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ÍNDICE Introducción

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PARTE UNO: EL CUERPO EN EL MUNDO

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1. La heurística visceral: Fría indiferencia y manos limpias 2. La heurística de la visión: Colinas y cuadrangulares 3. La heurística del impulso: Física intuitiva 4. La heurística de la fluidez: El poder de la caligraf ía 5. La heurística de la imitación: Sentir al simio interior 6. La heurística del cartógrafo: Alejarse de todo

PARTE DOS: LOS NÚMEROS EN NUESTRAS NEURONAS

7. La heurística aritmética: “Por sólo unos centavos al día” 8. La heurística de la escasez: Oferta y deseo 9. La heurística del ancla: La razón por la que las cosas cuestan $19.95 10. La heurística de las calorías: “Trabajo por comida” 11. La heurística del señuelo: Por favor, no me hagas escoger 12. La heurística futurista: Una arruga en el tiempo

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PARTE TRES: CÓMO LA MENTE CREA EL SENTIDO

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13. La heurística del diseño: Simplicidad y propósito 14. La heurística de la recolección: Explorar y explotar 15. La heurística de la caricatura: La ingeniería del prejuicio 16. La heurística de la repugnancia: Contagio y pensamiento mágico 17. La heurística naturalista: De vuelta al jardín 18. La heurística de la novela de misterio: Asesinato y moralidad

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19. La heurística de la parca: Soledad y fanatismo 20. La heurística por defecto: No decidir es…

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Otras lecturas seleccionadas

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Agradecimientos

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Índice analítico

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1 LA HEURÍSTICA VISCERAL Fría indiferencia y manos limpias

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ubo una época en la que el mundo estaba lleno de mujeres llamadas Daisy, Iris, Lily y Rose. Poner nombres de flores a las hijas se consideraba un gran halago y una celebración de la belleza y vitalidad femeninas. En nuestros días los nombres de flores ya no están de moda, pero la tradición de relacionar a las flores con la feminidad tiene una larga y profunda tradición. Sólo hay que pensar en las imágenes románticas de Shakespeare, Burns o Keats. La tradición puede ir mucho más lejos que eso, incluso aparecer antes de la poesía y el lenguaje, al punto de ser parte de nuestra neurología básica. En la actualidad algunos psicólogos proponen que la asociación entre las flores y la feminidad tiene raíces evolutivas antiguas, de esta manera, nuestro gusto por la fragancia del brezo y las violetas puede ser un vestigio de una habilidad de supervivencia que alguna vez fue muy poderosa: la de encontrar una buena pareja sexual. Y más que eso, esta conexión primigenia puede explicar, como componente de la heurística visceral, todo tipo de preferencias del ser humano moderno, sea hombre o mujer, que no tienen relación alguna con la sexualidad y el apareamiento. He aquí la idea fundamental: cuando nuestros antiguos ancestros evolucionaban y se convertían en seres humanos modernos, la clave de la supervivencia de la especie era la adecuación sexual. Es decir, los seres humanos primitivos debían encontrar estrategias para producir hijos fuertes, que a su vez hacían lo mismo y así sucesivamente. Una de estas estrategias primitivas era la habilidad para seleccionar, entre todas las posibles compañeras, a la que fuera más saludable y fértil. Para decirlo de otra manera, los seres humanos nos volvimos hipersensibles a cualquier señal de madurez en el mundo, y esta hipersensibilidad quedó profundamente arraigada en nuestra percepción, pensamiento y emoción, donde permanece hasta nuestros días.

