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Título original: My Father’s Dragon © del texto: Ruth Stiles Gannett © de las ilustraciones: Ruth Chrisman Gannett De esta edición: © Turner Publicaciones S.L., 2014 Rafael Calvo, 42 28010 Madrid www.turnerlibros.com Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial. Adaptación de cubierta y guardas: Sergi Puyol Martínez Imagen de cubierta: Ruth Chrisman Gannett Impreso en España Primera edición: noviembre de 2014 ISBN: 978-84-16142-04-0 Depósito legal: M-25697-2014 La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com


Para PAPÁ



1 PAPÁ CONOCE AL GATO

Caminando por la calle en un día frío y lluvioso, papá, que entonces era pequeño, se encontró con un gato callejero. Como vio que estaba empapado y muy incómodo, papá le dijo: —¿Quieres que te lleve a mi casa? El gato se quedó muy sorprendido, pues no había conocido a nadie que se preocupara por un viejo gato callejero. —Si dejas que me siente junto a un fuego calentito y me das un platito con leche —respondió—, te lo agradeceré muchísimo. —En casa hay una chimenea muy agradable junto a la que podrás sentarte —le dijo papá—, y estoy seguro de que mi madre tendrá un platito de leche para ti. papá conoce al gato 9



Papá y el gato se hicieron muy amigos, pero la madre de papá se enfadó muchísimo. Odiaba a los gatos, sobre todo a los gatos callejeros y viejos. —Elmer Elemento —le dijo a papá—, si crees que voy a darle a ese gato un platito de leche, estás muy pero que muy equivocado. Se empieza alimentando a los gatos callejeros y se termina queriendo darles de comer a todos los vagabundos de la ciudad, y por ahí sí que no paso. Papá se quedó muy triste y le pidió perdón al gato por lo grosera que había sido su madre. Luego dijo que podía quedarse de todos modos y que ya se las ingeniaría para llevarle un platito de leche cada día. Papá pasó tres semanas alimentando al gato, pero un día su madre encontró el platito en el sótano y se puso hecha una furia. Le dio una azotaina a papá y puso al gato de patitas en la calle, pero al cabo de un rato papá salió de casa a escondidas y encontró al gato. Fueron juntos a dar un paseo por el parque y se pusieron a pensar en cosas agradables de las que hablar. —Cuando sea mayor tendré un avión —dijo papá—. ¿No sería maravilloso poder volar a cualquier lugar que se te ocurriera? —¿Volar te gustaría mucho, pero que mucho, mucho, mucho? —preguntó el gato. —Creo que sí. Haría cualquier cosa por poder volar. papá conoce al gato 11


—Bueno —dijo el gato—, si tantas ganas de volar tienes, puede que se me ocurra algo para que puedas volar sin esperar a hacerte mayor. —¿Sabes dónde podría conseguir un avión? —A ver, no es un avión, exactamente, sino algo todavía mejor. Soy un gato viejo, ya lo ves, pero de joven corrí lo mío. Aunque mis días de aventura quedaron atrás, la primavera pasada hice un último viaje y me embarqué rumbo a la isla Mandarina. Hice escala en el puerto de 12 el dragón de papá


Arándano, y resulta que el barco zarpó sin mí. Mientras esperaba el siguiente barco se me ocurrió que podría echar un vistazo por los alrededores. Tenía especial interés en la isla Salvaje, por la que habíamos pasado de camino hacia la isla Mandarina. La isla Salvaje y la isla Mandarina están unidas por una hilera de rocas muy larga, pero nadie va nunca a la isla Salvaje porque casi todo es selva y está habitada por bestias muy salvajes. Así que decidí cruzar por las rocas y explorarla por mi cuenta. La isla es un lugar interesantísimo, pero allí vi algo que me dio ganas de llorar.

papá conoce al gato 13



2 PAPÁ SE ESCAPA

—A la isla Salvaje la corta en dos, prácticamente, un río muy ancho de aguas muy turbias —continuó el gato—. El río nace en una punta de la isla y desemboca en el mar, en la otra punta, pero los animales de la isla, que eran muy vagos, no soportaban tener que rodear el río para pasar de un lado de la isla al otro. Ir de visita era un engorro, y el correo iba muy lento, sobre todo en Navidad, con el ajetreo de las fiestas. Los cocodrilos podrían haber cruzado el río cargados con pasajeros y con el correo, pero tienen un humor muy cambiante papá se escapa 15


