Soy de las que me desquito en la lágrima

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HISTORIAS

Por ALEJANDRA S. INZUNZA / FOTOS FEDERICO GAMA

La diva que nos enseñó a cantar contra los hombres se presenta este 24 de mayo en el Auditorio Nacional para entonar, entre otras, su famosa Rata de dos patas, una rola que desde el escenario solía dedicar al inútil que la engañó durante años. Lloramos con Paquita la del Barrio al hablar de Francisca Viveros, la dulce abuelita detrás de la aguerrida artista

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D urante casi 20 años, Paquita la del Barrio insultó a un inútil en el escenario sin saber que ese inútil dormía a su lado. La diva de tupé alto, falda brillante y voz estruendosa nació frente a un puesto de barbacoa, el día en que Francisca Viveros Barradas descubrió que su segundo marido, Alfonso Martínez, la engañaba. “Lo quise mucho. Lo sigo queriendo. A él le tocó ser la Rata de dos patas”, cuenta la diva desde Casa Paquita, que hace 40 años era un humilde restaurante que montó con su esposo en la colonia Guerrero y ahora es un auditorio que en su próxima inauguración —a finales de año— podrá albergar hasta 2 mil personas. Francisca conoció a Alfonso cuando probaba suerte con su hermana Viola en La Fogata Norteña, un lugar de variedades en el cruce de Insurgentes y Gómez Farías, donde el dueto Las Golondrinas se presentaba cada semana. Eran los años setenta cuando aquel hombre callado, de ojos verdes, cajero de un hotel, la enamoró al pedirle cada

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AMPLIACIÓN. Casa Paquita, su restaurante en la colonia Guerro, está por ser reinagurado

noche que se acercara a su mesa a cantar después del show. Durante varios años fueron felices. Él adoptó a sus dos hijos —Miguel y Javier— y se mudaron juntos. Tuvieron mellizos, pero murieron a las dos semanas de nacer. Pusieron su propio negocio de banquetes después de que su hermana se fuera de gira a Sudamérica y el dueto se deshiciera. Ella cocinaba para bodas y XV años con su toque veracruzano. Él administraba. Criaron a

Martha Elena, la hija de su hermano, como propia. Luego pusieron el restaurante y ella volvió a cantar. Pero Alfonso desaparecía, se emborrachaba y pasaba varios días sin llegar a la casa. Ella no hacía preguntas. “Se iba los viernes por la noche. Me dejaba sirviendo en los banquetes y él se pelaba. ¿Qué le iba a decir si no estaba? Ya que lo veía me daba por llorar. No soy de las que pelea. Me desquito en la lágrima”, cuenta Paquita delante


(Mi marido) se iba los viernes por la noche. Me dejaba sola trabajando y él se pelaba. ¿Qué le iba a decir si no estaba? Ya que lo veía me daba por llorar. No soy de las que pelea. Me desquito en la lágrima

de un enorme cuadro de La última cena, sentada en un llamativo comedor de madera blanco con dorado, al que cargan dos figuras egipcias. Uno de esos días en que él se esfumaba, Francisca, desesperada al buscar pistas de su paradero, subió a su auto y se encontró con un cassette de Chelo Silva del cual sonaba la letra: “Pero que mal te juzgué / si te gusta la basura / pero mira que locura / pero para ti está bien. / Pero que mal calculé / yo te creía tan decente / y te gusta lo corriente / por barato, yo que sé...”. La diva empezó a llorar al escuchar Cheque en blanco y la repitió hasta aprendérsela e incorporarla a su repertorio. Sin saberlo, Paqui-

ta empezaba a engendrarse en la depresión de Francisca Viveros. “Vi que a la gente le gustaba ese tipo de música y seguí aprendiéndome canciones de él”, recuerda la cantante que agarra una servilleta para limpiarse las lágrimas. Un cliente le ofreció grabar un disco en Monterrey y su estrellato arrancó cuando Balboa Records Musart le ofreció un contrato. Cuando empezaba su fama, ella todavía cantaba en Casa Paquita, pero su marido rara vez estaba entre el público. Dos clientas abogadas, que se hicieron amigas de Francisca, le preguntaron un día por qué lloraba y se ofrecieron a ayudarle investigando a Alfonso Mar-