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Sin embargo, el problema con estas habilidades primitivas es que son instrumentos burdos. No discriminan bien; así, un atajo cognitivo diseñado para seleccionar la mejor pareja sexual también se aplicaba a otros seres vivos, por ejemplo, manzanas, galgos o margaritas. Por lo tanto, en la actualidad conservamos un obstinado sesgo a favorecer a cualquier ser vivo que esté en su mejor momento, y a desfavorecer a cualquiera que no esté maduro, o que esté en decadencia. Por lo menos eso dice la teoría que Julie Huang y John Bargh, psicólogos de Yale, han abordado en múltiples formas. Diseñaron una serie de experimentos para ver si al acicatear el deseo humano fundamental de aparearse, podían incrementar la sensibilidad de las personas a una variedad de señales de inmadurez, crecimiento, plenitud y decadencia, y así moldear todo tipo de preferencias sociales. El siguiente es un ejemplo de su innovadora investigación. Ambos psicólogos reunieron a un grupo de voluntarios conformado por jóvenes adultos que debían leer un fragmento del libro See Jane Date de Melissa Senate. Este libro es un clásico de la “literatura para chicas” el cual se centra en las vidas de mujeres jóvenes solteras, pero núbiles, y la intención era despertar el instinto de encontrar una pareja en los lectores. Otro grupo comparable de voluntarios leyó un aburrido fragmento que describía el interior de un edificio. Luego se pidió a ambos grupos que observaran cuatro fotograf ías de la actriz Jane Withers, cada una de una etapa diferente de su larga carrera de actuación. Quizá algunos recuerden a Jane Withers como “Josephine, la plomera” en un comercial de televisión del limpiador Comet, que se transmitió en los años sesenta, aunque en realidad ella comenzó a actuar en los años treinta, cuando era una pequeña adorable; también interpretó papeles de adolescente y fue primera actriz más adelante. Las fotograf ías mostraban todas estas etapas de su vida. En seguida se pidió a los voluntarios que evaluaran las cuatro imágenes en términos del atractivo de la actriz. La idea era que quienes tuvieran en mente el deseo de tener pareja considerarían que la actriz se veía mucho más atractiva en su madurez sexual y la devaluarían cuando aparecía mayor o inmadura sexualmente. Y así sucedió. A quienes no se les había avivado el instinto sexual no mostraron preferencia por los años de madurez sexual de la actriz, por encima de las fotograf ías de su juventud, o en sus años posteriores; se trataba simplemente de Jane Withers en varias etapas de su carrera. A quienes se les había incentivado el instinto sexual estaban más interesados en la imagen de la actriz en su mejor momento. Por tanto esto apoya el vínculo evolutivo entre el “sesgo de madurez” y los gustos en cuanto se refiere a la belleza humana. Pero ¿acaso el sesgo va

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más allá del atractivo humano? Huang y Bargh sospechaban que sí, por lo que modificaron un poco el experimento para obtener una respuesta. Una vez más incentivaron a algunos de los voluntarios con el fragmento de See Jane Date, aunque en esta ocasión hicieron que los voluntarios miraran imágenes de plátanos. Algunos eran verdes, otros amarillo verdoso, otros completamente amarillos y otros más tenían manchas marrones. Entonces todos los voluntarios calificaron el atractivo de la fruta. Sé lo que estás pensando. Sí, la mayoría de nosotros preferimos un plátano amarillo a uno verde o marrón. En general, saben mejor y tienen mejor textura. Pero, al igual que en el experimento con Jane Withers, lo que los psicólogos estaban midiendo era la diferencia entre aquellos a los que se les acicateó el instinto y a los que no. Al final descubrieron una gran diferencia en la preferencia por los plátanos perfectamente maduros y los plátanos verdes o marrones. Es decir, los que pensaban en el sexo eran más melindrosos respecto al color de los plátanos. Por consiguiente, parece que en realidad estamos configurados internamente para escoger la plenitud. Sin embargo, para quienes seguían mostrándose escépticos, los psicólogos decidieron comprobar esta noción de otra manera. Hace tres millones de años no existían automóviles en las sabanas; ni siquiera existían las carretas. Por tanto, si la teoría tenía solidez, estas mismas preferencias por la plenitud sobre la infancia y la senectud deberían aplicarse sólo a los seres vivos y no a los artefactos. Los psicólogos elaboraron otro experimento prácticamente idéntico, pero en éste los voluntarios evaluaron fotograf ías de flores y automóviles. Los psicólogos predijeron que, como resultado, obtendrían preferencias relacionadas con la madurez cuando se tratara de flores, pero no cuando se tratara de automóviles. Para este experimento, el momento de madurez del automóvil se consideraría cuando recién había salido de la armadora, flamante y resplandeciente. Otras fotograf ías mostraban un auto en fabricación y otro herrumbroso por el tiempo. Las flores iban desde capullos y ejemplares completamente abiertos hasta muestras a punto de marchitarse. Los psicólogos observaron justo lo que esperaban. Es decir, acicatear el instinto de apareamiento determinaba la preferencia por las flores abiertas y lozanas, pero no tenía ningún efecto sobre las preferencias por las etapas del ciclo de vida de un automóvil. Puede ser que no nos guste ver nuestro confiable Mustang oxidado, pero al parecer ese sentimiento no resuena en nuestras entrañas, ni en nuestra psique. Estos descubrimientos pueden ir mucho más allá de nuestras preferencias por imágenes florales y nombres de mujeres, concluyen los autores. Escoger parejas potenciales por su “madurez” sexual puede haber sido una

