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capítulo

2

Algo peor que los Casacas Rojas

S

efia se agazapó entre los helechos, temblando tan violentamente que las hojas empezaron a vibrar a su contacto. El hedor a tierra requemada y cobre era tan intenso que sentía que invadía su interior. Se oyó el sonido de una risa, como vidrio molido. —Casi di crédito cuando nos enteramos de que unos Casacas Rojas estuvieron a punto de darle caza en las selvas de Oxscini, pero aquí está. Nos enteramos. Sefia clavó sus dedos en la tierra. Alguien, es decir, varios, las habían estado buscando. Y habían dado con ellas. Por su culpa. Empezó a arrastrarse sobre el suelo. Se le enredaban telarañas en el pelo y en la piel se le clavaban espinas. Apretó los dientes y siguió adelante, acercándose poco a poco al lugar del campamento. —He pasado toda mi etapa de aprendiz buscándola. Ni siquiera estaba segura de que fuera tan imposible de atrapar como decían… —Ya está bien, ¿no? —interrumpió Nin. Un golpe cortante, sordo, hizo que Sefia se detuviera para tratar de ver algo entre el follaje. Pero era imposible a través de las enormes hojas con forma de cucharones.

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