el hombro, mirándose con gesto sensual. —¡Ay, sí! —empezó a dar brincos de la emoción—. ¡Me veo fuera de este mundo! —Radiante como una diosa —asintió Lucretia Cutter. —Sí. Mírame. Soy una diosa —se puso las manos en las caderas y se inclinó hacia el espejo, presumiendo su generoso busto—. Necesito tener este vestido —se contoneó y los escarabajos se agitaron de forma satisfactoria—. No habrá otra chica en la premiación con un vestido así. —Los demás vestidos parecerán trapos sucios junto a éste —dijo Lucretia Cutter—. Y cuando destellen las cámaras mientras te deslices por esa alfombra roja, cada una de esas escamas de escarabajo reflejará la luz a la perfección y te dará el aura de un ángel. —Con tal de que me vea mejor que Stella Manning —marchó hacia el espejo y luego se alejó de nuevo—. Esa vieja bruja es noticia de ayer. Este año todos los ojos estarán sobre mí. Seré yo quien dará los discursos entre lágrimas y quien obtendrá todos los premios. —Puedo prometerte que nadie te podrá quitar los ojos de encima. Este vestido hará historia. No será olvidado jamás. —¿Quién iba a saber que los escarabajos podían ser bonitos? —Ruby levantó las manos con dramatismo—. ¡Me moriría si alguien más lo llevara! 20

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—Me honra que una actriz de tu calibre utilice mi creación en un certamen tan distinguido. —Mi estilista dijo que eras una genio, Lucrecia… —Lucretia… —Mmm, Lucrecia, como sea —dijo Ruby, maravillándose todavía ante su propio reflejo—, y no le creí. ¡Pero qué equivocada estaba! —Eres demasiado amable —la paciencia de Lucretia Cutter se estaba agotando—. Sin embargo, debo decirte que, si quieres usarlo en la alfombra roja, hay algunas reglas que debes acatar. —¿Reglas? —preguntó Ruby con el ceño fruncido—. ¿Qué clase de reglas? —No volverás a ver este vestido hasta la mañana de la ceremonia, cuando un miembro de mi personal haga los ajustes finales, además, acudirás a los premios en uno de mis autos. Tienes permiso de decirle a la prensa que llevas una creación de Cutter Couture, pero no debes hablar del vestido con nadie. Deberá ser secreto. —¿Un secreto? —Ruby arqueó una ceja—. ¡Me encanta! —aplaudió—. Sorprenderé al mundo cuando baje de la limusina a la alfombra roja. ¡Sí! —extendió la mano hacia Lucretia Cutter—. Lulú, es un trato. —Entonces el vestido es tuyo —dijo Lucretia Cutter, ignorando la mano extendida de la actriz. —Qué dulce —Ruby se encogió de hombros y se dio una última mirada en el espejo antes de brinco21

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tear detrás del biombo y, un segundo después, entregar el vestido a Gerard. Salió, bajándose el suéter rosa por los rizos rubios y volviéndose a poner sus tacones blancos de aguja—. Ha sido un placer hacer negocios contigo, Lulú —Ruby se detuvo para revisar su maquillaje en el espejo. —Oh, no —replicó Lucretia Cutter—. El placer será todo mío —gesticuló hacia la puerta—. Gerard te mostrará la salida. Después de que la puerta se cerró tras ellos, Lucretia Cutter volteó hacia Blancanieves, admirando su creación. Inclinó la cabeza hacia atrás, y desde la profundidad de su garganta emitió un espeluznante chasquido. El vestido, colgado en el baúl abierto, resplandeció y vibró como si se estuviera desmoronando, y de repente estalló en un torbellino de movimiento mientras miles de escarabajos Cyphochilus salían volando de sus remaches y se enjambraban alrededor de la cabeza de Lucretia Cutter, como un resplandeciente tornado. Lucretia rio. Esto iba a ser tan sencillo.

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capítulo dos

Abu-pay

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l doctor Bartholomew Cuttle colocó con cuidado dos platos sobre la mesa de la cocina del tío Max, cada uno apilado con humeante cordero molido con salsa espesa, puré de papas, zanahorias en dados y un mar de guisantes. —Gracias, doctor Cuttle, señor —dijo Bertolt Roberts con un chirrido bien educado, mientras se acomodaba los enormes anteojos en la nariz. —El placer es mío, Bertolt —Bartholomew Cuttle se limpió las manos en los jeans mientras volteaba de nuevo hacia la superficie de trabajo de la cocina—. No soy gran cosa como cocinero —levantó dos platos

