Guia de Roma

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GUIA DE VIAJE X. RAÚL GONZÁLEZ SIERRA

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Todos los caminos llegan a Roma.

El tren se detiene en la estación Roma-Términi. Mussolinianamente, romanamente gigantesca. Más grande no se pudo. Allí, en una oficina de informes, un empleado me da un plano de la ciudad y reserva telefónicamente una habitación en el “Giglio dell’Opera”, a tres cuadras, cruzando la Vía Cavour. En las calles laterales de la estación Términi, veo inexplicables grupos de turcos, hindúes, marroquíes y hasta quizás coreanos en apretadas y cuchicheantes reuniones, tan anacrónicas - juzgando con sus parámetros extranjeros - bajo la helada noche invernal. Sexto piso del “Giglio dell’Opera”, habitación en forma de “L”; antigua y bella ventana de dos hojas y postigón hacia las cornisas, las molduras y las cúpulas de Roma. Primer nudo en la garganta. Y apenas unas horas después primer despertar. Primer día en Roma. Después del desayuno, y estoy viendo el plano de Roma. El par de ojos y el cerebro que lo revisan han nacido en ciudades dibujadas por españoles a regla y escuadra, más o menos ordenadas y racionales. Definitivamente Roma, a juzgar por su planta urbanística, es una locura o, según se mire, la más bella y civilizada expresión de la anarquía y el egolatrismo del poder. Porque a cada paso, en cada esquina, callecita o plaza, está el golpe ostentoso de un emperador megalómano -de la altura de Cesar o la calaña de Nerón, lo mismo da -, de un bárbaro invasor, da cada Papa o dictador. Nadie que pasó por Roma con algo de poder, terrestre o celestial, resistió la tentación de construir algo en Roma. 5


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La ciudad se extiende en ambas márgenes del Río Tiber sobre un relieve pre-apeninico del que sobresalen siete colinas, las que permiten obtener varios puntos panorámicos de la ciudad. Visitar cualquier lugar de la ciudad significa atravesar siglos. Avenidas abiertas en diagonal, transversal, ángulo agudo. Recorridos laberínticos por callejuelas retorcidas y desniveladas, atestadas de automóviles estacionados a ambos lados que dejan no más de cincuenta centímetros al paso del caminante. Roma, la capital italiana, es una ciudad cargada de restos monumentales de un pasado que aún sigue vivo…Edificios antiguos, medievales, renacentistas y modernos se convierten en una asombrosa composición predominante. Su origen se pierde en la leyenda de Rómulo y Remo. Lo cierto es que su estratégica posición sobre el Río Tiber, paso obligado de la ruta comercial entre los etruscos al norte y los griegos al sur, le permitió obtener el dominio para su crecimiento y desarrollo. Siglos y siglos de una historia que aún se mantiene viva, estuvo dominada por monarquías, repúblicas y grandes imperios hasta la llegada del período papal, en el cual la ciudad se convierte en el centro y capital del cristianismo, el fiel reflejo de la ciudad del Vaticano. Como todo el mundo sabe, no basta un día, tampoco cinco para ver esta ciudad. Entonces en el umbral del hotel guardo el plano, y me dirijo hacia la Vía Cavour dispuesto a ver y disfrutar de Roma, lo que Roma alcance a mostrarme en tan pocos días; lo demás será después, otra vez. La Vía Cavour, desde Términi hacia el Foro, es amplia y visualmente tranquila con sus casonas adustas y equilibradas, pero a poco de caminarla presenta, como si tal cosa, el primer golpe al corazón del recién llegado. En una impresionante e inesperada expansión espacial espera la basílica de Santa María Maggiore, tan bellamente extraña con sus muros que ondean formando un gran hemiciclo saliente y 6


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sólido donde se espera encontrar un portal y no lo hay, tan contundente y atípica que es difícil adivinar si se está viendo el frente o la contrafachada; frente a juzgar por la majestuosa escalinata y el tremendo obelisco egipcio. Toma nota el recién llegado porque es el primer obelisco que ve, luego sabrá que hay más obeliscos en Roma que en Egipto - contrafachada porque “atrás” hay otro frente más fácil de comprender y, además, celebrado por la consabida plaza. No es momento de entender. Santa María Maggiore se siente tremenda quizá porque tiene mil quinientos años de belleza. El imperio romano en el basamento y el barroco desde la cintura a la corona. Entrar a esta caja enjoyada, a este camafeo acostado y cubierto, quedará para otra vez; hoy es día de reconocimiento, de disfrute ambiental, de aproximación cautelosa para evitar un síncope de los sentidos; hoy es para dejar que Roma, como bellísima y coqueta mujer, se explaye hablando y exhibiendo su ropa de escena. La Vía Cavour está congestionada por autos y caminantes que van a lo italiano: rapidísimos, serios, entrecruzándose hasta que la intuición me detiene en una esquina donde una calle de aspecto intrascendente y oscuro promete mostrar ese aire de entrecasa que nunca seduce a los turistas. Tomo la banqueta del sol, angosta, de losas de piedra, y me dejo llevar durante dos cuadras un tanto desencantado con la elección hasta que comprendo que la transitoria decepción es una de las estrategias de esta ciudad-mujer para con sus seducidos. Porque donde termina la callecita hay un precipicio cuidadosamente urbanizado, una vista casi aérea a un espacio enorme y vertiginoso. Acomodado a la baranda de rejas me froto los ojos y acomodo la vista a la nueva escala. He necesitado respirar profundamente para ver así, sorpresiva y 7


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espectacularmente el Coliseo, el Símbolo Romano en más de un aspecto. Olvidado, por ser un insignificante detalle, de que para llegar a la baranda debo caminar sobre los autos estacionados que también aquí son como la segunda capa de asfalto de Roma. Elegido el terraplén de la izquierda para comenzar el descenso que termina en la rotonda. Llegado allí debo elegir entre la vida y la muerte, entre seguir con la boca abierta y los ojos alucinados por el Coliseo o encontrar la forma más prudente de cruzar la rotonda. No hay un semáforo ni una senda que pueda salvar a nadie de los romanos que en automóviles o infernales motocicletas, a cien por hora, violando señales y prudencia, van de prisa, dispuestos a terminar con todo lo que se cruce en su camino. Con la suerte propia del primerizo he logrado sobrevivir a la cruzada. Ahora me siento, entre grupos de extranjeros y muchedumbres japonesas, a mirar. Esta tremenda masa ovoidal asemeja, a los ojos del recién llegado, una gran muela cariada que por estar en la boca de un magno rey que no ha perdido su noble contundencia. Hace dos mil años su contemplación debió ser una experiencia paralizante y, a la vez, vivencia concreta de la naturaleza del Imperio: monolítica, autocontenida, sobrehumana y eterna. A su concepción cerrada nada podría habérsele agregado porque, reglada por la simetría y el orden, lo contenía todo, como el poder romano. Hoy, humillado por los saqueos pontificios mucho más que por el tiempo - difícilmente quieran saber o les interese esto a los que escriben los textos de historia o los folletos para turistas - el Coliseo es aún impresionante. Ya no es una sólida mole, se parece más a una filigranada y sutil corona que deja pasar el cielo a través de los arcos altos ahora vacíos. Pero basta acercarse y tocar la toba, el mármol travertino 8


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carcomido por el smog y la mampostería de ladrillo para sentir el asombro por la maestría y la genialidad. El Coliseo comprende el más grandioso anfiteatro de la Roma Antigua, considerado a través de los siglos como el símbolo mismo del romanticismo, fue edificado por los emperadores de la dinastía Flavio y por ello se lo denominó “Amphiteatrum Flavium”. Su nombre se remonta a la época medieval, por la presencia en sus inmediaciones de la colosal estatua de bronce que reproducía a Nerón como el Dios del Sol. En la Edad Media, la potente familia de los Frangipane lo transformó en fortaleza. Algunos temblores de la tierra derribaron en parte el mármol que lo revestía, pero más tarde fue utilizado para otras construcciones. A partir del siglo XV se convirtió en una verdadera cantera de bloques de travertino, hasta mediados del siglo XVIII, cuando fue consagrado por el Papa Benedicto XV, en honor de los mártires cristianos. Con una capacidad de más de 50.000 espectadores, en el Coliseo se daban distintos tipos de espectáculos entre ellos, los sucesivos sangrientos y mortales combates entre gladiadores; las cotidianas cacerías de animales feroces, y los grandes combates navales. Estas luchas eran consideradas un verdadero espectáculo para los romanos quienes disfrutaban con entusiasmo. Esclavos o prisioneros, debían pelear por su vida hasta la muerte. En ocasiones, tenían una segunda oportunidad en caso de que realizaran una digna pelea. Entonces, el público ovacionado reclamaba a las autoridades presentes, quienes tenían la última palabra. El edificio de forma elíptica y rodeado de grandes gradas, mide 188 metros de largo y 156 metros de ancho lo que demuestra sus grandes dimensiones. Su estructura curva que le confiere un gran sentido espacial. Conserva un gigantesco exterior con una decoración que cuidó muy especialmente. La recia pared exterior está realizada enteramente 9


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en travertino y posee cuatro pisos. Los tres primeros están formados por ochenta arcadas cada uno, enmarcadas por pilastras con columnas embestidas, en las cuales se hacen presentes los estilos dórico en el primer piso, jónico en el segundo y corintio en el tercero. Estas arcadas se destacaban por la presencia de numerosas esculturas que actualmente ha desaparecido. Están coronados por un ático que constituye el cuarto piso, con una decoración de pilares corintios muy esbeltos entre los cuales se asoman alternativamente una ventana cuadrangular y un espacio, hoy vacío, que contenía los escudos dorados. Observar el Coliseo puede ser una experiencia única ya que la grandiosidad de su construcción y su admirable diseño, demuestran claramente el conocimiento sobre las dimensiones que poseían aquellos personajes de la época. También en el interior queda poco de lo que fue; apenas un anillo de circulación desde donde sólo la imaginación permite reconstruir lo que debió ser un día de circo y sangre aquí. Raramente el turista permanece más de quince minutos en esta ruina hoy difícil de “leer”, más contundente para él como símbolo emblemático que como objeto significante. El recién llegado - ahora que se han disipado los cientos de japoneses satisfechos con las diez fotografías que cada uno ha disparado al azar - tiene la primera vista despejada hacia el lado opuesto de lo que fuera el plano de la arena. Sobre el eje menor del óvalo, en medio de las graderías, ve una gran cruz plantada sobre el palco de Nerón. Supone bien que es un recordatorio y homenaje a los mártires cristianos, porque la Iglesia, luego de devastarlo, convirtió a este lugar en símbolo de su falsa victoria sobre los crueles romanos; por esa sinrazón los papas simulan allí un vía crucis cada domingo de Pascua. Y la ocasión le permite rememorar algunas consideraciones al respecto que, de paso, le servirán como clave para interpretar casi todo lo que verá en Roma. 10


