denunciaban mayor pena que hubieran podido expresar; pero estaba menos pálida la de mi hermana, y sus miradas no tenĂan aquella brillante languidez de ojos hermosos que han llorado. Esta me dijo: —¿Vas por fin mañana a la hacienda? —SĂ, pero no me estarĂ© allĂ sino dos dĂas. —Llevarás a Juan Angel para que vea a su madre; tal vez se haya ella empeorado. —Lo llevarĂ©. Higinio escribe que Feliciana está peor y que el doctor Mayn, que la habĂa estado recetando, ha dejado de hacerlo desde ayer, por haber seguido a Cali, donde se le llamaba con urgencia. —Dile a Feliciana muchas cosas afectuosas en nuestro nombre —me dijo MarĂa—: que si sigue enferma, le suplicaremos a mamá que nos lleve a verla. Emma volviĂł a interrumpir el silencio que habĂa seguido al diálogo anterior para decirme: —Tránsito, LucĂa y Braulio estuvieron aquĂ esta tarde y sintieron mucho no encontrarte: te dejaron muchas saludes. Nosotras habĂamos pensado ir a verlos el domingo prĂłximo: se han manejado tan finamente durante la enfermedad de papá. —Iremos el lunes, que ya estarĂ© yo aquà —le repuse. —Si hubieras visto lo que se entristecieron cuando les hablĂ© de tu viaje a Europa... MarĂa me ocultĂł el rostro volviĂ©ndose como a buscar algo en la mesa inmediata, mas ya habĂa yo visto brillar las lágrimas que ella intentaba ocultarnos. EstĂ©fana vino en aquel momento a decirle que mi madre la llamaba. Paseábame en el comedor con la esperanza de poder hablar a MarĂa antes de que se retirase. Emma me dirigĂa algunas veces la palabra como para distraerme de las penosas reflexiones que conocĂa me estaban atormentando. La noche continuaba serena: los rosales estaban inmĂłviles; en las copas de los árboles cercanos no se percibĂa un susurro; y solamente los sollozos del rĂo turbaban aquella calma y silencio imponentes. Sobre los ropajes turquĂes de las montañas blanqueaban algunas nubes desgarradas, como chales de gasa nĂvea que el viento hiciese ondear sobre la falda azul de una odalisca; y la bĂłveda diáfana del cielo se arqueaba sobre aquellas cumbres sin nombre, semejante a una urna convexa de cristal azulado incrustada de diamantes. MarĂa tardaba ya. Mi madre se acercĂł a indicarme que pasara al salĂłn: me supuse que deseaba aliviarme con sus dulces promesas.