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1 Junio de 1904. Maria Bernoulli se ha decidido: aquí es donde quiere vivir, le parece como si la vieja casa con sus habitaciones de techos bajos la hubiera estado esperando. Sentada en el borde de la fuente, cuyas aguas gorgotean entre la casa y la capilla, contempla al campesino que se aleja sin ni siquiera volverse a mirar a la inesperada visitante. Un viejo huraño, este Josef Hepfer, que ha observado sin decir palabra a la extraña que habla dialecto de Basilea y lleva las botas sucias de polvo. Mia ha salido de Öhningen de buena mañana y, en Hemmenhofen, ha descubierto una magnífica casa parroquial vacía. Pero pertenece a la Iglesia, y no la alquilan. Por tanto continúa caminando, fatigada por el incipiente calor veraniego y por lo infructuoso de la búsqueda. A principios de mayo puso un anuncio en el periódico Überlinger Seeboten. Busca –‌sin precisar localidad– una vivienda a orillas del lago Constanza, en el lado de Baden. Impaciente, esperó en Basilea que le llegaran cartas de respuesta y, cuando recibió las primeras, se puso en camino; visitó una pequeña villa en Überlingen, aunque sin vistas al lago: una casa encantada en medio de un jardín abandonado, demasiado cara. Meersburg no le gustó: «todo son viñas y las orillas del lago son bastante aburridas». La oferta en Wangen, cerca de Öhningen, resultó ser una «estrecha barraca». 13

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Un pueblo que le encantó fue Uhldingen. Pero en todos los sitios donde preguntó allí miraron con desconfianza a la joven que buscaba una casa para instalarse a vivir con su prometido. Desanimada, acudió a ver a Emil Strauss, que gestionaba una granja en Bernrain, cerca de Emmishofen, y él la asesoró en su búsqueda. Ahora que su padre había aprobado por fin el compromiso y se habían mandado las participaciones, la búsqueda de vivienda no podía fracasar, la boda ya no debía demorarse. «Inténtelo en Gaienhofen –‌le propuso Strauss–, allí tienen un palacete en alquiler.» Así pues, se puso de nuevo en marcha hacia la península de Höri, entre los lagos Zellersee y Untersee, caminó desde Öhningen hasta Hemmenhofen y luego a Gaienhofen, sin perder de vista el lago y sus orillas pobladas de juncos. Contempló la orilla de enfrente, las montañas y los pueblos del lado suizo, Eschenz, Steckborn, con la esperanza de encontrar por fin, en Gaienhofen, la casa deseada. Pero también allí se llevó una decepción: desde el mes de abril, el palacete se había convertido en un internado para chicas. En busca de una fonda, subió por la cuesta hacia la capilla consagrada a San Mauricio, hacia la fuente del pueblo, situada a la sombra de un tilo imponente, y fue allí donde encontró lo que buscaba: una vieja granja de la cual sólo se usaba el establo y el granero. Pero la casa –‌cinco habitaciones y una sala– estaba vacía: abajo, un espacioso salón comedor con una gran mesa y al lado una habitación pequeña; arriba, tres habitaciones de techos bajos con vigas de color oscuro y «una bodega maravillosamente fresca». El agua la traería de la fuente, de noche encendería luces, y en invierno se calentaría con estufas. Alrededor de la casa plantaría flores, tal vez también hortalizas. Y las habitaciones delanteras de la planta superior tenían vistas al lago. Aquí instalaría su espacio de trabajo el hombre cuyo apellido también ella llevaría: Hermann Hesse. 14