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Entre los gatos que pasean y retozan sobre las mamposterías y los mármoles caídos, recuerda que cuando la Iglesia se adueñó de Roma de la mano de Constantino, el terrible poder del imperio, su monolítica y férrea autoridad hacía tiempo que estaba diluída en el pantano de la decadencia; sólo sus propios pecados pudieron hundir tremendo poder, jamás las sospechosas verdades de una secta diletante que ya entonces traicionaba en los hechos las enseñanzas de Cristo. Los espectáculos tenían lugar en la parte central, conocida como la Arena y por debajo se hallaban grandes corredores y dependencias para los gladiadores y fieras; dado que los festejos llegaban a tener varios días de duración. Por lo tanto, piensa, nadie tuvo derecho a pisar o demoler con aires de victoria esta joya porque no es victoria, precisamente, lo que se obtiene al proclamarse sobre un cadáver. También considera, antes de salir del Coliseo hacia el Foro, la flagrante contradicción de una institución que proclama el perdón a los enemigos y la caridad universal. Al lado del Coliseo, observo el Arco de Constantino. Construido con el objetivo de festejar la victoria de Constantino contra Majencio, lo que le permitió convertirse en el primer monarca absoluto del Imperio Romano. Sin pasar desapercibido debido a sus colosales medidas: 21 metros de altura, casi 26 metros de ancho, más de 7 de profundidad, posee tres arcadas, de la cuales la más grande es la central. Fue erigido por decreto del Senado y del Pueblo romano en el 315 d.C. para celebrar el décimo aniversario del reinado de Constantino, y la victoria del emperador. Para decorarlo se utilizaron, en gran abundancia, relieves y esculturas procedentes de otros monumentos de mayor antigüedad. Mezcla de relieves reutilizados de monumentos más antiguos y otros realizados especialmente para dicho arco. El Arco de Triunfo de Constantino, también saqueado 11


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pero reconstruido varias veces hasta quedar bastante presentable - del original sólo quedan unos cincuenta centímetros de cornisa en la parte interior del arco central - pero es, como creación puramente romana, adustamente digno y magnífico. A sus pies y alrededores sólo restan huellas de cimientos que de no estar cuidadosamente demarcados por los arqueólogos se creerían perduscos interrumpiendo el césped: una fosa, un basamento, la impronta de un templo circular a la manera de el de Vesta, pobres señales de maravillas perdidas para siempre. El Foro Romano, ubicado entre el Capitolio y el Palatino, era el centro de la actividad social, comercial y administrativo de la antigua Roma. Se consideraba como el eje de la vida pública en Roma. Actualmente está formado por las ruinas de los templos, basílicas, incluyendo el Arco de Septimio Severo, y los templos de Saturno, Castor y Pollux, entre otros. La arquitectura, además de estar al servicio de los dioses, lo esta también al del estado y la comunidad social. De ahí el desarrollo privilegiado de los monumentos públicos, el Foro, templo y basílica; estos eran los componentes básicos del centro urbano romano. A menudo estaban entrelazan idealmente, como en un complejo articulado con el templo, encuadrando un extremo del espacio estrecho y largo del foro, y la basílica, colocada transversalmente, cerrando este espacio en su otro extremo. Arquitectura universal para el gobierno del mundo. Los romanos fueron grandes organizadores y grandes constructores. Se emplearán bóvedas semiesféricas de cañón y de arista (originales de Mesopotamia). Para esto, los romanos desarrollaron una nueva técnica de construcción. En vez de los sistemas trilíticos de los egipcios y los griegos, utilizaron una especie de cemento que se conformaba de modo tal que creara muros continuos, bóvedas y cúpulas. Esta innovación consistía en un ripio con argamasa, un conglomerado de piedrecillas ligadas con cemento. Este procedimiento, muy resistente, capaz de aguantar sacudidas y fácil 12


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de modelar con encofrados de madera, facilita la adopción de soluciones audaces. También permite utilizar la piedra tallada. Otro material que presenta ventajas análogas es el ladrillo: sumamente barato, de fácil preparación y fabricación, que permite aligerar y hace posible la construcción de edificios complejos. Para la decoración arquitectónica (columnas, capiteles, frisos) el material mas frecuente es el mármol. Con el tiempo, tras la caída del Imperio comenzó la decadencia de estas grandes construcciones. Las estatuas fueron saqueadas y quemadas para sacar de ellas cal, los recubrimientos de mármol fueron robados de las paredes y los tejados se hundieron. Con todo, incluso en ruinas. los restos masivos de las construcciones romanas aún asombran al visitante y excitan su imaginación. Muy cerca del Arco de Constantino, se encuentran los monumentales restos del Templo de Venus y Roma. Iniciado en 121 d.C. e inaugurado 14 años más tarde, fue proyectado personalmente por Adriano con el objetivo de simbolizar la unión entre Venus y Roma. El edificio está inserto en un pórtico con columnas que le deja libres las fachadas. El aspecto actual se debe a las restauraciones de Majencio en el año 307 d.C. tras un incendio; las celdas adquieren entonces dos ábsides al fondo, en los que estaban las estatuas de Venus y de la Diosa Roma, y el techo original fue reemplazado por bóvedas de cañón. Al levantar la vista la atención del recién llegado se ha clavado en una senda empedrada que sube, allá enfrente, entre muros bajos y columnatas truncas; lleva a la colina del monasterio de San Bonaventura, pero a mitad de camino permite una visión aérea de los Foros Imperiales, el centro de lo que fuera el centro del mundo. Allí se queda, ya en pleno atardecer de invierno, contemplando el campo de ruinas desde la Vía Sacra: tres columnas monumentales de lo que fuera el templo de Marte - el 13


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resto del templo está repartido entre varios edificios de la Roma actual -, algo del palacio de los Flavios y los imponentes hemiciclos abovedados del mercado son lo más notable a simple vista. Y también aquí hay cosas/símbolo que sólo en Roma, parece, no son contundentes anacronismos, como esas iglesias católicas implantadas como con odio dentro mismo de un templo imperial al que se le hubiera hecho volar la cubierta para que surjan ahora sobre los arquitrabes, al doble de altura, la nueva nave o la tremenda cúpula. Volviendo sobre sus pasos hasta el pie del Coliseo, el recién llegado está otra vez ante la disyuntiva existencial del comienzo, porque ha decidido dirigirse hacia Plaza Venecia por la Vía del Foro Imperial. La Vía Sacra, existen diversas hipótesis sobre su nombre. Se la llama de esta manera porque muchos años atrás, la recorrían las procesiones sagradas. Es muy factible que el elemento decisivo en la adjudicación del nombre lo constituya el hecho de que la bordeaban los más antiguos e importantes monumentos dedicados al culto. La Vía Sacra puede ser una de las opciones para acceder a la entrada del Foro Romano. Inmediatamente puedes asombrarte con otro de los famosos arcos: el Arco de Tito.Este fue realizado en dedicación del emperador Tito, probablemente tiempo después de su muerte cerca del año 81, con el objetivo de conmemorar la victoria de la campaña judaica del 70. Al pasar por allí, una sensación de escalofrió dominará tu cuerpo. Otro arco muy famoso y conocido en el mundo es el Arco de Septimio Severo. Fue construído en el 203 d.C. para celebrar las dos campañas contra los partos, llevadas a cabo por Septimio Severo. El Templo de Antonio y Faustina, el edificio, levantado en el año 141 d.C., se ha mantenido en buen estado gracias 14


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a que en la Alta Edad Media se construyó en él la iglesia de San Lorenzo. El templo de grandiosas dimensiones, se compone de una celda originalmente revestida de mármol veteado, colocada sobre un podio al que se accede a través de una moderna escalinata, que tiene en el centro un altar de ladrillos. El pronaos que lo precede está formado por seis columnas corintias en el frente y dos en cada uno de los costados. Se constituía como la sede del Senado Romano. La tradición atribuye la fundación de la primera Curia estable al rey Tulio Hostilio, del que tomó el nombre de Curia Hostilia. Fue reparada y ampliada por Silia pero en el 52 a.C., un incendio provocado por los incidentes relacionados con las exequias del tributo Clodio, arrasó con ella. Julio César la trasladó entonces de su primitiva ubicación reconstruyéndola en el sitio que hoy se encuentra. Su muerte en el año 44 a.C. interrumpió la obra, la nueva Curia cambió el nombre por decreto del Senado, pasando a llamarse Curia Lulia, y fue acabada sólo en el 29 a.C. por Augusto. El Templo de Saturno con columnas jónicas sobre un alto podio, está situado al sudoeste de los Rostra, en las pendientes del Monte Capitolino. Se trata de uno de los templos más antiguos de Roma. La fecha de su fundación data del año 497 a.C., una completa restauración del edificio la efectuó el edil Munacio Planco. En el centro, puedes contemplar a las colosales ruinas de la Basílica Julia. Construida por Julio César de quién tomó el nombre, servía como lugar de reunión a cubierto para quienes frecuentaban el Foro. Templo Castor y Pólux, en tiempos de República, en algunas ocasiones se celebraban en este templo las reuniones del Senado y a partir de mediados del siglo II a.C., el podio se convirtió en tribuna para magistrados y oradores durante lo comicios que tenían lugar en esta parte de la plaza del Foro.

