Lápiz de Curar Nº 10. Junio 2014.

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vivían en el mismo lugar que nosotros. Los dos trabajaban en la universidad; ella se llamaba Nuria, era de Mérida; y él, Fernando, de Talavera de la Reina. En cierto modo han sido nuestra salvación, porque aunque parezca que no, encontrar a gente de tu país en otros sitios marca la diferencia. A través de Nuria y Fernando conocimos a dos parejas de uruguayos. Una de ellas está formada por Mano y Javi; tienen a una niña pequeña que se llama Federica, a la que he cogido muchísimo cariño. Y la otra pareja, Cristina y Álvaro, llevan viviendo aquí un montón de años, y sus hijos ya se han ido a Nueva York a trabajar. No sé si es por el hecho de estar fuera, pero en estos dos meses nos hemos convertido en una gran familia. También, aunque hacia tal frío que se helaban los lagrimales, empezamos a salir a la calle. Con la ayuda de Javi, nos compramos un coche, lo que nos ha venido genial para movernos por el pueblo, porque aquí todas las cosas están muy lejos unas de otras. El instituto es ya otra historia. Mi hermano y yo tuvimos que ir a sitios diferentes, porque yo estaba haciendo octavo y él cuarto; así que no nos teníamos de apoyo. El primer día que llegué fue el peor, con diferencia. Cuando entré, no sabía a dónde ir, ni qué hacer, y me agobié aún más cuando no encontraba a Sofía. Sofía es una chica colombiana de mí mismo curso que se supone que tenía que ayudarme y que me presentaron cuando vine a matricularme. Después de encontrarla, fuimos a clase y eso fue más desastre todavía, porque no sabía hablar inglés, y

tampoco lo entendía. Me pasé todo el día con unas ganas de llorar increíbles; pero siempre he sido una chica fuerte, y no iba a dejar de serlo en ese momento. El centro, la verdad, era fantástico: estaba rodeado de un gran campo cubierto de nieve, y dentro tenía un gran comedor, un gimnasio asombroso, y una sala de música en la que había más instrumentos juntos de los que había visto en toda mi vida. Había también tres salas de arte. En el piso de arriba estaban todas las clases… Pero eso no quita que me sintiera más sola que nunca, aunque después la cosa cambió. Al ser extrajera, a última hora tenía clase con una señora que ayudaba a los que no sabían inglés llamada Mrs. Pearson. Allí conocí a un chico chino, otro musulmán y una chica de Haití. Me acogieron desde el principio, más que nada porque sabían por lo que estaba pasando y gracias a ellos no lo pasaba tan mal. Estaba deseando llegar a última hora para sentirme… no sé, para sentirme como en casa, tal vez. Al cabo de un tiempo, todo mejoró. A los tres meses entendía perfectamente a los americanos, y más o menos sabía defenderme en inglés. Sofía se convirtió en mi mejor amiga, y solíamos ir juntas a todos lados. Me acostumbré a la comida e incluso empezaron a gustarme las clases. Mi familia y yo empezamos a hacer más cosas, salir a restaurantes, ir a la biblioteca, cenar y hacer nuevos amigos… Al final, todo aquello empezaba a gustarme, aunque seguía deseando que llegara el final Lápiz de Curar

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