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cuestión adaptativa hace mucho tiempo, cuando el futuro de la especie estaba en riesgo; sin embargo, ¿es la mejor estrategia para una cita en esta época? ¿No existen otros rasgos que deban tomarse en consideración para una cita, o una pareja, que no estén arraigados en nuestra psique? O piensa en un entorno social completamente distinto, como el lugar de trabajo. Si estos sesgos relacionados con la edad son tan profundos y se activan con tanta facilidad, ¿pueden entonces tener efecto sobre nuestro juicio sobre las habilidades profesionales? En ese sentido, la preferencia por la edad puede tener raíces mucho más profundas de lo que pensamos. El trabajo sobre madurez sexual es sólo un ejemplo de la heurística visceral y de lo que los psicólogos denominan “andamiaje cognitivo”. Piensa en tus pensamientos, emociones, juicios y metas como un edificio en construcción. Se trata de uno de esos proyectos que nunca concluyen, pero a lo largo de tu vida la construcción se vuelve más y más alta al agregar niveles de experiencia y comprensión. Abajo se encuentran los cimientos y éstos se componen de las percepciones y necesidades más básicas. Éstas nunca cambian; son la piedra angular sobre la que se construye lo demás. Estas ideas básicas son manifestaciones de la heurística visceral, derivadas de la interacción primaria de nuestro cuerpo con el mundo, lo cual incluye otros cuerpos. Algunas, como en el caso de la madurez sexual, al paso del tiempo han evolucionado como mecanismos de supervivencia. Otras surgen en la infancia cuando la mente nueva asimila la información que recibe de este extraño lugar llamado mundo. Sin importar la fuente, la información se convierte en la plantilla que determina una gran parte de nuestro pensamiento abstracto y comportamiento. Ahora veamos un ejemplo muy claro del andamiaje. Como regla, nos movemos hacia adelante y no hacia atrás, ya sea que caminemos, trotemos o saltemos; está en nuestra anatomía. Así que al paso de las eras, el concepto de “adelante” se ha relacionado intrínsecamente con el concepto psicológico de “progreso” y “avance”, que universalmente se equipara con el bien. Admiramos los avances del conocimiento; a las personas “retrógradas” las consideramos fracasadas y simplonas. De forma similar, somos más propensos a mirar hacia arriba que hacia abajo, sólo porque hay mucho más arriba que abajo en el suelo. Por lo tanto, el concepto de “arriba” (y altura y ascendencia) también tiene buenas connotaciones. Aspiramos a ir hacia arriba y adelante, no hacia abajo. El cielo se encuentra arriba y el infierno abajo. Otras heurísticas viscerales tienen que ver con las necesidades y deseos f ísicos primitivos de buscar refugio y seguridad. Estos conceptos internos básicos explican el poder de las metáforas. Considera esta inquietante me-

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táfora del poema de Sylvia Plath “Winter Landscape, with Rocks” escrito cuando tenía veinticuatro años: Las cañas del verano pasado están cinceladas en hielo como tu imagen en mis ojos; la helada seca escarcha la ventana de mi dolor; ¿qué consuelo puede surgir de la roca que haga que un corazón marchito reverdezca? ¿Quién querría caminar en este árido lugar? Pasarían otros siete años antes de que la depresión de la joven artista la llevara a suicidarse, pero el dolor de su aislamiento ya era evidente en las frías metáforas invernales de este poema. Pero ¿por qué frío e invernal? ¿Qué provocó que esta atribulada joven pensara en el hielo y la escarcha cuando quería describir la desolación emocional de su vida y su desesperado sentido de desconexión? ¿Por qué no el calor abrasador y un rayo de sol candente? ¿Qué tiene que ver la soledad con la temperatura? Parece una pregunta tonta porque todos hacemos esta conexión automática en nuestra mente todo el tiempo. Es tan universal que no nos detenemos a preguntarnos el porqué. Sólo piensa en los clichés: la fría indiferencia, la glacial recepción, una mirada que nos deja helados. La idea de estar solo, que incluye la desconexión social y el rechazo, parece estar intrínsecamente unida en nuestras mentes al extremo bajo cero del termómetro. Los psicólogos están intrigados con esta y otras metáforas. Algunos creen que son mucho más que invenciones literarias; pueden ser constelaciones de experiencias antiguas y recientes que utilizamos para ayudarnos a comprender la complejidad de nuestras vidas emocionales. De acuerdo con esta perspectiva, algunas metáforas resuenan universalmente debido a que están grabadas en el tejido cerebral. Pero ¿cómo llegaron ahí? Dos psicólogos de la Universidad de Toronto decidieron investigar esta pregunta sistemáticamente. Chen-Bo Zhong y Geoffrey Leonardelli querían ver si nuestro uso de metáforas en el pensamiento y el criterio podía estar influido por nuestras percepciones más básicas del mundo; es decir, por la información que entra en el cerebro a través de los sentidos. Posiblemente nuestros antepasados relacionaron el calor con la unión entre los hombres como herramientas de supervivencia, como aún lo hacen los niños. El calor corporal significa confort y seguridad. ¿También puede ser verdad lo opuesto? ¿El frío y la soledad pueden estar vinculados de modo similar en el cerebro? Ésta es la manera en que los psicólogos probaron esta idea provocadora. Dividieron en dos grupos a unos voluntarios y pidieron al primero que re-

