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Respetemos al niño
Y SIGNIFICADOS
Arrigo Coen Anitúa (†)
La idea de minusvaloración que va implícita en mu-
chos de los derivados de niño, no necesita explicación: niñada, niñear, niñería, aniñar y aniñado; como sus sinónimos: muchachada, chiquillada y muchachear. Se diría que un niño, un muchacho, un chiquillo, es incapaz de un acto de inteligencia o de generosidad, de probidad o de heroísmo; que siempre es cobarde y egoísta. Comenzando con la misma palabra niño, que proviene de una voz que, como nene, expresa, lo mismo que ñoño, algo débil; el primer concepto por todas las carencias, antes de la adquisición, y el segundo por la pérdida de las facultades, cuando, como lo defi nió el primer lexicón de la “Real”: “se dice de los viejos, como quien dice vuelto a la edad de los niños: caduco o chocho”, esto es, ‘viejo’, ‘aniñado’.
Ha dejado escrito el poeta latino Décimo Junio Juvenal en su Sátira XIV, precisamente en el versículo 47: “Maxima debetur puero reverentia”, lo que se traduce por algo así como “al niño se le debe el máximo respeto”. Sin embargo, ¡con cuán poca reverencia solemos expresarnos de los párvulos!
Al mundo de la niñez se le deja la actividad lúdica, el juego, la diversión (ludus, en latín, es ‘juego’ y ‘diversión’); a los niños está destinado el ludión, el ‘payaso’, el ‘volantinero’, como lo están los espectáculos circenses, que en tiempos de los romanos –y antes de ellos, y aún ahora, que no otra cosa son los juegos llamados “deportes” (distracciones), sino elementos de enajenación, de manipulación– eran tan útiles al imperio para aniñar al pueblo y ‘de-portarlo’ (sacarlo) de la “cosa pública”, de los intereses de Estado; para alejarlo, hacerlo ajeno, a la política (enajenar, alienar, son sinónimos de enloquecer, cuando se trata de la mente).
Cabe hacer notar la coincidencia del nombre familiar que en náhuatl se da a la madre, a la nodriza o la pilmama: nana, con el segundo elemento del sintagma ninna-nanna, que se canta a los niños en Italia para arrullarlos; es evidente que la primera parte (ninna) es un expresión del tipo ninnus que da niño, por lo que ninna-nanna quiere decir ‘duérmete, niño’, al igual que “a la rorro, nene”, y nótese que rorro es otro de los términos
reduplicados (como bebé) con que, se signifi ca niño. Nosotros heredamos del francés bébé, el que a fi nes del siglo VIII lo toma del inglés baby, forma diminutiva de babe (se pronuncia beib), cuyo análisis lingüístico, llevado a sus raíces, nos revela el paralelo con baba; ello equivale a llamar al niño, con todo el amor, baboso, igualito, y con la misma amabilidad con que lo nombramos también mocoso.
De rorro, el ‘arrullo’, se pasa a ‘rorro’, ‘niño pequeño’ y ‘muñeco’, y aquí entramos en un mundo de equivalencias a cual más de interesante, por ejemplo: ‘niña del ojo’, igual a ‘pupila’ (del latín pupilus, ‘menor sometido a tutoría’), que se dice también de las “internas” de un prostíbulo, las muñecas, las niñas (porque el latín putus, -a, ‘niño, -a’ da la variante puttus, ‘muchacho’, de donde proviene el más popular sinónimo de meretriz). “…Que un término que signifi ca ‘niña’, ‘muchacha’, se tome tan peyorativamente” –asienta J. Corominas– “es un hecho que se ha repetido con carácter más o menos ocasional o permanente en todas las lenguas del mundo, y en muchas ha cristalizado: alemán Dirne, francés ‘fi lle’. En italiano, pupo, ‘niño’, da pupazzo, ‘fantoche’, voz que deriva asimismo de la idea de infant- y pupazza, ‘muñeca’; de bambo, ‘memo’, ‘estúpido’, ‘imbécil’, salen tanto bambino, ‘niño’, cuanto bambola, ‘muñeca’.
Aunque chamaco es el ‘muchacho’, entre la niñez y la mocedad, se dice frecuentemente asimismo del niño menor; proviene del náhuatl chamahua, ‘crecer el niño’ o ‘comenzar a estar en sazón la mazorca’; chilpayate es el niño de brazos, y parece que deriva del náhuatl chíltic, ‘rojo’, ‘rosado’, y páyatl, nombre de una ‘oruga’ vellosa, esto es ‘oruga o gusanito rosado’. Por lo que toca a escuincle o escuintle, ‘perro fl aco o callejero’ y por extensión (¡vaya cariño el que la inspira!) es también ‘niño’, ‘muchacho’; su origen es el náhuatl itzcuintli, “una especie de perro pelón y mudo, que los indios acostumbraban cebar para comerlo”.
No hemos mejorado mucho, pues seguimos refi riéndonos a la gente menuda con voces tan tiernas como enanos, arañas y bodoques, y el español de otras latitudes abunda en guaguas, morrocotes (quizás como el morrongo, ‘gato’) gurruminos y meones; menos mal son los pibes, pollitos, pitusos, angelitos y churumbeles. Tampoco son reprobables el crío o la criatura, muy de recibo en España.