Entre Mundos Reales

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Entre Mundos Reales

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[ (· ] ) No atiende a palabras […] no fue un razonamiento, […] ni siquiera un instinto […] más adentro y más arriba […] parecido a la felicidad […] tranquilo, calmado, que fluye de manera natural.

Acabando el sueño… Bajó las escaleras apresurada y torpemente mientras acababa de abrocharse los últimos botones de la chaqueta. Al salir a la calle descubrió que el tiempo no animaba a una sonrisa, más bien invitaba a volver a casa y deslizarse en el interior de la cama durante un rato más, con la esperanza de que las nubes se fuesen en pocas horas. Volver a la cama y volver a soñar, pensó, y sonrió mientras andaba de camino al trabajo, recordando el pequeño altercado que había tenido con el reloj esa misma mañana. Había despertado sin que sonara el despertador, y por la iluminación que se tamizaba en la habitación se diría que ya había amanecido. Giró sobre sí mismo para alcanzar el reloj que había dejado encima de la mesita de noche, las tres y ocho: ¡que bien! Aún tenía muchas horas por delante. Se giró de nuevo hacia el otro lado de la cama y enroscándose en la sabana cerró los ojos, a gusto de pensar el tiempo de sueño que le quedaba. … ¿pero, no era de día? ¿Cómo podían ser las tres de la mañana? Sin abrir los ojos se giró una vez más hacia la mesita y alargó la mano para tantear y encontrar el reloj. No hubo manera: el colgante, el marco de la foto, el móvil, las llaves, la lámpara, la cartera, unos calcetines, un vaso… Si, era un desastre de mesa, y seguía sin haber ni rastro del reloj. Resignado, abrió con gran esfuerzo los ojos para lanzar una mirada furibunda al contador de tiempo. Pero no estaba sobre la mesa. Bajó la vista mirando hacia la muñeca, y lo vio, al fin, colgando de ella. ¿?¿? Las ocho y cuatro. Pocos segundos más tarde, a y cinco, la alarma del móvil sonó en la mesita. <Mierda>. Apartó la colcha enfadado y se sentó sobre el borde de la cama. ¿Cuál de todas las cosas que le habían pasado había sido real? No sabría decir bien bien hasta que punto habían sido sueños y hasta cual no. El reloj de las tres era falso… pero sí que había visto la luz del día. ¿O también la había soñado y solo había sido una incoherencia? ¿Había llegado a girar sobre sí mismo o también eso 1


[ (· ] ) formaba parte del sueño?... Las ocho y cuatro. Un minuto antes las ocho y tres. Las tres y ocho de la mañana… ¡¿Había llegado a ver el reloj?! Hizo un esfuerzo para apartar la mirada fija en el suelo y se levantó de la cama, con una sonrisa trasfuscada en el rostro. Era tan engañoso, tan irreal y tan posible a la vez… De camino al armario su pie golpeando una pata de la cama le aseguró que cualquier posible sueño o fantasía había terminado. El dedo pequeño del pie derecho clamaba dolor a gritos desgarrados. <¡Mierda!> Se preparó y salió de casa, acabando de abrocharse los últimos botones de la chaqueta mientras bajaba las escaleras apresurada y torpemente. El viento resoplaba por entre las calles, como si corriera entre los edificios buscando algo o a alguien, y en su camino dejaba tras de sí un reguero de gente arropada y acurrucada en su abrigo, ajustándose con fuerza la bufanda. Las nubes negras caminaban despacio pero impasibles desde el norte, mientras que el Sol luchaba por lanzar pequeños rayos desde su débil amanecer.

Nunca se sabe el camino del viento, nunca se prevé la suerte o la magia.

Tropezó absurdamente al cruzar la calle y subir a la acera, sin que tan siquiera algo que no fuese su falta de concentración en el caminar distrajese su atención. Y mientras las manos luchaban por abrirse un lugar en el aire, todo el resto de su cuerpo se precipitaba inevitablemente hacía el pavimento. Las manos, que trataban por todos los medios de evitar la humillante caída, apenas llegaron más allá de la cintura en su camino ha cubrir la cara.

Nunca se entiende lo inimaginable, nunca se espera lo indeducible.

Sus pies ya no tocaban las pequeños baldosas de la acera. Tampoco lo hacían sus manos, sus codos o rodillas. Ni siquiera su pecho o cabeza se apoyaban en los grises cuadraditos del suelo. Levitar, lo llaman. Yo le llamo deducir lo inimaginable… que el viento haga magia y tengas la suerte de ser tu.