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El Templo de Vesta es uno de los más antiguos de Roma, su aspecto actual se debe a sucesivas restauraciones. Es un edificio de planta circular y está formado por una cela rodeada de veinte columnas corintias, levantada sobre un podio revestido de mármol, al se accedía mediante una escalinata. Junto al templo se ubicaban las Casa de las vestales, era un complejo unitario, la vivienda de las vestales, sacerdotisas del culto de Vesta, guardianas del hogar sagrado y encargadas con los distintos ritos relacionados con la deidad. El Palatino, es la colina más famosa de la ciudad. Sobre ella se alzaron los primeros grupos de chozas de la ciudad cuadrada, que se fueron extendiendo luego sobre las colinas cercanas. Mas tarde, la colina pasó a ser la residencia de los emperadores de Roma que en ella hicieron erigir sus suntuosos palacios, tales como la Casa de Augusto, la Casa de Flavio, la Casa dorada y la Casa de Tiberio, de los que subsisten varios tramos. El Palatino fue luego residencia de los reyes godos y de muchos papas y emperadores del Imperio de Occidente; en la Edad Media se edificaron en él conventos e iglesias. Finalmente, en el siglo XVI, una buena parte de la colina fue ocupada por las inmensas estructuras de la Villa Farnesio y de los Jardines Farmesianos. El Palatino constituye el corazón de la Roma Antigua, junto con el Coliseo y el Foro Romano. Son considerados los máximos exponentes de la arquitectura imperial. El Foro Imperial con el tiempo el Foro resultó demasiado pequeño para acoger el desarrollo del floreciente imperio por lo que se crearon nuevos espacios dentro de las murallas, los llamados Foros Imperiales. Actualmente es reconocido como el mayor yacimiento del mundo. El Foro de César, es el primero de los grandes foros imperiales que se caracteriza por su construcción amurallada. Situado al nordeste del Foro de la Roma Republicana, el conjunto estaba formado por una plaza rectangular rodeada 16


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en tres de sus lados por pórticos con columnas y cerrada al fondo por el imponente templo de Venus Generatriz, que César le dedicara antes de la batalla contra Pompeyo en el año 48 a.C. Muy cerca al Foro de César, se ubica otro con dimensiones aún más grandes: El Foro de Augusto. En él se halla un templo dedicado a Marte Ultor, conocido como el Vengador, formado por una cela colocada sobre un alto basamento al que se accede por medio de una escalinata. Allí se encuentra un gran altar decorando sus laterales con dos fuentes. La entrada, ubicada en la parte sudoeste, adyacente al lado oriental del Foro de César, se encuentra hoy bajo la Vía de los Foros Imperiales, así como toda la parte anterior de la plaza y de los pórticos. El Foro de Trajano, tal vez sea el más grandioso de todos los foros. Es el último y más importante de Roma, y representa la mayor obra pública del emperador que lleva su mismo nombre. El conjunto de grandiosas dimensiones fue realizado a partir del año 107 d.C., utilizando el botín obtenido de la guerra contra los Dacios. Posteriormente se le agregó un mercado. La columna es de orden dórico y mide casi 40 metros y en la cima se hallaba una estatua de dicho emperador, que el Papa Sixto hizo quitar para reemplazarla por una de San Pedro. La preocupación por la organización racional de los espacios, uno de los principales componentes del arte romano, se acentúa todavía mas, en efecto, merced al valor ideológico que adquieren en el arte imperial. Desde esta perspectiva, se explica el desarrollo de los foros imperiales en Roma. Julio César es el primero que emprende la ejecución de una plaza monumental regular, organizada en función del templo de Venus, madre de Eneas, el héroe troyano, antepasado mítico de la familia de César. El foro de Augusto celebra a Marte vengador, en una composición sumamente elaborada. 17


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El foro de Trajano presenta la forma mas acabada de esta arquitectura: un arco a guisa de entrada monumental, una vasta plaza rodeada de pórticos decorados con relieves simbólicos y con una estatua ecuestre del emperador en el centro. Una gran basílica encierra por el extremo opuesto la entrada. Detrás se alza la columna trajana, flanqueada por dos bibliotecas, una para las obras en lengua latina, la otra para las obras en lengua griega. En el fondo, su sucesor Adriano haría construir un templo en honor del difunto emperador. Pocos monumentos ilustran con tanta ambición y perfección como el foro de Trajano la ideología imperial, su pretensión de universalidad, es decir, de abarcar la totalidad del mundo civilizado -los latinos y los griegos- y bárbaro. Todo el conjunto, concebido por un arquitecto genial, Apolodoro de Damasco, subraya la fuerza victoriosa del emperador (arco, columnas, relieves), que asegura al mundo romano la paz, una buena administración y el disfrute de la cultura (basílica, biblioteca). El macellum, patio delimitado por tiendas, pudo haberse inspirado en el tipo de espacio comercial encerrado por las stoas de la remodelación helenística del ágora griega. La diferencia es que los romanos exteriorizaron algunas de las tiendas y dieron mayor énfasis a una de las 4 fachadas: el macellum tenía también un pabellón columnado redondo en el centro del patio. El macellum era solamente un tipo de programa comercial. Siempre había también mercados al aire libre en foros y en los alrededores de los santuarios que albergaban ferias. Estos dan pie a interesantes realizacio- nes en las que se combinan investigaciones estéticas y organización practica. En términos formales podríamos verla como una stoa interiorizada o bien como un templo griego sin el peristilo. Funcionalmente el equivalente moderno son los espaciosos soportales del siglo XIX, llamados “pasage” por los franceses y “galleria” por los italianos. Pasear y cautivarse con tales ruinas, es un excelente plan para aquellos que están interesados en el turismo cultural. 18


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Hay lugares dónde puedes apreciar bellísimos panoramas a los que no se debe dejar de tomar una fotografía. Grandes plazas y espacios verdes son los elegidos por la mayoría de los viajeros como lugares de esparcimiento y recreación. La Vía del Foro Imperial es otro “caso” romano. Para lucir el paso de sus tropas con destino a Plaza Venecia, el gran escenario de su absurda comedia, Mussolini mandó arrasar los Foros y trazar esta avenida que por su altura logra empequeñecer y hundir las más hermosas obras arquitectónicas antiguas; de lo que quedó bajo ella sabrán los arqueólogos del futuro lejano. Disfrutar la serena y equilibrada belleza de Plaza Venecia con sus rosados palacios simétricos - entre los árboles, lateralmente, asoma la colosal columna espiralada de Trajano - es un placer demasiado corto, porque enfrente hay algo gigantesco, un foco que desvía la atención hasta cuando no se lo mira. El monumento a Vittorio Emanuele II y a la República, descomunal escalinata que lleva, allá a lo alto, a un templo encolumnado a “lo clásico”, coronado simétricamente con victoriosos carros y caballos alados, grita para destacarse. El Palacio de Venecia se ubica en el lado oeste de la Plaza que lleva su mismo nombre, considerado en parte como fortaleza, y en parte palacio, sus planos se le atribuyen a León Battista Alberdi y su ejecución estuvo a cargo de Bernardo Rosselino. El edificio fue sede de la embajada de Venecia en Roma y como territorio veneciano fue propiedad austriaca hasta 1916. Fue sede representativa del gobierno de Mussolini, que en la Sala del Mapamundi tuvo su gabinete. Desde 1944 está instalado en él el Museo del Palacio de Venecia y es un privilegiado sitio expositivo. La fachada principal del palacio tiene vista a la Plaza y se caracteriza por una compaginación arquitectónica tripartita y por grandes cruzados en el piso principal. 19


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Tan solemne y distante, tan difícilmente asimilable a la escala humana como sin dudas debió ser la arquitectura imperial, pero aquí tan estridente, tan impertinentemente nuevo con sus pretensiones de linaje a lo nuevo rico que más bien resulta risible semejante monumentalidad “kitsch”. Quiso ser la manifestación de Roma revivida que la decadente mentalidad del siglo XIX pretendió mostrar al mundo, pero su hierática y bufonesca estética no se le pasó por alto al cínico humor del pueblo que lo bautizó para siempre como “la olivetti”, homenajeando así, de paso, a otro símbolo institucional italiano, más accesible a la masa y concreto en su significancia. Con la última luz de la tarde el recién llegado ha rodeado el infernal mamotreto por la derecha y allí nomás, donde por suerte termina, se encuentra al pie de dos escalinatas que, naciendo del mismo punto, se abren en ángulo agudo y suben cada una a su destino. Aquí, en este punto, Roma la contradictoria seductora vuelve a aplicar otro de sus golpes al que tiene la dicha de caer en sus redes. Como sin querer ha puesto al recién llegado frente al más hermoso ejemplo de urbanismo y arquitectura fundidos en un solo y supremo arte. Porque desde la base de las escalinatas se ve, al final de la izquierda, la sencilla pero bellísima fachada de Santa María in Ara Coeli en su milenaria colina, y en la cumbre de la otra el majestuoso Campidoglio de Miguel Ángel. Viendo el conjunto desde allí, al que se suma “la olivetti” vecina en su propio promontorio, el recién llegado ha debido cerrar los ojos por un momento para recuperar su sentido espacial, pero al abrirlos sigue viendo esa hermosísima paradoja visual producida por estos edificios de épocas distintas que en dulce tensión casi se tocan por los ángulos pero que por estar cada uno sobre su propia colina, y sin dejar de formar un exquisito conjunto, “fugan” hacia distintos pun20


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tos sobre sus propios horizontes de tan azarosa y a la vez estudiada manera que se le hace difícil al que mira evitar un estremecimiento de los huesos. Una vez recuperado, el recién llegado ha decidido subir hacia el Campidoglio. La escalera - más bien rampa o sucesión de terrazas - culmina en la boca de una “piazzeta” que al estilo de la madre-plaza de San Pedro está delimitada por los tres lados restantes. Pero aquí Miguel Ángel, luego de rehacer el edificio central ya existente, construyó dos palacios laterales sin funciones específicas, escenográficamente, sólo para formar la plaza. Dibujó exquisitamente el suelo con líneas de mármol blanco, implantó al centro la estatua ecuestre de Marco Aurelio y enmarcó la escalera con las estatuas de Cástor y Pólux; luego miró su obra y al ver que era buena se fue a descansar a la gloria. En uno de los edificios simétricos está el Museo Capitolino repleto de maravillas y visitantes. La noche ya es plena sobre Roma y ha comenzado a llover tenuemente. Seducido por la lluvia que como enjambres de abejas de luz cae sobre el Campidoglio, el recién llegado renuncia a los claustros fabulosos para absorber con todos los sentidos las sensaciones que transmiten esas piedras civilizadas por Miguel Ángel a golpes de furia sublime; porque en su genio la serenidad es tan ajena como el convencionalismo académico. El lego puede quizás ignorar, por demasiado sutiles, estas tremendas innovaciones estilísticas que en su época produjeron verdaderos “cismas” arquitectónicos, pero no escapará a sentir la fuerza, el peso y el poder de esta creación maciza, concreta y equilibrada y, a la manera de Miguel Ángel, terrible en su contundencia. Traspasada esta fachada abrumadora el recién llegado se encuentra en un patio trasero oscuro y mojado por la lluvia 21


