La cultura de la física y la Iglesia católica en la esfera pública española de finales del siglo XIX

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1679-1754, discípulo de Leibniz) y dentro de su discurso apologético utilizaba, por ejemplo, la fuerza gravitacional atrayendo cuerpos a distancia como idea propicia para el teísmo y la religión (Weisheipl, 1968, p. 167-168). No obstante, y en especial gracias a la orden de los dominicos, a lo largo del siglo XIX se hicieron esfuerzos por desarrollar respuestas tomistas a estos dos movimientos, así como a las tendencias empíricas y racionalistas de la época. Harry Paul ha argumentado que aunque las raíces del resurgimiento del tomismo empezaron bien atrás en el siglo XIX, las relaciones entre el tomismo y la ciencia moderna se desarrollaron sólo después de que León XIII promoviera el tomismo como panacea para los males intelectuales modernos. Males que en algunos casos estaban íntimamente relacionados con tendencias científicas. Así, prosigue Paul, existieron tanto razones intelectuales como políticas que propiciaron este resurgimiento, el cual sería visto como la filosofía cuasi-oficial de la Iglesia. Dentro de las razones políticas se ha argumentado que la filosofía de Santo Tomás revivió como una ideología auspiciada por algunos jesuitas italianos politizados y promovida por León XIII, debido a su potencial de maximizar el poder sacerdotal. 15 Igualmente se ha resaltado la imposición de León XIII como un esfuerzo por estimular el estudio de la filosofía católica y lograr una unidad intelectual católica. El resurgir del tomismo fue impuesto oficialmente cuando tras la muerte del papa Pío IX, su sucesor, León XIII promulgó la encíclica Aeterni Patris (agosto de 1879). En ella se recomendaba que la filosofía cristiana de Aquino formara parte de la enseñanza católica en los colegios y demás centros educativos de la institución. La encíclica se preocupaba especialmente por la imagen negativa que tenía la Iglesia frente a la ciencia (Aeterni Patris, 1879): “Acerca de lo que debe advertirse también que es grave injuria atribuir a la filosofía el ser contraria al incremento y desarrollo de las ciencias naturales. Pues cuando los escolásticos, siguiendo el sentir de los Santos Padres, enseñaron con frecuencia en la antropología, que la humana inteligencia solamente por las cosas sensibles se elevaba a conocer las cosas que carecían de cuerpo y de materia, naturalmente que nada era más útil al filósofo que investigar diligentemente los arcanos de la naturaleza y ocuparse en el estudio de las cosas físicas mucho y por mucho tiempo. Lo cual confirmaron con su conducta, pues Santo Tomás, el bienaventurado Alberto el Grande, y otros príncipes de los escolásticos no se consagraron a la contemplación de la filosofía, de tal suerte, que no pusiesen grande empeño en conocer las cosas naturales, y muchos dichos y sentencias suyos en este género de cosas los aprueban los maestros modernos, y confiesan estar conformes con la verdad. Además, en nuestros mismos días muchos y muy insignes Doctores de las ciencias físicas atestiguan clara y manifiestamente que

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Paul (1979, p. 179). Véase igualmente, Thibault (1972).

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