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[ (· ] ) No es magia sino aquello que ocurre y que no alcanzas a ver. Comparable al viento que arrastra y no se deja mirar ni encerrar.

Suspiraba entrecortadamente mientras miraba de un lado a otro, buscando algo, una respuesta, un porque a la actual realidad. Nada tocaba la acera, nada lo sujetaba, nada visible le salvaba de chocar contra el suelo. Más o menos un palmo separaba su nariz del suelo, y al inhalar podía sentir las motillas de polvo entrar por los orificios nasales. Pasados unos segundos, logró tranquilizarse (dentro de los límites razonables de la situación) e inspiró una larga bocanada de aire. El aire corría como agua desbocada por su interior: cavidad oral, faringe, laringe, tranquea, bronquios, pulmones, alvéolos… sus pulmones se hincharon y su distancia a las agrietadas baldosas aumentó. Su cuerpo se reincorporaba paulatinamente a una posición vertical mientras sus pies ya sobrevolaban casi un metro el nivel del suelo. Volar… Continuaba mirando sorprendido, pero sus miradas ya no disparaban alocadamente hacia cualquier lugar en búsqueda de una solución, sino que se fijaban en el suelo que se extendía por debajo de sus pies levitantes. Luego miró sus manos, como si ellas fuesen a darle una respuesta o una explicación a lo que ocurría. Diestra y siniestra hicieron un firme voto de silencio. Con el ritmo de la respiración, que recobraba su ritmo al mismo tiempo que los latidos del corazón, fue recuperando el control. Y cuando estuvo tranquilo liberó un largo suspiro y poco a poco bajó hasta el suelo que lo había visto tropezar. Casi pudo sentir el calor y la firmeza de la Tierra en sus manos al tocar suelo. A pesar de lo húmedo y frío del día, la acera parecía extrañamente templada. Se quedó allí arrodillado en una sola pierna, inclinado sobre sí mismo con ambas manos apoyadas en el suelo. Dejó correr el tiempo, que parecía ir a una velocidad que nada tenía que ver con las reales. Era, como si todo lo que le rodeaba pasase de largo, era como si una fina lámina lo separase de todo, como si estuviera aislado del mundo y estuviese allí pero no formase parte de él. El viento soplaba, los coches pasaban a todo gas, se oía el rumor de la gente, el escándalo de la ciudad… pero él no lo sentía en su propio ser: solo lo veía y oía. Durante aquellos largos instantes que dejaron correr cientos de segundos, no podría describirse que pensaba ni en que se ocupaba su mente. Porque es imposible describir algo que no atiende a 3


[ (· ] ) palabras: no fue un razonamiento, ni una idea; no se le llama deducción, o intuición; ni siquiera un instinto. Fue algo que nace más adentro y más arriba, y que tan solo se puede conocer mediante la experiencia. Es algo parecido a la felicidad, algo tranquilo, calmado, que fluye de manera natural. Inspiró con seguridad y comenzó a elevarse, tocando el firme por última vez con las yemas de sus dedos, despidiéndose del suelo suavemente, abandonándolo con un suave beso. Ahora, solo el aire lo envolvía y sostenía.

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[ (· ] )

Aire, viento y sonrisas… Subía lento pero sin pausa ni vacilación. Pronto pasó el nivel de las copas de los árboles, luego el de farolas y postes telefónicos, y finalmente el de los últimos pisos de las casas. Abajo, una enorme extensión heterogénea de formas geométricas y ortogonales que bailaban entre sí y trataban de extenderse a través de todo el paisaje; arriba, las nubes negras ya se habían apoderado de todo el cielo y se agrupaban como un espejo oscuro y voluptuoso que reflejaba la ciudad al otro lado del horizonte. Allí, en medio de aquellas dos grandes planicies, el viento se ensañaba con él mientras su abrigo se agitaba de un lado a otro sin descanso, tratando de sacudirse a su dueño para dejarse llevar por el camino el viento. Tenía la impresión de estar en la brecha del mundo, en un lugar donde termina algo y comienza otra cosa… En aquella fisura, donde las nubes negras pasaban rápidas y leves con el aire, veía una ciudad gigantesca que avanzaba en el cielo sin que nada ni nadie pudiera detenerla, y sentía fundirse la dureza y el peso de la ciudad con la ligereza y la inmensidad del cielo cubierto. Percibió durante un instante, las dos cosas entremezclándose, como si los dos mundos se dilatasen en un camino que era el que él ahora recorría. Sus ojos se sobrecogían con la inmensidad del espacio y la variedad colosal de detalles que su mente no podía asimilar. Después de admirar semejante espectáculo descendió para comenzar a volar entre los edificios. El juego de respiración que le permitía moverse en el aire comenzaba a semejarle extrañamente sencillo, pronto dominaría el vuelo y dejaría de vacilar sobre el asfalto. No podría decir ha que velocidad iba, aunque rayaba lo fugaz, pero de lo que sí tenía conciencia era de esa extraña sensación de agarre: cuando giraba entre los edificios apenas sentía la fuerza centrifuga apoderándose de él, como si cada centímetro de su piel estuviese en contacto con una carretera invisible de la cual no se podía despegar. Comenzó a correr más y más, las ventanas se distorsionaban a su lado, los giros en ángulo recto eran cada vez más rápidos, y ahora, era él el que provocaba el viento, y no el que lo sufría.