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donde, como si tal cosa, se da inesperada y literalmente, con la cabeza del poder más grande de la antigüedad: contra uno de los oscuros y fríos muros, aún erguida y digna a pesar del absurdo del emplazamiento, está la cabeza de la colosal estatua de quince metros de altura con la que Julio Cesar, emperador de emperadores, se honró a sí mismo. A su lado, en un triste y a la vez cómico desmembramiento que dibuja sonrisas en los turistas, está la mano derecha de índice erguido, un codo con algo de brazo y otro fragmento no identificable de lo que fue esta casi montaña de mármol esculpido. No es difícil imaginar que estos son los “menudos” desechados y que en el tremendo bloque de mármol que fueron el torso y las piernas, estén hoy esculpidas y expuestas en fotogénicos lugares de Roma, varios papas y santones. Aún viendo desde la cima del Campidoglio que la ciudad es, de noche, otro espectáculo, esta vez casi sobrenatural por los millones de focos que transforman a lo ya visto de día en sorprendentes escenarios, el recién llegado, atendiendo a su cuerpo agotado y a la vez electrificado de gozo, ha puesto rumbo hacia el descanso. Casi al final del camino, muy cerca del hotel y a unos pasos de las Termas de Dioclesiano, un restaurant subterráneo y cálido, típica y autentiquísima “trattoria” italiana, lo ha invitado a entrar y a comer spaghetis al pomodoro entre parroquianos gordos y gritones y algún que otro turista perdido en extramuros. La noche se ha hecho muy corta para que el espíritu digiera tanta maravilla disfrutada. Despertará siendo aún el centro de un huracán que hace girar a su alrededor, en dulce desorden, imágenes surrealistas y fragmentadas de Santa María Maggiore, el Coliseo, los Foros Imperiales y las manos de Miguel Ángel; pero también elevado, por obra y gracia de 22


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esta ciudad, un escalón más, ya irrenunciable, hacia las alturas del gozo por la belleza suprema. Hoy, segundo amanecer, es el día en que el recién llegado, por única vez, habrá de salir a Roma con una meta a alcanzar a cualquier precio. Le pedirá a Roma ver, tocar y vivir algo soñado, apenas entrevisto cuando ni las fantasías llegaban a imaginar que llegaría ese momento. Un vistazo al plano de la ciudad, después del desayuno en el hotel, ha bastado para saber el rumbo hacia donde dirigir los pasos: el Panteón Romano. No todos los templos romanos combinan la tradición romana con ornamentos griegos. Hay algunos notablemente originales. Mirando otra vez con desconfianza el plano-acertijo de la ciudad confirmo que hay unas pocas cuadras de distancia, pero en medio del intrincado enredo de pasadizos curvos que he decidido, como siempre, observar si debe tomar a izquierda o derecha, y luego confiar en la intuición. Entonces camino, pero a cada paso el corazón me detiene porque en esas callecitas cada piedra, cada cornisa, portal o moldura habla y cuenta al oído una historia íntima y secreta. Casas de alquiler que fueron construídas con piedras imperiales hoy compartiendo patio y medianera con palacios ducales renacentistas y barrocos; dragones, salamandras y querubines entremezclados en la altura de los balcones o el contorno de los arcos; escudos, blasones y medallones de mármol, granito o ennegrecido bronce obligan a detenerse, tocar y sentir, porque no hay espacio para alejarse; se camina rozando las piedras más exquisitas del mundo, ordenadas y trabajadas en arrebatos de furia creativa por los más grandes artistas de diez siglos.

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Me encuentro de pronto en una placita de no más de cincuenta metros por lado, completamente ocupada por autos estacionados de tal manera que es imposible siquiera caminar de perfil entre ellos. Nadie encontrará nunca una explicación a este rasgo tan romano y torpe, repetido mil veces en la ciudad. La plaza de Minerva es hoy una mezquina playa de estacionamiento en cuyo centro, si se observa atentamente por sobre los autos, aun se ve emerger la parte alta de un pequeño obelisco egipcio. El obelisco está montado sobre un elefante de piedra y éste sobre un pedestal donde hay una inscripción en la que Bernini, el autor de esta pequeña maravilla, grabó una sentencia alegórica a su obra que es, más que nada, una irónica advertencia, muy premonitoria por otra parte, para los romanos de hoy, pues en la placa escribió: “Sólo una mente robusta puede sostener una inteligencia superior”. Al levantar la vista de la placa, hacia el ángulo opuesto de la plaza de Minerva han visto, enmarcado por dos altas y negras casonas, un pequeño trozo de la parte de atrás de un edificio antiquísimo, redondo, alto, contundente. ¿Será que Roma, otra vez, me jugará la bella pasada de enfrentarlo sorpresivamente con sus maravillas? De varios saltos ha llegado hasta la boca de la plaza y se ha quedado allí a mirar para convencerse. Lo ve de espaldas bajo el sol intenso que acaba de salir. Sin dudas está caminando alrededor del Panteón, la gema cenital de Roma, Sede de Todos los Dioses, la más perfecta obra arquitectónica de la antigüedad. El sueño al alcance de la mano. Varios pasos más y me acerco para tocar las colosales columnas del pórtico, granito de Egipto pulido como porcelana. Me alejo para apreciar el conjunto; el tremendo cilindro rematado por la más grande, bella y perfecta cúpula antigua. El efecto se ha hecho 24


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paralizante. Al asombro por tal dominio artístico se suma el misterio, porque es difícil adivinar cómo ha sobrevivido este edificio, absolutamente intacto, a las barbaries guerreras, políticas y eclesiásticas que asolaron Roma hasta ayer. Parado ahora bajo el pórtico gigantesco, recorro el bosque de columnas salidas, dicen, de un solo bloque de granito. Al llegar a la puerta formada por dos hojas de bronce de treinta centímetros de espesor comienza a sentir que, verdaderamente, entraré a la casa de los dioses, porque nada en el Panteón tiene escala humana. Muros de siete metros de espesor, cincuenta metros de diámetro y otros cincuenta de altura para este espacio único e infinito, símbolo del Cosmos donde moran los Dioses. El Panteón, templo dedicado a todos los dioses, posee un único punto de luz, un agujero circular que crea efectos visuales sorprendentes, y cobija los restos del pintor Rafael. El primer edificio fue realizado por Vipsanio Agripa, el fiel colaborador de Augusto, en el año 27 a.C. Tras un incendio bajo el reinado de Trajano, el templo fue completamente reconstruido por Adriano, adquiriendo entonces el aspecto que aún hoy conserva. El arquitecto del Panteón, que pudo haber sido el propio emperador, aprovechó las antiguas tradiciones, técnicas y materiales romanos para crear algo nuevo. En Roma se habían construido desde tiempos antiguos tanto templos circulares como rectangulares. Por dentro, los templos circulares eran abarrotados cilindros. El panteón consta de 2 elementos principales: un extenso pórtico con columnas y una vasta rotonda con cúpula. El pórtico se asemeja al de un templo romano normal y originalmente estuvo precedido por un tramo de escalinatas. El gran pórtico posee hasta la actualidad una fachada formada por ocho columnas de granito gris; en la misma línea de la 25


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primera, tercera, sexta y octava columnas se hallan otras dos columnas de granito rojo, que forman así las tres naves. La central, más ancha, conduce a la entrada del edificio; las laterales terminan con dos grandes hornacinas en las que se hallaban las estatuas de Augusto y Agripa. El tímpano estaba decorado con un águila con corona de bronce. Esta flanqueado por pórticos más bajos, con columnas, que se extienden hacia adelante a ambos lados. Una vez adentro, el eje es menos evidente que el efecto centralizador del espacio circular y de la cúpula hemisférica. Como la altura de la cúpula es igual al diámetro de la base (43.2 m), el gran hemisferio que descansa tranquilamente sobre el amplio tambor de modo que la cúpula resulta perfectamente semiesférica. Está decorada con cinco filas de artesones, salvo una faja lisa cerca del oculus, la abertura circular (9 m de diámetro) que ilumina el interior. Unifica, así, una “cúpula celestial” y un prolongado eje longitudinal en un todo significativo. Unifica el orden cósmico y la historia viva y hace que el hombre se experimente a sí mismo como un explorador y un conquistador de inspiración divina, como un hacedor de la historia conforme un plan divino. Esto también se evidencia en la división horizontal del espacio. El tambor de la cúpula consta de dos zonas articuladas mediante miembros clásicos: abajo, grandes pilastras y columnas corintias y arriba pilastras más pequeñas. Estos miembros, sus delicados entablamentos y los casetones de la cúpula ocultan la compleja construcción abovedada y otorgan al interior el sosegado orden cósmico que se perseguía. El interior cupular, vasto y ordenado del Panteón, imponente por su serena grandiosidad era realmente original. La abertura circular (óculo) que hay en el centro de la 26


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cúpula inunda de luz el edificio y proyecta sobre las paredes un círculo móvil de luz solar. Aún lleno de visitantes el silencio es abrumador; nada encuentra límites para su expansión, todo está lejos o alto. Sumido en lo más hondo de la emoción, el recién llegado se hunde en el espacio circular. Siente que Agripa, el exquisito arquitecto, repatingado a la diestra de Júpiter con quien comparte un racimo de uvas allá en la altura, goza viendo la parálisis que aún provoca esta joya. La perfecta simetría radial y proporcional no dejan lugar a la búsqueda de sorpresas, todo se percibe de un golpe para provocar la experiencia directa, inenarrable. Pienso con satisfacción, que mientras el Panteón siga intacto Roma entera se mantendrá en pie. Y hasta está dispuesto a perdonar que también esta gloria haya sido hoy degradada a categoría de iglesia, con cajas de limosnas y sillas de plástico. Luego, antes de salir, rindo el último tributo: me inclino ante Rafael, cuyo ataúd de mármol blanco está empotrado a fuerza de pico en los siete metros del muro y su alma mezclada con la de los demás dioses en el cielo del Panteón. En la cima norte de las dos colinas que formaban la altura, surgía el arx con, entre otros, el Templo de Juno Moneta y el templo de Virtus. El Clivus Capitolinus era el camino carretil que desde el Foro conducía a la colina; había también una escalinata que conducía solamente a la ciudadela, y de ella partían, cerca de la Cárcel Mamertita, las célebres Scalae Gemoniae. La más sagrada y baja de las colinas de Roma ha mantenido en el paso de los siglos su originaria vocación de sede del 27