y no son nada de fiar, y, además, siempre andan buscando algo de comer. Les da igual que a los demás les toque rodear el río, que es justo lo que los animales llevan años haciendo. —¿Pero eso qué tiene que ver con los aviones? —preguntó papá, a quien la explicación del gato se le estaba haciendo larguísima. —Ten paciencia, Elmer —dijo el gato, y retomó la historia—. Un día, unos cuatro meses antes de mi llegada a la isla Salvaje, una cría de dragón cayó de una nube baja a la orilla del río. Como el dragoncito era demasiado pequeño para volar bien y tenía un ala muy malherida,


no podía volver a su nube. Los animales no tardaron en encontrarlo. «¡Anda! ¡Pero si esto es justo lo que hemos necesitado durante todos estos años!», dijeron todos. Le ataron una cuerda muy gruesa alrededor del cuello y esperaron a que se le curara el ala. Sus problemas para cruzar el río se iban a acabar. —Yo nunca he visto un dragón —dijo papá—. ¿Tú lo viste? ¿Era muy grande? —Sí, claro que vi al dragón. En realidad, nos hicimos muy amigos —respondió el gato—. Me escondía entre los arbustos y hablaba con él cuando nadie miraba. No es un dragón enorme, tendrá el tamaño de un oso negro de los grandes, aunque supongo que habrá crecido desde que me marché de la isla. Tiene una cola muy larga, unas rayas amarillas y azules, el cuerno, los ojos y las plantas de los pies de un rojo muy vivo, y las alas doradas. —¡Qué maravilla! —dijo papá—. ¿Y qué hicieron los animales con él cuando se le curó el ala? —Decidieron adiestrarlo para que transportara pasajeros, y aunque solo es una cría de dragón, lo tienen todo el día trabajando, y a veces hasta la noche entera. Lo obligan a llevar cargas demasiado pesadas, y si se queja, le retuercen las alas y le dan una paliza. Se pasa el día atado a un poste con una cuerda que solo llega hasta la otra orilla del río. Sus únicos amigos son los cocodrilos, que le dicen «Hola» una vez a la semana, y papá se escapa 17


eso si se acuerdan. Es el animal más desgraciado que he visto en mi vida, de verdad. Cuando me fui de la isla le prometí que un día trataría de ayudarlo, aunque no se me ocurría cómo iba a hacerlo. La soga que lleva al cuello es la más gruesa y la más resistente que puedas imaginar, y tiene tantos nudos que haría falta un día entero para desatarlos todos. »Bueno, pues al mencionar los aviones me diste una buena idea. Y ahora estoy convencido de que si lograras rescatar al dragón, tarea que no resultará nada fácil, él te llevaría adonde tú quisieras, siempre que lo trataras con amabilidad, por supuesto. ¿Te apetece intentarlo? —¡Me encantaría! —dijo papá, y como estaba muy enfadado con su madre por lo grosera que había sido con el gato, decidió escaparse de casa una temporada sin que la idea lo pusiera triste. Esa misma tarde papá y el gato se acercaron al muelle a ver los barcos que iban a la isla Mandarina. Se enteraron de que uno zarpaba a la semana siguiente, y en ese mismo instante empezaron a planear el rescate del dragón. El gato ayudó muchísimo a papá diciéndole qué le convendría llevarse y le contó todo lo que sabía de la isla Salvaje. No iba a acompañarlo en su viaje, eso quedaba descartado porque era demasiado viejo. Como tenían que mantener el plan en secreto, cada vez que compraban o encontraban algo para el viaje 18 el dragón de papá


lo escondían detrás de una roca del parque. La noche antes de zarpar papá agarró la mochila de su padre y se dispuso a hacer el equipaje con el gato. Llevaría chicle, dos docenas de piruletas de color rosa, un paquete de gomas elásticas, botas de agua negras, una brújula, un cepillo de dientes y un tubo de pasta de dientes, diez lupas, una navaja muy afilada, un peine y un cepillo, siete cintas para el pelo, cada una de un color, un saco de cereales vacío marcado con unas letras que decían arándanos, ropa limpia y toda la comida que fuera a necesitar durante el viaje. Como papá no iba a alimentarse de los ratones, metió en el equipaje veinticinco sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada y seis manzanas, porque no encontró ninguna más en la despensa. Cuando lo tuvieron todo listo, papá y el gato bajaron al muelle y se acercaron al barco. Por ahí hacía guardia un vigilante, pero el gato empezó a meter mucho ruido para distraerlo, y entonces papá echó a correr y cruzó la pasarela del barco. Bajó a la bodega y se escondió entre unos sacos de trigo. El barco zarpó a la mañana siguiente, muy temprano.

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