Desde una ventana situada en el sexto piso, un chaval observa una paloma que reposa en el edificio de enfrente mientras esta camina estúpidamente de un lado a otro de la cornisa, haciendo

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[ (· ] ) pequeñas pausas para rascarse entre las alas. El resto del mundo transcurre alieno al chaval. Los bostezos de los deberes de matemáticas que hay sobre la mesa y que comienzan a dormirse no logran sacarlo de su embobamiento; tampoco los viejos grupos de rock de su hermano que se dejaban oír desde la habitación de al lado, siempre demasiado altos en volumen, logran desconcentrarlo. Vive en un mundo estúpido donde solo existe una paloma y el resto es vacío. Llegado el momento, la paloma abandona sus quehaceres para alzar el vuelo y dejar paso a un raudo hombre de negro que paso volando entre los edificios, justo a la altura del sexto piso. Tras esa ventana de una pequeña habitación, el chaval se abandona a los sueños y la imaginación mientras sus deberes mueren en el silencio y en el olvido, sabiendo que nunca llegaran a acabarse. Imagina que haría y como sería su vida si pudiese volar como las golondrinas. Fantasea con tocar el sol, dormir en las nubes, rozar el mar y caer en picado mientras la gente lo admira. Salva vidas, derrota villanos… es alguien especial, alguien como un héroe.

Frenó en seco al llegar al mar, y no hubo deslizamiento alguno provocado por la inercia, la parada fue instantánea, imposible, suave. El mar embravecido extendido ante él parecía más furioso que las nubes negras. Allí, sobre las espumosas olas que chocaban con ira, comenzó ha recapacitar, por primera vez, sobre lo que ocurría, sobre lo que le pasaba. ¿Por qué precisamente él podía disfrutar de ese don? ¿Era un don? No era más especial que cualquiera de sus amigos o conocidos. No tenía nada ni un porqué… ninguna causa. Sin embargo, las olas seguían rompiéndose decenas de metros por debajo de sus pies. Tal vez no fuese quien realmente creía que era, quizás estuviera equivocado en sus mismos orígenes. ¿En que momento fue capaz de hacer lo que ahora estaba haciendo? ¿Dónde comenzó todo? ¿Qué lo originó?... Ha estado toda su vida viviendo como alguien que realmente no era. O tal vez, el hecho de volar no cambiaba quien era. ¿De verdad? No estaba seguro. El cambio era brutal. Un cambio que tal vez no fuese tan importante su origen como sus consecuencias. Por que aun que decidiese ignorar sus orígenes y la causa de la situación había algo ineludible delante de él. Llega un momento, en la vida de todos, en que lo que tenía que llegar llega y no deja lugar a dudas, decisiones, o replanteos de última hora. Llevas toda la vida previendo (o no) de forma distante

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[ (· ] ) ese salto que darás dentro de años, meses, días, horas, segundos… y de repente: ya has saltado, estas en el aire, y en el aire no se puede volver atrás. Una vez as saltado solo puedes tratar de caer lo mejor posible, intentando que las consecuencias que arrastras contigo no se rompan como la botella que rueda fuera de la mesa.

Se lamenta el contenido, no el contenedor. Se teme la caída, no el salto.