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poder. En lo alto de su cima acoge hoy la Plaza del Capitolio, obra de Miguel Ángel, delimitada por ilustres palacios y sobriamente decorada por la Estatua de Marco Aurelio, colocada al centro del fascinante juego gráfico de elipses y volutas trazado por el mismo Miguel Ángel en la gris pavimentación de la Plaza. El Palacio Senatorio, el Palacio Nuevo o del museo Capitolino y el Palacio de los Conservadores delimitan esta primera platea de la Roma moderna. Tanto el Palacio Nuevo como el Palacio de los Conservadores, ámbos fueron diseñados por Miguel Ángel y realizados respectivamente por Gitolamo Rainaldi y por Girolamo Della Porta. La Vía Nazionale partiendo de Plaza de la República. Esta rotonda, con agua y fuentes del novecientos está casi encima de lo que fueron las Termas de Dioclesiano, casi tan grandes como las de Caracalla. Impresionado, me acerco a los muros de ladrillo, camino siguiendo mi recorrido hasta que encuentro una puerta restaurada que exhibe un horario, señal de que el lugar es visitable. Mirando el suelo entro a un ámbito silencioso y circular. Cuando elevo los ojos noto que los muros de ladrillo no interrumpen su continuidad, por el contrario, suben y se curvan hacia adentro y arriba hasta unirse en un punto de luz cenital a por lo menos veinte metros de altura. Con la respiración cortada comprendo que estoy bajo una cúpula de mampostería milenaria y grandiosa, cuidada y restaurada con perfecto profesionalismo. Vueltos nuevamente mis ojos al suelo veo que éste es nuevo, de cemento, y que no llega a tocar los muros sino que se interrumpe medio metro antes, todo alrededor, viniendo a ser sólo una especie de plataforma ubicada al nivel del suelo de la Roma actual, porque el verdadero suelo del recinto se ve, asomán28


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dose a los bordes de la plataforma, cuatro o cinco metros abajo. Observando ahora con más tranquilidad, veo que bajo la antigua cúpula hay otra casi tan grande pero de rejas y tejido, seguramente para proteger ante algún desprendimiento de material, y que en todo el ámbito se encuentran esculturas exhibidas, joyas de arte antiguo. Casi quince minutos junto a un “Boxeador Descansando” del siglo I, un bronce pulido a escala real, para convencerme de que no está vivo y sudando entre dos tiempos de una pelea. Después de comprender que a pesar de la impresión de grandeza y dominio arquitectónico que transmite esta cúpula, no era más que un rincón, quizás de servicio secundario, de la tremenda obra de Dioclesiano - hoy, salvo algunos otros ámbitos, toda ruina - ve también que entre las esculturas hay un pequeñísimo escritorio, casi mesa de jardín, soportando los codos de tres mujeres apiñadas tras él, quietas, silenciosas y mirando al recién llegado por sobre sendos anteojitos de costurera. Tomando conciencia de que estoy en un museo nacional no me parecen raras estas presencias, pero ante el aspecto de estas tres empleadas públicas que parecen pelearse por una mesita y el puesto en la que una sería más que suficiente, ante estas caras. Ya protegido por la multitud, bajando por la Vía Nazionale, me entretego asomándome a viejos portales barrocos, vidrieras de almacén, puestos de frutas y ventas de libros viejos hasta que recuerdo mi destino. Entonces giro, sin saber muy bien cuántas cuadras he caminado, a la derecha en la próxima esquina. El terreno a comenzado a empinarse y ahora llueve. Subo escalinatas y atajos hasta encontrarme en la colina del Quirinale. La plaza y el palacio están agrisados por el agua y el frío. Los cruzo y se deja rodar por una 29


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callecita que baja encajonada por muros revestidos de losas inscriptas y placas conmemorativas. Al terminar la pendiente me meto por callecitas curvas, estrechas y abrigadoras, giro varias veces y finalmente veo una iglesia pequeña y barroca que ofrece refugio. Subo los escalones, pero al escuchar a mis espaldas una especie de música de agua, giro y quedo sorprendido. La Fontana de Trevi pide tributo a la mojada multitud que la mira. Apretada y escondida en un pequeño espacio de entorno intrascendente, sorprende hasta a quien la ha visto muchas veces. Hay que mirarla bien, detenidamente, para descubrir dónde termina el mármol esculpido y comienzan los bloques casi en bruto, pura montaña, en tan exquisito ensamble, donde el agua, casi un río suelto, desafía la gravedad, porque cae libre pero lentamente hasta los pies del visitante. La inagotable imaginación de su concepción, a la escenográfica disposición del conjunto, la sobria y majestuosa belleza de los mármoles esculpidos la convierte a la vez, en una verdadera obra maestra escultórica y arquitectónica. En su realización participaron Pietro da Cortona y principalmente, Bernini quién fue el iniciador de la obra pero no alcanza a terminarla por completo ya que fallece poco tiempo después de haberla comenzado. Nicola Salvi fue el encargado de concluir con la magnífica obra en 1751, que hoy está a la vista de todos los viajeros. Es una fuente rica en símbolos y connotaciones finamente intelectuales. La figura central de Neptuno está flaqueada por dos tritones, de los cuales uno de ellos se encuentra en posición de domador de un voluntarioso caballo de mar, y la otra; conduciendo un dócil animal. De esta manera se describe los distintos cambios de ánimo del mar. En Roma está la creencia de que si arrojas una moneda a la fuente y pides un deseo, ello garantizará tu regreso al lugar. 30


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Nueva mañana en Roma, invernal, gris y lluviosa. por algún extraño fenómeno, o quizás por la tremenda intensidad con que he vivido desde que llegue, ya no me siento tal; hay una sintonía en las caras, los gestos, el hablar de la gente y la naturaleza de todas las cosas que casi ha olvidado cuándo vi Roma por primera vez - bajo al comedor a disfrutar la “prima colazione” en un ambiente sencillo y exquisito. Media hora después me hallo caminando por la Via Nazionale hacia donde el azar quiera llevarme. Resisto la tentación de volver al Panteón aunque he llegado, a través de Via Vittorio Emanuele, casi a rozarlo, cuando de pronto y distraído mirando fachadas, capiteles, estatuas y ruinas recicladas, se ha abierto el espacio en una fuga vertiginosa. Estoy en un extremo de la famosísima Piazza Navona, varias veces más larga que ancha pero de una belleza estremecedora. Su forma es la del circo romano de cuadrigas cuyos cimientos afloran de vez en cuando en la base de un kiosco o bajo el diario en que está sentado algún jubilado, durmiendo al sol. Por algún milagro aquí no entran ni estacionan autos los tristes empleados públicos, por lo que se disfruta de un inusual silencio solo interrumpido por la música romana por excelencia: la del agua de las fuentes. Piazza Navona, es la más famosa de Roma barroca. Surge sobre el emplazamiento del antiguo estadio de Domiciano, del cual se deriva su nombre debido a los sucesivos juegos desarrollados. A partir del reinado de Domiciano, el lugar fue utilizado casi exclusivamente para espectáculos lúdicos y deportivos, entre los cuales la famosa regata de agosto, cuyos protagonistas eran las tripulaciones con los colores de la nobleza y del clero de la ciudad todavía hoy se festeja allí, en enero, el día de los Reyes Magos con un típico mercado. 31


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En a plaza se halla la fuente de los Cuatro Ríos, obra de Gian Lorenzo Bernini en el año 1851, gracias a la cual el artista habría conquistado la estima y protección del pontífice Inocencio X. Los ríos representados en la fuente son: el Danubio, el Ganges, el Nilo y el de La Plata; las cuatro colosales estatuas dispuestas sobre una escarpada escollera de la cual audazmente se eleva un obelisco procedente del Circo de Majencio. El otro elemento destacado en este bello espacio es la célebre fachada de Sant Agnese, de Borromini, barroca en su estilo pero angustiosamente manierista en su emplazamiento, pues provoca ganas de liberarla de su estrecha cárcel entre medianeras y también empujarla un trecho hacia atrás para evitar la sensación de que se cae encima del que la mira - Dicen que Bernini, no muy amigo de Borromini, al diseñar las figuras para la fuente eternizó su burla haciendo a varias de ellas en actitud de protegerse la cabeza – Girando por los límites de la plaza, el recién llegado ha sentido el apetito propio del que obnubilado por las maravillas de este mundo tiende a olvidar los kilómetros que pueden caminarse en ese estado. Entra a “Il Domiciano”, agradable y típica trattoría a la romana; se sienta en un extremo con vista plena a la plaza, casi pegado a un muro. Mientras espera los exquisitos spaghetis al pomodoro - no hubo día en Roma que no comiera este manjar como “primo piato”gira en su silla para apreciar distraídamente los cuadros y adornos que cuelgan a sus espaldas, pero éstos pasan rápidamente al olvido porque el muro en cuestión lo congela de asombro: varios días en esta ciudad electrizante entrenan el ojo lo suficiente para comprender, como en este caso, que uno de los muros del local tiene dos mil años de edad, porque, como si nada, fue parte del circo de Domiciano que un milenio después le dio la forma a Plaza Navona.

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La Plaza de España esta considerada entre las más características de la ciudad. Se extiende por más de 200 metros dividiéndose en dos zonas triangulares. Esta rodeada de edificios de notable estructura, tales como el Palacio de Propaganda Fide que es sede de la Congregación de Propaganda Fide fundada por el Papa Gregorio XV. La plaza gira en torno a la central Fuente de la Barcaza, obra de Pietro Bernini con la animada y genial representación de una embarcación que se está hundiendo y que hace agua por la popa y por la proa. Dominando la escena, alto y sobrio se erige un Arco de Triunfo formado por cuatro columnas corintias y coronado por un ático con estatuas, adornado con una balaustrada. En el centro del arco, un gran nicho da equilibrio y simetría al conjunto. A la izquierda, un nicho más pequeño alberga la figura de la Abundancia, una estatua realizada por Valle y, por encima, se puede notar un apreciable relieve, Agripa aprueba el proyecto del acueducto, esculpido por Andrea Bergondi; en el nicho de la derecha se halla la figura de la Salubridad; y encima, otro relieve con la Joven Virgen que señala la vía a los soldados romanos. A los pies de esta plaza se alza la célebre escalera de la Iglesia de la Santísima Trinidad de los Montes, toda realizada de travertino. La escalera sube por doce tramos, algunos más anchos y otros más estrechos, que se ramifican en varios bloques hasta llegar a la Plaza de la Santísima Trinidad de los Montes. En su centro se levanta el Obelisco de Salustio que procede de los célebres Jardines Salustianos. La Plaza del Pueblo es producto de la fantasía e inteligencia urbanística de Giuseppe Valadier, es una de las áreas más características de la Roma Neoclásica. El tránsito de los coches está prohibido, por lo que el aire puro y la tranquilidad 33