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cordara una experiencia personal en la que todos hubieran quedado excluidos socialmente, como un rechazo de un club, o haber sido eliminado del equipo de basquetbol universitario. Esto tenía la intención de despertar sus sentimientos inconscientes de aislamiento y soledad. Al otro grupo se le pidió que recordara una experiencia agradable; una en la que todos hubieran sido aceptados por el mismo tipo de grupo. Los voluntarios trataron de recordar, de la forma más vívida posible, los detalles de su experiencia, como dónde estaban, quién les dio la noticia. Además, intentaron evocar con todas sus fuerzas los sentimientos y las sensaciones viscerales perdidas hacía mucho tiempo. Los investigadores querían que volvieran a sentir la experiencia del dolor con toda su desagradable carga. Inmediatamente después, pidieron a los voluntarios que estimaran la temperatura de la habitación, con el pretexto de que el servicio de mantenimiento del edificio requería esa información. Las estimaciones variaron notablemente, desde 12 hasta 40 grados centígrados. Esto resulta sorprendente en sí, pero lo más interesante es que a quienes se les preparó para sentirse aislados y rechazados dieron estimaciones de temperatura invariablemente más bajas, casi unos cinco grados menos. En otras palabras, el dolor evocado de sentirse aislado socialmente en realidad hace que las personas experimenten el mundo como un lugar más frío. Agreguemos otra capa de ropa. Cinco grados no es una diferencia sutil en la percepción; es drástica. Tanto que los psicólogos necesitaron verificar que los resultados no fueran falsos. De hecho, decidieron no apoyarse en los recuerdos de los voluntarios. En su lugar, los investigadores decidieron provocar sentimientos de exclusión. Hicieron que los voluntarios jugaran a lanzar la pelota utilizando un programa de computadora; sin embargo, el juego estaba amañado. Algunos de los voluntarios lanzaron la pelota en forma normal, pero otros se quedaron sin lanzar, tal y como un niño poco popular se queda sin jugar con otros niños durante el recreo. Posteriormente, todos los voluntarios calificaron la deseabilidad de ciertas bebidas y alimentos: café caliente, galletas, una Coca-Cola helada, una manzana y sopa caliente. Los voluntarios no tenían idea del propósito del experimento. Simplemente actuaron de acuerdo con sus preferencias y los resultados de nuevo fueron sorprendentes. Los voluntarios “no populares” que fueron excluidos en el recreo virtual mostraron mayor tendencia a elegir la sopa caliente y el café. Es de suponer que su preferencia por la calidez y los “alimentos reconfortantes” nació de sentir verdadero frío e indiferencia. Parece que las sensaciones f ísicas y la experiencia psicológica están estrechamente relacionadas, y que este entrelazamiento influye en nuestras relaciones sociales en formas importantes. Este vínculo también puede esclare-