Voló hacia arriba lentamente al principio y con determinación cuando comenzó a alcanzar el muro de nubes negras. Inspiró fuertemente y alcanzó más y más altura, ignorando el creciente frío o la humedad que se adhería a su cara a medida que cruzaba el cielo nublado, en busca de otro mundo. No sabía porque igual que no sabía el porque del resto de las cosas, pero quería subir, quería subir hasta donde pudiese. ¿Había nacido diferente? ¿Había cambiado? ¿Por qué? ¿A causa de qué? ¿Que haría? ¿Dónde iría? ¿A dónde pertenecía?... Ahora que había saltado el borde del abismo había quedado atrás. Su vida también quedaba atrás y solo seguiría como un recuerdo, porque de ninguna forma podrían ser las cosas iguales que lo eran antes. No se puede renunciar a lo que eres. No puedes arrepentirte de saltar. Ni siquiera cuando te han empujado. Y ahora tenía que preocuparse de averiguar todas esas preguntas que se entorpecían mutuamente si quería tomar tierra en la realidad suavemente. Los ojos le lloraban por la velocidad en la que su cara sacudía el aire y las lágrimas se confundían con la humedad que se condensaba sobre su piel. Las nubes negras lo envolvían en la nada oscura, lo hundían en un abismo sin luz. Sentía el vértigo, por dios que si lo sentía, apretando de él más y más fuerte, tirando de su estomago hacia el suelo. Hubiera querido que alguien especial estuviese a su lado. Hubiera querido que esa persona estuviera a su lado para sonreírle y decirle <No te preocupes, todo va bien, todo IRÁ bien>. Una compañía que hiciese desaparecer el desasosiego en un instante, haciéndolo inmerecedor de cualquier frustración. Ojalá esa persona fuera suya y la tuviese al lado en ese mismo instante en el que atravesaba las nubes negras y salía de ellas finalmente para llegar a un lugar mejor.

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[ (· ] ) El Sol brillaba sin impedimentos. Cálido, masajeaba su piel fría con dorados abrazos y le invitaba a sonreír para él en aquel lugar alejado de grises sentimientos que pueblan todo el mundo por debajo de las nubes. Solo un sol y un mar de nubes que no acababa nunca. Eso sí: cielo azul y nubes blancas, suaves colinas blancas hasta donde la vista alcanza, mucho más lejos que el horizonte del mar, más inmenso que el cielo azul que rodea el Sol. Ojalá ella estuviera aquí tan solo para mirarla a los ojos y verla sonreír. Pero no estaba, y en aquel paraíso que abarcaba todo un mundo podía sentir debajo de un manto blanco un futuro oscuro e incierto. <Ojalá estuviera para acompañarme siempre en este lugar y no tener que bajar nunca más a ese otro sitio, ojalá no tuviera que enfrentarme a esa vida, ojalá…> Pero claro…: <una vez has saltado, solo debes preocuparte de la caída. Sí, ya lo se.> Miró por última vez el cielo azul y se dejó abrazar por el cálido Sol mientras comenzaba a exhalar un suspiro. Pronto, la humedad volvió a impregnar la alborotada chaqueta negra. Volvía, pero solo por la esperanza de poder encontrar una sonrisa más dulce que el abrazo del Sol. Tal vez, ahora que el cielo había dejado de ser una barrera, algún día volvería para compartir una sonrisa con el astro y mostrarle que debajo de las nubes algunas cosas brillan más que estrellas.

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[ (· ] )

Sangre, Agua y Sal… Cuando volvió a la ciudad, más abajo que las oscurísimas nubes, a través de oscuras hebras en un milhojas de negrura, las gotas se descolgaban a millares sobre la ciudad. Una colosal cortina de agua cubría la ciudad, y solo lejos, muy al norte, se atisbaba su fin. Toda la ciudad brillaba en luces, colores y reflejos. Farolas y coches habían encendido sus luces a causa de la oscuridad envolvente, los charcos que se formaban por doquier y las ventanas mojadas reflejaban cualquier destello, y centenares de paraguas de diferentes colores correteaban por las calles. Ni los ojos más grandes del universo hubieran podido abarcar semejante espectáculo visual de una sola mirada. La complejidad de la vida no tenía límite, y su movimiento tampoco. Se podría decir que la ciudad había florecido en un abanico infinito de colores con las primeras gotas. Despertó la atención de su perdida mirada en el basto paisaje una figura oscura sobre la cornisa de un edificio, debajo del cual decenas de personas ya se reunían y apretaban. La figura miraba de abajo a arriba, nerviosa, dando pequeños pasitos laterales de un lado a otro torpemente debido a la anchura de la cornisa. ¿Y como puede ser que entre tantos colores y luces despierte su atención una figura oscura? <Por que hay cosas más oscuras que el negro, cosas que absorben cualquier luz, cosas… tristes, cosas malas.>

No es cobardía, sino valentía.