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se hacen presentes en esta plaza en la que puedes transitar pacíficamente. Se distingue por las exedras que la delimitan lateralmente, a las que se sobrepone, dada la relativa elevación de los dos hemiciclos, estatuas que representas las cuatro estaciones, y en las dos fuentes centrales Neptuno entre los tritones y Roma entre Tiber y el Aniene. Roma se enorgullece en tener una de las más prestigiosas colecciones de esculturas y pinturas del mundo, instaladas en el interesante edificio llamado “Casino Borghese”, construido para el Cardenal Scipione Borghese por el arquitecto Giovanni Vasanzio. Scipione Borghese era un importante personaje de gran poder muy interesado por el arte, quién se hizo construir un palacio que actualmente alberga una importante galería y un museo. Este se extiende sobre inmensos jardines en los cuales se hacen presentes el delicado cuidado de quienes están a cargo. La Vía Veneto abarca desde la Plaza Barberini hasta la Puerta Pinciana y a ella se asoman hoteles, restaurantes, tiendas, cafés y lugares de reunión famosos en todo el mundo, a los que se suman insignes obras arquitectónicas que se remontan a distintos períodos históricos. A la panorámica Plaza del Quirinal se asoman estos dos palacios, respectivamente de la segunda mitad del siglo XVI y del XVIII. En la construcción del Palacio del Quirinal trabajaron, entre otros, Martino Longhi, Fontana, Carlo Maderno, Bernini y Fuga. Este último fue también el arquitecto del Palacio de la Consulta. El quirinal fue residencia de los Pontífices desde Clemente XII hasta 1870, año en que acogió a los soberanos de Italia, y, a partir de 1947 pasó a ser residencia oficial y representativa del jefe de Estado de la República Italiana. 34


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El exterior presenta una monumental fachada de dos pisos, con la puerta de honor realizada por Maderno, con estatuas. Igualmente imponente es el frente del Palacio de la Consulta, amado así por haber sido sede del Tribunal de la Sacra Consulta hasta 1870, cuando se convirtió en sede ministerial del Reino; hoy hospeda la Corte Constitucional. La fachada esta jalonada por pilastras que sobresalen de la pared y decorada con estatuas de Fillippo Valle. Apenas salido del ámbito de este lugar de ensueño, camino una vez más entre callecitas curvas, estrechas y recargadas de pequeños o magníficos detalles para ver. Giro en cada esquina ya sin importarme el riesgo de extraviarme: ojalá nunca pudiera salir de Roma. De pronto, como siempre, cambia el paisaje. Enfrente tengo el Tiber y el comienzo de un puente, y tras él un enorme promontorio cilíndrico rematado por almenares y un victorioso ángel con trompeta. Como es imposible no haberlo visto alguna vez en fotos o películas reconoce instantáneamente el Castel Sant Angelo, tumba imperial primero, luego fortaleza y más tarde refugio papal. Sin mirar el suelo comienzo a cruzar el puente pero a la mitad me detengo, porque a la izquierda, allá lejos y en lo alto, bajo el pleno sol invernal emerge como un faro de maravillas una cúpula colosal. Para siempre recordaré que entre todas las cosas que pude haber pensado o dicho, surgió un “¡Miguel Angel!” que hizo dar vuelta asustados a todos los que se encontraban a diez metros a la redonda. Como en otra dimensión he comenzado a recorrer la Vía de la Conziliazone que culmina, quinientos metros adelante, en la plaza San Pedro del Vaticano. Quince minutos después, ya de pie en el centro de la plaza y luego en el punto en que las columnas de Bramante se convierten en una, res35


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piro profundo para asimilar la experiencia y situarme en el tiempo y el espacio. Fácil me resulta imaginar a miles de obreros ensamblando piedras y estatuas sobre andamios y tablas; a Rafael o Miguel Ángel demoliendo lo hecho por predecesores, impulsados por meros celos y rivalidades; a los papas midiendo con ojo crítico tal o cual efecto de perspectiva, pero se me dificulta considerar en toda su magnitud, en tan sobrehumana escala, la prodigiosa osadía de esta catedral. Sólo los basamentos de las columnas de la fachada son más altos que una persona de pie. El conjunto completo, a cincuenta metros de distancia, paraliza el pensamiento como cuando se produce una explosión inesperada - y aún casi nada se ve de la tremenda cúpula que vuela a más de cien metros a lo lejos-, pero la predominancia de las proporciones geométricas transmiten pesadez, agobio y tristeza. Todo es tan sólido como grave, inquietante, adusto y en extremo serio. Sin dudas el culto a lo trágico y el dogmatismo fundamentalista se expresan aquí sin máscaras, como en un lapsus indefendible. Si lo colosal como única definición de la cúpula, con su sencilla grandeza, la llevó a la cumbre de la historia del arte y las conquistas humanas: puso en este símbolo de la ambición terrenal un grito vertical de puro y sencillo misticismo. Lo gigantesco y desmesurado predominan, por supuesto, en el interior; pero el espacio resultante, tan calculadamente ordenado a la manera del Renacimiento. Al caminar contemplo detalles exquisitos como la pila bautismal, o la conmovedora “Pietá” de Miguel Angel, o me paralizo de éxtasis bajo el embrujo ascensorial de la cúpula.

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Ya de nuevo en Plaza San Pedro decidido caminar hasta un punto donde pueda descansar y contemplar. Sentado en el basamento de una de las columnas de Bramante, casi debajo del famosísimo balcón, dejo descansar mis pies contemplando la plaza inundada de sol. Pienso que la ciudad católica de Dios es, aparte de su belleza y justa fama, extremadamente curiosa en más de un detalle. Pienso en los teléfonos públicos que sólo admiten tarjetas compradas en el radio vaticano; en las estampillas de correo que no se moverán del buzón si no son vaticanas; en las postales, souvenir y demás chucherías de factura industrial y turístico mal gusto exageradamente sobrevaluadas; y, finalmente, en los tickets que es necesario pagar a cada paso, tanto para subir a la cúpula como para descender a la supuesta tumba de Pedro. Después del juicio final, cuando resucite el pobre pescador y quiera visitar su propio sepulcro, seguramente deberá pedirle unos dólares al último turista japonés de la fila. Otra vez es noche prematura sobre Roma invernal. El camino de vuelta al hotel se ha hecho un poco más complicado, pues es la hora en que los romanos salen de sus trabajos y huyen, atravesando cualquier obstáculo, hacia sus casas. Nada detendrá a sus coches ni de sus motocicletas que circulan por las banquetas. Nuevo día, húmedo y pesado, pero al fin luminoso de sol. Un impulso inquietante me lleva hoy hacia la estación Termini. El submundo hecho de retazos humanos, idiomas y vestimentas me resulta ahora menos amenazante, a plena luz, casi amable y pintorescamente cosmopolita. Paseo por el gigantesco hall mirando sin pudor directamente a los ojos de cada personaje. Ojos del submundo en el primer mundo. Ojos de mirada perdida. Ojos veloces que no se despegan 37


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del suelo. Ojos de hambre y soledad. Indiferencia. Muy ocasional alegría, antípoda de la que se ve en lugares menos afortunados, en ojos que se reencuentran en un andén. Ojos tristes, desperdiciados para vivir en Roma. En algún lugar del hall, encuentro una enorme escalera que baja al subsuelo. La sigo hasta desembocar en una galería atestada de gente y entender que conduce a una estación de trenes subterráneos. “Metropolitana A y B”, lee a cada paso. Entonces se deja llevar a una aventura incapaz de inquietar a nadie pero quizás, piensa recordando su capacidad para desorientarse, divertida. Pero, oh milagro de la Racionalidad y la Organización, en las estaciones luminosas, amplísimas y casi lujosas de la Metropolitana hasta a alguien que caminara al revés le sería imposible perderse. Una escalera mecánica que desciende durante cincuenta metros a cuarenta y cinco grados de inclinación y entubada en un cilindro de aluminio lo lleva hasta los andenes. Pero antes ha debido decidir cuál de los dos ramales que en Términi se cruzan habrá de usar. Enormes esquemas planimétricos se le presentan mucho antes que la duda. El “B” lo puede llevar hasta la Porta Laurentina pasando por debajo casi del mismo Coliseo, pero él “A” lo decide porque hasta el final de su recorrido - Estación Ottaviano - van los viajeros con el corazón en la mano para ver la Capilla Sixtina, en los museos vaticanos. Ciudad del Vaticano La ciudad de los Papas llama la atención por la inmensidad y grandiosidad de su riqueza artística. Cuando caminas por la avenida que da paso a la Basílica de San Pedro, Roma queda atrás y lo que miras es otro país… 38


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Creyentes y no creyentes de la Fe cristiana, se dirigen cada año a visitar este impresionante lugar que alberga increíbles edificios y grandes jardines a sus alrededores, conservando la historia de una religión que hasta la actualidad reúne miles y miles de fieles en las fechas religiosas más importantes del año. Situada en la colina Vaticana, en el noroeste de Roma, el Vaticano se convirtió en 1929 en el Estado independiente más pequeño e influyente del mundo. Gobernado por el Papa es el lugar donde radica el centro de poder de todos los católicos del mundo. Antiguamente el territorio ocupado por el pequeño Estado Vaticano era denominado “Ager Vaticanus”, y en él surgían un Circo y los jardines de Nerón. Presenta un aspecto de ciudadela fortificada, rodeada de murallas medievales y renacentistas, con excepción del extremo este donde la apertura de la Piazza San Pedro delimita la frontera con Roma. Allí, la mayor parte de los artistas y arquitectos célebres del renacimiento italiano trabajaron en sus edificaciones por encargo de los distintos pontífices, dejando testimonio de sus grandes habilidades en estas artes. Basílica de San Pedro La plaza abre paso a la majestuosa iglesia cristiana, la más rica en valores artísticos y arquitectónicos. La basílica se empezó a construir en 1506 bajo la dirección de Bramante. El emperador Constantino fue quién se encargó de mandar a construir el primer modelo, considerado como un gran recinto de peregrinación en el que se concentraban los fieles para pedir el perdón de sus pecados. Este fue edificado en torno a un pequeño monumento donde la tradición cristiana suponía enterrados los restos del apóstol San Pedro. A partir de ese momento todo en el Vaticano se evoca a su figura, los sucesivos emperadores fueron ampliando y remodelando este sorprendente lugar. Durante el siglo y medio que duró la obra, afamados arquitectos y artistas de renacimiento y barroco italiano, desde Miguel Ángel y Rafael hasta Bernini, fueron dejando testimonio de su grandiosa participación. El proyecto inicial de Bramante adoptaba una

