que ni siquiera parece ser parte de Chicago, mientras el paisaje de la ciudad es apenas un tachón de luces en el horizonte lejano. Las casas están desmoronándose, sin luz, sin vida. Todo parece abandonado desde hace mucho. Cruzamos un río y delante de nosotros está el lago Michigan, y su oscura extensión es un desenlace adecuado para este páramo urbano. Como si el mundo se acabara justo aquí. Y quizás el mío sí acaba aquí. Da vuelta a la derecha y avanza hacia el sur sobre Pulaski por ochocientos metros para llegar a tu destino. Él se ríe para sí mismo entre dientes. —Vaya, creo que estás en problemas con tu señora —aprieto con fuerza el volante—. ¿Quién era ese hombre con el que tomabas whisky hace rato, Jason? No se veía desde fuera. Afuera, en la frontera entre Chicago e Indiana, está muy oscuro. Vamos pasando por las ruinas de fábricas y patios del ferrocarril. —Jason. —Se llama Ryan Holder. Era mi… —Tu excompañero de cuarto. —¿Cómo sabes eso? —¿Son muy cercanos? No lo veo en tus contactos. —No realmente. ¿Cómo sabes…? —Yo sé casi todo acerca de ti, Jason. Podrías decir que convertí tu vida en mi especialidad. —¿Quién eres? Llegarás a tu destino en doscientos metros. —¿Quién eres? No me responde, pero mi atención comienza a alejarse de él mientras me concentro en lo que nos rodea, cada vez más remoto. El pavimento fluye bajo las luces de la camioneta. Atrás de nosotros, el vacío. Adelante, el vacío. 29
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