Decenas de metros abajo no había llegado ayuda alguna. Ningún policía, ningún bombero. No había colchoneta hinchable, lona o red de seguridad que pudiera salvarle de morir contra la acera (esa acera de pequeñas baldosas grises que enmarañaba toda la ciudad). De saltar, se dejaría caer a poco más de medio metro de distancia respecto a la fachada del edificio. El cuerpo no giraría sobre sí mismo más que lo suficiente para que la cabeza fuese el punto más cercano al suelo, y de nada serviría que en un último momento de arrepentimiento pusiese las manos delante de su rostro. El estallido de sangre sería brutal y el cráneo resultante no distaría mucho de la calabaza quebrada que ha caído desde la mesa.

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[ (· ] ) Estaba a cien metros de allí, por lo menos. Nadie sabe, ni siquiera el que va a asaltar, cuanto queda para que el cuerpo se descuelgue hacia el vacío. Vuela rápido, muy rápido hacia él, sobrevolándolo lo suficiente como para que no lo vea llegar. La figura, que ha dejado de ser negra y misteriosa para volverse joven y femenina, se inclina hacia el vació desplazando su eje de gravedad. Se diría que cae a cámara lenta. Él ya ha llegado a su altura y ahora se deja caer en picado detrás de ella. Rápido, frenéticamente rápido. Aun esta lejos, a varios metros por debajo de su brazo estirado.

Lo hago por que soy libre.

Suelta todo el aire que puede, hace tanta fuerza que parece que vaya a escupir los pulmones. Quiere bajar más rápido. Quiere volar más deprisa. ¡Quiere alcanzar a la maldita chica! Sigue tratando de soltar más aire de sus pulmones, trata de exprimirlos hasta que no sean más que una uva pasa, arrugada y seca. La chica también aumenta su velocidad cada segundo que pasa. Y hasta se diría que el suelo también ha empezado a moverse hacia ellos, cada vez más rápido: imposible de parar.

Lo hago por que no tengo miedo.

La velocidad es de infarto, y el mundo a su alrededor se difumina verticalmente. Solo hay tres cosas: Su mano, Ella y el suelo. Ya falta poco: ya se distinguen las baldosas grises; el pelo moreno de la chica se alborota alrededor de su cuerpo relajado; su mano casi puede rozar el vestido de la chica, casi podría acariciarlo si alargase más aun sus dedos, pero no puede porque los tendones ya no dan más de sí; el cuerpo esta en total tensión: el hombro casi desencajado, el codo bloqueado y las manos blancas de la tirantez, incluso de cintura para abajo esta estirado como si tratase de ponerse de puntillas; la cornisa del edificio no es más que una línea que queda once pisos más atrás, al fondo de docenas de ventanas difuminadas.

No me arrepiento.

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[ (· ] ) Su otra mano, pegada al cuerpo, se cierra violentamente. Aprieta el puño más y más, acelera más y más. Las uñas abren pequeños regueros de sangre en la palma de su mano. Sus tensas mandíbulas hacen rechinar los oprimidos dientes.

No soy infeliz.

Vomita más aire. Ya casi está, ya puede rozar el suave vestido con las yemas de sus dedos.

Se quien soy, lo que no sé es lo que me espera.

La lluvia cae a su alrededor, más lenta que cualquiera de los dos. Pero ya no siente el agua en su cuerpo. Solo ve sus dedos y el borde del vestido. Nada más: Cinco pequeños dedos blanquísimos que tratan por todos los medios de agarrar el dobladillo que no cesa de moverse con el viento que ellos mismos provocan.

Me alegro de la vida que he tenido.

<¡¡NOO!! ¡¡ESPERA UN POCO MÁS!!> Grita él en su interior.

Y por fin, el suelo llega a la chica, y no al revés. Él frena totalmente en seco, a menos de dos metros del suelo (a menos de un centímetro de la chica que caía de cabeza). Queda totalmente suspendido en el aire mientras la sangre le salpica violentamente todo el cuerpo y cierra los ojos para evitar que entre en ellos. Mira sus manos, una de ella chorreando su propia sangre; la otra, salpicada por infinidad de motas rojos. Las mira esperando una respuesta o una explicación a lo que ocurría. Diestra y siniestra hacen firme voto de silencio. El cuerpo de la chica yace sobre una docena de baldosas rotas de forma totalmente antinatural. El pelo le cubre el rostro lo justo para no reconocerla, lo suficiente para no convertirlo en algo aún más personal si cabe, lo necesario para que sus pesadillas no tengan una cara de desorbitados ojos.