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planta de cruz griega de brazos iguales cubierta por una cúpula central, inspirado en el ideal recuperado de la antigüedad romana y del nuevo humanismo renacentista. Bramante muere antes de ver finalizada su obra por lo que los sucesivos papas fueron encargando el proyecto a nuevos arquitectos quienes convirtieron a la planta en una cruz latina. A Miguel Ángel se le debe la cúpula de San Pedro, obra arquitectónica más majestuosa de todos los tiempos. Una tarea de 132 metros de altura con 42 metros de diámetro, recubierta de mosaicos y una inscripción en latín cuyas letras miden 2 metros de alto aproximadamente. Es una obra maestra de extraña luminosidad que cambió radicalmente la arquitectura precedente. Si dispones de tiempo es aconsejable subir a la cúpula, es excelente hacer el recorrido caminando ya que de esa manera puedes ir observando como fue realizada, realmente vale la pena. De lo contrario también puedes acceder a ella a través del ascensor. Cinco puertas dan acceso al interior de la basílica, custodiado simbólicamente por las estatuas de Carlomagno y Constantino. La última a la derecha es la Porta Santa, abierta y cerrada por el Papa sólo en ocasión del año jubilar. En la parte derecha de la nave central se halla la estatua de San Pedro. Llama la atención su expresividad de autoridad, con su pie derecho hacia delante, da la impresión de que se va a levantar súbitamente. Los peregrinos besan sus pies como señal de adhesión y fidelidad al Papa. Hacia fuera la mirada abarca toda la ciudad papal y regala al viajero una espléndida panorámica de Roma. Hacia el interior, el ojo se desvía hacia el baldaquino llevado a cabo por Bernini, de columnas salomónicas que cubre el altar papal que fundidas en bronce se eleva sobre la parte más sagrada de la basílica. Entre las piezas que se conservan se encuentran obras maestras como la Pietà de Miguel Ángel, la Cátedra de San Pedro de Bernini y los monumentos funerarios de los papas Inocencio III, Urbano VIII y Clemente XIII.

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ROMA Miguel Ángel es la figura destacada del renacimiento italiano, pasó gran parte de su madurez en Roma trabajando en encargos de los sucesivos Papas. Fue pintor humanista pero también se destacó en la arquitectura y escultura. Miguel Ángel con tan sólo 25 años estudió las ruinas y estatuas de la antigüedad clásica e inspirado por ellas, esculpió “La Pietá” para la Basílica de San Pedro. Fue una de las obras predilectas del artista ya que es en la única en que aparece su firma. Esta escultura realizada en mármol blanco representa a la Virgen sosteniendo a Cristo muerto, y en lugar de aparentar dolor, en el rostro de María se refleja una expresión de resignación. Con esta obra Miguel Ángel resume las innovaciones escultóricas, introduciendo un nuevo criterio de monumentalidad. Es admirable observar con detenimiento esta escultura ya que en ella se manifiesta la grandeza artística de Miguel Ángel al lograr moldear un material tan duro y frío como es el mármol, en una escultura en la que la expresión de los rostros y la posición de los cuerpos representados, irradian sentimientos y monumentalismo en lugar de frialdad. La Basílica de San Pedro llena largas horas de contemplación. Los domingos a mediodía el Papa brinda su bendición desde la ventana de su biblioteca, que tiene vista a la Plaza de San Pedro. Una recomendación muy importante es que debes cuidar tu vestimenta dado que hay reglas estrictas para poder acceder a este lugar. En la entrada se encuentran personas acreditadas que se encargan de vigilar cómo la gente entra vestida, por lo tanto no intentes visitarla de pantalones cortos, minifaldas o espaldas descubiertas ya que no serás bienvenido. Plaza San Pedro La plaza principal fue completamente creada por Gian Lorenzo Bernini en los años 1656 y 1667 con el objetivo de crear un sitio capaz de acoger grandes congregaciones de fieles. El proyecto original pretendía la construcción de una plaza cerrada con dos brazos laterales y un tercero que lo aislaba, creando un espacio

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GUIA DE VIAJE diferenciado y recoleto. Tras este tercer brazo de la plaza se encontraba originalmente una manzana de casas, adoptándola así al contexto urbanístico. Pero este no se llegó a construir quedando la plaza a un aspecto muy similar al actual. Se destaca una fila de columnas que acoge a los fieles en un simbólico abrazo. La columnata se convierte en un juego de perspectiva compuesto por 284 columnas dórico-toscanas que rodean la plaza de manera tal que dan la sensación de que son brazos abiertos que nacen de la gran iglesia. En el centro se halla un obelisco egipcio sacado del Circo de Nerón llamado por los hombres medievales “aguja”. A los lados del mismo, dos hermosas fuentes. Con el paso del tiempo tanto las columnas como los pilares han sufrido daños por causa de la polución del aire, aunque su cuidado y protección siguen siendo minuciosos para poder seguir conservando esta admirable e imperdible construcción. La seguridad de la plaza de San Pedro está sometida a la autoridad de la policía italiana. Estación Ottaviano. Un sentido de orientación me encamina hacia Via di Porta Angélica en el sentido correcto hasta los pies de la muralla vaticana. Me estremece la contundencia de esa masa kilométrica, hosca, ciega, desconfiada de antemano de la protección de Dios. Talud de sección triangular hasta media altura, muralla propiamente dicha de allí hasta el cielo, inabordable, intacta. La camino durante dos cuadras, de pronto me pone de frente a un portal rematado en lo alto por un oscurecido emblema papal: la entrada a los museos vaticanos. En ellos se guardan siglos llenos de historia y arte. Con el paso del tiempo cada pontífice fue entregándole su aporte para sumarle y mejorar todas sus riquezas que hoy están a disposición del viajero para que se maraville con ella. Después de comprar el correspondiente “biglietto” y de girar la cabeza hacia la calle como para retener la última sensación del mundo real respiro hondo. Un recinto circular de veinte metros

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ROMA de diámetro que contiene una rampa caracol sube para salvar la diferencia de altura entre el nivel de la calle y las galerías. La baranda de bronce y hierro forjado, entre barroca e imperial, que acompaña sin solución de continuidad a la rampa corta la respiración de asombro. Parece pensada para recordar a los despistados, que acaban de ingresar a otro mundo. Al terminar la espiral se encuentro en la puerta de un laberinto. Un hall, puertas de cristal y maderas preciosas, carteles indicadores hacia infinitas direcciones-mundos. Cómo saber, encontrándose allí por primera vez, elegir entre la galería de Gobelinos, las cámaras pintadas por Rafael o el museo de esculturas antiguas, desde Sumeria al Renacimiento. Con la conciencia anulada, sólo decide seguir a la multitud que lleva como destino la Capilla Sixtina; luego, en el camino de regreso, verá qué desvíos tomar. La visita a todos los museos vaticanos supone un recorrido de 7 Km, parcelado en rutas cuya duración oscila entre una y cinco horas, dependiendo de la precisión con que sean apreciados. Allí puedes encontrar obras de los artistas más gloriosos como Bellini, Da Vinci y Caravaggio. Uno de los atractivos más impresionantes de los museos es la presencia de la gran escalera helicoidal, llevada a cabo por Giuseppe Momo en el año 1932. A medida que se transita puedes ir recorriendo los distintos lugares en los que encontrarás artes de todo el mundo. Museo Gregoriano de Arte Egipcio En este museo, fundado bajo la iniciativa del Papa Gregorio XVI en 1839, se alberga documentación y arte del Antiguo Egipcio, en parte procedentes de Roma desde donde se habían trasladado principalmente durante la época imperial; y en otras pertenecientes a colecciones privadas adquiridas del siglo XIX. El museo cuenta con nueve salas en las que se plasma todo un arte decorativo, estas se encuentran intercaladas por un amplio hemiciclo que se dirige hacia la terraza del “Nicho de la Piña”, en

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GUIA DE VIAJE la cual se ubican numerosas esculturas. Museo Gregoriano Etrusco Fundado por el Papa Gregorio XVI en 1837, reúne objetos de las civilizaciones prerromanas de Etruria y Latium, desde el Neolítico hasta el Siglo I, que fueron hallados en las excavaciones de estas antiguas ciudades. Allí también están presentes las importantes adquisiciones de colecciones arqueológicas tales como Falcioni (1898), las donaciones de Benedetto Guglielmi en 1935 y de Mario Astarita en 1967 y la adquisición de la de Giacinto Guglielmi en 1987. Los materiales de los períodos que comprenden los Siglos IX y I a.C. son una verdadera maravilla que no te puedes perder. La milenaria historia de los etruscos está representada en las producciones de sarcófagos en una primera etapa de barro cocido y más tarde, en mármol y bronce. Ellos representaban siempre al difunto acompañado de su esposa. La escultura evoluciona desde el retrato arcaico hasta el realista que está más cerca del arte romano. Uno de los ejemplos más difundidos es el de la Loba Capitolina. Cerámicas, bronces, platas y oros documentan una floreciente artesanía y una peculiar civilización artística. Pinacoteca Fue inaugurada un 27 de octubre de 1932 según los deseos de Pío XI. Esta compuesto por 18 salas que albergan una importante colección de pintura de todas las épocas y surge sobre una plaza en la que están dadas las condiciones correctas de luz para que estas conserven las obras a través del tiempo. La Pinacoteca cuenta con más de 460 cuadros distribuidos en las distintas salas teniendo como eje la cronología de los mismos. La colección incluye algunas obras maestras de los mayores artistas de la historia de la pintura italiana, de Giotto al Beato Angélico, de Melozzo da Forlì al Perugino y a Rafael, de Leonardo a Tiziano, el Veronés, Caravaggio y Crespi. Museo Misionero Etnológico Este museo fue fundado por el Papa Pío XI un 12 de noviembre