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Pero el campesino Hepfer no se aviene a alquilársela. Quizá le intimida tratar con una mujer tan segura de sí misma, que se embarca sola en la aventura de buscar casa. Se pregunta quién es el hombre con quien pretende mudarse. Un escritor, según le ha dicho, y ella misma lleva con su hermana un «estudio de fotografía artística» en Basilea. El viejo se encoge de hombros y niega impasible con la cabeza. Pero Maria Bernoulli no se rinde. «Pienso mandarle a un par de personas, a ver si consigo que se ablande», le escribe a Hesse a su re­ greso a Basilea, el 21 de junio de 1904. «Para mí, una vieja casa de labranza, “auténtica” como ésa, en la que no está medido hasta el último ángulo, sería lo ideal, pero precisamente eso resulta muy difícil de conseguir. Sin embargo, tengo la esperanza de que finalmente el espinoso campesino de Gaienhofen se dejará convencer.» Y la cosa sale bien. El 3 de julio, un día después del 27 cumpleaños de Hesse, que lo celebra con su familia en Calw, ella le comunica con gran alegría: «¡Por fin tendremos nuestro nidito!» Con la ayuda de un amigo, el arquitecto Hans Hindermann, y algunos conocidos suyos residentes en el cercano Horn, logran convencer al obstinado campesino. «Esta vez se mostró bastante tratable –‌le escribe a Hesse–. El contrato de alquiler ya está redactado y firmado, pagaremos la bonita suma de 150 marcos ANUALES.» Una renta que se explica por el estado en que se halla la casa; será necesario sellar el tejado y las ventanas, pintar las habitaciones. Pero Maria es muy mañosa, no se arredra ante ningún trabajo, y añade esperanzada: «Tengo la impresión de que la casita te va a gustar bastante.» Hermann Hesse no conoce la casa hasta después de la boda. Es entonces cuando se dedica a arrancar los clavos torcidos de los baúles de la mudanza, los endereza con el martillo sobre una piedra y comienza a reparar los desperfectos. 15

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Mia afronta el porvenir con una gran confianza, aunque debe admitir que apenas conoce a su prometido. Han estado separados demasiado a menudo, demasiado escasas las horas que han pasado juntos. Pero eso ella no desea verlo. Sólo sabe una cosa a ciencia cierta: quiere casarse con ese hombre. Según la opinión general, cuando conoce a Hermann Hesse en 1902, Maria Bernoulli es, a sus treinta y cuatro años, «una solterona» que ha logrado resistirse a la tradición familiar del matrimonio concertado por los padres. Mientras sus hermanas, Bertha y Anna, llevan años casadas –‌Bertha con Friedrich Albert von Brunn y Anna con el pastor y decano del seminario de Tubinga, Eduard Ludwig Gmelin–, Maria insiste en su deseo de adquirir una formación. No quiere estudiar, aunque ello ya es posible para las mujeres en Zúrich, Berna o Ginebra. A Maria Bernoulli le interesa el nuevo medio de la fotografía. Quiere aprender el oficio, y se ha enterado de que en Múnich o en Berlín también las mujeres pueden formarse en ese campo. En Berlín, Wilhelm Adolf Lette fundó –‌y a en 1866– una asociación para la profesionalización de la mujer y, después de que durante las primeras décadas la asociación Lette se especializara en impartir formación para oficios a desarrollar en los sectores del comercio y textil, en 1890 se añadió al currículo el Instituto de Enseñanza de la Fotografía, bajo la dirección de Dankmar Schultz-Hencke. Aquí, las mujeres tenían la oportunidad de aprender todos los procedimientos fotográficos sobre una base científica. Que Maria y su hermana más joven, Mathilde Bernoulli –‌a la que llaman Tuccia– aprendieron su oficio en Berlín es un hecho conocido en la familia, aunque no se puede demostrar, pues el archivo de la asociación Lette fue destruido a raíz del bombardeo del edificio durante la Segunda Guerra Mundial. En cambio, sí es un hecho probado que una vez 16