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más—, pero esto es algo que sí puedo preparar. Es una receta familiar, transmitida de padre a hijo. —Mmmmm —Virginia Wallace respiró el aroma de la comida mientras alcanzaba sus cubiertos. Como un disparo, Bertolt le dio un manotazo. Virginia frunció el ceño, pero volvió a poner las manos en el regazo. —Básicamente son los mismos ingredientes de un pastel de carne y puré de papas —colocó un plato de comida frente a Darkus—, sólo que sin el pastel —soltó una carcajada mientras se sentaba junto a su hijo. A Darkus le encantaba la manera en que la piel alrededor de los ojos azules de su papá se arrugaba cuando sonreía y extendía la felicidad hasta los bordes de su rostro—. Mi padre me lo preparaba cuando yo era pequeño, y ahora yo lo preparo para mi hijo —le lanzó una mirada cariñosa a Darkus y le alborotó la mata de cabello oscuro—. Es tu favorito, ¿no es así, Darkus? Abu-pay, lo llama, en recuerdo a mi padre, su abuelo. —¡Papá! —Darkus hizo una mueca, pero sintió un cálido destello en el pecho y una sonrisa que le pellizcaba las comisuras de la boca. Hace tan sólo unas semanas deseaba desesperadamente que su papá bromeara así, y ahora, aquí estaba. Justo cuando acababa de salir del hospital, el tío Max dijo que tendrían que cuidarse de que no se agotara, pero papá se restablecía día a día. Pronto todo volvería a la normalidad. 24

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Miró al otro lado de la mesa. Cuando regresaran a casa, iba a extrañar ver a Bertolt y a Virginia todos los días. Eran los mejores amigos que había tenido jamás. —A comer, todos —dijo su padre. —¿Abu-pay? —Virginia soltó un bufido mientras tomaba su tenedor, revolvía los guisantes, la carne y las zanahorias sobre la papa, y se lo metía todo en la boca como si no hubiera comido en una semana. —Está delicioso, doctor Cuttle, señor —dijo Bertolt, antes de dar otra mordida. —Por favor, Bertolt, tienes que dejar de llamarme así. Está bien decirme señor Cuttle, o si prefieres, llámame Barty, como todos los demás. —No podría… —farfulló Bertolt, y su tez fantasmagórica se ruborizó—. Quiero decir, es el director de Ciencias en el Museo de Historia Natural, y… —En general lo llamamos papá de Darkus —interrumpió Virginia con la boca tan llena que sus mejillas morenas se inflaban como las de una ardilla. Tragó—. Sólo que cuando está por aquí, Bertolt se pone todo raro y le dice señor. Bertolt clavó la mirada en su cena y se la comió como si fuera un complicado rompecabezas que necesitara pronta solución. Se había sonrojado tanto que Darkus podía ver su cuero cabelludo entre la nube de rizos blancos. 25

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El día que papá salió del hospital, cuando Bertolt lo conoció, le había hecho una reverencia. Bertolt no veía a su propio papá, y Darkus sospechaba que a veces su tímido amigo deseaba tener un padre como el suyo. —Bueno, pues definitivamente puedes llamarme así. Estoy orgulloso de ser el papá de Darkus —miró a su hijo, con una expresión repentinamente seria—. Después de todo, me salvó la vida. —Discúlpeme —protestó Virginia, inclinando la cabeza—, creo que, como podrá ver, nosotros ayudamos. Bartholomew Cuttle rio. —Por supuesto, Virginia, y sospecho que nunca me dejarás olvidarlo, ¿cierto? —Nop —Virginia sacudió la cabeza y sus trenzas negras salieron volando, con cuentas de colores brillantes que repiqueteaban. Le había dado por trenzarse el cabello desde que conoció a Marvin, el escarabajo de patas de rana. A él se le hacía más fácil sostenerse entre las trenzas. Hubo silencio mientras comían, y Darkus se dio cuenta de que Virginia y Bertolt estaban esperando a que él hablara. Ya era hora. Habían planeado lo que iba a decir, hasta lo habían ensayado, pero ahora Darkus descubrió que no lograba que las palabras salieran. Se llenó la boca de guisantes y puré de papa, sin atreverse a le26