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[ (· ] ) Ahora comienza a oír los alaridos y llantos de la gente que le rodea. Algunas personas están al borde de la histeria. Otras, sin embargo, han comenzado a preguntarse que ocurre, que hace una persona flotando sobre el cadáver de la chica. La situación es terrorífica. La lluvia ha comenzado a disolver el charco de sangre. Cogiendo aire lentamente se eleva en contra dirección a la lluvia, rodeado de llantos. En su cara, corretean pequeños riachuelos de lluvia, sangre y lágrimas.

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[ (· ] ) …Epílogos:

Cortando las Alas… ·)] Había dejado de llover y él había dejado de llorar. Ahora, solo su abrigo goteaba en el cielo. Lanzó una mirada despectiva a toda la ciudad y comenzó a descender muy lentamente. La tierra lo abrazó con mas fuerza que nunca, con ansia y deseo, como cuando alguien encuentra algo que ya creía perdido y lo agarra fuerte para que nunca más vuelva a desaparecer. En silencio y con la cabeza agachada camina hacia el portal de su casa. Solo quería dormirse y olvidarlo todo, quería olvidar y soñar con otras realidades y otros mundos distintos de aquel, lo que no quería era volver a volar.

Límites Entramados… [·) Despertó confuso, aturdido y sudoroso… Tardó un rato en darse cuenta de lo ocurrido. ¿Alguna vez has tenido un sueño que pareciese muy real? No podía distinguir si sus sentimientos le dictaban decepción o alivio. Durante larguísimos segundos dudó de si había sido un sueño o lo había vivido realmente. ¿Qué ocurriría si no pudieses despertar de ese sueño? El tiempo se dilata cuando corres entre dos mundos. Tubo que mirarse las manos para asegurarse de que la sangre no las salpicaba, sin embargo, su puño seguía fuertemente cerrado, clavando las uñas, tal y como había ocurrido. …No necesitaba pruebas para convencerse de que lo que vivido había sido real. ¿Cómo diferenciarías los sueños de la realidad? No se había levantado de la cama, ni había volado, ni había visto el sol, ni había volado hasta el mar… ni había dejado caer a la chica, pero sabía lo que se siente al hacer cada una de esas cosas: había tenido experiencia de ellas, las había vivido y sentido como la realidad más absoluta. Cuando dos mundos se dilatan no hay línea divisoria, solo un espacio que las une. Miró largo rato el techo de color blanco, reparando en la lámpara, los cuadros de la pared, el póster sobre el cabezal, la luz tamizada que entraba a través de la persiana, el armario entreabierto… Miraba mientras sus pensamientos, suavemente, rememoraban los últimos acontecimientos de su vida. Trataba de

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[ (· ] ) revivir cada uno de los instantes y memorizarlos para nunca perder aquellas experiencias, para evitar que el olvido se los tragara con la misma discreción que el sueño los había traído. Fuera, a través del cristal manchado por la lluvia del día anterior, el sol amanecía brillante, desprovisto de nubes. Sería un buen día, el calor de la estrella acariciaría la piel de la ciudad durante todo el día. El sol volvería a abrazarlo y sonreírle. Cerró la puerta con llave y bajó los escalones de cinco en cinco, saltando, casi volando, dejando colgada en el perchero la chaqueta negra.

Soñando Sueños… (·) Un sueño, un deseo, un momento de felicidad. Saber soñar podría llegar a ser una puerta a un mundo mejor. Alargar un sueño, cambiarlo, inventar, crear y vivir significaría una nueva realidad donde todo es capaz y aquellas cosas que no podemos tener, o aquellas personas con las que no podemos compartir nuestras vidas serían posibles. Un mundo dentro de otro mundo, donde el único límite sería el despertar, el abrir los ojos, o nuestros propios deseos. Pero también sería un mundo donde la única compañía sería tu subconsciente y las ‘realidades que ya has vivido o conocido’. Sería un mundo solitario, insostenible sin el mundo donde hemos nacido, un mundo que no es sino el fruto del deseo causado por las carencias del que vivimos. Mientras, hasta que llegue el día en el que los sueños conformen una realidad, seguirán siendo una cata, una demostración, un pequeño instante real de lo que podría ser la perfecta felicidad o los temores y miedos hechos verdad.

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