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finalizada su formación, alrededor del año 1900, las dos hermanas regresaron a Basilea, donde abrieron un estudio de fotografía en el número 14 de la Bäumleingasse. Fueron las primeras fotógrafas profesionales en Suiza; huían de la rigidez del habitual posado y preferían retratar a las personas en su entorno cotidiano. Mostraban sus fotografías en las ferias anuales que el sector celebraba en la Kunsthalle e insistían en contemplar la fotografía como una disciplina artística, una postura poco común y fuertemente discutida en aquel entonces. Pronto se congregó en el estudio un círculo de gente joven que se reunía para hacer lecturas, escuchar música u organizar tertulias. Hans Hindermann, el arquitecto, y el ingeniero Rudolf Böhringer, del cual Tuccia se había enamorado, tomaron parte en dichas reuniones. También pintores y músicos fueron huéspedes habituales. Y una tarde se presentó un joven delgado, con el pelo muy corto y gafas con cristales redondos, el ayudante de librero Hermann Hesse, de la librería de viejo de Wattenwyl, que ya había publicado poemas y relatos. «En ese momento –‌según escribe el amigo y biógrafo de Hesse Hugo Ball más de dos décadas después–, él es todavía un joven deprimido, con todos los síntomas de sobrecarga psíquica y torpeza exterior. De su padre ha aprendido severidad de conciencia y de su madre, cánticos. De la pequeña localidad de la Selva Negra le ha quedado una cierta exageración de los modales, descuido en su forma de llevar la corbata, una obtusa timidez y la falta de libertad de movimiento. No sabe bailar, ni charlar, ni hacer reverencias. No sabe besar la mano de una joven, ni escribirle una nota; cada uno de sus gestos le pesa una tonelada. Lleva a cuestas el alejamiento de todo lo mundano en la pequeña población suaba y su condición de autodidacta, que consume todo su tiempo...» Es posible que llegara a oídos de las hermanas 17

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Bernoulli que su desmañado visitante había frecuentado –‌desde su llegada a Basilea tres años antes– al archivero municipal, el doctor Rudolf Wackernagel, y a la viuda de un pastor, Esther La Roche-Stockmeyer. Ambas familias eran amigas de los padres de Hesse desde los tiempos en que Johannes Hesse vivió en la ciudad con su mujer y sus hijos y trabajó para la sociedad de la misión de Basilea. En aquel tiempo habían pasado juntos el verano de 1883 cerca de Bretzwil, en la finca Rechtenberg, del concejal Sarasin. «¿Viene de ahí el interés de Hermann Hesse por las hermanas La Roche?», puede que se preguntara Maria Bernoulli. «¿Y cuál le gusta más? ¿Marie, la pintora, o Elisabeth, la pianista, que actúa en las ve­ ladas musicales en casa de su madre?» Maria también toca el piano, a veces la acompaña uno de los invitados con el violín. Ella adora Chopin, y también Hesse confiesa: «De no ser por Chopin, que me habla de forma tan increíble desde lo más profundo del alma, aparte de Beethoven, me gustaría muy poca música para piano.» Eso le encanta de la pequeña y vivaz fotógrafa: su forma de tocar el piano. Es algo que ambos tienen en común: su amor por la música. Maria le invita repetidas veces a su estudio: «Unos cuantos amigos y amigas vendrán el jueves a tomar el té. Por favor, me agradaría mucho que se uniera a nosotros...» En su novela Peter Camenzind, escrita durante esa época, una «pequeña colonia de artistas» se reúne en el taller de la pintora Aglietti: «Casi todos eran desconocidos, olvidados, sin éxito alguno, lo cual tenía para mí algo de conmovedor, si bien todos parecían la mar de satisfechos y alegres. Se servía el té, panecillos de mantequilla, jamón y ensalada.» Sin embargo, ni Camenzind ni su autor Hesse se dan por satisfechos con eso en el estudio fotográfico de las hermanas Bernoulli, pero ambos se sienten atraídos una y otra vez hacia ese círculo. No obstante, 18

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mientras Camenzind se desvincula del mismo y sigue adelante con su inquieta vida de caminante, Hesse hace caso de los requerimientos sin fecha, escritos de forma rápida, y de las invitaciones de María para que acuda al estudio a visitarla, a comer espárragos, a dar un paseo. Ella dice sentir una «gran curiosidad por saber cómo le va». Sus comunicados no tardarán en ser más extensos, en pasar al tuteo, en volverse apremiantes: «Querido, ven a verme hoy a las doce, así dispondremos de un cuarto de hora para nosotros.» Las respuestas de Hesse no las conocemos, ya que –‌a excepción de unas pocas cartas– en noviembre de 1942 se quemaron todas en un incendio en la casa de Ascona.

