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Cola de león: populismos ecológicos

Llevad la carga del Hombre Blanco Con paciencia para sufrir, Para ocultar la amenaza del terror Y poner a prueba el orgullo que se ostenta; Por medio de un discurso abierto y simple, Cien veces purificado, Buscar la ganancia de otros Y trabajar en provecho de otros.

Fragmento del poema La carga del hombre blanco, Rudyard Kipling, 1899

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Alejandra Carmen

Imaginemos que nos encontramos en el 2030, año que muchos expertos consideran que ocurrirá el fin del mundo derivado de la crisis del cambio climático: escasez de agua, pérdida de la biodiversidad. Imaginemos que efectivamente sucede y que somos un grupo privilegiado que se salvó. Caminamos en el suelo árido: sin ríos, sin plantas, sin insectos y con muy pocos humanos. ¿Ese es el destino que deseamos?, ¿cuál es la finalidad de ese nuevo tiempo?, ¿hacia dónde vamos?

Administrar la tierra y los recursos naturales constituye uno de los desafíos más importantes a los que actualmente se enfrentan los países en desarrollo. La explotación de recursos naturales de gran valor, incluidos el petróleo, el gas, los minerales y la madera, suele señalarse como un factor clave de la aparición, la intensificación o la continuación de los conflictos violentos en todo el mundo. Además, existe una creciente competencia por recursos renovables cada vez más escasos, como la tierra o el agua. Este hecho se agrava aún más a causa de la degradación ambiental, el aumento de la población y sí, el tan temido cambio climático. La mala gestión de la tierra y los recursos está contribuyendo al surgimiento de nuevos enfrentamientos y dificulta la resolución pacífica de conflictos ya existentes.

Han pasado 10 años y la situación no ha cambiado. Los políticos no creen en el conocimiento científico y no lo apoyan. En su lugar, predomina el desempleo o malas condiciones de trabajo. Nuestros científicos se desempeñan como “refuerzo” de los investigadores extranjeros y la fuga de cerebros ha sido una constante en sexenios priistas, panistas y ahora el morenista. Contamos con mentes brillantes que podrían mejorar el desarrollo de energía alternativa, proteger las actividades mineras y por supuesto, atender el abandono del campo. Sin embargo, el gobierno mexicano adopta una actitud pasiva y secundaria. Tampoco los empresarios invierten en proyectos que les podrían beneficiar y el sistema de deducibilidad fiscal es precario. No generamos nuestra propia tecnología ni métodos de supervivencia. Por ejemplo, Andrés Manuel López Obrador sugirió a las personas protegerse del covid-19 usando un escudo protector de honestidad parecido el suyo, con el cual también piensa desafiar la corrupción y futuros desastres ecológicos. Estas ideologías alimentan el espíritu indiferente de la sociedad. Muchos mexicanos no creen en el virus, no respetan los lineamientos de sana distancia y por ende, la curva de contagios aumenta. México es un país rico que prefiere quedarse atrás, ser cola de león a cabeza de ratón: esnifando las heces de las superpotencias y superempresarios, antes de imponer una agenda que en verdad privilegie a nuestro país. Urgimos a gritos el cambio.

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