tínez. Al regresar de una gira por España, recibió una carta con una dirección a la que se dirigió de inmediato acompañada por una amiga que había llegado de Hermosillo: “No había nadie en la calle y estábamos a punto de entrar a un lugar de barbacoa que estaba enfrente, cuando de repente volteo y veo el carro de él. Cuando atravesé la calle estaba el señor con la cajuela abierta sacando una charola de carnitas. No daba crédito aquel hombre. Le digo: ‘¿Qué estás haciendo aquí?’. En ese momento se acabó el encanto”. Paquita dobla la servilleta con la que se ha limpiado las lágrimas en forma de triángulo. Utiliza una de las puntas para secarse el ojo izquierdo y recuerda como ese día su marido se fue corriendo y ella se metió al coche sin saber manejar y regresó a su casa completamente deshecha. Cuando llegó, lo encontró tirado en la cama. Pidió perdón y ella respondió que sí. A pesar del engaño, la que hoy es una cantante aguerrida y defensora de las mujeres, nunca dejó al hombre que la lastimó. Durante 15 años, Martínez estuvo con otra mujer con la que tuvo una hija. “Seguí con él. Él no tenía ni quien viera por él y yo lo quería mucho. Mejor se tuvo que ir a Veracruz al hotel y, de vez en cuando, iba yo a verlo. No me quedaba otra más que seguir aquí con mi carrera. Sufrí mucho, pero ya no. No hay mal que dure 100 años. Ahora estoy sola”. La Rata de dos patas de Francisca Viveros moriría de una enfermedad de los riñones en 2001. LAS DOS PAQUITAS Francisca Viveros Barradas anda de chanclas y sin maquillaje, ve casi todo el día la televisión y a veces le da por no levantarse de la cama. Vive en una pequeña casa en Jalapa, Veracruz, que, según ella, “parece de pájaros”. Cuando su hijo la visita le gusta cocinar para él

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En el pueblo (Alto Lucero, Veracruz) me la paso encerrada, casi no salgo. Ando con chanclas, sin arreglarme, toda andrajosa. Me la paso golfeando... Mi carácter no cambia, es el mismo, pero no sé, quien sabe como me vean los demás

algo típico veracruzano como un mole con guajolote o unas carnitas acompañadas de una salsa de molcajete con huevo. Es la abuela de ocho nietos, bajita y regordeta, de voz baja y grave, que colecciona figuras de cerámica. A veces va al Caliente a apostar en las tragamonedas y entre las luces de las máquinas, pocos reparan en ella. En el escenario, Francisca usa un traje dorado de lentejuelas hecho a la medida por su sastre de confianza en el Distrito Federal. Lleva unas pestañas postizas que destacan sus ojos color avellana y se peina un tupé alto fijado con mucho spray. Delante del micrófono, Francisca es la diva que hace 40 años canta a los hombres sinvergüenzas. Su voz grave se convierte en un estruendo al gritar su famoso: “Me estás oyendo, inútil”, al que las mujeres aplauden con empatía, como si a través de sus canciones le estuvieran hablando al traidor, al infiel, al mentiroso, al hombre que las ha lastimado. Cuando las cámaras la enfocan, la abuela veracruzana, que sólo vio a su primer nieto nacer —la fama tiene sus costos—, se convierte entonces en Paquita..., Paquita la del Barrio. Este mujerón, que domina el escenario con una sola pisada, es un personaje acostumbrado a las miradas desde hace cuatro décadas. Francisca, en cambio, es una persona inaccesible. Pocos la conocen. No permite que ningún desconocido la visite en Jalapa, ni