Voces Hermann Hesse: Hacía años que no me enamoraba y que no mantenía ninguna relación sentimental. [...] Desde hace poco, sin embargo, todas las veladas voy del brazo con una mu­ chacha encantadora, pequeña y de pelo negro, un teso­ ro salvaje [...], todo mi tiempo libre se lo dedico a esta niña, que no me llega más que a la barba y sabe besar con tal ímpetu que casi me ahoga. No hacen falta más datos. El matrimonio, naturalmente, queda descarta­ do, para eso no poseo ningún talento. En cambio, estoy refrescando con éxito mis ya oxidadas artes amatorias. HH [Hermann Hesse] a Cesco Como, el 4 de junio de 1903 desde Basilea, en: Gesammelte Briefe, volumen I, 1895-1921. En colaboración con Heiner Hesse, editado por Ursula y Volker Michels, Frankfurt, 1973, pág. 104.

Maria Bernoulli: ¿Sabes? Cada vez veo más claro que en realidad no TEN­ GO a nadie más que A TI que sea de verdad y del todo 19

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mío [...] y la consecuencia es que me siento terrible­ mente sola cuando no estás. Pero no creas que se trata de una queja, sencillamente, ¡son cosas que no se pue­ den negar! Maria Bernoulli a HH, el 15 de septiembre de 1903 desde Basilea. Hesse Editionsarchiv. Volker Michels, Offenbach.

Hermann Hesse: Últimamente me he visto en la extraña tesitura de con­ siderar la posibilidad de contraer matrimonio. Es una chica con la que nos une una ya larga amistad y que me quiere; es bastante mayor que yo, y creo que enca­ jaría bien conmigo. No obstante, sobre esa cuestión, de momento no puedo tomar ninguna decisión, en pri­ mer lugar porque todavía soy demasiado pobre en recursos económicos y, en segundo lugar, porque el matrimonio me produce una cierta aversión. [...] Na­ turalmente, te ruego consideres esta carta como una información estrictamente personal y no la comentes con nadie. Casi me temo que al final, de todos modos, no va a salir nada, ya que por mi parte deberíamos es­ perar demasiado y la chica ya no es precisamente jo­ ven. HH a Johannes Hesse, en junio de 1903 desde Basilea, en: Gesam­ melte Briefe, volumen I, pág. 105.

Maria Bernoulli: [...] ahora, de repente, papá muestra otro tipo de repa­ ros. Ha terminado de leer Camenzind y hace poco me dijo que el libro le había dejado tan mala opinión de ti que no estaba dispuesto a dar su consentimiento para nuestra unión. [...] Sólo puedo resignarme y confiar en silencio en que en algún lugar se abrirá un camino para nosotros. Maria Bernoulli a HH, el 19 de septiembre de 1903 desde Basilea. Hesse Editionsarchiv.

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Hermann Hesse: Aquí he encontrado lo que buscaba, silencio total y so­ ledad. [...] Sólo que por desgracia estoy separado de mi amada y gasto mucho en sellos. Espero poder casarme este invierno, pero su padre se ha opuesto de forma muy grosera, y tampoco dispongo de dinero, por eso ahora me toca trabajar y ganar algo, pues en cuanto logre reunir lo necesario, a ese viejo cabezota lógica­ mente no se lo volveremos a preguntar. HH a Stefan Zweig, el 11 de octubre de 1903 desde Calw, en: Gesam­ ­melte Briefe, volumen I, pág. 108.