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cer la relación entre nuestros estados de ánimo y la percepción del mundo a nuestro alrededor. Experimentar frío puede actuar como catalizador de trastornos de los estados de ánimo, como piensan los psicólogos, ya que exacerba los sentimientos de aislamiento y soledad en forma cíclica: el aislamiento nos hace sentir expuestos al frío, lo que a su vez nos hace sentir aún más solos y provoca que nuestra percepción de la temperatura disminuya aún más. Por consiguiente, el mundo literalmente es frío y cruel para algunos, lo que nos hace pensar en el suicidio de Sylvia Plath. La poeta se suicidó en Londres en febrero de 1963, a la mitad de uno de los inviernos más crudos en Inglaterra en varios cientos de años. Decidió quitarse la vida metiendo la cabeza en un horno. Si la calidez era una necesidad humana básica en tiempos prehistóricos, también lo era el aseo. Por lo general pensamos que los hombres prehistóricos eran sujetos sucios, desaliñados, pero en realidad, su supervivencia dependía de evitar varios tipos de contaminación. Ésta a menudo provocaba enfermedades, así que los primeros humanos debían ser hipervigilantes. La limpieza era una herramienta de supervivencia; sin embargo, con el tiempo, al modernizarnos, se convirtió en una metáfora del bien, y finalmente se adoptó como un ideal en todas las religiones. La virgen María es inmaculada. La limpieza está muy ligada a la santidad. Muchas religiones exigen que los creyentes se laven antes de rezar. La idea de “pureza” es tanto un concepto espiritual como f ísico. Los psicólogos han demostrado la heurística visceral en acción. En una serie de estudios publicados en la revista Science, exploraron expresiones más seculares de esta necesidad de rituales diarios de limpieza y pureza moral. Por ejemplo, en un experimento incentivaron la mente de los voluntarios al pedirles que recordaran un acto ético o inescrupuloso de su pasado. La recolección de datos se manejó con estricto carácter confidencial para que los voluntarios sintieran confianza y relataran la experiencia de la manera más vívida y específica posible. Luego les pidieron que completaran una lista de palabras llenando los espacios en blanco. Por ejemplo: L_ _ _r, j_ _ _n y b_ _ _r. Estos ejercicios se seleccionaron deliberadamente para ofrecer a los voluntarios varias opciones de palabras. Así, por ejemplo, se les podían ocurrir palabras como lijar, jamón y beber. O también podían pensar en las palabras lavar, jabón y bañar. La idea es que cuando se hace el ejercicio muchas veces, los resultados se suman y ofrecen una visión estadística de dónde se encuentra la mente en ese momento. Esto es lo que la información mostró: a quienes recordaron un buen acto se les ocurrían palabras al azar; no había un patrón en su pensamiento. Sin embargo, quienes recordaron actos como robar un

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libro de la biblioteca, mentir a un amigo, o engañar a su pareja, fueron más propensos a escribir palabras relacionadas con la limpieza. Dicho de otro modo, el reconocimiento de un comportamiento poco ético detona pensamientos de limpieza y aseo. Esta heurística visceral está íntimamente conectada con la heurística del asco, que se analizará más adelante en relación con supersticiones y creencias. Sin embargo, en este caso, los científicos estaban enfocados en la idea de la suciedad ética, o comportamiento turbio, como también se le llama. En otro estudio, los científicos no se centraron en el comportamiento ético (o no ético) del voluntario en el pasado, sino en el de un extraño. Los investigadores pidieron a los voluntarios que leyeran un relato corto sobre un abogado de un prestigioso bufete que descubre un documento crucial para la labor exitosa de un colega en un proceso judicial. En una versión de la historia, el abogado le da el documento a su colega y salva el caso. En la otra versión, el abogado no le cuenta a nadie del documento que descubrió; de hecho, lo rompe y sabotea el caso. Después de leer una versión o la otra, se les dio a todos los voluntarios la opción de decidir algún premio simbólico por participar en el experimento: galletas, champú, baterías, jabón y otras cosas. Y sí, quienes tenían en mente al abogado sinvergüenza eligieron, invariablemente, los artículos de higiene personal. Esto es increíble cuando uno piensa en su significado: las acciones turbias de un completo extraño contagiaron a un mero observador y lo hicieron sentir sucio. Los resultados se confirmaron cuando los científicos realizaron otra versión del mismo estudio. De hecho, en un experimento, dos terceras partes de los voluntarios que pensaban en el comportamiento inmoral escogieron una toalla húmeda en vez de un lápiz, en comparación con la tercera parte en la que se había incentivado el pensamiento ético. Los investigadores llaman a esto el “efecto Macbeth” en honor del personaje Lady Macbeth, de Shakespeare, que trata desesperadamente de lavarse las manos para limpiar su complicidad en un asesinato. Parece que su esfuerzo por limpiar, literalmente, su conciencia, no era del todo irracional. De hecho, puede haber funcionado en un nivel heurístico básico. En efecto, puede funcionar demasiado bien y ser contraproducente en nuestra vida moderna. En un estudio diferente, la psicóloga Simone Schnall, de la Universidad de Plymouth, investigó si los actos rituales de limpieza en realidad pueden afectar la severidad de nuestros juicios morales, no sólo con respecto a nosotros mismos, sino también hacia los demás. En esencia, invirtió los experimentos descritos: utilizó el juego de palabras para incentivar pensamientos de limpieza, aseo y orden inmaculado en la mente de los voluntarios y luego puso a prueba su ética.