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vantar la mirada para evitar el juicio de Virginia quien sin duda lo instaría a comenzar. Virginia levantó su plato vacío y lamió lo que quedaba de la salsa de carne, lo que provocó un fuerte chasquido de lengua por parte de Bertolt. Se escuchó la puerta azotar y un estrépito desde el piso de abajo. —¡Es el prof! —dijo Virginia, lanzándole una mirada elocuente a Darkus. Dos minutos después, se abrió la puerta de la cocina y el tío Max entró a tumbos en la sala, todo sonrisas y saludos amistosos. —La cena está en la estufa, Max, si tienes hambre —le dijo Barty a su hermano. —¡Estupendo! —el tío Max se acercó a la hornilla y juntó las manos—. ¡Abu-pay! —exclamó con felicidad mientras bajaba un plato de la alacena y vaciaba encima el contenido de cada uno de los sartenes—. Hace eones que no comía esto. A Virginia se le alargó la cara cuando se dio cuenta de que no habría una segunda ración de comida. El tío Max se quitó el sombrero de safari y acercó una silla. —¿Entonces? —miró a Darkus mientras levantaba su tenedor—. ¿Se lo dijeron? —volteó hacia su hermano—. Increíble, ¿no crees? Yo tampoco lo hubiera creído si no los hubiera visto con mis propios ojos. 27

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Barty frunció el ceño. —¿Creer qué? Max hizo un ruido como si se atragantara, y de repente Darkus encontró que todos lo estaban mirando. —¿Darkus? —su papá lucía confundido—. ¿Qué es increíble? Ya estaba, era el momento que había estado esperando. Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso? Se levantó, y su silla raspó contra el suelo. —Tengo algo que mostrarte. Barty levantó la mirada hacia el tío Max, quien asintió con entusiasmo. —Te va a encantar —dijo, levantando su sombrero de safari y volviéndoselo a poner en la cabeza mientras se llenaba la boca de pay. —Bueno, entonces, más vale que me muestren qué es. Estoy intrigado. Virginia y Bertolt se levantaron de un brinco, comunicándose con la mirada mientras seguían a Darkus fuera de la cocina. —Tenemos que salir —Darkus miró sobre el hombro a su papá— y bajar por una escalera de mano. ¿Te sientes lo suficientemente fuerte para eso? —Creo que puedo con una escalera —asintió Barty. —Es una larga. —Estoy bien, Darkus, en serio. 28

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Darkus los guio fuera del departamento del tío Max a través de la calle. Apenas pasaban de las seis. Había caído la noche decembrina y las farolas estaban encendidas. La lavandería estaba abierta y brillaban luces en el puesto de periódicos del señor Patel, pero los otros comercios de la calle principal, la tienda de comida naturista Madre Tierra y el estudio de tatuajes, estaban oscuros. Darkus pensó en la mañana en que vencieron a Lucretia Cutter, y el sonido del disparo que le había atravesado el hombro mientras se lanzaba contra su padre, derribándolo al suelo y salvándole la vida. Era lo único que papá recordaba del rescate. El tío Max había decidido que hasta que se recuperara, sería mejor que los chicos mantuvieran en secreto la montaña de escarabajos en la alcantarilla, y su papel en su rescate. Había resultado ser un secreto muy difícil de guardar. Papá preguntaba repetidamente cómo lo habían sacado de Towering Heights, entonces el tío Max se daba un golpecito en la nariz, le guiñaba el ojo a Darkus y respondía: —Todo a su tiempo, Barty. Darkus y yo no te queremos avergonzar con lo fácil que fue todo. Lo peor era tener que ocultar a Baxter. El escarabajo rinoceronte había ido bajo tierra, de vuelta al Monte Escarabajo. Darkus detestaba estar separado de su amigo. Extrañaba tener al gran escarabajo negro 29

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en su hombro. Se la pasaba hablando con su clavícula, seguro de que Baxter estaba instalado ahí, escuchando, y luego interrumpiéndose a media oración cuando recordaba que estaba solo. Anhelaba el momento en que pudiera presentarle a su padre a Baxter y contarle la asombrosa historia de cómo él, Bertolt y Virginia habían salvado Monte Escarabajo de Lucretia Cutter. Y había llegado ese momento. Barty se fue a parar detrás de Darkus, de frente a las ruinas del Emporio. Le habían atornillado la puerta y estaba atrancada con un trozo de hierro corrugado repleto de grafiti. Había tiras de cinta que advertían PRECAUCIÓN, PROHIBIDO EL PASO. Un triángulo amarillo con punto de exclamación adentro advertía EDIFICIO PELIGROSO. Darkus dio un paso hasta la puerta, jaló el lazo de cuero que tenía atado alrededor de su cuello y sacó una llave. —¿Qué estás haciendo? —los ojos de Barty revolotearon ansiosamente hacia el tío Max. —Está bien —dijo Darkus, y abrió la puerta—. Normalmente no entramos por aquí, pero es perfectamente seguro. El tío Max asintió animadamente con la cabeza hacia su hermano. Darkus tomó la mano de su papá y lo guio dentro del Emporio. —Vamos, ya verás. 30

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