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ROMA de 1926. En él puedes hallar variadas obras de arte y documentación procedentes de países no europeos. El núcleo original de la colección contaba con alrededor de 40.000 obras habían sido seleccionadas por la comisión especial que luego se fueron enriqueciendo con nuevas donaciones y adquisiciones. Se exponen objetos principalmente de temas religiosos procedentes de África, América, Oceanía y Asia. Otros son de temas que abarcan criterios culturales con producciones de diferentes sociedades. Estas se encuentran conservadas en depósitos con el objetivo de ser protegidas del deterioro que marca el paso de los años pero pueden ser pedidas para ser admiradas. Colección de Arte Religioso Moderno La Colección se sumó en 1973 a pedido de Pablo VI. Cuenta con 55 salasen las que se reúnen donaciones de piezas de arte sacro de todo el mundo. Una galería de tapices, colección de diversas fábricas de los siglos XVI y XVII, otra de mapas y otra de candelabros. Piezas únicas de escultura antigua, como el Laoconte, pero también cuadros de pintores contemporáneos como Picasso, Francis Bacon o Moore. Para añadir más valor a todo este arte, también se cuenta con la biblioteca Vaticana que posee la mayor colección de manuscritos medievales y renacentistas del mundo. La acumulación de arte quieto que han dejado 20 siglos de era cristiana es el escenario donde, año tras año, se cumple un calendario cuajado de celebraciones con todo el aspecto de fastuosos montajes teatrales. Un arte viviente que provoca asombro y el rechazo ante semejante exhibición de pompa y boato. Pero es inevitable, para llegar al sancta sontorum de Miguel Ángel, recorrer kilómetros de galerías de mármol, cristal y oro donde descansan a izquierda y derecha, sobre las paredes o en vitrinas, las joyas más exquisitas del arte y la ciencia: mapas antiguos, pinturas célebres, tronos de emperadores y reyes, porcelanas gigantescas, maquetas-anteproyectos de la basílica de San Pedro, muebles imperiales de caoba, marfil y plata; manus-

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critos de las obras fundamentales de la civilización, gobelinos, estatuas griegas y romanas; todo contenido en una arquitectura de ostentación imperial que bastaría para justificar la visita. De pronto, se abre una cámara totalmente revestida de óleos gigantescos. El silencio repentino de la multitud anuncia algo especial, si es posible, donde nada es corriente ni repetible. Joya entre joyas el pincel de Rafael ante la masa anonadada. Cada cuadro de inenarrable perfección y profundidad mantiene en éxtasis, hasta que las piernas sucumben al calambre. Después reanudo el camino, los cien metros finales en los que las galerías se reducen casi a pasadizos silenciosos por los que camina la multitud sobrecogida por los anuncios de altoparlantes ocultos: “Silencio, está usted a punto de ingresar a la Capilla Sixtina”. Al entrar por una pequeña puerta que se abre en la pared principal, me encuentro de frente y a cuatro metros de distancia con el Juicio Final. La famosa escena, el brazo de Cristo y los truenos de la “terribilitá” de Miguel Ángel se le caen encima. Angustiado por la conciencia de que nunca podrá transmitir con palabras, a quien no estuvo allí y los flashes clandestinos. La Capilla Sixtina Situada en el Palacio del Vaticano es la capilla más importante de este lugar. Muy reconocida por sus frescos que adornan las paredes pintados por algunos de los más grandes artistas de los siglos XV y XVI. Fue levantada por encargo de Sixto IV entre 1475 y 1481. La estructura arquitectónica se presenta como una vasta sala rectangular con bóveda de cañón dividida en dos partes desiguales por la espléndida barandilla de mármol, obra de Mino da Fiesole, Dálmata y Andrea Bregno. A los mismos artistas se les atribuye la Tribuna de los Cantores. Su decoración consta

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de famosos frescos que recrean episodios del Antiguo y Nuevo Testamento. Las maravillosas pinturas de Miguel Ángel se reflejan en el magnífico fresco del techo, que representa el Génesis y las pinturas de las paredes laterales del muro opuesto al altar, a prestigiosos pintores de la época como Botticelli y Perusino. La bóveda en cambio estaba entonces pintada de azul y constelada de estrellas, y fue Julio II quién confió en Miguel Ángel la nueva decoración de la vastísima superficie. Las escenas bíblicas salidas de su pincel aparecen como incrustadas en una robusta armazón arquitectónica que encuadra la figura de Desnudos, las Nueve Historias del Génesis, entre las que se destaca la célebre Creación y Caída del Hombre, el Diluvio y el nuevo renacer de la humanidad con la familia de Noé. Con estos temas, el artista desarrolló un sistema decorativo – iconográfico en el que alternan las escenas de distintas imágenes que se caracterizan por ser imponentes y poderosas, y con las cuales Miguel Ángel demostró que tenía un perfecto conocimiento de la anatomía humana y movimientos del cuerpo. Tiempo más tarde, unos 25 años después, se le encargó al mismo artista pintar la pared situada justo detrás del altar con el fresco del “Juicio Final”, sobre una superficie de enormes dimensiones que hicieron necesaria la destrucción de dos frescos de Perusino, así como fue necesario cegar dos ventanales cimbrados. Miguel Ángel también estuvo encargado de la realización de este impresionante fresco que al observarlo, transmite una gran sensación de la sabiduría que este poseía. “El Juicio Final” es uno de los últimos trabajos que el artista pintó en la Capilla Sixtina. La obra concluyó en 1541 y es considerada como la obra maestra de sus últimos años. Por encargo del Papa Pablo II Farnesio, se sitúa en la pared del fondo de la Capilla. El fresco muestra una imagen en la que Cristo, en actitud de juez, se convierte en el centro de la composición; a la izquierda, la salvación de las almas y a la derecha, la de los condenados. Representó a las figuras desnudas y el mismo Miguel Ángel aparece retratado al

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pie de San Bartolomé. Multitudes de personajes se retuercen despegadas virtualmente del fresco - y bailan en el pleno espacio su drama o su gloria. Músculos de hierro y furia. Escultura pintada. Un mundo especular, paralelo, cabeza abajo, antigravitatorio. El arte para siempre expresado en la cima de la capacidad humana. Más allá no llegarán los hombres. Comienzo a recorrer la Capilla Sixtina Entonces toma conciencia de que seguramente Miguel Ángel, previó que ese lugar dejaría de ser exclusivo de cardenales y papas para ser entregado a la veneración de las masas profanas de gorrita, tenis y cámara fotográfica. El hombre mirando al hombre que crea a Dios para no morir de soledad. Porque no otra cosa representa el famosísimo cuadro del centro de la bóveda: Adán acaba de crear a Dios - un dios furioso y vengativo - para legar a su estirpe la misión milenaria de trascenderlo a través del sufrimiento, y liberarse del Paraíso estático y narcotizante para llegar a la fusión final con el Cosmos. Antes de pasar por última vez la mirada sobre tan tremenda maravilla para retenerla por siempre en la punta de los nervios, me detengo un momento en el rincón opuesto al altar para percibir el conjunto completo. Humanidad terrestre, sublimes gestos de emoción en algunos; míseras actitudes en otros que hablan en grupos inconscientes del mundo, mirando impacientes la hora que les marca el tour de tres días por veinte ciudades. Ladrones de fotografías fuera de foco; señoras gordas de pies hinchados y zapatos esparcidos, sentadas y sudorosas en los bancos conciliares; y de vez en cuando un hijo de Miguel Ángel, mochila, jean y pelo largo, ante la de su padre que le esboza una dulce sonrisa desde el Parnaso. Un rato después, siento la necesidad de un espacio abierto, aire, cielo de verdad sin dioses trágicos ni hombres suspendidos. Por algún pasadizo llego a un gran patio rectangular delimitado por

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ROMA tranquilos muros e infinidad de ventanas a través de las cuales es posible espiar maravillas artísticas. En uno de los lados menores del jardín hay una enorme fachada que se hunde formando una especie de escenario ambulatorio. De hecho hay allí ya algunos turistas que mientras fuman observan la enorme escultura de una piña descomunal. Desperdigadas contra los muros descansan ruinas de esculturas romanas y en el centro del jardín, sorpresivamente, como un cuerpo extraterrestre que hubiera caído suavemente, quizá anacrónica pero en un cierto y divertido diálogo con la desmesurada y antigua piña, una de las famosísimas obras del arte revolucionario de la década del sesenta: la esfera de bronce carcomida de Arnaldo Pomodoro. A los pocos minutos me interno otra vez en las galerías, pero ya buscando la salida; la próxima vez, más despejado y frío, verá el resto - pienso -. Pero al salir de una enorme sala revestida con cruces, tablas y trípticos bizantinos me encuentro con las luces y sombras, volúmenes y texturas de Caravaggio. Lo siento tan poderoso, tan vivo y moderno, tan sutil y a la vez grandilocuente que gasta su último rato adorándolo. Y juega con la asfixiante idea de una catástrofe de la que hubiera que salvar a Caravaggio o a Rafael, sólo uno. Con los dedos cruzados tras la espalda elige a Caravaggio. Ya en la calle decido volver al hotel caminando. Cruzo la ciudadsueño por callejuelas y pasadizos. Otra vez las piedras antiguas, los pórticos ahumados y las cornisas pobladas de seres y formas vegetales lo congelan de asombro e infinitas reminiscencias, como si las hubiera conocido en otra vida y tiempo. Se ve desde lo alto, pequeño y perdido, caminando por empedrados oscuros mientras recuerda y repite un poema de Dante Gabriel Rosetti: “Estuve aquí antes de ahora, / no sé decir cuándo ni cómo; / conozco la hierba de allende la puerta, / el dulce y sutil

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olor, / los suspirantes sones, las luces de la plaza. / Has sido mía antes de ahora... / cuándo eso fue saber no puedo; / más al girar el cuello / para seguir el vuelo de aquella golondrina.” Las Termas de Caracalla en los alrededores de Roma, constituyen el más importante y mejor conservado edificio termal de la edad imperial levantado en Roma. Fueron construidas para el Emperador Carcala a partir del año 212 de la era cristiana. En el siglo XVI, algunas excavaciones relazadas en el gran edificio permitieron el hallazgo de numerosas obras de arte. Las termas, rodeadas de grandes jardines, servían no sólo para los baños públicos sino también como centros de reunión y de conversación de los romanos. Las instalaciones eran muy complejas y tenían salas destinadas a la práctica de distintos deportes, piscinas, de masajes, entre otros. Además se le sumaban las bibliotecas y salas de conferencias donde los romanos se instruían de conocimientos. Los romanos sostenían la creencia de la resurrección del cuerpo por lo que consideraban de suma importancia el interés por conservar o enterrar la esencia del cuerpo. Las catacumbas eran los profundos cementerios subterráneos en donde se albergaba los restos mortales de los difuntos. Paralelamente se desarrolló el culto a los mártires, así sus tumbas se convirtieron en centro de encuentro de los creyentes. Al aumentar esta creencia, poco a poco comenzaron a excavar con más profundidad y entusiasmo, hasta que finalmente se fueron formando enormes galerías para sepultarlos y centros de cultos. Situadas en la periferia de Roma, eran los lugares en donde se reunían los primeros cristianos. Se encuentran las catacumbas de Domitila, de San Calixto, las de San Sebastián, las de Priscila; tras muchísimos años fueron extraídas a luz y fueron revalorizadas en el siglo XVI.

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