Kit rio. —Yo pensaba que era fantástico —se encogió de hombros al decirlo, pero estaba sonriendo y me sentí agradecida porque mi hermana no pensaba que yo estaba loca. Y si lo pensaba, no me lo había dicho. —Dímelo otra vez —dijo Kit, y puso a Phoebe en el suelo—. ¿Por qué no les dices a mamá y papá que estamos aquí? —cruzó la sala y abrió la ventana que estaba a mi izquierda. Deslicé la mano por el barandal. La madera estaba polvorienta, pero bajo el polvo era suave y brillante. —Porque papá intentará arreglar las cosas —dije. Nuestros padres vivían a unos quince minutos de distancia, todavía en la casa donde crecimos. Eran amables y tranquilos, y yo los amaba, pero necesitaba pasar un día en esta casa antes de invitarlos a visitarnos. Kit forcejeó para abrir la ventana, pero no lo consiguió. —Mmm, no creo que eso sea algo malo —dijo—. Además, mamá tiene todos los suministros de limpieza que se han inventado. —Tenemos una botella de limpiador Comet —dije—, en alguna parte de esa caja. Kit deslizó la punta del pie a través de la duela. Dejó un rastro en el polvo. —Creo que vamos a necesitar algo más que eso. —Podemos llamarlos en la mañana —dije—. El teléfono ya debería estar conectado, hay que encontrar la caja de conexión —me agaché para hurgar en la caja. Estaba buscando un teléfono de disco color verde olivo de los sesenta que había tenido toda mi vida, o al menos desde que lo saqué del ático de mi abuela antes de irme a Nueva York años atrás. —De todas formas quizá debería llamar a Kieran —dije. 30
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