Maria Bernoulli: No me entra en la cabeza que entre nosotros pueda lle­ gar a haber la mezquindad, el critiqueo y las asperezas que se observan en tantos matrimonios, incluso en los BUENOS. Para eso hemos tenido que luchar demasiado por nuestra relación [...]. Consideraremos cada hora que podamos disfrutar juntos como un regalo, y todas las horas y días que debamos pasar separados serán pruebas mediante las cuales nuestro amor no hará más que reforzarse y consolidarse. Maria Bernoulli a HH, sin fechar, desde Basilea. Hesse Editions­ archiv.

Hermann Hesse: Por cierto, mi suegro, un hombre conservador y devoto, tiene exactamente la moral contraria: considera com­ prensible y perdonable que yo ame a su hija, pero que quiera comprometerme y casarme con ella sin saber cómo voy a ganarme el pan le parece reprobable [...] Para mí, todo depende de la aceptación que tenga mi novela. Si no tiene éxito, no me puedo casar. HH a Cesco Como, el 26 de octubre de 1903 desde Calw, en: Gesam­ melte Briefe, volumen I, pág. 110.

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Maria Bernoulli: Tengo una gran confianza en que ya no tendremos que esperar mucho. Ahora el negocio marcha mejor que a principios de invierno, eso puede ser una baza a nues­ tro favor. Yo en un principio la conservaría, sería ab­ surdo renunciar a ella de buenas a primeras. A lo mejor existe alguna manera de mantenerme en el ajo sin tener que estar constantemente encima. En fin, ¡ya lo vere­ mos! Pero tú no te preocupes ni te tortures, corazón, todo saldrá bien. Maria Bernoulli a HH, sin fecha desde Basilea. Hesse Editionsarchiv.

Hermann Hesse: Mi amor no es ninguna niñita mona y tonta; en lo que se refiere a experiencia en la vida, formación e inteli­ gencia se halla como mínimo a mi nivel, es mayor que yo y posee en todos los aspectos una personalidad inde­ pendiente y capaz. HH a Cesco Como, el 21 de junio de 1903 desde Basilea, en: Gesam­ melte Briefe, volumen I, pág. 106.

Maria Bernoulli: ¿Sabes? Me hace mucha ilusión que vivamos juntos, va a ser muy bonito. Siempre pienso que deberíamos tener bastante talento para llevar una vida plena, com­ pleta y armónica, que no se deje ahogar ni aplastar por nimiedades. Maria Bernoulli a HH, el 31 de diciembre de 1903 desde Basilea. Hesse Editionsarchiv.

Hermann Hesse: Bueno, ahora ya falta poco para mi boda, los amigos me felicitan, la novia reúne afanosamente sus cuatro cosas, y yo me siento de lo más extraño. En el fondo, a menudo pienso que en realidad todavía soy un mucha­ cho –‌como cuando tenía doce años–, y con frecuencia me maravilla que la gente me tome en serio, [...] que 22

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próximamente vaya a tener una esposa y un hogar y vaya a vivir y a ser como todos los hombres y ciudada­ nos serios. [...] Tal vez sea muy arriesgado, pero mi chi­ ca es muy hábil y eficaz, de modo que todo va a salir bien. HH a Helene Voigt-Diederichs, el 26 de junio de 1904 desde Calw, en: Gesammelte Briefe, volumen I, pág. 121.

Hugo Ball: En el verano de 1904 se casa con Maria Bernoulli [...] Ella es nueve años mayor que el escritor y, en el mo­ mento de la boda, tiene casi la misma edad que Maria, la madre de Hesse, cuando lo trajo al mundo. También por su estatura, temperamento y apasionada afición por la música, Maria Bernoulli recuerda a la madre de Hermann Hesse. Hugo Ball. Hermann Hesse. Sein Leben und Werk, Frankfurt, 1977, pág. 89.

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