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EL DESPUNTE DE PAQUITA. Su primer disco lo

grabó en 1984 de forma independiente, pero fue hasta 1992, cuando llegó Musart, que su carrera se fue al cielo

en Alto Lucero, su pueblo natal en el que pasa varias épocas del año y donde viven dos de sus hijos. Le gusta el anonimato y la tranquilidad. Viajar a su rancho en Guanajuato y cocinar en sus fiestas privadas. Es una mujer reservada que prefiere el pantalón a la falda. Una abuela que habla lento y pausado, que es cortante en sus palabras y que tiene una voz triste como si acabara de llorar. Sería raro verla increpar a un hombre o cantar con la agresividad y porte que caracteriza a Paquita en la platea. Francisca, mejor conocida en su pueblo como Chica, no guarda rencores y se expresa bien de las personas que la han lastimado. No despotrica contra el padre de sus hijos —un hombre casado del que se enamoró— ni contra la Rata de dos patas. Francisca apenas se parece a Paquita. “En el pueblo me la paso encerrada, casi no salgo. Ando con chanclas, sin arreglarme, toda andrajosa. Me la paso golfeando”, dice entre risas Paquita la del Barrio, una mujer campechana y vacilona, al referirse a la señora de 67 años que un día después de nuestro encuentro en la Ciudad de México tiene que ir al hospital a operarse un ojo por un problema en la córnea. La diva no ve grandes diferencias entre ella y la ama de casa, que creció entre plantíos de café, perdió unos mellizos y fue engañada por su marido. Para ella, Francisca es la mujer que hizo nacer a Paquita: “Mi carácter no cambia, es el mismo, pero no sé, quien sabe como me vean los demás”. LA OTRA RATA DE DOS PATAS Manuel Eduardo Toscano manejaba desde Huatusco a Córdoba, Veracruz, cuando escuchó a una mujer en la radio que interpretaba Cheque en blanco. De repente, la cantante soltaba un: “Me estás oyendo, inútil”, en medio de la canción. Toscano, compositor desde hace años, comenzó a reír y se le ocu-


EL HOGAR. Cuando no está de gira, Paquita se encierra en alguna de sus tres casas: la de la colonia Guerrero (DF), en Alto Lucero (Veracruz) o en San Miguel de Allende (Guanajuato)

Canciones a la medida

Manuel Eduardo Guerrero, autor de los temas “Rata de dos patas” y “Me saludas a la tuya”, dice que las canciones que le escribe a Paquita son como trajes a la medida, pues no le quedan a ningún otro artista

rrió que a esa señora de voz contra alta, un tanto gangosa, le quedaría muy bien una de sus canciones: Me saludas a la tuya, un tema con ritmo tropical que convirtió en un bolero ranchero. El veracruzano, que ya había vendido sus composiciones a artistas como Jenni Rivera y Los Tigres del Norte, se plantó un día en Casa Paquita cuando su dueña protagonizaba uno de sus típicos shows de variedad. Un joven se le acercó y le preguntó: —¿Viene a ver a mi tía? La ve usted como enojada, pero no es así. Ahorita lo atiende. Al terminar de cantar, Toscano se acercó a la mesa de Paquita:

—Señora, discúlpeme, soy compositor, le traigo esta canción y le pido que cuando pueda la oiga. Una semana después, su paisana le llamó y aceptó grabar el tema que desde entonces caracterizó su estilo como cantante de variedades: “Y es que lo que tu me hiciste / es peor que una mentada, / mira que jugar conmigo, / yo que tanto te adoraba...”. Fue su primer éxito inédito. Toscano se convirtió en su compositor de cabecera. “A Paquita hay que hacerle los temas como un vestido a la medida. Tan es así que lo que no me llegue a grabar no es fácil que me lo grabe otra gente porque no todos se atreven a decir lo que dice