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Para ello, pidió a los voluntarios (tanto a los que pensaban en la limpieza como a los que no fueron incentivados) que enfrentaran una serie de dilemas morales; algunos más ambiguos que otros. Si encontraras una billetera, ¿te quedarías con el dinero que contiene? Ésa es una pregunta fácil, pero qué tal ésta: ¿alguna vez considerarías poner información falsa en tu currículum? Y si después de sufrir un accidente de aviación te encontraras en un lugar remoto en las montañas y un superviviente estuviera agonizando, ¿apresurarías su muerte para comerte su carne y evitar morir de inanición? ¿Los resultados? Aquellos que habían sido “purificados” fueron mucho menos estrictos en sus normas morales, que quienes no estaban limpios. Afirmaron que serían capaces de mentir un poco en su currículum, o de tomar algo de dinero de la cartera de otra persona. Por supuesto, se pueden hacer otras interpretaciones, dependiendo del compás moral personal. Es decir, parece que la gente con la mente limpia podría permitirse mayores libertades para robar y engañar, e incluso para asesinar. Schnall reprodujo estos inquietantes descubrimientos con una limpieza mucho más literal. Realizó el mismo estudio, excepto que se pidió a los voluntarios que vieran un video repugnante con anterioridad. Esto era con el propósito de “ensuciar” sus mentes. En seguida pidió a la mitad de los voluntarios que fueran a lavarse a una tarja y se tallaran las manos antes de enfrentar los dilemas morales. Los que tomaron el jabón y agua caliente para lavarse las palmas y los nudillos fueron mucho más indulgentes que los que no tenían las manos limpias. Pensemos de nuevo en Lady Macbeth. O piensa en un juicio ante un jurado, que es algo mucho más pertinente en nuestras vidas. Piensa en ti como jurado, juzgando a otra persona por un delito ambiguo. ¿Qué implicaciones tiene que estas intuiciones suscitadas por la heurística nos manipulen tan fácilmente? ¿Acaso nuestros sentimientos personales de limpieza y pureza nos vuelven jueces poco confiables de la culpa y vileza moral? ¿Es un delito más reprobable si es repugnante? ¿El acusado es más culpable si está muy sucio? ¿Es más inocente si está bien aseado y bien arreglado? ¿Qué implicaciones tiene esto para la selección del jurado, o para los derechos de las víctimas? Todas estas son preguntas sin respuesta, ya que esta línea de investigación científica es muy reciente. Sin embargo, es evidente que las implicaciones van mucho más allá de darles a nuestras hijas nombres de flores. La heurística visceral hace mucho que dejó de referirse al cuerpo y las necesidades básicas, como calor y limpieza, y en la actualidad influye en todo; desde la atracción personal hasta los juicios morales.

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as mujeres son mucho más selectivas que los hombres cuando se trata del romance. Esto es bien sabido, pero la razón de esta diferencia de género no queda clara. Un nuevo estudio de la Universidad Northwestern indica que esta selectividad, o falta de ella, puede deberse al cuerpo en movimiento. En un estudio novedoso de citas rápidas, los investigadores invirtieron los convencionalismos habituales e hicieron que las mujeres se aproximaran a los hombres sentados. Cuando lo hicieron, las mujeres discriminaron menos; en pocas palabras, se comportaron más como los hombres. Los científicos piensan que el mero acto de aproximarse a alguien vuelve más atractiva a la posible pareja. Piensa en eso: una simple convención social determina el deseo. Las heurísticas corporales figuran entre los sesgos cognitivos más elementales del funcionamiento del cerebro. Surgen de nuestras interacciones con un mundo complejo. Esto es válido para todas las heurísticas que se analizan en la primera sección de este libro. La heurística de la visión, que veremos en el siguiente capítulo, se denomina así porque probablemente surgió de la forma en que nuestros ojos procesan tamaño, forma, altura e inclinación. Pero como toda heurística, tiene una esfera de influencia que incluye rasgos psicológicos como el miedo, la confianza y la autoestima. Incluso permite comprender mejor al gran jugador de los Yankees, Mickey Mantle.

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