ella”, afirma el veracruzano, quien actualmente radica en Los Ángeles. Al verla en vivo en el Auditorio Nacional, Toscano se percató de que la gente se emocionaba mucho más cuando la cantante entonaba temas de despecho y desamor contra los hombres. Que su voz empatizaba con aquellos que tenían el corazón roto y que insultar a hombres infieles y patanes le daba un toque único que definiría su carrera. “Yo soy el culpable de que los maridos la odien”, comenta en tono burlón el también músico, autor de Rata de dos patas, la canción que ha distinguido la carrera de la cantante. “En ese entonces teníamos a un presidente de la República muy malo que tenía cara de chupacabras y orejas de ratón. Yo tenía la idea de una canción inspirada en él, pero en aquel entonces no le podía faltar al respeto a un presidente, así que compuse Rata de dos patas, que no es contra mis homónimos, sino contra ese señor (Carlos Salinas de Gortari)”. En un principio, Paquita rechazó la canción que decía: “Rata de dos patas / te estoy hablando a ti / porque un bicho rastrero / aún siendo el más maldito / comparado contigo / se queda muy chiquito...”, porque la parecía demasiado fuerte. Pero meses después decidió grabar aquel tema que “nombraba muchos animalitos” y con el que miles de mexicanos se identifican. “Cuando estamos dolidos, cantamos ese tipo de canciones y aunque no quisiera uno, siempre hay lágrimas”, refiere Paquita, quien desde entonces se ha distinguido como feminista y defensora de las mujeres abusadas. Una señora a la que se debe mostrar respeto cuan-

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do habla de desamor y de traición. Según Toscano, quien compuso su último éxito Romeo y su nieta, que presentará este 24 de mayo en el Auditorio Nacional, la historia personal de su “amante musical” le ha ayudado a crear un estilo inigualable. Antes de conocerla, cuando la veía llorar en la televisión, el compositor pensaba que sus lágrimas eran parte de una actuación para llamar la atención, pero al conocerla se dio cuenta que justo esa sensibilidad ha hecho que Paquita “conecte con el pueblo”. A veces, cuando le lleva una canción nueva, ella se pone a llorar apenas escucharla. “TE VAS A LLAMAR PAQUITA LA DEL BARRIO” “¿De qué vas a hablar con Paquita? Si la vas a hacer llorar, entonces la entrevistas después de que vaya a la tele”, me advierte Francisco Torres, un joven de unos 30 años que conoció a la diva desde pequeño y se ofreció para ser su representante al ver que la veracruzana llevaba años sin alguien que manejara su carrera. Hablar con la cantante sobre su vida como Francisca Viveros garantiza el llanto. Y sus lágrimas se han convertido en un cliché. Se le ha visto en decenas de fotografías y programas de televisión llorando por su vida personal, por la inseguridad en México o tras ser acusada por evadir impuestos ante la Secretaría de Hacienda. Francisca y Paquita lloran con mucha facilidad: “Te queda una herida como si tuvieras abierto aquí —indica la cantante al tocarse el pecho—. Como tengo tantas cosas que hacer no me la paso pensando en mi pasado, sería muy doloroso para mí estar recordando todo eso. Dios es muy grande y te da consuelo y tranquilidad. Ahorita los recuerdo y me da melancolía, pero al ratito ya estoy bien”. Habla también de su

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AL DOS POR UNO

Marisela, mejor conocida como “La Dama de Hierro”, unirá su talento al de Paquita la del Barrio para ofrecer, el próximo sábado 24 de mayo, un concierto en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, en donde se espera un lleno total vida en el campo, del primer hombre del que se enamoró, de la separación con su hermana y de cómo adoptó a su sobrina como su hija. Me encuentro con Francisca Viveros recién transformada en Paquita. Entra a su departamento, encima de Casa Paquita, alegre, perfectamente peinada, vistiendo uno de sus trajes típicos y tacones altos. “No les cobro por sentarse”, bromea al llegar a su casa en la Guerrero, donde la espero junto a Miguel Ángel Arenas Capi, el descubridor de Alejandro Sanz y Mecano, un artista de La Movida Española, gran admirador de la diva. “Todo mundo está muy impresiona-

do por su canción en el homenaje a Sanz (interpreta Aprendíz junto a otras cantantes como Thalía, Martha Sánchez y Ana Torroja en el disco Y si fuera ellas), es de lo mejor. Quiero llevarla a España, pero ella no quiere hacer un viaje tan largo”, dice el español, que calza unos zapatos plateados con plataforma y una chaqueta roja floreada. Su atuendo combina con la extravagante casa de Paquita. Desde hace seis meses, Casa Paquita está en obras. Ahora parece un palacete abandonado que es atendido por uno de sus asistentes de confianza que aparece en la penumbra. Muestra los palcos a medio hacer y apunta que todavía no hay fecha de apertura porque “la señora cambia mucho de parecer”. Originalmente esperaba abrirlo para su cumpleaños el 2 de abril, pero en su lugar Paquita hizo una barbacoa en su casa en Veracruz. “Cuando Paquita cantaba varieda-


des, aquí cabían 200 personas amontonadas para verla. Ahora no habrá límites”, exclama el joven de 20 años, hijo del contador de la cantante. Desde la oscuridad se alcanza a ver el escenario en el que Paquita aparecerá como siempre, con su elegante y original conjunto de falda larga y saco al estilo de una adivina, para entonar al compás de un acordeón alguna de sus letras clásicas como: “Yo debería callarme tal como lo hace una dama / pero ahora van a enterarse que eres un fiasco en la cama...”. Al subir por unas escaleras, a lado del ascensor que llega directamente al cuarto de Paquita, se llega a un pequeño departamento repleto de figuras, espejos y fotos de la diva. Cada espacio está cargado de soldados, bailarines, delfines, cisnes, flamencos, frutas, perros, bolsos, payasos, mujeres desnudas, campesinos y ángeles de vidrio y cerámica. En cada uno de sus viajes, Paquita la del Barrio trae algo nuevo para la decoración de su apartamento en el DF o de su casa en Jalapa o del hotel que regenta en Alto Lucero. “La de Jalapa es mucho más preciosa”, afirma su sobrina Ofelia, que desde la muerte de su marido hace dos años asiste a Paquita en las labores de la casa. En estos momentos limpia a detalle cada una de las esculturas, las mesas de cristal, los vidrios verdes al estilo árabe y una foto gigante de la diva que ocupa toda la pared del cuarto de invitados. Todo brilla en casa de Paquita. Después de arreglar la casa, Ofelia cocina unos chiles en nogada para los invitados y habla de la buena mano de Paquita en la cocina. Dice que no puede acompañarla a su gira por Estados Unidos —el pasado marzo— porque no tiene papeles, pero que no se la perderá este 24 de mayo en el Auditorio Nacional, donde la diva se juntará con Marisela, La Dama de Hierro, para “cantar al amor y al desamor”.

Paquita llega a su casa cansada después de salir en la televisión. Se tira en el sillón. Se excusa para ir a su cuarto y cambia su traje rojo con lentejuelas doradas por un sencillo pantalón de vestir. Se deja la cruz dorada que lleva en el cuello, los pendientes y ocho anillos impresionantes. Vuelve al comedor para cenar. Minutos antes, la diva recordaba como Francisca Viveros se convirtió en Paquita. “El señor Emilio Jiménez, que me llevó a Monterrey a grabar mi primer disco, me dijo que buscara un nombre. Él le había puesto el nombre también a Yolanda del Río. Yo cantaba una canción que se llama El barrio de los faroles, así que me dijo: ‘Te vas a llamar Paquita la del Barrio’”. Durante la cena, Francisca apenas habla. Capi narra sus diversos encuen-

tros con Rocío Jurado y Rocío Durcal, cuenta decenas de anécdotas con divas, pero ella parece apenas escucharlo. Ella le ofrece a él y a los demás invitados un tequila que guarda bajo llave en un mueble especial y Ofelia lo sirve en unos exóticos vasitos con un huarache de Acapulco. La anfitriona se ríe de vez en cuando y come despacio. En cuestión de minutos y sin notarlo, Paquita la del Barrio se va convirtiendo otra vez en Francisca Viveros.

ALEJANDRA SÁNCHEZ INZUNZA es periodista freelance y co-fundadora de “www.dromomanos.com”. Durante dos años viajó por Latinoamérica escribiendo para “El País”, “Etiqueta Negra” y “Gatopardo”. Su serie sobre narcotráfico en el corredor centroamericano fue premiada con el Ortega y Gasset 2014

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